Significado de Casco (Definición, Qué es, Concepto) [2021]

Significado de Casco

Definición de Casco y su Importancia

Casco

Término genérico con el que se designa a la pieza que, fabricada con algún material resistente, ya sea metal, plástico o cualquier otro, sirve para proteger la cabeza. Su uso ha estado históricamente asociado al equipamiento militar, aunque se ha trasladado a otros ámbitos y profesiones, como la minería o la construcción, además de ser uno de los elementos de protección indispensables para muchos deportes.


Nomenclatura y partes del casco

La forma y partes del casco han experimentado radicales variaciones desde los primitivos cascos de pieles de animales hasta los modernos cascos utilizados en el deporte y la aviación. La evolución histórica de este pieza defensiva también ha hecho que la nomenclatura varíe no sólo por la evolución lógica de las lenguas, sino por la gran variedad de términos que se han utilizado para nombrar a las distintas partes que se han ido añadiendo a los primeros y sencillos cascos.

Los términos con los que se han conocido los distintos tipos de casco en español son, pues, muchos y difíciles de rastrear; los siguientes son los más usados:

-a los primitivos casquetes, ajustados a la cabeza, le siguieron toda una serie de piezas denominadas con el término genérico de casco.
-el capacete fue el casco de alas finas y estrechas que utilizaban los caballeros e incluso los soldados de a pie antes de desarrollarse la armadura.
-el casco cerrado, propio sobre todo de los caballeros y gente de armas desde el siglo X hasta el siglo XIV, ha recibido la denominación genérica de yelmo, sinónimo en la mayoría de los casos de almete, aunque este último se utiliza para los yelmos datados desde el siglo XV hasta el XVII.
-el casquete o bacinete, por su parte, era un casco de visera móvil utilizado entre los siglos XIII y XIV, mientras que la borgoñota era un casco sin visera dotado de una cresta que fue utilizado entre los siglos XV y XVII.

A todos estos términos debe añadirse el de celada, que era como se designaba a toda suerte de cascos, abiertos o cerrados, desde el siglo XV hasta el XVII; y el de morrión, que era el casco de fantasía, de origen español, usado entre los siglos XVI y XVII.

Por otro lado, el yelmo, como ejemplo genérico de lo que se entiende por casco, tiene distintas partes que han recibido, como cabría esperar, muy diversos términos, correspondientes, en general, a las partes separadas con las que los maestros armeros fabricaban un casco de estas características. La pieza frontal o calva era la que apoyaba directamente sobre la frente del soldado, y sobre ella podía colocarse también la capellina, que cubría la parte superior de la cabeza. La cubrenuca cubría la parte posterior del cráneo, mientras que la gola cubría el cuello. El yugular, gorial o gorjal cubría la barbilla y el cuello, y servía para atar todo el conjunto, mientras que la babera o baberol cubría la parte inferior del rostro. Sobre la calva se asentaba la visera, que a menudo cubría parte del rostro y tenía aberturas para los ojos. El ventalle, por su parte, era una pieza movible que se subía o bajaba y cubría el rostro por completo. El gorjal o gorguera cubría la parte alta del pecho y la garganta, y solía colgar del propio yelmo. Por último, en la parte superior se ajustaba la cimera, o pieza de adorno donde habitualmente se colocaba el crestón o remate hecho con crines.

Concepto de Casco

Todos los Seres Vivos realizan actividades que forman parte de su Ciclo de Vida, partiendo desde la Alimentación siendo la incorporación de nutrientes para poder alcanzar la Necesidad Energética diaria (Autótrofa en los organismos fotosintéticos, Heterótrofa siendo los que se alimentan de otros organismos) mientras que por otro lado tenemos la Reproducción como forma de garantizar la continuidad de un linaje o especie y la Relación tanto con el medio como con otros individuos de su misma u otra especie.
Entre esas actividades y su intercambio con el mundo que nos rodea podemos incurrir en distintos Riesgos Para la Salud, teniendo por ello que tomar distintos recaudos que funcionan como Medidas Preventivas, tambien conocidas bajo el nombre de Medidas de Seguridad, que permitan evitar daños a nuestro cuerpo como también hacia otras personas que se encuentren en el área o cercanas a la actividad que estamos realizando.
Entre esas medidas una de las más populares, cómodas y difundidas es la utilización de un Casco de Seguridad, que puede tener distintos diseños y conformaciones pero siempre ocupan la esencia de Proteger la Cabeza de los distintos golpes, teniendo el rol de poder aislar los impactos, colisiones o contusiones que pueden ser causadas por diversos objetos o el entorno de quien esté realizando una actividad de riesgo.
Quizá el uso automáticamente asociado cuando se menciona esta palabra es el del Casco Militar, teniendo distintos diseños a lo largo de la historia y con la finalidad de proteger al soldado de distintos proyectiles y confeccionado fundamentalmente en Materiales Metálicos, pudiendo ser de acero o aleaciones similares.
También encontramos la utilización de Cascos Deportivos como los que encontramos en el Patinaje (en deportes de Hockey Sobre Patines, o el que utiliza el Goalie para evitar impactos del disco o balón) y también en aquellos que se realicen a Alta Velocidad, como en el caso del Automovilismo o Motociclismo, como también se utiliza en el Ciclismo.
En estos últimos casos, en muchos países se reglamentó la obligatoriedad de utilizar un Casco para Motos para poder transitar por las calles, mientras que para andar en bicicleta solo en algunos países se dispuso su obligatoriedad, teniendo lógicamente diseños diferentes, donde el primero se cubre totalmente la cabeza mientras que en el segundo caso tienen un diseño que cubre fundamentalmente la parte superior de la cabeza dejando al descubierto el resto.

Qué es Casco

(De cascar); sust. m.

1. Pieza de metal, plástico u otro material resistente que se usa para cubrir y proteger la cabeza: es obligatorio el uso de casco cuando se circula en moto.
2. Copa del sombrero: se sentó accidentalmente sobre su chistera y le espachurró el casco.
3. Botella o recipiente vacío de cristal que sirve para contener líquidos: antiguamente, para comprar vino en las bodegas debías llevar el casco.
4. Cada uno de los trozos de un objeto fragmentado o partido: tras acabar las obras, los albañiles dejaron la calle llena de cascos de ladrillos; tenía tanta hambre que se comió un casco de pan duro y enmohecido.
5. Gajo o división interior de algunas frutas: no quiero toda la naranja, sólo comeré un casco.
6. Armazón o cuerpo exterior de una embarcación o una aeronave: el casco del buque se resquebrajó violentamente al chocar contra un iceberg.
7. Núcleo de una población formado por una aglomeración compacta de edificios: es muy difícil encontrar aparcamiento en el casco urbano de Madrid; dentro del casco antiguo de Salamanca destaca la Plaza Mayor.
8. Uña o parte córnea que se halla en el extremo de las patas de las caballerías: las herraduras se clavan en los cascos de los caballos.
9. Cáscara dura de algunos frutos.
10. Cada una de las capas gruesas de la cebolla.
11. Armazón de la silla de montar.
12. Embarcación filipina de fondo plano y costados verticales, con batangas y velas de estera, que carga unas 50 toneladas.
13. Pieza de heráldica que imita el casco de la armadura y sirve para timbrar el escudo, poniéndolo inmediatamente encima de la línea superior del jefe.
14. [Uso familiar] Cabeza o cráneo (se usa también en plural): ya me duele el casco de tanto estudiar; esa condenada música de los vecinos me va a reventar los cascos.
15. ]Chile] Suelo de una propiedad rústica aparte de los edificios y plantaciones.
16. (sust. pl.) [Uso familiar] Razón o juicio en las personas: ¡que no, leñe, que no me entra en los cascos que un hombre pueda volar por el espacio!
17. (sust. pl.) Cabeza de las reses desprovista de sesos y lengua y despiezada para el consumo humano: compró unos cascos de cordero para hacer un guiso con patatas.
18. (sust. pl.) Aparato compuesto por dos auriculares unidos por una estructura arqueada que se ajusta a los oídos y permite una audición individual de las señales acústicas que recibe: siempre trabaja con los cascos puestos para que no le molesten los ruidos de la oficina.

Modismos
Abajar el casco. Cortar gran parte del casco de las caballerías.
Calentar los cascos a alguien. [Uso figurado y familiar] Preocupar o enfadar a una persona: ¡no me calientes los cascos, que me conozco! (Se usa también con el pronombre reflexivo: deja ya de calentarte los cascos pensando en dónde estarán ahora).
Casco antiguo. Véase la acepción número 7.
Casco atronado. El de la caballería que se ha dado algún alcance o zapatazo.
Casco de casa. Lo material de un edificio, sin adornos ni otros adherentes.
Casco de estancia. [Argentina] Espacio ocupado por las edificaciones centrales de una estancia.
Casco de mantilla. Su tela, aparte de la guarnición y el velo.
Casco urbano (o de población). Véase la acepción número 7.
Cortar a casco. Podar las plantas de modo que el corte quede raso y limpio.
De cascos lucios. [Loc. adjetiva, uso familiar] Véase alegre de cascos.
Lavar (o untar) el casco (o los cascos) a alguien. [Uso figurado y familiar] Adular o lisonjear a una persona.
Levantar de cascos a alguien. Infundir falsas esperanzas en una persona para que haga algo de lo que uno se pueda aprovechar.
Ligero (o alegre o barrenado) de cascos. [Loc. adjetiva, uso familiar] Se aplica a la persona alocada, despreocupada y poco reflexiva: su novia es una chica joven y algo ligera de cascos.
Meter en los cascos algo. [Uso figurado y familiar] Persuadir a una persona de una cosa: aprovechándose de su ingenuidad, le metió en los cascos que debía adelgazar.
Parecerse los cascos a la olla. [Uso figurado y familiar] Heredar y practicar una persona las malas costumbres de sus padres.
Quitarle (o raerle) a alguien del casco alguna cosa. [Uso figurado y familiar] Disuadir a una persona de algún pensamiento o idea que se le había fijado.
Romper los cascos a alguien. [Uso figurado y familiar] Molestar y fatigar a una persona con discursos impertinentes.
Romperse los cascos. [Uso figurado y familiar] Cavilar o esforzarse mucho en el estudio o investigación de algo: se rompió los cascos intentando resolver el misterio.
Sentar los cascos. [Uso figurado y familiar] Hacerse juicioso y de buena conducta el que era turbulento y desordenado.
Tener cascos de calabaza (o los cascos a la jineta o malos cascos). [Uso figurado y familiar] Tener poco asiento y reflexión.

Sinónimos
Yelmo, cimera, visera, botella, botellín, recipiente, envase, casquete, fracción, pedazo, trozo, quilla, mascarón, cabeza, cráneo, sesos, razón, sentido.

Historia

Las circunstancias por las que el hombre ha necesitado cubrir su cabeza para defenderla de algún agente externo han sido muchas y muy variadas a lo largo de la historia, aunque el campo en el que más se han desarrollado han sido, como cabe esperar, el de la milicia; de hecho, la cabeza fue la primera de las partes del cuerpo que se defendieron, junto con el tronco.

El casco en la Antigüedad

Las primitivas corazas, hechas de pieles de animales, estaban acompañadas de burdos cascos hechos con la misma piel, incluso vaciando la cabeza del animal y colocando ésta sobre la propia frente del guerrero.

Precisamente, ese uso de las pieles como protección del cuerpo trajo como consecuencia lógica que el cuero fuese el primer material elaborado que se utilizara como defensa, una vez que el hombre aprendiera a curtir. Así, se conservan antiquísimos vestigios de cascos realizados en cuero; de hecho, fue prácticamente el único material utilizado hasta que la forja de metales posibilitara el uso del bronce para realizar armas y elementos defensivos. No obstante, el uso del cuero para cascos estuvo generalizado durante toda la antigüedad, y su uso persistió hasta bien entrada la Edad Media.

Como cabría también esperar, fueron las más antiguas civilizaciones conocidas las que ya utilizaran el casco no sólo como elemento de defensa en el arte de la guerra, sino también como elemento distintivo de las clases dominantes. Así, en Mesopotamia y, sobre todo, en Egipto se tienen multitud de testimonios, tanto arqueológicos como artísticos, del uso del casco. A estas dos grandes civilizaciones, y generalizando en extremo, les une la forma semiesférica o, sobre todo, cónica; es bien sabido que para los egipcios la forma alargada de la cabeza era un síntoma de dignidad e, incluso, divinidad y belleza, por lo que no debe extrañar que sus cascos adoptaran esta forma desde muy antiguo. Los cascos egipcios estaban hechos con planchas metálicas, tenían una prolongación posterior, a modo de cubrenuca, y se ataban por debajo de la barbilla con una pequeña correa. La milicia egipcia, por su parte, solía portar un casco elaborado con juncos trenzados, mientras que el de los oficiales era de bronce.

Por otra parte, tanto en Egipto como Mesopotamia, como ya se ha mencionado, el casco comenzó a utilizarse como elemento distintivo de los dignatarios, aunque puede afirmarse que este uso es tan antiguo como la aparición del entramado social en el ser humano, ya que la cabeza ha sido desde siempre la parte del cuerpo más proclive a ser adornada. La divinidad egipcia, el faraón, portaba espectaculares cascos recubiertos de piel de animales, especialmente de pantera, y rematados con joyas y piedras preciosas con emblemas o amuletos que representaban a las divinidades, como el característico y magnífico uraeus que, con forma de cobra en posición de defensa, era su distintivo característico.

Los pueblos mesopotámicos, más belicosos que los egipcios, especialmente los asirios y los caldeos, desarrollaron mucho el casco como elemento defensivo en sus ejércitos. Fabricaban éstos con bronce e incluso hierro, con una característica forma puntiaguda, sin yugulares ni cimeras o con yugulares fijas. Los reyes se distinguían también por el rico adorno de sus cascos, las famosas tiaras de tres cuerpos descritas ya por Herodoto; se han encontrado, incluso, ejemplares recubiertos de oro y con adornos imitando el cabello y otros dibujos, como el que se conserva en el Museo de Bagdad. Los persas e hititas, por su parte, utilizaban cascos de figura semiesférica adornados a veces con crestas, además de otros con visera movible y babera de láminas articuladas. Los pueblos micénicos también desarrollaron tanto la armadura como el casco; junto a la coraza encontrada en Dendra (Micenas), un impresionante ejemplar de armadura de bronce para ser usada desde un carro, también aparecieron restos de colmillos de jabalí perforados, lo que demuestra que en ocasiones se fabricaron cascos elaborados con varias capas de tiras de cuero y un recubrimiento de colmillos de este animal. Los asirios, por su parte, utilizaron con frecuencia la cimera, generalmente con forma de abanico o de cuerno curvado, e incluso con una especie de media luna con las puntas vueltas hacia abajo.

No obstante, la civilización que, sin duda, desarrolló más el casco fue la griega. No sólo lo mejoró, cuidando el aspecto defensivo, sino que lo embelleció sobremanera, variando infinitamente sus formas y agregándole elementos extraordinarios, repujados e incluso pinturas. Clasificar los cascos griegos es complicado, a pesar de que han llegado hasta nuestros días infinidad de buenos y bellos ejemplos, sobre todo en las distintas manifestaciones artísticas, como la cerámica y la escultura; una división básica sería la que atiende a las zonas que éstos cubrían, entre aquellos cascos que dejaban el rostro al descubierto (llamados áticos) y los que tenían una visera que cubría parte el rostro (o corintios). A pesar de que el metal era el material más usado, el cuero no se había abandonado, y era frecuentemente usado, aunque perfeccionado (con varias capas superpuestas de correas entrelazadas y trenzadas), entre los soldados noveles. En un principio, los cascos siguieron la forma semiesférica de los primitivos cascos de cuero, aunque a éstos se les fueron añadiendo complementos para aumentar su efectividad, como cubrenucas (ya utilizadas por persas y egipcios), viseras, yugulares y refuerzos nasales.

El casco corintio constaba de un casquete semiesférico que se prolongaba hacia atrás con una cubrenuca y por delante con una gran visera recta con agujeros a la altura de los ojos y un nasal ancho y reforzado, amoldándose a la forma del rostro; el conjunto se coronaba con una cimera adornada con crines de caballo. Algunos modelos sólo dejaban la parte inferior del rostro (boca y barba) y los ojos al descubierto. Estaban fabricados con una fina capa de bronce de espesor uniforme que oscilaba entre 1 y 1,5 mm. Los nasales y las piezas que cubrían las mejillas fueron reforzándose con el paso del tiempo, mientras que los yugulares, casi siempre fijos, son móviles en algunos ejemplos tardíos. El casco de los hoplitas, la infantería pesada griega, es un buen ejemplo de casco corintio.

El casco ático, por su parte, no aparece registrado en ninguna manifestación artística hasta el siglo VI a.C. Como ya se ha apuntado antes, carece totalmente de visera, lo que dejaba el rostro completamente al descubierto; como contrapunto, el frontal se desarrollaba extraordinariamente, con forma saliente y terminado en volutas u otros adornos profusamente elaborados. Las yugulares suelen ser móviles y el nasal es muy pequeño o inexistente. La cresta y la cimera son similares a las del corintio, aunque la cimera suele tener mayor espesor para amortiguar mejor los golpes, y agujeros para pasar las crines que adornan el crestón. Los penachos del crestón, por otro lado, fueron un adorno de la época clásica, en cualquier caso posterior a Homero (quien ni siquiera los menciona). Para amortiguar el contacto del metal con la piel del cráneo, el interior del casco se reforzaba con un acolchado de cuero, lienzo e, incluso, esponja. Algunas de las esculturas más significativas de la Grecia clásica, como la cabeza de Atenea que se conserva en el museo arqueológico de Atenas, portan espectaculares ejemplos de este tipo de cascos, con gran profusión de adornos y espléndidos y fantásticos acabados.

El pueblo etrusco, claramente influenciado por la cultura griega, ha dejado ejemplos de cascos parecidos en forma y tamaño a los helenos, sobre todo del tipo ático, sin yugulares ni cubrenuca, consistiendo básicamente en un capacete ligero generalmente abombado, con una arista que une las dos mitades, aunque se conservan algunos ejemplos con una peculiar forma cónica, como el casco que se puede contemplar en el Museo de Florencia; la cimera se reduce a un simple botón o a varios en el remate del casco; algunas veces también se rematan con dos antenas laterales muy altas que tienen el aspecto de cuernos.

Roma tuvo un proceso parecido al de Grecia antes del Imperio, aunque se tiene escasa información de este período. Los soldados romanos usaron primero un casquete de piel o cuero con forma cónica que fue luego sustituido por el bronce, y en general usaban las mismas protecciones que los griegos. Los hastati, infantería legionaria pesada descendiente directa de los hoplitas y que portaban la célebre lanza llamada pilum, usaban cascos de bronce, algunos adornados con penachos y largas alas, mientras que los velites, o infantería ligera, usaban un pequeño casco de cuero, a veces cubierto de pieles de animales, especialmente de lobo.

En época imperial, el gran número de cuerpos auxiliares en que se dividió el ejército trajo consigo considerables variaciones en su indumentaria y armas ofensivas y defensivas. Los hombres de la legión portaban el ya clásico casco formado por un casquete semiesférico con una banda cilíndrica que, al prolongarse por detrás, formaba una cubrenuca recta de la que pendían dos anchos yugulares o unas carrilleras de cuero guarnecidas de escamas con las que sujetarlo debajo del mentón, rematado a veces con una simple bola o con una cimera de la que sobresalía un penacho rojo o negro; los decuriones y, sobre todo, centuriones adornaban sus cascos con vistosos penachos de crestas trasversales, a menudo plateadas. El casco era una prenda exclusiva para el combate, y no se utilizaba ni siquiera en las marchas, durante las cuales se llevaba suspendido mediante unas correas.

Mucho más variados eran los cascos de los gladiadores, probablemente debido a la influencia de los pueblos conquistados por Roma y que proveían de combatientes de todos los rincones del Imperio a los circos de las grandes ciudades, Roma en particular. Aunque se conservan ejemplos de cascos pequeños que dejaban el rostro al descubierto, lo más habitual era que consistieran en cascos cerrados, del estilo al casco corintio griego, con un ensanchamiento para cubrir el cuello y parte de los hombros, o con anchas alas que hacían las veces de cubrenuca. La visera tenía una sola abertura para los ojos o dos aberturas para éstos y pequeños agujeros a los lados para la traspiración. A menudo podrían abrirse hacia los lados, girando sobre unos goznes, y cerrarse por medio de unos ganchos o pestillos, pero no subirse o bajarse, lo que supone una peculiaridad. Las cimeras incluían elementos de fantasía, como imitaciones de rostros humanos o figuras de animales, tanto reales como imaginarios (felinos, jabalíes, grifos e incluso peces). El espectáculo del circo era un negocio muy rentable en la época, y estaba rodeado de toda una singular parafernalia y de un lujo y pompa como pocos espectáculos de la época; los lanistas, o formadores de gladiadores, competían entre sí por presentar a sus pupilos con el mayor lujo posible, con armeros especializados a su servicio, lo que explica la suntuosidad y el exquisito acabado artístico de muchos de los ejemplos que han llegado a nuestros días, como los hallados en las ruinas de Pompeya. Los acabados son a veces magníficas piezas de orfebrería, con adornos en relieve de escenas mitológicas o figuras de animales, además de remates espectaculares, como alas de águilas y otros artificios.

Otros pueblos contemporáneos del romano también introdujeron en sus cascos elementos distintivos y, en no pocas ocasiones, fantásticos. Los galos usaban cascos de cobre o hierro, con forma esférica o cónica, con rebordes salientes que adornaban con formas de animales, como cuernos de carnero o de toro, o alas de ave. Los celtas e iberos, por su parte, usaban poco el casco; su uso se reservaba para los ceremoniales o como parte de la panoplia de los miembros de las jefaturas; algunas fuentes, no obstante, mencionan cascos ricamente decorados con cuernos en la parte superior, aunque también contarían con figuras de animales como jabalíes, ciervos o pájaros, tal como aparecen en una escena del Caldero de Gundestrup, o en el fabuloso casco hallado en Ciumesti (Rumanía). El tipo más representado es el conocido como Montefortino, procedente de este yacimiento italiano, con un saliente en la parte trasera para proteger la nuca. Esta variante tipológica se extendió a partir del s. IV a.C. por el resto de Europa, aunque luego se le fueron añadiendo otros elementos como fijaciones para penachos o lengüetas protectoras de sienes y mejillas. En España se han atestiguado varios ejemplos de cascos realizados en cuero con refuerzos de hierro.

El casco en la Edad Media

La caída del Imperio romano trajo consigo una verdadera crisis en el oficio de armero. Las armaduras tuvieron que prácticamente reinventarse, y la evolución de las armas sufrió un retroceso parejo a otros aspectos de la llamada “época oscura”. Las invasiones germánicas cambiaron el mapa de Europa radicalmente, y hasta el desarrollo de la época feudal no comenzó de nuevo a pensarse en la formación de ejércitos profesionales. Incluso en un principio el uso del casco fue raro entre los pueblos germánicos, tanto francos como sajones y otros grupos, quienes usaban simples cascos semiesféricos, incluso con remates hechos de hueso; su uso estaba reservado a los jefes, y a menudo tenían una cimera adornada con amuletos. Se han encontrado también ejemplos de cascos elaborados con un armazón de hierro fijado a un gorro de cuero en culturas anglosajonas, además de cascos de latón e, incluso, madera. En época de Carlomagno se tienen referencias de cascos semiesféricos, cónicos, acabados en punta inclinada hacia delante (como los gorros frigios), combados y con cimera, incluso adornados con crestas o flores de lis. A veces se añadía una corona no sólo en los cascos de los reyes, sino en los de los altos magnatarios o personalidades distinguidas. En cualquier caso, en este largo período el casco rara vez tenía protecciones para el rostro ni yugulares, y tan sólo en el caso de los cascos celtas se han encontrado ejemplos de cubrenucas.

El casco clásico de la Alta Edad Media es el usado por los normandos, cónico (no muy elevado sobre la cabeza) y con protección nasal, generalmente atado con cordones por debajo de la barbilla. Poco a poco se le fueron añadiendo protecciones para las mandíbulas y el cuello, aunque la protección nasal fue la habitual incluso en los cascos redondos y de copa plana. No obstante, también se catalogan numerosos ejemplos de cascos cónicos, redondos y de copa plana (cilíndricos) sin protección nasal en esta época, todos ellos de una sola pieza con dos hendiduras horizontales para la visión reforzados con bandas que se cruzan sobre la cara y por arriba. En el siglo XIII fueron muy frecuentes las cimeras en forma de abanico.

A partir, precisamente, del siglo XIII los cascos se diversifican de manera prodigiosa, de la misma manera que se produce el período de desarrollo de la armadura. Una clasificación muy general puede hacerse entre cascos cerrados o yelmos (helm en inglés), propio de los caballeros, y casquetes (helmet), que ofrecía una menor protección y eran usados por los combatientes a pie. A su vez, los yelmos se dividían en dos clases fundamentales: aquellos en los que las placas se unen por remaches para que queden de una sola pieza y los que llevan un ventanilla (ventalle) móvil; a partir de esta división, y atendiendo a los cambios de estilo que se produjeron, se puede hacer una clasificación más concreta entre los yelmos de copa plana, los de copa redonda y los de forma de “barra de pan” (con un acabado cónico en la parte superior y forma cilíndrica en la base). Los casquetes, por su parte, pueden clasificarse en hemisféricos, cilíndricos, cónicos, de ala ancha y con protección nasal.

Los cascos de copa plana constituyeron uno de los tipos más usuales de la Baja Edad Media. Hubo muchos tipos distintos; uno de los más usuales fue el de cilindro con bandas delanteras formando una cruz y hendiduras horizontales para la visión, aunque sin agujeros para respirar, al que poco a poco se fueron añadiendo dichos agujeros y eliminando las bandas. Todos ellos aparecen desde totalmente desprovistos de adornos a profusamente adornados. En cuanto a la forma de cilindro, no siempre fue igual, ya que algunos ejemplos aparecen con ligera forma de barril, al abultarse levemente por los lados, o convexa en su perfil.

El casco cilíndrico de copa plana con ventanilla móvil aparece a mediados del siglo XIII. Algunos ejemplos conservados en la Torre de Londres son de hierro y pesan más de 8 kg. Los cascos de copa redonda, por su parte, también comenzaron a utilizarse a finales del siglo XIII, al igual que los que tienen forma de “barra de pan”, algunos tan bajos que descansan sobre los hombros.

Todos estos cascos se llevaban sobre una cofia de malla metálica y se ataban con cordones. Era costumbre que, para evitar la pérdida fortuita en alguna refriega, el casco se sujetara a alguna placa de la armadura con una cadena.

Las cimeras fueron muy habituales durante el esplendor de la armadura. Aunque pueden verse ejemplos del siglo XIII, sería a partir del siglo XIV cuando se adornaran con un mayor número de detalles y figuras, con animales mitológicos, tales como grifos y dragones, o animales propios de la heráldica, como águilas (como la que adornaba el ventalle del casco de Luis de Saboya) y leones (como el que adornaba el yelmo de Ricardo "Corazón de León"), además de otros elementos como hachas, alas, abanicos, etc. Los motivos heráldicos solían formar parte del casco en sí, más que constituir elementos añadidos fuera del conjunto. El adorno con plumas era característico de las cimeras con forma de abanico, e incluso se encuentran ejemplos de armaduras rematadas con cuernos o colmillos, hechos a veces de animales tan poco comunes como la ballena, como el usado por el conde de Bolonia en la batalla de Bovines en 1214. Los cascos de los reyes podían ir adornados con una corona adosada a la parte superior del yelmo, aunque era más habitual que ésta se llevara sobre la cofia de malla.

El casquete o bacinete, como se mencionó antes, adoptó diversas formas y constituía a menudo la única protección de la cabeza, a pesar de que el combatiente portara una armadura completa; de hecho, con el paso del tiempo los caballeros prefirieron la liviandad del bacinete al peso e incomodidad del yelmo, relegando éste para la práctica de justas o torneos, e incluso aumentando el gorjal en altura para que pudiera proteger el cuello y rostro. Los bacinetes podían ser cilíndricos, cónicos y de ala ancha; aquellos que llevaban protección nasal podían ser cilíndricos, de copa redonda y cónicos.

Entre la infantería, fue extendiéndose el capillete, o sombrero de hierro, de ala anchas y ligeramente caídas que sólo protegía el cráneo. Al aplicar al capillete una babera, que cubría la parte inferior del rostro, nació la celada, con visera fija o movible, mucho más liviana que el yelmo. A mediados del XV se extendió el almete, que descansaba sobre el gorjal y tenía una visera movible que normalmente colgaba sobre una horquilla cuando no era utilizada.

El último casco de armadura que tuvo uso fue la borgoñeta, una celada que se adaptaba a la forma de la cabeza y que solía estar ricamente ornamentada, y de las que quedan bellos ejemplos tanto del siglo XVI como del XVII.

En España, la infantería solía llevar un capacete semiesférico con alas caídas o un morrión, una variedad de éste que fue utilizada a partir de mediados del siglo XVI y que se distinguía por llevar una cresta alta y alas levantadas.

El casco, como el resto de piezas de la armadura, fue poco a poco relegado al armamento de exhibición o de torneo a partir del siglo XVI. Estas armaduras eran tan sólo utilizadas por reyes y personajes de la alta burguesía, quienes encargaban su fabricación a los grandes maestros europeos con el único propósito, a menudo, de ser utilizados para retratarse con ellas. La proliferación de adornos y la fantasía con que éstos eran realizados posibilitaron un sin fin de soluciones tanto de formas como de acabado de superficies; las filigranas solían grabarse sobre estas mismas, e incluían repujados dorados, nielados o damasquinados con formas caprichosas, como animales o instrumentos musicales.

El casco en la Edad Moderna y Contemporánea

El declive de la armadura coincidió con la proliferación de las armas de fuego, las cuales hacían inútiles las protecciones metálicas y llevaron a la desaparición prácticamente completa de éstas. El casco, junto con el peto, espaldar y guanteletes, fueron las últimas piezas que resistieron puesto que eran las únicas que podían ofrecer una protección medianamente eficaz en las maniobras ligeras de caballería e infantería. Con todo, tan sólo el casco y, en ciertas ocasiones, la coraza han perdurado hasta prácticamente nuestros días más como elemento estético y diferenciador de los distintos cuerpos del ejército que como medida de protección propiamente dicha.

Los sofisticados cascos dieron paso a cubrecabezas más ligeros, utilizados especialmente durante el siglo XIX. Por ejemplo, el ejército prusiano y alemán tenía como reglamentario un casco de cuero y guarniciones metálicas. Los húsares utilizaron un casquete alto forrado de piel llamado colbak, mientras que los dragones franceses usaron un casco de alta frente abombada, adornada con una visera y carrilleras, así como una alta cimera rematada con un crestón. Los guardias de corps llevaban un casco rematado con un águila, y en general los oficiales de cierta graduación se distinguían por ligeros cascos metálicos, como en el caso de España, con repujados en el frontal, con reborde adornados con figuras geométricas, y un remate superior terminado en punta. En cualquier caso, los uniformes de los ejércitos de todo el mundo han ido adaptando distintas prendas para cubrir la cabeza en detrimento del casco, especialmente gorros y viseras, y relegando éste a muy contados cuerpos que sólo lo utilizan como parte del uniforme de gala en determinadas celebraciones.

Las tropas coloniales de casi todas las naciones han utilizado cascos de materiales ligeros, como el corcho, la paja o el fieltro; debido a que generalmente se utilizaban en países donde las condiciones climatológicas eran muy extremas y húmedas, se solían realizar en un tono claro y con agujeros que permitieran la transpiración, además de una ala ancha que protegiera los ojos y la nuca del sol y la lluvia.

Los grandes conflictos del siglo XX han variado de nuevo el concepto de indumentaria militar. El desarrollo de la artillería ha hecho del casco uno de los elementos insustituibles en la indumentaria del soldado, ya que la cabeza de éste debe ser protegida no ya contra el impacto directo de un proyectil, sino contra la metralla y las esquirlas de metal que pudieran saltar por los aires tras las explosiones, además de las balas perdidas o impactos indirectos de bala (los directos difícilmente son eludibles). Asimismo, el desarrollo del arte del camuflaje ha cambiado, además, el aspecto tradicional de los cascos y demás útiles militares, ya que el soldado, quien siempre quiso hacerse visible en el campo de batalla, busca ahora el pasar inadvertido, imitando los colores que le rodean, especialmente los pardos y excepcionalmente el blanco para los terrenos nevados, además de introducir otros elementos con el mismo fin, como la red de camuflaje.

A los cascos de la Primera Guerra Mundial, con apenas protección para el rostro, les siguieron los cascos típicos de la Segunda Gran Guerra, con un ligero refuerzo en la nuca, tanto de los soldados alemanes (como el clásico casco de la Luftwafe, con una ligera visera) como de los aliados. Fabricados en acero u otros metales, su uso ha continuado en todas las batallas hasta la propia Guerra del Golfo, pintados según la necesidad. Incluso hoy día a los cuerpos que velan por la paz en territorios conflictivos se les conoce como "cascos azules", en referencia al color con el que se distinguen éstos y que los diferencian del resto de tropas. Una mención aparte debe hacerse a los cascos utilizados por la aviación, cuyos modelos han variado enormemente desde los primitivos gorros a los que se acoplaban unas gafas que aislaban los ojos del piloto del fortísimo aire, hasta los modernos cascos a los que se puede acoplar un tubo con oxígeno en caso de que sea necesario.

Hoy día, aparte de los usos militares, el casco se utiliza para aquellos oficios que necesitan de una protección específica para la cabeza, sobre todo en aquellos que se dedican a la protección ciudadana. A los clásicos cascos blancos o negros propios de la guardia de tráfico, como el caso de España o de Inglaterra, deben sumarse peculiares ejemplos, como el tricornio de la Guardia Civil, o los cascos usados por la Horse Guard en Inglaterra o la Guardia Suiza del Vaticano. En todo caso, no dejan de ser ejemplos de un uso tradicional de las prendas militares, más que de un producto de la necesidad. Casos excepcionales son los de los cuerpos de desactivación de explosivos, que cuentan con protecciones específicas para las distintas partes del cuerpo, sobre todo la cabeza y el rostro, así como los antidisturbios, que protegen su cabeza con un casco y su rostro con una lámina de metacrilato u otro plástico endurecido.

En cuanto a los oficios de riesgo, el casco es no sólo un complemento del equipo de mineros, bomberos o profesionales de la construcción, sino que es un elemento obligatorio en muchos casos. A mayor especialización de los oficios mayor originalidad de las protecciones, como pueda ser el caso de los cascos que utilizan los soldadores, con una pequeña visera realizada con un material especial que impide que la luz que emana del estaño en fundición dañe las córneas del obrero.

Otro caso peculiar son los cascos que se utilizan en las inmersiones marinas y en los viajes tripulados al espacio. En ambos casos se conocen con el término de escafandra, y cumplen la misma misión: aislar a quien lo porte y permitirle respirar en medios donde sería imposible hacerlo sin el equipo de oxígeno necesario. Estos cascos no sólo aíslan del exterior, sino que albergan un complicado sistema de tubos que permiten la respiración con toda normalidad.

El casco en el deporte

Quizá el ámbito en el que más se han especializado los cascos en los últimos tiempos haya sido en el deporte, en donde su uso responde a una necesidad real de protección. Ejemplos hay muchos y muy variados, aunque es quizá en las competiciones de velocidad donde más se han desarrollado. Tanto en el motociclismo como en el automovilismo o las pruebas de motonáutica, los cascos han experimentado una rápida evolución desde los modelos simples de finales del siglo XIX hasta los sofisticados cascos de aleaciones plásticas y fibra de carbono de última generación, los cuales ofrecen una gran resistencia con un peso mínimo (en algunos casos incluso inferior a 1 kg, aunque el peso habitual esté en torno a los 1.400 gr). En general, se distinguen dos tipos básicos de cascos para las competiciones deportivas de velocidad: los integrales, que cubren el cráneo y todo el rostro, y los abiertos, utilizados en disciplinas donde se alcanzan menos velocidades (como el trial o el motocross) o en épocas estivales. Los cascos integrales incluyen una visera de plástico movible que puede sustituirse en caso de deterioro, aunque ésta también se aplica a los cascos abiertos, y en este caso suele ser fija.

El ciclismo, donde una diferencia de peso de miligramos puede ser importante y donde la resistencia al aire puede hacer variar en centésimas de segundo un mejor tiempo, se han adoptado peculiares soluciones de cascos en los que la aerodinámica impone el uso de formas muy peculiares, algunas con extensiones que prácticamente se apoyan sobre la espalda del corredor, además de utilizarse materiales realmente ligeros. Otros deportes, como las pruebas de velocidad en nieve, exigen también su uso.

No obstante, son muchos los deportes que no tienen nada que ver con la velocidad donde los cascos son igual de necesarios. En la mayoría de los casos, los cascos protegen la cabeza de los participantes ante el riesgo de impactos producidos en el transcurso del juego, sobre todo en los lances cuerpo a cuerpo o ante el riesgo de que el esférico o aquello que se utiliza para jugar pueda impactar en la cabeza de un jugador. Así, el béisbol, fútbol americano, hockey sobre hielo o, incluso, el waterpolo son deportes en los que, en mayor o menor medida, es necesario una protección de la cabeza (aunque sólo sea los oídos, como en el caso del waterpolo, donde también se utiliza el gorro protector para diferenciar a los miembros de cada equipo), además de otras modalidades y deportes de riesgo, como la escalada.

Por último, algunas disciplinas necesitan protecciones específicas, como la esgrima o algunas de las artes marciales, en las que se utiliza un casco ligero rematado con una red metálica para evitar que las armas impacten en el rostro del participante.

El casco en otras culturas

A lo largo de la historia, las culturas que poco o ningún contacto tuvieron con la occidental también desarrollaron protecciones para el cuerpo y la cabeza, principalmente para la guerra. En América, por ejemplo, se han encontrado defensas para la cabeza realizadas con pieles de animales, además de rudimentarios cascos que imitaban la forma de las testuces de los animales considerados sagrados o especialmente temibles, además de aves. Es, por otro lado, habitual en muchas culturas el uso de cimeras adornadas con plumas. En la zona altiplana se han encontrado ejemplares de cascos realizados en madera, a menudo forrados de pieles y que representan cabezas de caimán u otros animales fieros e incluso con forma de cabeza humana con rasgos grotescos, con dientes postizos y exagerados y vivos colores con los que amedrentar al adversario. Caso parecido es el de algunos pueblos de África e incluso australoides, donde los cascos más tuvieron de elemento ritual que de protección ante el combate, y así adquirieron caprichosas formas y acabados.

Los turcos, persas, indios y mogoles desarrollaron los cascos ovoides y cónicos, a menudo adornados con delicados remates. Los pueblos árabes, cuya cultura se desarrolló paralela a la occidental, adoptaron para sus cascos usos parecidos a los de los combatientes europeos; así, entre las tropas sarrecenas en época de cruzadas era habitual el uso de casquetes metálicos, generalmente cónicos y en muchos casos adornados con la clásica media luna, símbolo de la religión musulmana, en contraste con la cruz cristiana. La caballería pesada árabe también desarrolló algunos elementos propios de la armadura occidental, aunque nunca alcanzaron la sofisticación de ésta.

Por último, cabe destacar los elementos de defensa de las armaduras de los caballeros samurais, también llamadas yoroi. En ellas se combinaban los elementos de cuero y tela fuerte con los remates de hierro y una cota de malla. La cabeza era una de las partes que mayor protección tenía; el guerrero, una vez que se había vestido la complicada sucesión de piezas metálicas, se colocaba un cuello de hierro con babero metálico que protegía la zona del cuello; a continuación, un casquete de algodón se ataba alrededor de la cabeza, lo que ayudaba a amortiguar el peso del casco; una máscara de hierro laqueado, lo bastante fuerte como para mellar una lanza, cubría la cara; y, por fin, un casco con visera hecho con tiras de metal se colocaba sobre la cabeza y unas orlas blindadas protegían el cuello y la nuca. Tanto el casco como el resto de la armadura de los samurais fueron considerados, al igual que ocurría en occidente, como piezas artísticas, y eran por ello elaboradas con exquisito primor y todo lujo de detalles.