Se avergonzaban los maracuchos


En realidad, los maracuchos bregaban por un colegio de jesuitas desde 1650. El primer intento firme lo hace el sacerdote zuliano Alejo Rodríguez Luzardo, al donar sus bienes para los fines fundacionales; le siguen numerosas solicitudes. El 22 de agosto de 1735 el Cabildo hace nueva súplica, esta vez en términos dramáticos:

"En consideración de lo muy útil y conveniente que será dicha fundación, y en la de la total falta de escuelas que se padece en esta ciudad, en donde el número de jóvenes de buen ingenio es muy dilatado y crecido, y notable la cortedad de medios de su vecinos para darles estudios en otras ciudades muy distantes, como son las de Caracas y Santa Fe (Bogotá), por lo que fundados aquí dichos Religiosos Padres de la Compañía de Jesús, sin la menor duda que aplicarán su gran celo apostólico, no sólo educar y enseñar letras a la juventud, como lo hacen en otras partes, con conocido fruto, gloria de Dios y bien de las repúblicas..."

Es muy importante destacar, para conocer los alcances de la educación en aquellos días, la opinión del Visitador de la Real Casa, don José de Armesto, quien al manifestarse partidario de la fundación del Colegio en Maracaibo, escribe al rey, el 30 de diciembre de 1752, indicándose que "Vuestra Majestad tiene presente" que un Colegio jesuita es útil e importante "en cualquier parte, puesto que en él se enseña a la juventud doctrina católica cristiana, se habilita para leer y escribir con perfección, se ilustra con las artes científico-liberales a que se inclina, y se instruye en una vida política-nacional".

Puede decirse que los maracuchos de entonces se sentían avergonzados al no poder establecer intercambio de conocimientos con los viajeros más ilustrados que llegaban al puerto, según se desprende de la comunicación que la Audiencia de Santa Fe envía en 1757 al Consejo de Indias, recomendando la erección del mentado colegio en Maracaibo, ciudad "que por ser marítima requiere más abundancia de sujetos bien instruidos para la comunicación y consuelo de las diversas gentes que corren a su puerto...".

Pese a todas las gestiones, no se llegó a instalar el Colegio de jesuitas en Maracaibo, entre otras cosas porque en 1767 fueron expulsados de Venezuela, al igual que de España y de todas sus posesiones; pero la Residencia sirvió admirablemente como centro de luces, pues allí se impartió sin regateos la esperanza. El testimonio de Francisco Depons, que visitó dicha ciudad, es categórico:

"Mientras los jesuitas estuvieron encargados de la juventud salieron de su colegio jóvenes que hablaban latín con soltura y elegancia nada comunes, dominaban la oratoria y las reglas poéticas, escribían de modo notable, tanto por lo osado de los conceptos como por la pureza, orden y claridad con que los exponían; en una palabra, eran sujetos dotados de todas las cualidades que constituyen al literato. La expulsión de estos sabios institutores privó a la juventud de Maracaibo de todo medio de instruirse".

Eso de que los estudiantes marabinos hablasen latín con fluidez se debe, no sólo a la influencia jesuítica anotada por el viajero Depons, sino a las disposiciones del obispo José Martí, quien al visitar Maracaibo en 1775, dio nuevo impulso a la enseñanza con la creación de una Cátedra de Gramática en el antiguo Convento de San Francisco.

Según el Estatuto, dictado por Martí el 6 de septiembre de 1775, se obligaba al maestro "aplicarse con todo el mayor esfuerzo a la perfecta enseñanza de latinidad y retórica...la Gramática por el Arte de Antonio de Nebrija, cuidando que sus discípulos aprendan de memoria sus reglas y que hagan frecuente ejercicio de ellas y de sus cinco libros... y que impuesto ya en el cuarto, no se hable sino en latín dentro de la Aula, siempre que se preguntaren y respondieren..."

No es extraño, pues, que con estos preceptos, los alumnos, que debían conocer a fondo a Virgilio, Marcial, Homero y "otros cuyo estudio instruya en el aire y elegancia del idioma" de puro gusto trasladaran a la calle la afición por el latín. Se me ocurre ahora que la inclinación de los maracuchos por bautizar a sus hijos con nombres de antiguos griegos y latinos se debe a la notable influencia que la lectura de los clásicos operó en ellos.

Ildefonso Leal pescó en Sevilla un interesante documento en que se habla de una escuela pública fundada por el Cabildo de Maracaibo el 24 de octubre de 1774, bajo la dirección del maestro marabino José Antonio Mosquera. Contra todas las vicisitudes, esta escuela se mantuvo hasta 1797. El mismo Leal sospecha que el prócer zuliano Rafael Urdaneta, nacido justamente un 24 de octubre (1788) pudo haber estudiado en la escuela Mosquera.

Conviene aclarar ahora, basándonos en el mismo trabajo de Leal, que Urdaneta no pudo haber estudiado Gramática y Filosofía en el Convento de San Francisco de Maracaibo, como se ha dicho, porque como bien lo demuestra este documento, las Cátedras del mencionado Convento fueron suprimidos en 1786, dos años antes del nacimiento de Urdaneta, supresión que originó una encendida protesta por parte del pueblo, representado en el Cabildo, y de otras instituciones marabinas, sin que se lograra su restablecimiento.

Algo singular hay que destacar, desde luego, en la Instrucción práctica dictada por el Dr. Andrés María Manzanos para la escuela dirigida por José Trinidad Farías. En primer lugar, la erradicación del sistema de azotes a los niños, con quienes había que ser "blandos e indulgentes en la enseñanza", y en lugar de azotes se aplicaría el castigo de "doble tarea".

Lo segundo, que aparece anunciada por primera vez la práctica de la enseñanza mutua,justamente en el mismo año, 1798, en que su "creador" universal, José Lancáster, apenas empezaba a "trazar planes", que sólo llegó a perfeccionar luego de varios años. No se trata, pues, de una coincidencia, como pudiera parecer al ver el año citado, pero sí podría pensarse en que ambos, Manzanos y Lancáster, bebieron en la misma fuente, ya que el sistema, presentado por el educador inglés como "nuevo", en realidad era muy viejo, como lo demuestra Rafael Fernández Heres.

En todo caso, el que en Maracaibo se estuviera aplicando el sistema de la enseñanza por decuriones (Lancáster los llamará luego monitores), esto es, por muchachos más aventajados que tomarán a su cargo otros alumnos para enseñarles lo que han aprendido, dice mucho del grado de interés que se tenía por difundir la educación a todos los niveles.