Maestra, Madre - Educar Valores y el Valor de Educar. Parábolas

Parabolas e Ilustraciones para Educar en Valores

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Maritza era una maestra que nunca se rendía. Las compañeras solían llamarla «salvadora de las causas perdidas», pues siempre pedía que le dieran a los alumnos más imposibles y problemáticos una oportunidad.
Un día me contó cómo le había impresionado oír la historia de aquel prior que mandó construir en su monasterio una habitación luminosa, frente a un paisaje de ensueño, donde eran llevados los monjes que se encontraban tristes o deprimidos por las faltas cometidas. Esa habitación estaba decorada única­mente con unos carteles que tenían grabadas en letras grandes estas palabras: TE AMO TAL COMO ERES. En esa habitación quedaba terminantemente prohibido cualquier pensamiento o tema de meditación fuera de este: «Dios me ama infinitamente, tiernamente. Dios me ama tal como soy».
Maritza me decía que si Dios nos amaba siempre sin condiciones, como éramos, ella trataba de hacer lo mismo con sus alumnos. «Te quiero como eres», solía decirles y a base de paciencia, cariño y dejando en sus manos pequeñas y crecientes responsabilidades, les iba demostrando su afecto y fe en ellos.
Un día, recibió una invitación de un antiguo alumno, Víctor, que le rogaba insistentemente que fuera a su graduación. «Espero, Mamá, que se acuerde de mí. Yo era aquel muchacho terrible a quien iban a botar de la escuela y usted me aceptó en su salón y me dio otra oportunidad».
Se acordó Maritza que Víctor solía llamarle «mamá» siempre que se encontraba con ella en el patio o en la calle, cuando ya no era su maestra. Pensó que, si ahora volvía a llamarla así en su invitación, era simplemente para que recordara quién era.
Víctor había sido elegido por sus compañeros para decir unas palabras:
- Quiero compartir la alegría de este día con todos ustedes, pero especialmente con mis dos mamás. Sí, no se sorprendan, tengo dos mamás a las que quiero mucho y ambas me han hecho el extraordinario regalo de estar hoy aquí conmigo. Mamá Esperanza me dio la vida corporal, dejó su juventud fregando pisos y lavando ropa para que yo creciera sano y fuerte. La quiero con toda mi alma y a ella le debo la vida. Mamá Maritza, mi maestra, me dio a luz como persona, me parió a una vida con sentido, alimentó mi corazón, creyó en mí mucho más de lo que yo creía en mí mismo, y por eso estoy aquí. Sin ella, posiblemente hubiera sido un vago, un malandro y Dios sabe dónde estaría en estos momentos. Por ello, quiero que oiga delante de todos ustedes que si yo la llamaba y llamaré «Mamá», no era por juego, sino porque así la considero. Ahora compren­den por qué comencé diciendo que tengo dos mamás.
El mejor regalo que podemos hacer a los demás es nuestra «incondicional» aceptación de ellos. Como ya hemos expresado en otras oportunidades, el primer principio peda­gógico, base de todos los demás, es querer a los alumnos. Querer a todos y cada uno de ellos, en especial a los que tienen más carencias y dificultades. Quererlos como son, pacientemente, con un amor lleno de esperanzas, que nunca se resigna al fracaso, que siempre está dispuesto a dar una nueva oportunidad. Mientras uno se sepa y sienta querido, hay esperanza. En este sentido, y como ha escrito Fernando Savater en su obra El valor de educar: «Desde la más tierna infancia, la principal motivación de nuestras actitudes sociales no es el deseo de ser amado (pese a que éste tanto nos condiciona también), ni tampoco el ansia de amar (que sólo nos seduce en nues­tros mejores momentos), sino el miedo a dejar de ser amado por quienes más cuentan para nosotros». De ahí que, y son también palabras de Savater, «el esfuerzo educativo es siempre rebelión con­tra el destino, sublevación contra el fatum: la educación es la antifatalidad, no el acomodo programado a ella». Uno llega a ser lo que es por la educación o por la falta de ella. ¡Cuántos de los que hoy tememos serían maravillosas personas si se hubieran encontra­do un verdadero maestro!
Educar es arrancar víctimas a la delincuencia, a la no-vida. Es dar vida, triunfar sobre la muerte.

Recuperado para fines educativos del libro:
Educar Valores y el Valor de Educar. Parábolas
Autor: Antonio Pérez Esclarin