Biografía de William Shakespeare | comediógrafo inglés, considerado el mejor dramaturgo de todos los tiempos
Biografía de William Shakespeare
La enigmática vida y la trayectoria literaria del comediógrafo inglés, considerado el mejor dramaturgo de todos los tiempos.
En torno a 1860, al tiempo que culminaba su obra Los miserables,
Victor Hugo escribió desde el destierro: "Shakespeare no tiene el
monumento que Inglaterra le debe". A esas alturas del siglo XIX, la obra
del que hoy es considerado el autor dramático más grande de todos los
tiempos era ignorada por la mayoría y despreciada por los exquisitos.
Las palabras del patriarca francés cayeron como una maza sobre las
conciencias patrióticas inglesas; decenas de monumentos a Shakespeare
fueron erigidos inmediatamente.
En la actualidad, el volumen de sus obras completas es tan indispensable como la Biblia en los hogares anglosajones; Hamlet, Otelo o Macbeth
se han convertido en símbolos y su autor es un clásico sobre el que
corren ríos de tinta. A pesar de ello, William Shakespeare sigue siendo,
como hombre, una incógnita.
William Shakespeare
Grandes
lagunas, un ramillete de relatos apócrifos y algunos datos dispersos
conforman su biografía. Ni siquiera se sabe con exactitud la fecha de su
nacimiento. Esto daría pie en el siglo pasado a una extraña labor de
aparente erudición, protagonizada por los "antiestratfordianos",
tendente a difundir la maligna sospecha de que las obras de Shakespeare
no habían sido escritas por el personaje histórico del mismo nombre,
sino por otros a los que sirvió de pantalla. Francis Bacon, Edward de
Vere, Walter Raleigh, la reina Isabel I e incluso la misma esposa del
bardo, Anne Hathaway, fueron los candidatos propuestos por los
especuladores estudiosos a ese ficticio Shakespeare. Según otra teoría,
su amigo el dramaturgo Christopher Marlowe habría sido el verdadero
autor: no habría muerto a los veintinueve años, en una pelea de taberna
como se creía, sino que logró huir al extranjero y desde allí enviaba
sus escritos a Shakespeare.
Ciertos aficionados a la
criptografía creyeron encontrar, en sus obras, claves que revelaban el
nombre de los verdaderos autores. En consonancia con las carátulas
teatrales, Shakespeare fue dividido en el Seudo-Shakespeare y en
Shakespeare el Bribón. Bajo esta labor de mero entretenimiento alentaba
un curioso esnobismo: un hombre de cuna humilde y pocos estudios no
podía haber escrito obras de tal grandeza.
Afortunadamente,
con el transcurrir de los años, ningún crítico serio, menos dedicado a
injuriar que a discernir, más preocupado por el brillo ajeno que por el
propio, ha suscrito estas anécdotas ingeniosas. Pero de las muchas
refutaciones con que han sido invalidadas, ninguna tan concluyente,
aparte de los escasos pero incontrovertibles datos históricos, como el
testimonio de la obra misma; porque a través de su estilo y de su
talento inconfundibles podemos descubrir al hombre.
Los orígenes
En
el sexto año del reinado de Isabel I de Inglaterra, el 26 de abril de
1564, fue bautizado William Shakespeare en Stratford-upon-Avon, un
pueblecito del condado de Warwick que no sobrepasaba los dos mil
habitantes, orgullosos todos ellos de su iglesia, su escuela y su puente
sobre el río. Uno de éstos era John Shakespeare, comerciante en lana,
carnicero y arrendatario que llegó a ser concejal, tesorero y alcalde.
De su unión con Mary Arden, señorita de distinguida familia, nacieron
cinco hijos, el tercero de los cuales recibió el nombre de William. No
se tiene constancia del día de su nacimiento, pero tradicionalmente su
cumpleaños se festeja el 23 de abril, tal vez para encontrar algún
designio o fatalidad en la fecha, ya que la muerte le llegó, cincuenta y
dos años más tarde, en ese mismo día.
Así, pues, no
fue su cuna tan humilde como asegura la crítica adversa, ni sus estudios
tan escasos como se supone. A pesar de que Ben Johnson, comediógrafo y
amigo del dramaturgo, afirmase exageradamente que "sabía poco latín y
menos griego", lo cierto es que Shakespeare aprendió la lengua de
Virgilio en la escuela de Stratford, aunque fuera como alumno poco
entusiasta, extremos ambos que sus obras confirman. La madre provenía de
una vieja y acomodada familia católica, y es muy posible que el poeta,
junto con sus dos hermanos y una hermana, fuese educado en la fe de su
madre.
Casa natal de Shakespeare
Sin
embargo, no debió de permanecer mucho tiempo en las aulas, pues cuando
contaba trece años la fortuna de su padre se esfumó y el joven hubo de
ser colocado como dependiente de carnicería. A los quince años, según se
afirma, era ya un diestro matarife que degollaba las terneras con
pompa, esto es, pronunciando fúnebres y floreados discursos. Se lo pinta
también deambulando indolente por las riberas del Avon, emborronando
versos, entregado al estudio de nimiedades botánicas o rivalizando con
los más duros bebedores y sesteando después al pie de las arboledas de
Arden.
A los dieciocho años hubo de casarse con Anne
Hathaway, una aldeana nueve años mayor que él cuyo embarazo estaba muy
adelantado. Cinco meses después de la boda tuvo de ella una hija, Susan,
y luego los gemelos Judith y Hamnet. Pero Shakespeare no iba a resultar
un marido ideal ni ella estaba tan sobrada de prendas como para
retenerlo a su lado por mucho tiempo. Los intereses del poeta lo
conducían por otros derroteros antes que camino del hogar. Seguía
escribiendo versos, asistía hipnotizado a las representaciones que las
compañías de cómicos de la legua ofrecían en la Sala de Gremios de
Stratford y no se perdía las mascaradas, fuegos artificiales, cabalgatas
y funciones teatrales con que se celebraban las visitas de la reina al
castillo de Kenilworth, morada de uno de sus favoritos.
Según la leyenda, en 1586 fue sorprendido in fraganti
cazando furtivamente. Nicholas Rowe, su primer biógrafo, escribe: "Por
desgracia demasiado frecuente en los jóvenes, Shakespeare se dio a malas
compañías, y algunos que robaban ciervos lo indujeron más de una vez a
robarlos en un parque perteneciente a sir Thomas Lucy, de Charlecote,
cerca de Stratford. En consecuencia, este caballero procesó a
Shakespeare, quien, para vengarse, escribió una sátira contra él. Este
acaso primer ensayo de su musa resultó tan agresivo que el caballero
redobló su persecución, en tales términos que obligó a Shakespeare a
dejar sus negocios y su familia y a refugiarse en Londres". Pero es más
plausible que el virus del teatro lo impulsara a unirse a alguna
farándula de cómicos nómadas de paso por Stratford, abandonando hijos y
esposa y trocándolos por la a la vez sombría y espléndida capital del
reino.
Shakespeare en la ciudad del teatro
A
partir de ese momento hay una laguna en la vida de Shakespeare, un
período al que los biógrafos llaman "los años oscuros". No reaparece
ante nuestros ojos hasta 1593, cuando es ya un famoso dramaturgo y uno
de los personajes más populares de Londres. Entretanto se le atribuyen
los siguientes empleos: pasante de abogado, maestro de escuela, soldado
de fortuna, tutor de noble familia e incluso guardián de caballos a la
puerta de los teatros. Pasarían varios meses hasta que pudiera ingresar
en ellos y meterse entre bastidores, primero como traspunte o criado del
apuntador, luego como comparsa, más tarde como actor reconocido y, por
fin, como autor de gran y merecido prestigio.
Prohibidos
por un ayuntamiento puritano que los consideraba semillero de vicios,
los teatros se habían instalado al otro lado del Támesis, fuera de la
jurisdicción de la ciudad y de la molestia de sus alguaciles. La
Cortina, El Globo, El Cisne o Blackfriars no eran muy distintos de los
corrales hispanos donde se representaba a Lope de Vega. La escenografía
resultaba en extremo sencilla: dos espadas cruzadas al fondo del
proscenio significaban una batalla; un actor inmóvil empolvado con yeso
era un muro, y, si separaba los dedos, el muro tenía grietas; un hombre
cargado de leña, llevando una linterna y seguido por un perro, era la
luna.
El vestuario se improvisaba en un rincón de la
escena semioculto por cortinas hechas jirones, a través de las que el
público veía a los actores pintándose las mejillas con ladrillo en polvo
o tiznándose el bigote con corcho carbonizado. Mientras los actores
gesticulaban y declamaban, los hidalgos y los oficiales, acomodados a su
mismo nivel sobre la plataforma, les desconcertaban con sus risas, sus
gritos y sus juegos de cartas, prestos a lucir su ingenio improvisando
réplicas y a echar a perder la representación si la obra no les
complacía. En torno al patio, las galerías acogían a las damas de
alcurnia y los caballeros. Y en el fondo de "la cazuela", envueltos en
sombras, sentados en el suelo entre jarras de cerveza y humo de pipas,
se veía a "los hediondos", el maloliente pueblo.
En
todo caso, se trataba de un público con más imaginación que el actual o,
al menos, buen conocedor de las convenciones teatrales impuestas por la
penuria o por la ley. Inspirándose en el severo primitivismo del
Deuteronomio, los legisladores puritanos prohibían la presencia de
mujeres en la escena. Las Julietas, Desdémonas y Ofelias de Shakespeare
fueron encarnadas por jovencitos bien parecidos de voz atiplada,
ascendidos a Hamlets, Macbeths y Otelos en cuanto les despuntaba la
barba y les cambiaba la voz. Tal era el teatro en que Shakespeare empezó
su carrera dramática.
La fecundidad
Hacia
1589, Shakespeare comenzó a escribir. Lo hacía en hojas sueltas, como
la mayoría de los poetas de entonces. Los actores aprendían y ensayaban
sus papeles a toda prisa y leyendo en el original, del que no se sacaban
copias por falta de tiempo; de ahí que ya no existan los manuscritos.
Como cada tarde se ofrecía una obra diferente, el repertorio había de
ser muy variado. Si la obra fracasaba ya no se volvía a escenificar. Si
gustaba era repuesta a intervalos de dos o tres días. Una obra de mucho
éxito, como todas las de Shakespeare, podía representarse unas diez o
doce veces en un mes. Algunos actores eran capaces de improvisar a
partir de un somero argumento los diálogos de la obra conforme se iba
desarrollando la acción. Shakespeare nunca los necesitó.
Retrato y firma de Shakespeare
Acuciado
por este ritmo vertiginoso y espoleado por su genio, Shakespeare empezó
a producir dos obras por año. En su primera etapa, Shakespeare siguió
la línea de estos dramas isabelinos de capa y espada. De estos años
(entre 1589 y 1592) son las obras con las que inaugura su crónica
nacional, sus dramas históricos: las tres primeras partes de Enrique VI y la historia de quien lo asesinó, Ricardo III. La comedia de los errores, basada en un tema de Plauto, marca su faceta burlesca, y Tito Andrónico, tragedia bárbara inspirada en Séneca, su primera obra de tema romano.
Durante
la peste de Londres de 1592 (que los puritanos aprovecharon para
mantener cerrados los teatros hasta 1594), Shakespeare se retiró a
Stratford y desarrolló sus dotes poéticas. En 1593 publicó Venus y Adonis y en 1594 La violación de Lucrecia,
dos poemas largos, dedicados a su joven protector, Henry Wriothesley,
conde de Southampton, a quien se suele asociar con uno de los
protagonistas de los afamados sonetos. Según figura en los documentos,
en 1594 ya era miembro destacado de la mejor compañía de la época, la
Lord Chamberlain's Company of Players (Compañía de Actores de lord
Chamberlain), nombre tomado de su protector, y había escrito La fierecilla domada, Los dos hidalgos de Verona, dos comedias de inspiración italiana y una tercera, Trabajos de amor perdidos, ambientada en una Navarra imaginaria.
Shakespeare
empezó de actor en la compañía y aunque siguió haciéndolo hasta 1603,
nunca llegó a interpretar papeles principales. Sin embargo, la
experiencia debió serle útil. Como Molière, Brecht o Bulgákov,
Shakespeare fue un verdadero hombre de teatro: lo conocía desde dentro,
participaba en los ensayos, presenciaba los espectáculos y concebía sus
personajes pensando en actores concretos. Paralelamente a su éxito
teatral, mejoró su economía. Llegó a ser uno de los accionistas de su
teatro, pudo ayudar económicamente a su padre e incluso en 1596 le
compró un título nobiliario, cuyo escudo aparece en el monumento al
poeta construido poco después de su muerte en la iglesia de Stratford.
Entre 1594 y 1597 escribió Romeo y Julieta y El sueño de una noche de verano, dos obras de amor y de juventud, y los dramas históricos Ricardo II, El rey Juan y El mercader de Venecia.
En
1598 la compañía de Chamberlain se instaló en el nuevo teatro The Globe
(El Globo), cuyo nombre se uniría al de Shakespeare para siempre. Ésta
parece que fue la etapa más feliz del escritor, la época de las comedias
Mucho ruido y pocas nueces, Como gustéis, Las alegres comadres de Windsor (que según la leyenda fue escrita en quince días por encargo urgente de la reina), Noche de Reyes y Bien está lo que bien acaba, escritas todas entre 1598 y 1603. De estos años son también (como anticipando su próxima etapa) Julio César, Troilo y Crésida y su obra más famosa y perdurable, Hamlet.
A
la muerte de Isabel l en 1603, Jacobo I, hijo de María Estuardo y rey
de Escocia desde 1567, se convirtió también en rey de Inglaterra y la
compañía de Chamberlain pasó bajo su protección con el nombre de King's
Men (Hombres del Rey). A pesar del cambio de nombre y de protector, el
teatro mantuvo su carácter público: hicieron representaciones para todo
el mundo, incluso para la corte.
Ante tal éxito, la
compañía inauguró una pequeña sala cubierta en 1608, la Blackfriars, con
una entrada más elevada y para un público más selecto. Financieramente,
la compañía funcionaba como una sociedad anónima de la que Shakespeare
fue uno de sus más importantes accionistas. Debido a la buena
administración, su posición económica se afirmó aun mas: compró varias
propiedades en Londres y en Stratford, hizo distintas inversiones, entre
ellas algunas agrícolas, y en 1605 compró una participación de los
diezmos de la parroquia de Stratford, gracias a lo cual (y no a su
gloria literaria) sería enterrado en el presbiterio de la iglesia.
El último acto
Shakespeare
tuvo siempre obras en escena, pero nunca aburrió. Entre 1600 y 1610 no
dejó de estar en el candelero con sus príncipes impelidos a acometer lo
imposible, sus monarcas de ampuloso discurso, sus cortesanos vengativos y
lúgubres, sus tipos cuerdos que se fingen locos y sus tipos locos que
pretenden llegar a lo más negro de su locura, sus hadas y geniecillos
vivaces, sus bufones, sus monstruos, sus usureros y sus perfectos
estúpidos. Esta pléyade de criaturas capaces de abarrotar cielo e
infierno le llenaron la bolsa.
A fines de siglo ya
era bastante rico y compró o hizo edificar una casa en Stratford, que
llamó New-Place. En 1597 había muerto su hijo, dejando como única y
escueta señal de su paso por la tierra una línea en el registro
mortuorio de la parroquia de su pueblo. Susan y Judith se casaron, la
primera con un médico y la segunda con un comerciante. Susan tenía
talento; Judith no sabía leer ni escribir y firmaba con una cruz. En
1611, cuando Shakespeare se encontraba en la cúspide de su fama, se
despidió de la escena con La tempestad
y, cansado y quizás enfermo, se retiró a su casa de New-Place dispuesto
a entregarse en cuerpo y alma a su jardín y resignado a ver junto a él
cada mañana el adusto rostro de su mujer. En el jardín plantó la primera
morera cultivada en Stratford. Murió el 23 de abril de 1616 a los
cincuenta y dos años, en una fecha que quedó marcada en negro en la
historia de la literatura universal por la luctuosa coincidencia con la
muerte de Cervantes.
Los misterios de Shakespeare
Es
cierto que la juventud del poeta ofrece los pasajes más desconocidos
para el biógrafo. Sin embargo, los verdaderos misterios de su vida
pertenecen a aquellos años en que su carrera puede ser reconstruida con
bastante fidelidad. El más conocido de estos enigmas está relacionado
con sus Sonetos,
publicados en 1609, pero escritos, en su mayor parte, unos diez o
quince años antes. Uno de los protagonistas de los 154 sonetos es un
apuesto joven a quien el poeta admira mucho, y el otro es la famosa dark lady, "dama morena", que le fue infiel con el anterior.
Muchos
intentaron encontrar en estos poemas claves de la vida interior de
Shakespeare, pruebas de su presunta homosexualidad, afirmando que el
joven galán de los sonetos o, tal vez, la "dama morena" no era otro que
el conde de Southampton, mecenas del debutante autor, a quien le había
dedicado sus dos primeras obras poéticas. No se sabe con certeza quién
era el objeto de la adoración secreta del poeta. Sus únicas referencias
personales comprensibles y claras son menudencias: que sufría de
insomnio, que le gustaba la música, que reprobaba las mejillas pintadas y
el uso de las pelucas.
El conde Henry Wriothesley de
Southampton, protector de Shakespeare
Otra
de las incógnitas es que sus años de más éxito social, económico y
profesional, entre 1603 y 1612, coinciden con la época de sus grandes
tragedias, sus obras más amargas y desilusionadas, como Otelo, El rey Lear, Macbeth, Antonio y Cleopatra, Coriolano y Timón de Atenas. Incluso la última comedia de estos años, Medida por medida, es más sombría que muchos de sus dramas. Además, sus últimas cuatro obras, Pericles, Cimbelino, El cuento de invierno y La tempestad,
su maravillosa despedida del teatro y del mundo, muestran una curiosa
incursión de elementos novelescos y pastoriles en su teatro, sin duda
bajo la Influencia de la nueva generación de dramaturgos como Francis
Beaumont o John Fletcher. Hay otras dos obras, Enrique VIII y Los dos nobles parientes,
ambas de 1612-1613, cuya autoría parcial suelen atribuírsele, ya que
según todos los indicios fueron escritas en colaboración con el joven
Fletcher, con las que el número de sus piezas teatrales sumarían 38.
Pero La tempestad es considerada universalmente como su última obra.
Sea
como fuere, lo cierto es que alrededor de 1613, es decir a los cuarenta
y ocho años de edad, en pleno poder de sus facultades mentales y en el
cenit de su carrera, Shakespeare rompió abruptamente con el teatro y se
retiró a su ciudad natal como podría hacerlo un pequeño burgués que
después de una vida de trabajo quisiera gozar de sus bienes en la
quietud campestre. Sus últimos años transcurrieron como los de un
respetado hidalgo rural: participaba en la vida social de Stratford,
administraba sus propiedades y compartía sus días con sus familiares y
vecinos.
Sus obras siguieron en cartelera hasta
después de su muerte, y debió conservar algún contacto, aunque sólo
amistoso, con el teatro. Incluso se dijo, según una leyenda registrada
casi medio siglo después, que murió a consecuencia de un banquete
celebrado en compañía de su colega Ben Jonson. Contradice a esta
historia el hecho de que un mes antes de su muerte dictara su testamento
rubricándolo con una firma temblorosa que permite imaginar que ya se
encontraba enfermo.
El testamento, extenso y
minucioso, está relacionado con el último misterio de la vida de
Shakespeare, aunque sea sólo menor y de orden anecdótico: después de
nombrar como heredero principal al marido de su hija mayor, Susan, y de
legar valiosos objetos de oro y de plata a su otra hija, Judith, dejó a
su mujer su «segunda mejor cama». Nadie ha podido descifrar el
significado verdadero de tan extraño legado, que, a su vez, dice mucho
del cariz del matrimonio del poeta.
La posteridad se
ha ocupado de Shakespeare más que de cualquier otro autor, y no sólo en
el sentido positivo. Muchos querían negarle la autoría de su obra
atribuyéndosela a espíritus más elevados, preferiblemente de origen
ilustre. A Voltaire y a Tolstói, por ejemplo, les irritaba no la persona
del poeta (o su origen plebeyo), sino su obra, que es lo contrario a
todo orden clásico, regla artística o realismo formal. Es la misma
libertad: verbal, dramática, emocional. Se expresa con veloces imágenes,
en una misma obra salta años, países y mares, cambia azarosamente los
hilos de la trama y alterna el tono cómico con el trágico. Su obra es la
perenne inquietud y su perspectiva, el infinito. Hace caso omiso de los
cánones de la composición porque obedece a unas leyes más importantes y
atávicas que las de la unidad de tiempo o de lugar. Nadie logró
inmortalizar a tantos personajes como ese dramaturgo que prácticamente
no llegó a inventar ni una sola historia propia.
En
una de esas metáforas asombrosamente plásticas que tanto abundan en su
obra, Shakespeare define la gloria como «un circulo en el agua / que
nunca cesa de agrandarse / hasta llegar a ser tan ancho / que se disipa
en la nada...». Pero la suya no fue así. No tendió a desvanecerse, ni
siquiera a languidecer: después del relativo desinterés por su obra en
los tiempos de moral puritana y de gusto neoclásico, a partir del
prerromanticismo se le volvió a descubrir de modo universal. Desde
entonces todas las épocas y estilos tienen su propio Shakespeare,
corroborando la predicción de su amigo y rival, Ben Jonson: «Él no era
de una época sino para todos los tiempos».
Cronología de William Shakespeare
1564 | Nace en Stratford-upon-Avon. Es el tercer hijo de John Shakespeare y Mary Arden. |
1582 | Se casa con Anne Hathaway. Al año siguiente nace su hija Susan y, dos años después, los gemelos Judith y Hamnet. |
1588-89 | Se instala en Londres, abandonando a esposa e hijos, y escribe sus primeras obras. |
1592 | La peste obliga a cerrar los teatros y Shakespeare se retira a Stratford. Posible estancia en el norte de Italia. |
1593-94 | Publica los poemas Venus y Adonis y La violación de Lucrecia, dedicados al conde Henry Wriothesley de Southampton, su protector. |
1594 | Reapertura de los teatros. Shakespeare es ya miembro de la mejor compañía de la época, la Compañía de Actores de Lord Chamberlain. |
1597 | Fallece su hijo Hamnet. Su buena situación económica como empresario de la compañía le permite adquirir New-Place, una casa en Stratford. |
1598 | Su compañía se instala en el nuevo teatro The Globe, del que Shakespeare es copropietario. |
1600-01 | Escribe y estrena Hamlet. |
1603 | El nuevo rey de Inglaterra, Jacobo I, se convierte en el protector de la compañía de Shakespeare, que pasa a llamarse King's Men (Hombres del Rey). |
1605-06 | Escribe Macbeth y El rey Lear. |
1609 | Su compañía inaugura una nueva sala, el teatro Blackfriars, del que Shakespeare es también copropietario. Se publican sin su autorización sus Sonetos. |
1611 | Escribe La tempestad, su última obra. Deja el teatro y se retira a New-Place, su casa de Stratford. |
1616 | Muere en su ciudad natal. |
Obras de William Shakespeare
La edad de oro del teatro europeo
En
el siglo XVII tuvo lugar un importante desarrollo de la dramaturgia
europea, sobre todo en Inglaterra, España, Francia e Italia. Las
compañías teatrales seguían siendo en su mayoría itinerantes, pero ya a
finales del siglo XVI empezaron a establecerse. Las representaciones de
aficionados dejaron de tener su antigua importancia, apareciendo la
figura del actor profesional, aunque la situación económica y social de
las gentes de teatro continuó siendo muy precaria. Si en Italia el actor
gozó de cierta consideración, en Inglaterra la tradición puritana se
mostró siempre hostil a los que participaban de un arte tan disoluto,
mientras que en la católica Francia la Iglesia negaba los sacramentos a
los cómicos. La intervención de las mujeres en los escenarios variaba:
en Italia y España las actrices eran admiradas, pero en Inglaterra y en
Alemania los papeles femeninos eran representados por muchachos.
Ya
desde inicios del siglo XVII, el teatro se desarrolló bajo la
protección de reyes y nobles. En Francia, Enrique IV y su esposa María
de Médicis invitaron en numerosas ocasiones a compañías italianas, y
posteriormente destacó el papel protector del cardenal Richelieu. En
Inglaterra, el interés de Carlos I y su esposa, la francesa Enriqueta
María, dio un poderoso impulso al género. En Italia las cortes fueron el
centro de la actividad teatral, mientras que en Madrid las
representaciones reales tuvieron lugar, a partir de 1632, en el palacio
del Buen Retiro.
William Shakespeare
Hay
que subrayar que a lo largo del período se otorgó una creciente
importancia a la preceptiva literaria, aplicada con no menos intensidad a
las obras teatrales. Las "reglas del arte" puestas en vigor
consistieron, principalmente, en la idea de verosimilitud, en el sentido
clásico del decorum (cada personaje debía comportarse según su
rango social), en la adecuación del estilo al tema (entre los tres
niveles posibles: lírico, épico o trágico y cómico o satírico) y, por
último, en las "tres unidades" de acción, tiempo y lugar. Esta normativa
se basaba en la Poética de Aristóteles, que se convirtió en un
texto canónico insoslayable para la estética literaria. Sin embargo, si
bien en Francia las reglas tuvieron un carácter cada vez más imperativo,
tanto en España como en Italia fueron solamente respetadas pero muy
poco acatadas, y en Inglaterra se ignoraron casi por completo.
La escena inglesa en tiempos de Shakespeare
A
finales del siglo XVI, durante el reinado de Isabel I de Inglaterra, se
construyeron en Londres los primeros teatros públicos y estables. Los
teatros isabelinos eran construcciones de forma octogonal o circular,
hechos de madera, con un patio central a cielo abierto y galerías
circundantes. Tenían aproximadamente 25 metros de diámetro exterior y
unos diez de altura.
En el patio, los espectadores
permanecían de pie. Sobre la plataforma del escenario, en un piso
superior sostenido por columnas, se encontraban las dependencias para la
maquinaria de efectos especiales y demás accesorios de la tramoya.
Aunque la acción dramática se desarrollaba principalmente en el
escenario, una galería situada al fondo del mismo era empleada cuando la
escena incluía un balcón (como en Romeo y Julieta) o lo alto de una muralla (como en Macbeth). En algunos teatros, una segunda tribuna más pequeña estaba destinada a los músicos.
Al
fondo del escenario, dos puertas permitían la entrada y salida de los
actores. En los teatros más evolucionados se situaba entre ellas un
segundo espacio, de reducidas dimensiones, denominado escenario
interior. Separado de la plataforma principal por una cortina, este
ámbito servía para recrear ambientes específicos, como dormitorios o
cuevas. Por medio de las trampillas distribuidas en el suelo del
escenario principal se representaban diversos efectos, como sepulcros o
apariciones.
Entre los teatros que se construyeron
destacan The Theatre (1576), The Rose (1587), The Swan (1595) y The
Globe (1599), que en su forma original o bien reconstruidos
permanecieron abiertos en la primera mitad de la centuria siguiente.
Hacia 1609 la compañía de Shakespeare se estableció en el teatro privado
de Blackfriars, aunque siguió representando en El Globo. Este último,
destruido por un incendio, fue edificado de nuevo en 1614.
La obra de Shakespeare
Dentro
de ese contexto de renacimiento del teatro europeo, la figura teatral
indiscutible en Inglaterra fue William Shakespeare. En su trayectoria
pueden distinguirse cuatro etapas. A la primera de ellas (hasta 1598
aproximadamente) pertenecen una serie de piezas juveniles en las que
Shakespeare se ciñó a las modas vigentes, adaptando los temas al gusto
del público. En este período practicó diversos géneros, desde la comedia
de enredo (La comedia de los errores) hasta la tragedia clásica de influencia senequista (Tito Andrónico), pasando por el drama histórico (El rey Juan, Ricardo III, Enrique IV). Otras obras de este momento inicial, como El mercader de Venecia, La fierecilla domada, Romeo y Julieta o El sueño de una noche de verano, marcan el inicio de una fase de mayor creatividad.
En
la segunda etapa shakesperiana, que va de 1598 a 1604, se sitúan las
piezas que suelen denominarse "obras medias", caracterizadas por un
mayor virtuosismo escénico. Entre las comedias sobresalen Las alegres comadres de Windsor y Bien está lo que bien acaba, mientras que los dramas Julio César, Hamlet y Otelo
anuncian ya el período siguiente, conocido como el de las grandes
tragedias (1604-1608), en las que Shakespeare bucea en los sentimientos
más profundos del ser humano: la subversión de los afectos en El rey Lear, la violenta e insensata ambición en Macbeth y la pasión desenfrenada en Antonio y Cleopatra. La fase final (1608-1611) brilla por su última obra maestra, La tempestad, en la que fantasía y realidad se entremezclan ofreciendo un testimonio de sabiduría y aceptación de la muerte.
Retrato de Shakespeare en la
primera edición de sus obras
La
división en etapas no deja de ser en realidad una convención didáctica
por la imposibilidad de datar cronológicamente muchas de sus obras y por
la misma heterogeneidad que se advierte dentro de esas supuestas fases
en la evolución de su dramaturgia. Sí se sabe que, ya antes de 1594,
había trabado amistad con el joven conde de Southampton, Henry
Wriothesley, a quien dedicó sus dos poemas narrativos Venus y Adonis (1593) y La violación de Lucrecia (1594), y la mayoría de los Sonetos (posiblemente los del período 1593-97).
De poderse atribuir a Shakespeare, según parece, la segunda y la tercera partes de Enrique VI,
la primera fecha con que es posible datar su actividad dramática sería
el año 1591; en la redacción de este drama se advierten rasgos cómicos y
sentimentales que posteriormente habrían de convertirse en
característicos del autor. En el curso de este período inicial
Shakespeare ensayó, además del drama histórico, entonces muy de moda, la
comedia (La comedia de las equivocaciones) y el género dramático de horror, con Tito Andrónico, el primer drama publicado por Shakespeare (anónimo, en 1594). Esta última obra y Ricardo III revelan la influencia de Marlowe, quien, por su parte, parece haber inspirado en Enrique VI su Eduardo II. Tal conjunto dramático inicial apenas permite descubrir las huellas de un genio.
Se
cree que Shakespeare pudo haber pasado, parte del período 1592-94 en el
norte de Italia (quizá junto al conde de Southampton), por cuanto al
reanudarse la actividad en los teatros luego de la peste que por aquel
entonces desorganizó el mundo teatral londinense, nuestro autor presentó
una serie de dramas de ambiente italiano en los que muestra una
significativa familiaridad con ciertos detalles de la topografía local.
Es posible, también, que el dramaturgo recibiera tal información de
algunos italianos residentes en Londres; conoció, sin duda, a Giovanni
Florio (autor de manuales de conversación italiana y de un diccionario
italiano-inglés, así como traductor de Montaigne) en casa del conde, su
protector. Éste resultó para Shakespeare un generoso mecenas, y, muy
posiblemente, su munificencia permitió al poeta adquirir una
participación en la compañía.
Shakespeare dedicó
entonces todas sus energías a la composición de dramas, y sólo prosiguió
sus actividades de poeta no dramático con algunos sonetos que fueron
apareciendo por lo menos hasta 1600 aproximadamente. El periodo situado
entre la mitad de 1599 y 1601, o sea entre la marcha del conde de Essex a
Irlanda y su fracasada insurrección, coincide con una especie de
paréntesis abierto en la inspiración del dramaturgo, el cual, consciente
de sus facultades, parece vacilar antes de comprometerlas en empresas
de mayor trascendencia que las tres comedias cuyo mismo título podría
considerarse indicio de una negligente ligereza: Mucho ruido por nada, Como gustéis y Noche de Epifanía.
A
fines del reinado de Isabel, Shakespeare había desarrollado todas las
posibilidades del drama histórico y alcanzado sus más altas cumbres con Ricardo II y Enrique IV, continuación del cual, y también de Enrique V, es la comedia Las alegres comadres de Windsor,
que algunos tienden a situar hacia 1598; al mismo tiempo, en su
actividad de comediógrafo iba explotando los más exquisitos recursos de
un género muy apreciado por el público.
Sólo como
trágico no había manifestado aún la plenitud de su talento, a pesar de
la genial transformación de la vieja fórmula senequista de la tragedia
de venganza y horror, evidente en Tito Andrónico, y no tanto en Romeo y Julieta, en la que el terror queda velado por la piedad, y en Julio César,
obra en la cual, junto a la persistencia de los temas de la venganza y
los espectros, se da el carácter de Bruto, que supera ya los límites
espirituales de tal género dramático.
En Hamlet,
en cambio, cuya versión original, posiblemente de Kyd, debió de ser un
típico drama senequista, la fórmula en cuestión aparece ahogada por la
apasionada protesta del protagonista contra los inevitables sofismas del
pensamiento, que inducen a ver en las cosas "apariencias", pero no
certezas absolutas. En esta obra, cuya nota central se halla en la frase
del monólogo del príncipe (act. III, escena I, 85) "los primitivos
matices de la resolución se desmayan bajo los pálidos toques del
pensamiento", Shakespeare pudo haber experimentado la influencia de la
terrible catástrofe de Essex, que ocurrió el mismo año de la composición
del drama (1601) y arrastró consigo durante algún tiempo la suerte del
protector de Shakespeare.
Lawrence Olivier dirigió e interpretó Hamlet (1948)
La compañía de este último, en realidad, participó indirectamente en la conjura al prestarse a representar Ricardo II
poco antes del principio de la insurrección; el partido opuesto a
Isabel creyó ver un paralelismo entre la soberana y Ricardo: los
partidarios de Essex, efectivamente, pretendían adivinar en la escena de
la deposición del rey la de la reina. Sin embargo, la compañía del
ilustre dramaturgo no se vio perjudicada en absoluto por el
descubrimiento de la conjura. Con todo, el adiós de Horacio a Hamlet
moribundo ("Feliz noche eterna, amado príncipe; y coros de ángeles
arrullen tu sueño") fue interpretado a finales del siglo XVIII por el
gran crítico Malone como una alusión a las palabras semejantes
pronunciadas por Essex ante el cadalso el 25 de febrero de 1601: "Cuando
mi vida se aleje de mi cuerpo, envía a tus bienaventurados ángeles,
para que acojan mi alma y la lleven a los goces del Cielo".
También
las comedias escritas por Shakespeare a principios del reinado de
Jacobo I, o sea en torno a 1603, revelan un espíritu agitado; la ironía y
el disgusto aparecen de varias maneras en Troilo y Crésida, Bien está lo que bien acaba y Medida por medida. No hay, empero, ambigüedad en las tres grandes tragedias Otelo, El rey Lear y Macbeth, que plantean el misterio de un mal objetivo (El rey Lear,
III, 6, 80: "Consideremos, pues, atentamente a Regana, y veamos qué
crece en torno a su corazón. ¿Hay, acaso, en la naturaleza una razón que
le permita crear corazones tan duros?") y parecen presentar la vida
como "un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que nada
significa" (Macbeth, V, 5, 27). En las tres tragedias en cuestión
las pasiones son presentadas en esencia y atribuidas a caracteres
primitivos: Lear y Macbeth son jefes bárbaros pertenecientes a épocas
muy remotas, y Otelo es un africano.
Macbeth influyó en Antonio y Cleopatra,
en la que, sin embargo, un halo casi romántico rodea la tragedia de dos
amantes de temperamento y mentalidad tan opuestos que sólo a costa del
desastre consiguen obtener lo mejor del otro. Coriolano
estudia otro carácter primitivo, de una sola pieza y casi pueril en su
generoso espíritu, con el cual contrasta el maquiavélico oportunismo de
la madre. Timón de Atenas prosigue la amarga sátira de la ingratitud humana que constituyera el tema de El rey Lear.
Shakespeare,
no obstante, dio sólo un esbozo de tal drama, quizá a causa de una
crisis o de una enfermedad de las cuales pudiera haber salido con el
alma renovada posiblemente por la fe religiosa: en realidad, la
concepción del mundo de sus últimas obras dramáticas, y singularmente de
La tempestad,
puede considerarse cristiana. A fines del siglo XVII el sacerdote
Richard Davies declaró que Shakespeare había muerto "papista", o sea en
el seno del catolicismo romano; su padre pudo haber sido católico: el
nombre de éste figura en una lista de "recusants", o sea de personas,
generalmente católicas, que no asistían a las ceremonias de la Iglesia
anglicana. Hacia 1610 cabe situar el retorno, de una manera fija, a
Stratford, donde Shakespeare pasó tranquilamente los últimos años de su
vida; en 1613 escribió, en colaboración con el joven dramaturgo John
Fletcher, su último drama, Los dos parientes nobles.
En 1609, sin su consentimiento, se publicó el conjunto de sus Sonetos,
auténtico universo de extraordinario rigor formal y profundidad
conceptual, que ha planteado a lectores y eruditos una serie de
ininterrumpidas ocasiones para el asombro. Un cuerpo de cincuenta y
cuatro sonetos de perfección indiscutible, escritos a lo largo de veinte
años, que retomó y modificó la tradición petrarquista, con varios hilos
argumentales de enigmática definición: los más tempranos están
dedicados a un joven bello y veleidoso a quien la voz poética reprocha
el desdén y a la vez aconseja que se case, mientras que un bloque
posterior se refiere a una dama morena en la que muchos han querido
adivinar otro disfraz de sexo. En cualquier caso, la progresión y
extraordinaria calidad del conjunto hacen de éste un mundo de
insuperable densidad estética.
Las grandes tragedias Macbeth, Otelo, Hamlet y El rey Lear
constituyen espejos del mapa entero de la sensibilidad moderna, ya que
se edifican en un mundo, el renacentista, en que la presencia divina
empieza a menguar. Por primera vez, la duda frente a la identidad, la
vejez, la traición, la ambición e incluso la percepción del mal se
muestran en su radicalidad humana. Pero eso no explica su calidad única;
sucede que esos caracteres y esos conflictos surgen de una capacidad
ilimitada para moldear la palabra en todos los planos. No hay fronteras
en Shakespeare: bufones y reyes comparten el mismo rango de problemático
diseño, de contradictoria y rica existencia social, verbal y moral. Por
eso serán Falstaff, el gordo bufón y soldado presente en varias obras,
junto con el viejo rey Lear, dos de los puntos extremos del arco de sus
caracteres. En términos generales, lo sublime de las obras de
Shakespeare es el retrato de unos personajes a los que se llega a
definir con precisión matemática, de forma que esa misma ambigüedad
colma su carácter de una extraordinaria riqueza de matices. Por medio de
la fuerza del lenguaje, los tipos shakesperianos manifiestan las
profundidades de su espíritu y se declaran individuos libres, capaces de
elegir su propio destino. En este sentido, su obra es tan moderna y
está tan abierta a distintas interpretaciones como El Quijote de Cervantes.
Los avatares de la imprenta
La
publicación de sus dramas se hizo sin la participación del autor. Un
grupo de editores, poco escrupulosos, dio a la luz textos dramáticos
sueltos en cuarto (Quartos), algunos de ellos "buenos", o sea conformes a
versiones auténticas y aparecidos con el consentimiento más o menos
vago de Shakespeare, y otros "malos"; en cuanto a estos últimos se han
supuesto varias procedencias: textos estenográficos, reconstitución de
memoria o empleo de copias no revisadas.
En 1619
Thomas Pavier publicó diez dramas sin autorización, y poco después dos
autores colegas del ilustre dramaturgo, John Heminge y Henry Condell,
iniciaron una edición completa, que, luego de varias dificultades, vio
la luz en 1623, por obra del editor William Jaggard, y es conocida como
el primer infolio (First Folio); respecto a dieciocho dramas constituye la única fuente existente y, en cuanto a los restantes, salvo Pericles, ofrece textos si no siempre mejores que los de en cuarto, sí, por lo menos, de importancia fundamental.
Edición First Folio de su obra (1623)
La
crítica demoledora no ha logrado desechar la convicción según la cual
la mayoría de los dramas en cuestión son debidos enteramente a la pluma
de Shakespeare, quien, como afirma también la misma opinión, no los
habría revisado una vez escritos. Los testimonios de los contemporáneos
no permiten creer en pacientes retoques de tales obras por su mismo
autor. Con todo, hay que admitir, como es natural, ciertas refundiciones
de muchos textos provocados por las necesidades del espectáculo
(supresiones e interpolaciones).
Además de los
críticos demoledores, que han pretendido ver en los dramas
shakesperianos la colaboración de otros dramaturgos, han aparecido en
torno a la obra del gran escritor varios herejes que consideran a
Shakespeare actor ignorante y mero testaferro y le niegan, por ello, la
paternidad de su producción, la cual, según su criterio, sólo puede ser
atribuida a personajes extremadamente cultos, como, por ejemplo, el
filósofo Francis Bacon, el conde de Oxford u otros candidatos aún más
problemáticos. Los datos acerca de la vida de Shakespeare son, en
verdad, áridos, y no parecen corresponder a una personalidad tan grande
como la de nuestro dramaturgo; sin embargo, hay que reconocerlos también
más abundantes que cuantos poseemos respecto de los otros autores
isabelinos en general, salvo, quizá, Ben Jonson.