El origen de la Contraloría General de la República
No se salvó ni el cura
Los tres Oficiales de la Real Hacienda, esto es, el Tesorero, el Contador, y el Factor-Veedor, relizaban su trabajo en Coro, capital entonces de la antigua Venezuela. Puede hablarse de dos fundaciones de Coro: una de hecho, cuando Juan de Ampíes, desde Santo Domingo, logra el establecimiento de una ranchería, el 26 de julio de 1527; la otra fundación, la de derecho, al llegar Ambrosio Alfínger, en marzo de 1529, y dotar la ciudad de Coro de cabildo y demás elementos jurídicos.*
Alfínger ya encuentra en Coro a Juan de Ampíes y al Contador de la Real Hacienda, Antonio de Naveros, quien entró en posesión de su cargo el 8 de enero de 1529. A Naveros se le suman Alonso Vásquez de Acuña, tesorero, y Pedro de San Martín, Factor-Veedor, y empiezan a devengar su sueldo desde que se embarcaron en San Lúcar de Barrameda, el 7 de octubre de 1528.
El 29 de abril de 1529 se abre el primer libro de la Hacienda Pública en Venezuela. Se estaba inaugurando nuestra historia hacendística, al asentarse ese día en los libros de los Oficiales Reales la primera partida correspondiente al pago de 195 pesos, dos tomines y cuatro granos por el oro que declaró Juan de Ampíes, "al tiempo que el Gobernador micer Ambrosio desembarcó en esta tierra". Las piezas de oro de Ampíes, por un valor de 976 pesos, eran de baja calidad, como él mismo lo declara: "águilas y orejeras y caracolíes y cemíes, que es oro de chafalonía". Juan de Ampíes se convierte, así, en el primer contribuyente de la Real Hacienda en Venezuela.**
Como se ve, los Oficiales Reales, nombrados para recaudar lo que correspondía a la Corona, estuvieron prestos a cumplir su deber desde el primer día, tal fue el celo que pusieron nuestros primeros contralores. Desde el gobernador para abajo, todos tuvieron que declarar lo que llevaron a Coro, aunque fuesen sus cosas personales: ropa, muebles, animales domésticos y de carga, y los coroticos que algunos ingenuos españoles trajeron para hacer algún negocio. A cada uno, pues, se le aplicó el impuesto correspondiente, incluyendo al cura Gaspar de Sevilla, quien pagó siete pesos y dos tomines de buen oro, "de almojarifazgo de cierta ropa que trajo de Castilla" (1).