Caudillismo en Venezuela | Historia de Venezuela

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El término caudillismo ha sido considerado en las distintas interpretaciones realizadas por las diferentes disciplinas sociales como un rasgo característico del siglo XIX latinoamericano. Se trata de un fenómeno complejo cuyas manifestaciones difieren de acuerdo a las especificidades históricas, políticas, sociales y económicas de cada realidad y respecto a las diferentes expresiones que adquiere la actuación de cada caudillo en particular. Sobre el tema hay abundante bibliografía y se han llevado a cabo análisis teóricos y explicaciones de carácter general para toda América Latina y estudios específicos por regiones o países con la finalidad de conceptualizar el fenómeno y establecer generalizaciones acerca de sus causas y efectos. No obstante, se puede afirmar que no existe una definición ni una explicación única, ya que se trata de un problema que sigue siendo objeto de discusión y sobre el cual se mantienen las más diversas interpretaciones. En el caso venezolano la mayor parte de la bibliografía ha estado orientada fundamentalmente a discutir los problemas teóricos asociados con el tema, se ha procurado establecer interpretaciones cuyo objetivo es abordar el origen y fundamentos de la existencia del caudillismo, las causas de su desarrollo y los aspectos determinantes de su evolución; se han trazado definiciones y generalizaciones de diverso tipo, las cuales se presentan como válidas para todo el siglo XIX e incluso para períodos posteriores; pero además, el concepto ha sido utilizado de manera indiscriminada para caracterizar los más disímiles liderazgos y las más diversas situaciones y procesos históricos, llegándose a establecer valorizaciones negativas del fenómeno mediante las cuales se ha interpretado el siglo XIX venezolano como un período anárquico y carente de realizaciones en virtud de la presencia y predominio del caudillismo. Los diferentes usos del término, así como la carga valorativa que se le ha adjudicado, ha originado una enorme ambigüedad y confusión en el uso de esta categoría, contribuyendo a desdibujar su especificidad como un fenómeno histórico correspondiente a un determinado tiempo y a unas condiciones particulares de nuestro pasado. En esta oportunidad pretendemos ofrecer una definición que sirva de guía para la comprensión del problema. Nos interesa, además, ofrecer una breve exposición de los aspectos que determinaron su existencia, así como algunas de sus manifestaciones históricas más representativas a lo largo del siglo XIX hasta su extinción como elemento predominante del sistema político venezolano en la primeras décadas del siglo XX.
Definición y características

Una definición útil del término caudillo es la que ofrece Domingo Irwing, quien ubicándolo en el contexto político venezolano del siglo XIX, dice que «...es un jefe, guerrero, político, personalista con un área de influencia directa, cuando más regional, jefe de grupo armado, especie de ejército particular el cual emplea como elemento fundamental de su poder». Estos serían los rasgos fundamentales del fenómeno, una jefatura política personalista basada en el control de una hueste armada que obedece a sus designios y que determina su capacidad de negociación en la disputa por el poder, al margen de los principios y normas de un marco institucional, a lo que podría agregarse la posesión de ciertas cualidades personales que sostienen su autoridad carismática. El caudillo, continúa Irwing, no es solamente un jefe guerrero y político, sino además lo que caracteriza su actuación es el personalismo. Su beneficio personal estará siempre por encima del bien común; su ambición de poder no reconoce límites institucionales ni credos políticos. El caudillo acepta una situación política siempre y cuando ésta no lesione sus intereses particulares, no afecte su condición de jefe personalista ni disminuya su carácter de jefe guerrero y político. Su área de influencia es local. En virtud de las condiciones geográficas, espaciales y demográficas de la Venezuela decimonónica, es en la localidad donde el caudillo constituye su pequeño ejército y donde surgen las redes de lealtades que sustentan la hegemonía que le permite ejercer su jefatura guerrera, política y personalista. En algunos casos la esfera de influencia del caudillo puede ser más amplia y alcanzar una región o incluso darse el caso de caudillos nacionales cuya hegemonía es reconocida en buena parte del país como consecuencia de acuerdos políticos entre varios de ellos, lo que no representa, en ningún caso, el control de las huestes y lealtades de los caudillos que participan del acuerdo, ya que la forma en que se ejerce esta particular modalidad de poder es piramidal, tal como lo plantea Diego Bautista Urbaneja en su estudio «Caudillismo y pluralismo en el siglo XIX venezolano». Según apunta Urbaneja, cada caudillo estaría en el vértice de la pirámide, siendo la base su clientela personal; esta clientela obedece sólo a un caudillo, quien puede llegar a acuerdos o negociaciones con otros pero ello no implica que sus huestes obedezcan o se plieguen a los requerimientos de otro jefe, ya que se trata de relaciones de poder intransitivas.
El caudillismo sería el sistema o forma de organización política en la cual las bases efectivas del poder están determinadas por la acción de los caudillos. Se trataría, entonces, de un sistema político en el cual los caudillos son la figura protagónica esencial, constituyéndose en los factores que hegemonizan la toma de decisiones y a través de quienes se ejecutan los mecanismos reales del ejercicio del poder de manera ajena a la institucionalidad del Estado y a las normas establecidas de manera formal. Se trata de una modalidad de poder pre-estatal, donde las relaciones clientelares, el compadrazgo y la ausencia de un ejército regular favorecen el predominio de los caudillos como figuras estelares del sistema político.
Factores que determinaron su surgimiento y desarrollo

En la historiografía venezolana existen diversas interpretaciones que han pretendido explicar las causas de su surgimiento. En un comienzo las más difundidas fueron las tesis elaboradas por los autores positivistas, las cuales interpretaban el hecho como el producto de las condiciones geográficas y de las características étnicas de la sociedad venezolana (José Gil Fortoul) o de la confrontación entre las castas (Laureano Vallenilla Lanz). Más tarde, desde el marxismo, el fenómeno se explicó como el producto de las características de la economía venezolana cuyo rasgo determinante, el latifundismo, habría propiciado el surgimiento y consolidación del fenómeno (Carlos Irazábal). Recientemente se puede decir que existe relativo consenso al considerar que la presencia de los caudillos y del sistema caudillista en Venezuela debe asociarse a una multiplicidad de factores, todos ellos en estrecha relación, entre los cuales vale la pena destacar los siguientes: 1) La tradición autonomista de las provincias desde la época colonial y el fuerte arraigo de las instancias de poder local -los ayuntamientos- lo cual favoreció el sentimiento localista y el desarrollo de liderazgos enfrentados al poder central como fundamento de la acción caudillista. 2) La dificultad de establecer un poder central capaz de imponer su autoridad en todo el territorio, lo cual propició el surgimiento y consolidación de factores de poder local. 3) La falta de integración nacional como consecuencia de la desintegración territorial, las dificultades de comunicación y el lento establecimiento de un mercado interno; todo lo cual acentuaría las fuerzas disgregadoras y el predominio de las tendencias localistas. 4) La ausencia de clases sociales poderosas, capaces de adelantar un proceso de ordenamiento y control de la sociedad de acuerdo a sus intereses y de consolidarse como factor hegemónico en la construcción de un Estado Nacional. 5) La ausencia de una institución militar de carácter nacional como factor de control y sometimiento de las distintas opciones de poder lideradas por las huestes armadas de los caudillos que se disputaban el poder. 6) La dificultad del modelo económico de generar los excedentes económicos capaces de propiciar el fomento de las fuerzas productivas y el crecimiento sostenido para favorecer la ejecución del proyecto liberal y de estructurar un Estado Nacional. A esta serie de factores puede añadirse la tesis de la indisciplina social planteada recientemente por Gastón Carvallo. Según este autor el largo desarrollo de la Guerra de Independencia, al familiarizar a gran parte de la población con la violencia y con una situación en la cual se hacía patente la existencia de un vacío de poder producto del proceso de disolución del orden social que trajo aparejado la ruptura del vínculo colonial, dio lugar a un proceso en el cual se fracturó la disciplina social de la época colonial sin que se lograra establecer un equivalente republicano, lo cual actuaría también como un elemento que reforzó el caudillismo. Se trata, pues, de un fenómeno en el cual intervienen los más disímiles factores y cuyas manifestaciones históricas varían durante el siglo XIX dependiendo de la fuerza y magnitud con que se plasma la presencia de los caudillos en la realidad venezolana de esos años para determinar, en mayor o menor grado, su nivel de beligerancia en el sistema político. Con esto lo que queremos enfatizar es que, si bien el caudillo es una figura que se mantiene presente en la realidad venezolana desde la Guerra de Independencia y luego de finalizada ésta, su acción varía a lo largo del siglo XIX de acuerdo a su impacto sobre el sistema político venezolano. Es decir, la presencia de caudillos no determina la existencia de un sistema caudillista; sólo cuando la acción de estos personajes y su red de alianzas es predominante estamos frente a un régimen caudillista. Sobre este punto nos detendremos a continuación, a fin de caracterizar la evolución del fenómeno caudillista en Venezuela de acuerdo al nivel de incidencia de los caudillos en el desenvolvimiento de las acciones de reparto y control del poder.
Evolución histórica del caudillismo

I. Sometimiento y control (1830-1846): Al establecerse la República, luego de la disolución de la Gran Colombia, se erige un sistema político donde, si bien José Antonio Páez surge como el individuo capaz de conciliar los intereses de las élites, la base efectiva de poder que sostiene la hegemonía paecista no es una red de alianzas caudillistas sino el consenso entre los notables, comerciantes, hacendados e intelectuales, por adelantar un proyecto que permita la estructuración de un Estado liberal basado en un sistema censitario capaz de contener los factores de disolución social heredados de la contienda emancipadora. Durante este período los factores disgregadores caudillistas son sometidos y controlados por la estructura formal de un Estado en proceso de gestación, el cual actúa como elemento de contención de la beligerancia de los caudillos, favorece el predominio de las élites y se sostiene en la autoridad y prestigio de Páez. Al surgir en el seno de la élite diferencias en cuanto a la conducción del proyecto liberal, se trastoca el proceso de estabilización alcanzado durante esos primeros 3 lustros de experiencia republicana y cobran fuerza las tendencias disgregadoras y la beligerancia caudillista.

II. Expansión (1847-1858): Durante el período que se inicia con el ascenso de José Tadeo Monagas al poder apoyado por los sectores asociados al Partido Liberal y que culmina con la alianza entre liberales y conservadores para derrocar a Monagas en la Revolución de Marzo en 1858, se modifican los términos mediante los cuales se había erigido el clima de consenso político capaz de favorecer un período de relativa estabilidad y se produce un proceso de expansión del caudillismo como elemento predominante del sistema político. La modalidad de poder que impera durante la hegemonía de José Tadeo Monagas no se sostiene sobre mecanismos institucionales formales como en el período precedente, sino que, desde el poder, el primer mandatario fomenta una red de lealtades personales y familiares que constituyen la base de su predominio político. Durante su mandato se manifiesta una aguda crisis económica, hay enormes tensiones entre los bandos conservador y liberal, surgen numerosos focos subversivos en distintas partes del territorio. No obstante, en virtud de los intereses que sostienen su particular régimen personalista, caudillista y nepótico, controla la designación de su sucesor y lleva a la primera magistratura a su hermano, el general José Gregorio Monagas. Al concluir el mandato de éste, José Tadeo Monagas regresa al poder con un clima de abierta intranquilidad y malestar político. La crisis económica, las carencias institucionales, la existencia de numerosas facciones armadas en la región de los llanos, los levantamientos que propician los sectores desafectos al régimen, la modalidad de poder sostenida sobre la red de lealtades del caudillo, favorecen la expansión de las fuerzas disgregadoras, estimulan la indisciplina social y el fortalecimiento de prestigios políticos y militares a nivel local. Finalmente, el proyecto de una reforma constitucional abiertamente centralizadora, así como las aspiraciones de poder entre los sectores liberales y conservadores, propician el derrocamiento de Monagas y el inicio de un período de inestabilidad política que culmina con el estallido de la Guerra Federal (1859), momento culminante de la acción caudillista.

III. Auge (1859-1870): El clima de agitación e intranquilidad que acompaña al triunfo de la Revolución de Marzo no desaparece sino que, por el contrario, se sostiene y amplía en la mayor parte del territorio. La abierta conspiración contra el régimen por parte de los sectores ligados al Partido Liberal y las numerosas facciones armadas que se encontraban diseminadas por el país dan lugar a la Guerra Federal, la cual se prolongará por espacio de 5 años, exacerbando la proliferación y consolidación de los más disímiles liderazgos caudillistas. El vacío de poder que acompaña al desenvolvimiento de la guerra en virtud de la incapacidad del gobierno de dominar y contener las distintas acciones de armas que atentaban contra la estabilidad del régimen y la inexistencia de un efectivo control por parte de los jefes de todas las facciones que luchaban a nombre de la federación, favorecieron la proliferación de numerosos grupos o guerrillas al mando de jefes locales sin ninguna cohesión entre sí y con abiertas aspiraciones de consolidar su poder a nivel local o regional. Al finalizar la guerra (1863), no se liquida la efervescencia caudillista surgida al calor de la contienda, sino que, por el contrario, la consagración de los principios de la federación en la Constitución Federal de 1864 y la popularización de sus alcances como el mecanismo idóneo para el ejercicio efectivo del poder local, fomenta la consolidación de los caudillos como figuras determinantes del sistema político. Durante el régimen de Juan Crisóstomo Falcón se consolida la jefatura de los caudillos triunfantes en la contienda y se vive un clima de permanente agitación e intranquilidad como consecuencia de las pugnas por el poder en las diferentes localidades por parte de quienes pretenden defender por la vía de las armas su predominio político a nivel local, regional y nacional. Los numerosos levantamientos armados, la crisis económica y la inestabilidad política heredadas de la guerra dificultan la estabilización del gobierno central. Falcón se retira del mando y deja como sucesor al general Manuel Ezequiel Bruzual, después de lo cual estalla la Revolución Azul y José Tadeo Monagas reasume el poder en 1868. La muerte de Monagas a los pocos meses del triunfo divide a sus seguidores. José Ruperto Monagas, sobrino del caudillo, asume el mando; pero las tensiones entre los promotores del movimiento, la aguda crisis económica y la confrontación entre los distintos factores que aspiran al poder culminan con el levantamiento de los liberales al mando del general Antonio Guzmán Blanco, quien entra triunfante a Caracas en abril de 1870. Será precisamente durante su mandato y en la década inmediatamente posterior que empiecen a aparecer los síntomas que anuncian el debilitamiento y crisis del régimen caudillista en Venezuela.

IV. Debilitamiento y crisis (1870-1898): Con el ascenso al poder de Guzmán Blanco se erige un sistema político que se caracteriza, primero, por la presencia de un número significativo de importantes caudillos como factor fundamental de la alianza que sostiene a Guzmán Blanco en la primera magistratura, y luego, comienzan a formalizarse una serie de transformaciones que tienden a consolidar la estructuración de un Estado Nacional lo cual, progresivamente, afectará la beligerancia caudillista como factor de poder. Cuando Guzmán Blanco triunfa sobre los hombres de la Revolución Azul su victoria es posible gracias al apoyo que le prestan diversos caudillos de distintas regiones del país, quienes se constituyen en factor clave de la toma del poder y en elemento fundamental de su permanencia a la cabeza del Estado. Se establece una fórmula de reparto del poder mediante la cual los caudillos conservan un importante margen de acción local al mantener sus esferas de influencia mientras que Guzmán Blanco es reconocido como jefe del poder central. Al obtener del poder central el reconocimiento de su autoridad en los diferentes estados son ellos los responsables del control político de cada localidad, lo cual permite que, en general, las elecciones para presidentes de los estados favorezcan a los mismos caudillos o a sus seguidores y que los cargos públicos de carácter local formen parte de la red de alianzas y lealtades de cada caudillo. Pero además, producto de este acuerdo, muchos de ellos ascienden a posiciones de carácter nacional, son ministros de Guerra y Marina, son nombrados primer o segundo designado, lo cual les permite acceder a la primera magistratura por ausencia de Guzmán Blanco o se convierten en sucesores del mismo en la Presidencia de la República, como ocurre con Francisco Linares Alcántara primero y con Joaquín Crespo después. A esta particular cuota de poder político se une la figuración de los caudillos en el control militar del territorio. Se reduce el pie de tropa dependiente del poder central y se disminuye considerablemente el monto destinado al presupuesto de Guerra y Marina. Ahora son los caudillos los encargados de mantener el orden, la seguridad y el control de las milicias en las distintas localidades y las erogaciones presupuestarias que exige esto no depende del presupuesto nacional. Además, luego de la reacción de Linares Alcántara, se divide al país en 5 delegaciones militares cada una de las cuales es entregada a algunos de los más representativos caudillos que participan del acuerdo con Guzmán Blanco: Joaquín Crespo, Juan Bautista Araujo, José Eusebio Acosta, Gregorio Cedeño y Jacinto Lara. Aun cuando el esquema de poder antes descrito funciona sin mayores sobresaltos durante toda la hegemonía guzmancista, hay también una serie de iniciativas tendientes a fortalecer el poder central y a debilitar al caudillismo. Una de las premisas básicas del régimen guzmancista es adelantar la edificación de un Estado Nacional, para lo cual el control de los recursos fiscales se convierte en un aspecto central de su gestión administrativa. De forma que, durante el gobierno de Guzmán Blanco se sancionan una serie de disposiciones que despojan a las regiones de una parte importante de sus recursos, los cuales pasan a ser recaudados y administrados directamente por el poder central. Se lleva a cabo un proceso de institucionalización y organización de la Hacienda Pública que persigue la regularización del situado constitucional, el control de las aduanas, la abolición de impuestos locales como el peaje y la administración a nivel central de los recursos mineros, así como un conjunto de medidas administrativas que permiten el reordenamiento y una mayor eficacia en la administración de los recursos del Estado. Con este conjunto de disposiciones se fortalece la administración central, se regulariza el control de las fuentes de ingreso del Estado y se formalizan e institucionalizan los mecanismos de distribución y uso de los fondos de la tesorería nacional de acuerdo a criterios emanados del poder central. Este esfuerzo institucionalizador, si bien no desmantela el sistema caudillista, sí lo debilita al determinar una vía de acceso a los beneficios económicos del poder que no depende de los caudillos ni de su capacidad de gestión local, sino de los requerimientos de un Estado cuyos objetivos y prerrogativas escapan a los designios personalistas y locales de los caudillos. Al desaparecer de la escena política Guzmán Blanco, luego de la reacción que tiene lugar durante el gobierno de Juan Pablo Rojas Paúl, comienza un proceso de crisis que determina la declinación y decadencia del sistema caudillista como consecuencia de las pugnas que se producen entre las distintas facciones por acceder al poder. Si bien Joaquín Crespo logra imponerse a partir de 1892 con el triunfo de la Revolución Legalista, no logra erigir un sistema de alianzas que permita la supervivencia del modelo adelantado de manera exitosa por Guzmán Blanco; la imposición de su sucesor, el general Ignacio Andrade, mediante una fraudulento proceso electoral, desata el descontento de los liberales nacionalistas, quienes recurren a las armas para manifestar su rechazo a la maniobra electoral. Joaquín Crespo muere procurando someter la reacción contra Andrade. Muerto Crespo, el presidente Andrade no tiene mayores posibilidades de sostenerse en el poder en virtud de las discordias que agitan internamente a los caudillos y facciones que dividen al Partido Liberal. En 1899, ante la debilidad manifiesta del gobierno de Andrade, el general Cipriano Castro, a la cabeza de una pequeña hueste andina, invade el país y en una rápida y exitosa marcha hacia el centro asume la primera magistratura. Con el triunfo de la Revolución Liberal Restauradora comienza el fin del sistema caudillista en Venezuela.

V. Extinción (1899-1903): Las medidas de centralización política y militar que adelanta el nuevo mandatario y que logra ejecutar de manera exitosa, dislocan de manera irreversible los fundamentos de poder de los caudillos, determinando su extinción como factor predominante del sistema político y dando lugar al surgimiento de un nuevo sistema político erigido sobre la estructuración de una autoridad central y la formación de una fuerza militar permanente que obedece a los designios de un solo jefe. Esta modificación de la estructura de poder es posible, en parte, como resultado del descalabro del sistema de alianzas del liberalismo amarillo, en franca decadencia desde la salida del poder de Guzmán Blanco. Pero, por otra parte, se sustenta en las acciones que adelanta Castro para estabilizarse en el poder. Su presencia en la primera magistratura, a diferencia de Guzmán Blanco, no va a estar determinada por una alianza de caudillos cuyo fundamento sea el respeto a sus cuotas de poder local, sino que, por el contrario, Castro erige una nueva red de poder donde la designación de cada uno de los colaboradores del régimen va a estar motivada por el vínculo que los une con el jefe del poder central y no como consecuencia de la ascendencia política que ellos posean local o regionalmente. Para alcanzar esta nueva modalidad de poder Castro impone a los andinos en distintas partes del territorio, muda liberales de un sitio a otro o neutraliza caudillos mediante la designación de un emisario leal a su autoridad. Este cambio político para poder sostenerse se apoya en una mudanza de carácter militar cuyas bases son la modernización y ampliación de la fuerza regular dependiente del poder central; una intensa campaña de recolección de armas cuyo objetivo es debilitar el poder armado de los caudillos; con la adquisición de un moderno armamento y finalmente con la recuperación y modernización del ejército como factor clave para el control del territorio. La conjunción de las acciones políticas y militares adelantadas por el régimen restaurador se ven sustentadas, además, por una reforma constitucional cuya objetivo es consagrar la legalización de las medidas centralizadoras a fin de consolidar la autoridad de poder central. El resultado es la estructuración de una nueva fórmula del poder que desplaza a los caudillos de su condición protagónica. Esto, por supuesto, trae como consecuencia la reacción de los caudillos a fin de evitar la mudanza que se procura instaurar. El resultado de esta acción conjunta de los caudillos es la Revolución Libertadora, bajo la jefatura del banquero Manuel Antonio Matos. Este último acto de armas del caudillismo no logra desalojar del poder a Cipriano Castro. Su estruendoso fracaso determina la derrota militar de los caudillos. A partir de allí y después del régimen de Castro se consolidan las tendencias centralizadoras. La edificación de una institución armada de carácter nacional, la estructuración de un Estado Nacional y la pacificación del país favorecen entonces la desaparición, de manera irrevocable, de las tendencias disgregadoras como factor propiciador de la beligerancia caudillista. Los caudillos que sobreviven a la derrota ven extinguirse sus días de protagonistas estelares. Unos se pliegan al poder central y desaparecen de la escena política; otros fallecen inevitablemente y otros, los menos, se niegan a aceptar el nuevo tiempo que comienza, promoviendo los numerosos e infructuosos movimientos armados contra Juan Vicente Gómez. Tercamente se enfrentan con los recursos del pasado a una nueva realidad en la cual dejaron de ser el factor determinante del sistema político, el cual, a partir de ese momento, se constituye sobre otras bases y modalidades del poder propio del siglo XX. I.Q.

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Información recuperada de:
Diccionario de Historia de Venezuela. 2da Edición. Caracas: Fundación Polar, 1997.