La Cosiata

La Cosiata (cosa sin importancia) o revolución de los morrocoyes, fue un movimiento que estalló en el 30 de abril de 1826, acaudillado por José Antonio Páez. Originalmente no tuvo la intención de separar a Venezuela de la Gran Colombia, sino de exigir la reforma de la Constitución de Cúcuta y anunciar su rompimiento con las autoridades de Bogotá, aunque manteniéndose bajo la protección del Libertador.
Carlos Soublette afirmaba en 1826: "El nombre de colombiano es la cosa más destituida de significación, porque nos hemos quedado tan venezolanos, granadinos y quiteños como lo éramos antes, y quizás con mayores enconos". Lo cual comprueba -afirma Vallenilla Lanz- que la Colombia de Bolívar no fue jamás una nación, sino un Estado Militar".

El Libertador, en efecto, veía esta unión como una necesidad militar. En carta a Daniel Florencio O'Leary, fechada en Guayaquil el 13 de setiembre de 1829, dícele Bolívar; "Los hombres y las cosas gritan por la separación, porque la desazón de cada uno compone la inquietud general. Ultimamente la España misma ha dejado de amenazarnos; lo que ha confirmado más y más que la reunión no es ya necesaria, no habiendo tenido esta otro fin que la de concentración de fuerzas contra la metrópoli".

La Constitución de Cúcuta causó malestar entre los venezolanos, y fue jurada en Caracas bajo protesta por la Municipalidad. Santander en la vicepresidencia de la República, y la escogencia de Bogotá como capital, fueron también puntos de discordia. En Venezuela, pues, se veía con disgusto una unión con los granadinos que en nada la favorecía.

¿Cómo se originó La Cosiata? Ante el temor de una supuesta "Santa Alianza", mediante la cual se estaría formando en Europa un poderoso ejército para reconquistar a América, Santander decreta el 31 de agosto de 1824 un alistamiento general de todos los ciudadanos, de dieciséis hasta cincuenta años, con las excepciones del caso.

Fue una orden terminante, reiterada, y quizás por la misma repugnancia que causaba a Páez su cumplimiento, el Jefe llanero demoró su ejecución casi todo el año siguiente.

A finales de diciembre de 1825 decide Páez hacer cumplir el decreto sobre alistamiento. Convoca a los hombres desde dieciséis hasta cincuenta años al templo de San Francisco, en Caracas. La cita es para el 6 de enero de 1826, Día de Reyes. Sólo acuden unos 800 vecinos.

Al hacer una segunda y tercera convocatoria con el mismo resultado, Páez ordena a los batallones Anzoátegui y Apure que hagan una total y verdadera recluta entre todos los ciudadanos que encuentren.

Cumplió, pues, enérgicamente, el decreto. El Intendente y el Concejo de Caracas lo acusan de hacer una recluta abusando de su autoridad. Desgraciadamente, la acusación contra Páez prosperó en el senado de Colombia, al ser admitida el 27 de mayo por 15 votos contra 6. Santander envió su informe al Congreso, y al final pone su ingrediente de picardía. Dice que no habiendo tribunal que juzgue a Páez, le corresponde esa función al Congreso. El senado, en efecto, suspende a Páez de la Comandancia General y le llama a Bogotá para que responda los cargos en su contra.

Cabe aquí la expresión de Bolívar, que lo estaba previendo todo: "A mis ojos, la ruina de Colombia está consumada desde el día en que usted fue llamado por el Congreso".

Páez no acudirá a ese llamado. Entregó el mando a su acusador Juan de Escalona, pero se declaró en franca rebelión, asesorado por quienes creyeron que el Congreso sería el cadalso del hombre fuerte de Venezuela, fresca como estaba la muerte de Leonardo Infante, un oficial venezolano a quien se le siguió injusta causa y atroz sentencia. ¡No tenía por qué ir a Bogotá! Y en esto tuvo en Bolívar su principal apoyo.

La Municipalidad de Valencia, que se había reunido el 27 de abril, analiza el caso de Páez, y ante la imposibilidad de trocar de alguna manera el dictamen del Congreso, acuerda expresar su sentimiento a Páez por la suspensión de su cargo y se muestra confiada en que justificará ante el senado su inocencia.

Pero esto no iba a quedarse así. La agitación se extendió por toda la ciudad carabobeña. Al recibir Escalona la Comandancia General se produjeron desórdenes, y hasta tres muertos hubo.

El 30 de abril volvió a reunirse la Municipalidad en virtud de que el pueblo se había amotinado para aclamar a José Antonio Páez y pedir se reposición como Comandante General.

Dicho de otra manera: al ídolo se le arrancó de cuajo de su casa, lo cargó la multitud en hombros, lo llevó hasta la Municipalidad y lo instaló en su trono para que desde ese día mandara, como en efecto mandó, porque el ilustre Concejo de Valencia, "considerando inevitable el suceso, y coincidiendo con la voluntad general del pueblo, determinó: que Su Excelencia reasumiese el mando".

La Municipalidad de Caracas, que con tanto celo había actuado contra Páez ante el Senado de Colombia, originando de paso su suspensión, ahora lo apoya. En sesión multitudinaria del 5 de mayo de 1826, los concejales caraqueños se sumaron al pronunciamiento de Valencia -un verdadero golpe de Estado- y a esto siguió una hilera de pueblos y ciudades.

El 14 de mayo de 1826 Páez prestó juramento ante el gobernador Fernando Peñalver "por Dios y los Santos Evangelios, ofreciendo guardar y hacer guardar las leyes establecidas, con condición de no obedecer las nuevas órdenes del gobierno de Bogotá".

Poco después se dirige a Caracas. ¿Cómo fue recibido Páez en Caracas? El relato de la época nos lo pinta con vivos colores. Había llegado a la capital el 19 de mayo, a las 6 de la tarde. En medio de la más entusiasta aclamación, montado en pelo, para demostrar su llanería: "y de entre una nube de polvo se adelanta un jinete sin silla, medio húsar, medio pastor, cubierto con una gorra encarnada y cabalgando como un discípulo de Franconi. A medida que avanza, modera su marcha, sonríe a la muchedumbre, saluda a los hombres con la mano y a las hermosas caraqueñas con miradas y besos. En su camino se hallan tres casas pertenecientes a la familia del Libertador. Las damas están a la reja: él se yergue, después se inclina respetuoso; y al instante el pueblo, que lo ha comprendido, grita como para hacer tumbar las montañas: "¡Viva Bolívar! ¡Viva Páez! ¡Viva Venezuela!".

En la proclama de ese mismo día 19 a los venezolanos, Páez confirma: "El Libertador Presidente será nuestro árbitro y mediador, y él no será sordo a los clamores de sus compatriotas".

Cuando días más tarde, el 25 de mayo, le escriba al Libertador, le pedirá: "Véngase usted a ser el piloto de esta nave que navega en un mar proceloso, condúzcala a puerto seguro, y permítame que después de tantas fatigas vaya a pasar una vida privada en los llanos de Apure, donde viva entre mis amigos, lejos de rivales envidiosos, y olvidado de una multitud de ingratos que comienzan su servicio cuando yo concluyo mi carrera".

Obsérvese cómo en todos los pronunciamientos, en todas las manifestaciones y en la correspondencia, la figura de Bolívar se conserva incólume, venerada por todos. Sí es verdad que se está contra el gobierno de Bogotá y contra las insidias de Santander; es cierto que se piden reformas a la Constitución de Cúcuta y que se acelere la convocatoria de la próxima Convención. Pero no se ataca a Bolívar, y los promotores de esta revolución de La Cosiata, se mantienen dentro del ámbito de Colombia y bajo la autoridad del Libertador.

Fernando Peñalver era uno de los pocos -contando a los familiares- que tuteaba al Libertador. Por eso puede leerse en una carta suya: "El general Páez manifiesta por ti el mayor respeto y consideración, y te ha proclamado en el ejército y en todas partes. Aunque dice que no recibirá órdenes de Bogotá, ha ofrecido mantener las cosas en el estado en que estaban, sin hacer ninguna novedad hasta que vengas y resuelvas lo que te parezca conveniente".

Por estos días el Libertador estaba más que entusiasmado con su Constitución Boliviana. A todo el mundo escribía recomendándola. A Páez le envía con O'Leary "muchos ejemplares", consciente de que esa Constitución "abraza los intereses de todos los partidos, da una estabilidad firme al gobierno unida a una grande energía y conserva ilesos los principios que hemos proclamado de libertad e igualdad".

Tanto deseaba el Libertador que la Constitución de Bolivia fuera asimilada por los colombianos, que me atrevo a asegurar que esta revolución de Venezuela convenía a esas intenciones de Bolívar, pues pidiendo los venezolanos reforma constitucional, como en efecto la pedían, se allanaba el camino.

Entiéndaseme bien: Bolívar consideraba su código bolivariano superior al esfuerzo de libertar su territorio; en él perfeccionaba su Constitución de Angostura. Como no se podían hacer reformas a la de Cúcuta hasta 1831, y ante la onda expansiva del estallido valenciano, ¿no ofrecía la Cosiata una admirable oportunidad para adelantar la fecha del próximo Congreso Constituyente?

En política todo es cuestión de saber aprovechar el momento, la circunstancia. Es por esto que al llegar a Venezuela, al dar el decreto sobre paz y olvido de lo pasado, lo primero que promete Bolívar es la convocatoria de la Convención.

Este fue el movimiento de La Cosiata. Una reacción de Páez y del pueblo frente a una injusticia de Bogotá. Una reacción contra la Constitución de Cúcuta, con la misma fuerza con que la adversaba el Libertador.

No fue La Cosiata un movimiento para separarse de la Gran Colombia, sino para ignorar las órdenes de Santander. No para derrocar a Bolívar. Este lo entiende así; por eso, cuando llega a Venezuela indulta a todos los comprometidos en La Cosiata, por decreto del 1 de enero de 1827, ratifica a Páez en el cargo de Jefe Superior Civil y Militar de Venezuela, y le da más poder. Si Bolívar lo entendió así, ¿quién quiere ser más papista que el Papa?