Comercio directo con España

Ya hemos visto cómo los aborígenes eran sorprendidos por los españoles con el trueque de sus productos por baratija, como práctica de una incipiente actividad comercial, en la creencia de que unos y otros habían engañado al contrario, aunque la verdad es que ambos salían contentos de la "operación comercial", porque en el intercambio dejaba lo que menos les interesaba. Hemos visto también cómo se comerciaba particularmente con el oro y las perlas. Agotadas éstas, el conquistador hispano se dedicó a asentarse en el país, a cultivarlo y a sacarle provecho económico a su producción.

La extracción minera -que fue muy escasa- y la producción agrícola comenzaron a ser objeto de comercio.

El viaje del Descubrimiento fue en sí, originalmente, un acto de comercio, como quiera que Colón y los navegantes de la época soñaban con los tesoros del Oriente, con las especias o condimentos de la India. Por ello el almirante convenció a los reyes católicos de la necesidad de patrocinar la expedición, con la esperanza de hallar la ruta más corta hacia las Indias por la vía del Occidente. La reina Isabel de Castilla sospechaba que estaba haciendo una buena inversión en momentos en que las arcas de la corona estaban arruinadas. Los resultados ulteriores del descubrimiento de América, tales como la evangelización, la transculturación, el mestizaje, etc. no podían estar inicialmente en la mira de los descubridores. La América, la tierra maravillosa que se ofreció a los ojos asombrados de Colón, fue una sorpresa para el propio Almirante, para España y para todo el mundo.

En un principio, el comercio entre España -nación descubridora- y el Nuevo Continente se realizó mediante reglamento expreso dictado por la corona de Castilla. El almirante Cristóbal Colón se reservaba el 10% del producto hallado en sus viajes, en tanto que al reino le correspondía el 90%. Un beneficio adicional obtuvo Colón, ya que al permitírsele aportar la octava parte de los costos del cargamento, se le garantizaba una octava parte de las posibles ganancias. Evidentemente, para los Reyes y para el Almirante, los viajes colombinos resultaron una verdadera empresa mercantilista. Desde 1493 -segundo viaje de Colón- se prohibió expresamente a "personas de cualquier grado o calidad", la conducción de mercancías con fines comerciales, por lo cual todos los que se enrolaban en la expedición debían registrarse con sus mercancías ante un funcionario de la Real Hacienda.

Por lo mismo que se trataba de un régimen monopolista, y los reyes católicos no estaban dispuestos a perder dinero en sus probables operaciones comerciales, se estableció una minuciosa vigilancia, y hasta se creó una "casa de aduana", donde un tesorero y un interventor ejercían estricto control de cuanto salía de España o se trasladaba a ésta desde las Indias Occidentales (América).

El monopolio, por lo demás, se establecía no sólo para proteger los intereses económicos de España, sino también para ganarle de mano a otros países europeos, que como Inglaterra y Portugal, apetecían con voracidad las tierras recientemente descubiertas.

Es más, la corona designó en 1493 a Juan Rodríguez de Fonseca -poderoso señor de poderosas influencias- para que vigilara el comercio que se hacía con las nuevas tierras. Este sacerdote, capellán de la reina, mantuvo absoluto control de las relaciones comerciales con las colonias hasta 1503, año en que se fundó la Casa de Contratación de Sevilla.

Pese a todas las restricciones, los reyes se mostraron un tanto liberales a partir de 1495, cuando se vieron presionados por el creciente deseo de los españoles de viajar a América. La ordenanza del 10 de abril de 1495 permite a los castellanos ejercer el comercio libremente con las Indias, aunque sujetos a ciertas normas. En todo caso, los comerciantes que llevaban sus mercancías a España, debidamente registradas, jamás pagaron los impuestos establecidos, hasta 1543. En cambio los puertos de América no estaban exentos de los pagos aduanales correspondientes a cuanto recibieran de la península española.

A partir de 1503, toda actividad comercial entre España y sus provincias de ultramar estuvo regulada por la Casa de Contratación, que se fundó en Sevilla en 1503 pero fue trasladada a Cádiz en 1717, hasta su eliminación en 1790. Como organismo regulador, de carácter administrativo y eminentemente comercial, fue el primero de su clase, y a él estuvo sujeta Venezuela, al igual que toda la América hispana.

Como agente de la factoría o sucursal de la Casa de Contratación establecida en Santo Domingo, los Welser se convirtieron a partir de 1528 en los únicos que podían comerciar en Venezuela, cuando esta provincia fue entregada a los alemanes. El comercio, entonces, se hizo monopolio exclusivo de los gobernantes Welser durante sus 28 años de dominio venezolano.

Al iniciarse el poblamiento de nuestro territorio, ya entrado el siglo XVI, comenzó a regularizarse el comercio con España, aunque no en las mismas medidas de las demás Provincias de América. No se justificaba, por entonces, el envío de más de un barco por año, dada la pobreza de Venezuela y las escasas mercaderías que se podían adquirir o embarcar. Por otra parte, los mares estaban infestados de piratas ingleses, holandeses y franceses que mantenían bajo constante amenaza la navegación, al mismo tiempo que en períodos de guerra la prudencia aconsejaba reducir el tráfico de buques.

A partir de 1584, año en que se rebaja al 2 y medio % el impuesto de almojarifazgo, se estimula el comercio en Venezuela. Como algo extraordinario se registró el arribo a La Guaira de dos barcos en el mismo mes de mayo de 1599; ambos venían de Sevilla, uno con mercancías por valor de 67.363 reales y el otro con una carga que superaba los 173.000.

Cuando la escasa mercancía no justificaba el toque directo de los barcos en los puertos de Coro, Borburata, La Guaira o Maracaibo, la llamada Flota de Tierra Firme se detenía frente a Cumaná y desde allí enviaba una o más embarcaciones menores hacia Margarita para retirar las rentas reales y la correspondencia, además de las mercaderías que desde la isla se distribuía al resto de la provincia. Esto ocurrió así durante los siglos XVI, XVII y parte del XVIII.

Con el advenimiento del siglo XVIII llega también a España un nuevo monarca, Felipe V, de origen francés, quien trata de implantar en la península las nuevas teorías económicas que ya se percibían en Francia, aconsejado, desde luego, por su ministro José del Campillo, notable economista que contribuyó con sus ideas de reformista-liberal a la transformación del pensamiento económico en América.

Urgido Felipe V por varios proyectistas franceses, que le instaban a constituir en España compañías de comercio, accede, primero a la fundación de la Compañía de Honduras, de efímera y trágica duración, y luego crea el rey borbón la Compañía Guipuzcoana o Compañía de Caracas, en los que tiene arte y parte como principal accionista. De ello hablaremos más adelante.

Puede decirse que la primera década del siglo XVIII, más concretamente desde 1700 hasta 1713, la economía venezolana se resintió notablemente, con gran escasez de todo género, pues estando España enfrascada en la Guerra de Sucesión, no podía ocuparse de las provincias americanas, ni destinar barcos a nuestros puertos.

A partir de 1730, instalada ya la Guipuzcoana en Caracas, se intensificó el comercio entre España y Venezuela. El monopolio lo van a ejercer ahora los vascos, y no sólo desde el punto de vista económico, sino también político y hasta social, tal fue el inmenso poder que se les concedió. Dueños absolutos del mercado venezolano, sólo los vascos podían comerciar, sólo ellos podían importar mercancías, por lo que hacían navegar sus barcos directamente desde Guipúzcoa, sin tocar en Cádiz como era lo obligado para todos los demás, hasta La Guaira, Puerto Cabello, Margarita, Cumaná y Maracaibo. Al eliminársele a la Guipuzcoana los privilegios reales en 1781, nace la Compañía de Filipinas, que según Eduardo Arcila Farías fue la empresa comercial más poderosa que se creó en España.

La actividad comercial con la metrópolis incluyó la gran variedad de productos que conformaron nuestra economía provincial. La producción minera no fue halagadora, como se ha dicho, pero vale la pena señalar que España si se benefició grandemente con los tesoros americanos. Además del cacao, tabaco, añil, lienzos de algodón, cueros, que llegaron a alcanzar el primer lugar en las exportaciones, también se hicieron envíos de zarzaparrilla, harina, azúcar, miel de Guayana, bizcocho, guayacán, manteca, riendas de caballo, etc.