Caín se blanqueo de miedo - Parabolas e Historias para Educar en Valores

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Cuenta Eduardo Galeano que, según los viejos sabios de la región colombiana del Chocó, Adán y Eva eran negros y negros fueron sus hijos Caín y Abel. Cuando Caín mató a su hermano, tronaron de tal modo las iras de Dios que el asesino palideció de culpa y miedo, y palideció tanto que se convirtió en blanco. De él descendemos todos los blancos.
Para ayudarse en la catequesis, aquel misionero europeo había llevado al África una serie de cuadros y de láminas de su país, de modo que los fieles visualizaran mejor su mensaje. Su voz temblaba al mostrar los suplicios de los condenados que se retorcían en las llamas como podía apreciarse en ese cuadro del infierno. Y la gente, a pesar del tono terrorífico de su voz y lo terrible de la escena, se reía. Comenzó primero uno, luego la risa fue una carcajada creciente a medida que un extraño cuchicheo fue pasando de boca en boca.
El sacerdote no podía entender tanta alegría, si lo que trataba de explicarles era tan serio y tan terrible. Desconcertado y molesto, preguntó por fin qué es lo que pasaba que les provocaba tanta risa. La respuesta, evidente, lo desconcertó:
-Es que, padre, todos los que están en el infierno son blancos.
El racismo es sin duda una de las enfermedades más terribles de la humanidad. La raza blanca trató de probar su supuesta superioridad con razones científicas, filosóficas y hasta religiosas, para con ello justificar la explotación e incluso el exterminio de las otras razas que los blancos decretaron que eran inferiores. Como escribe Eduardo Galeano (Patas Arriba, la escuela del mundo al revés 1998, p.46), "blancos fueron los reyes, los vampiros de indios y los traficantes negreros que fundaron la esclavitud hereditaria en América y en África, para que los hijos de los esclavos nacieran esclavos en las minas y en las plantaciones. Blancos fueron los autores de los incontables actos de barbarie que la Civilización cometió, en los siglos siguientes, para imponer, a sangre y fuego, su blanco poder imperial sobre los cuatro puntos cardinales del globo. Blancos fueron los jefes de estado y los jefes guerreros que organizaron y ejecutaron, con ayuda de los japoneses, las dos guerras mundiales que en el siglo veinte mataron a sesenta y cuatro millones de personas, en su mayoría civiles; y blancos fueron los que planificaron y realizaron el holocausto de los judíos, que también incluyó a rojos, gitanos y homosexuales, en los campos nazis de exterminio"
La larga historia del racismo sigue enquistada en los corazones de muchas personas. Es sorprendente el constatar con qué crueldad y fuerza saltan los brotes racistas en países europeos y en Los Estados Unidos, pese a las leyes y proclamas de igualdad de derechos de todos. También en Venezuela es fuerte el racismo, aunque lo neguemos. La palabra indio es considerada como un insulto, al cabello encrespado se le llama "pelo malo", los negros desempeñan siempre los papeles de servicio o chofer en las telenovelas, y existen cantidad de dichos y
expresiones que muestran lo profundamente enraizado que sigue el racismo: pareces indio, hueles a negro, piensan que en Venezuela seguimos siendo indios, tiene el alma negra, blanco con bata blanca: doctor; negro con bata blanca: polero. El blanco corre, el negro huye... Si un negro maneja un carrazo es chofer o se lo ha robado...
Urge, por todo esto, una educación que combata con tenacidad la menor muestra de racismo y cualquier tipo de discriminación, que enseñe a asumir la diversidad como riqueza. Es maravilloso que seamos distintos y, al mismo tiempo iguales. No hay raza o pueblo, superior a otros. Todos, como personas, valemos por igual. Todos somos creados por amor, somos hijos de un mismo Padre, y tenemos una misión que realizar en la vida. Y si todos los seres humanos somos iguales, todos tenemos derecho a ser diferentes. De ahí que debemos tratar a cada alumno y enseñarles a tratar a sus compañeros por igual sin importar su raza, país, familia, género o condición. El racismo es una actitud inhumana que, más que a las víctimas, ofende verdaderamente al que lo practica.

Recuperado del libro:
Para Educar Valores. Nuevas Parábolas
Autor: Antonio Pérez Esclarin