La educación en Caracas


La primera escuela de Caracas, según se ha rastreado en las Actas del Cabildo, fue la que solicitó en 1591 el maestro Luis Cárdenas Saavedra. No se tiene noticia, sin embargo de cómo funcionó esta escuela, ni siquiera si llegó a funcionar. Hay muchas solicitudes ante el Cabildo de maestros dispuestos a enseñar, pero muy poco se sabe de la continuidad de escuelas de primeras letras. Lo mismo se puede decir de la fundada por Simón Bazauri en 1594.

Sin embargo, según García Chuecos, antes de 1591 existían escuelas en Caracas, tal como se desprende de la gestión que hace ante la Corte de España don Simón de Bolívar, precisamente en el año de 1591. Gracias al Procurador Bolívar, se produce la primera resolución real que tiene que ver directamente con la educación en Venezuela. Se trata de la Cédula de Felipe II, del 14 de setiembre de 1592, mediante la cual se crea la Cátedra de Gramática. El Cabildo nombra primer profesor a Pedro de Arteaga, en setiembre de 1593, cuando llega a Caracas la Cédula, luego de un año de trámites burocráticos. A Arteaga lo sustituyó Juan Ortiz Gobantes. El rastro de esta Cátedra se pierde en 1672, después de unos 80 años de existencia.

El Seminario de Santa Rosa, fundado por el culto obispo Antonio González de Acuña, e inaugurado luego por Diego de Baños y Sotomayor, en 1696, fue la base de la Universidad de Caracas, erigida por Felipe V en 1721 e instalada oficialmente en 1725, siendo su primer rector el Dr. Francisco Martínez de Porras.

Nueve cátedras tuvo originalmente la Universidad de Caracas: dos de latín, una de filosofía, tres de teología, una de Sagrados Cánones, una de Instituta o Leyes y una de Música o canto llano. La Cátedra de Medicina llegó con 38 años de atraso, en 1763, cuando se encargó de ella el Dr. Lorenzo Campins y Ballester. En total, durante el régimen colonial funcionaron 14 cátedras en la Universidad caraqueña. Lo asombroso es que, pese a un tardío intento en 1802, no se llegó a establecer una Cátedra de Castellano, en cambio se estudiaba latín con especial dedicación "para disputar con ventaja en las escuelas y poder citar en toda ocasión por escrito o de palabra una runfla fastidiosísima de textos romanos, ora en verso ora en prosa", según la crítica de Baralt.

Muchos hombres ilustres se anticiparon a la crítica que consigna Rafael María Baralt. Entre otros, Jovellanos, quien en su Informe sobre la Ley Agraria estampa estas demoledoras palabras sobre la educación en España, que era lo mismo que aplicarlas a nosotros:

"Tantas cátedras de latinidad y de añeja y absurda filosofía como hay establecidas por todas partes, contra el espíritu y el tenor de nuestras sabias leyes; tantas cátedras que no son más que un sebo para llamar a las carreras literarias a la juventud, destinada por la Naturaleza y la buena política a las artes útiles, y para amontonarla y sepultarla en las clases estériles, robándola a las clases productivas; tantas cátedras, en fin, que sólo sirven para hacer que superabunden los capellanes y los frailes, y los médicos, los letrados, los escribanos y sacristanes, mientras escasean los arrieros, los marineros, los artesanos y labradores, ¿no estarían mejor suprimidas y aplicada su dotación a esta enseñanza provechosa?"

Pese a los latinazos que hasta los indios exhibían con soltura ("hay muchachos, cada día en mayor número, que hablan un latín tan elegante como Tulio" decía asombrado en 1541 Gerónimo López), pese a ello, digo, y aún con la ausencia de cátedra de castellano en la Universidad caraqueña, de todos modos en Venezuela se enseñó la lengua de España, de lo contrario Oviedo y Baños no habría podido decir que "los venezolanos hablaban la lengua castellana con perfección.. y hasta los negros (siendo criollos) se desdeñaban de no saber leer y escribir". Y de que se deba facilidad para el aprendizaje de otras lenguas lo atestigua Humboldt, cuando dice (1800) que notó "en varias familias de Caracas gusto por la instrucción, conocimientos de las obras maestras de la literatura francesa e italiana, una decidida predilección por la música, que se cultiva con éxito y sirve -como siempre hace el cultivo de las bellas artes- para aproximar a las diferentes clases de la sociedad".

Es verdad que la educación en la Venezuela colonial fue hasta cierto punto elitesca, en cuanto a quienes tenían acceso a los centros de enseñanza eran los hijos de los ricos, por una parte, y por otra, que sólo aquellos que demostraban "pureza de sangre", es decir que eran blancos peninsulares o criollos, podían seguir cursos en la Universidad. Los negros o pardos, ni soñarlo.

La aparición de la Universidad de Caracas, en 1752, alivió un poco la suerte de muchos estudiantes sin recursos económicos, a quienes se les hacía imposible estudiar en las Universidades más cercanas, como las de Santa Fe de Bogotá, Santo Domingo y Méjico, en unos casos por lo costoso del viaje, en otros por los difíciles caminos que había que seguir, en medio de mil peligros. No obstante esto, no todos podían pagar los elevados derechos para optar al título de Bachiller, Licenciado o Doctor, fijados entre doscientos y quinientos pesos. Esta situación no varió hasta 1827, cuando el Libertador dictó los nuevos Estatutos de la Universidad, dando la posibilidad de ingreso a quienes quisieran, y si eran pobres podían graduarse de Bachilleres o Licenciados sin pagar nada.