El arbolito enfermo - Parabolas e Historias para Educar en Valores

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El padre había plantado el arbolito el mismo día en que nació su hijo, y niño y árbol crecían juntos y se amaban con ternura. El niño lo cuidaba con esmero y lo consideraba como un hermano.
Un día, el arbolito empezó a marchitarse y sus hojas perdieron su brillo y lozanía. El niño se puso muy triste, y para ver si conseguía curarlo, arrancaba dolorosamente cada una de las hojas amarillentas y regaba sus pies con cariño y con cuidado.
Una tarde, el sufriente arbolito se dobló ante su amigo y le dijo con voz adolorida:
-El mal que me devora está en mis raíces. Si tú pudieras curarlas, recobraría mi fuerza y lozanía.
El niño se puso a cavar en la base del tronco y descubrió un nido de jejenes devorando sus raíces.
(Fábula de Pestalozzi)
Hay muchos problemas que requieren una cura en las raíces: para combatir la inseguridad y la delincuencia, por ejemplo, no se requieren nuevas cárceles, policías mejor dotadas, reforma de los códigos..., sino sobre todo, combatir la miseria que es la raíz de gran parte de los problemas sociales. La pobreza es la principal enfermedad que debemos enfrentar con coraje en nuestros días. No es posible ni aceptable que nos resignemos a ella como si fuera el destino inevitable para la mayoría de nuestros hermanos. Con verdadera decisión política, sería fácilmente derrotable la pobreza, como lo fue la esclavitud en siglos pasados. Junto a esto, debemos atacar de raíz esa cultura que promueve el individualismo y el egoísmo como virtudes fundamentales y degrada al ser humano a mero consumidor y comprador de cosas.
También la educación está muy enferma y requiere una cura en sus raíces. Con frecuencia, los cambios y reformas que se proponen son meros paños calientes, no tocan la raíz de la enfermedad. Cambios de técnicas, meras modas pasajeras, que dejan la entraña de la educación intocada.
Todos debemos entender que educar es algo más sublime e importante que transmitir conocimientos o desarrollar una serie de destrezas y habilidades. Educar es enseñar a vivir en plenitud, ayudar a cada alumno a conocerse, valorarse y así moldear su vida como una auténtica obra de arte. Cada alumno es un ser único e irrepetible, con una misión en la vida, y los talentos necesarios para poderla realizar.
Urge que la sociedad tome en serio a la educación y a los educadores y se proponga levantarlos del estado de abandono y postración en que se encuentran. Necesitamos pasar de las proclamas a los hechos. Hay consenso en teoría de la importancia de la educación para lograr un desarrollo sustentable, que alcance a todos, y para ir gestando una democracia sustantiva, de genuinos ciudadanos. En la práctica, sin embargo, se le niegan los recursos necesarios y se trata a los educadores como a verdaderos parias. La sociedad no se ocupa de los maestros como debería, y los maestros no se ocupan en forma satisfactoria de los hijos que la sociedad les entrega. Los educadores se sienten maltratados por la sociedad y esta se siente maltratada por los educadores. Es urgente, en consecuencia, que rompamos este círculo vicioso de la fatalidad. Tratemos a los educadores de acuerdo a la responsabilidad de su misión y exijámosle entrega, calidad. La educación, la formación de los ciudadanos del mañana, debería ser entregada a los mejores ciudadanos. No olvidemos nunca que si bien la educación sola no va a sacar al país de la crisis, no es menos cierto que no saldremos de la crisis sin el aporte de una educación profundamente renovada. Todas las políticas sociales y económicas serán insuficientes y resultarán ineficaces, si no transformamos la educación. Levantar la educación del estado de postración en que se encuentra, debería ser la prioridad nacional. Para ello, estado y sociedad deben asumir su responsabilidad y dignificar y tratar a los educadores como los primeros ciudadanos, los que están formando el alma del país. No es posible tener ciudadanos de primera con maestros de tercera. A los educadores se les exige mucho y se les da muy poco. Todos quieren el mejor maestro para sus hijos, pero muy pocos quieren que sus hijos sean maestros. Si queremos que la educación contribuya a acabar con la pobreza, tenemos primero que acabar con la pobreza de la educación y la pobreza de los educadores.
Los educadores, a su vez, deben comprometerse en su permanente dignificación y superación, esforzarse por ser cada día mejores, y empezar a actuar de acuerdo a lo que la sociedad espera de ellos.

Recuperado del libro:
Para Educar Valores. Nuevas Parábolas
Autor: Antonio Pérez Esclarin