Anécdotas, parábolas y reflexiones organizacionales

Los globos negros

En cierta ocasión el famoso predicador y líder norteamericano Martin Luther King se encontraba a punto de dar una de sus célebres conferencias acerca de los Derechos Humanos. Rápidamente notó que una pequeña niña negra se encontraba al frente de su auditorio. Un poco sorprendido, preguntó a uno de sus ayudantes al respecto, y éste le dijo que la niña había sido la primera en llegar al lugar.
Al terminar su discurso, como parte de la ceremonia se soltaron globos de diferentes colores al cielo que la pequeña no dejaba de admirar. Entonces el predicador se acercó a ella y la levantó en sus brazos.
La pequeña lo miró fijamente y le preguntó:
— ¿Los globos negros también volarán hacia el cielo?
Martin la miró dulcemente y le contestó:
—Los globos no vuelan al cielo por el color que tengan, sino por lo que llevan dentro.
Esta es una lección contra la exclusión. A pesar de los años, ¿seguimos teniendo prejuicios hacia la gente de color?
¿Será verdad que la humanidad ha avanzado hasta convertirse en una gran comunidad mundial?

Las cuatro estaciones

Había un hombre que tenía cuatro hijos. Como parte de su educación, él quería que ellos aprendieran a no juzgar a las personas y las cosas tan rápidamente como suele hacerse. Entonces los envió a cada uno, por turnos, a ver un árbol de peras que estaba a gran distancia de su casa.
En su país había estaciones, así que el primer hijo fue en invierno; el segundo en primavera; el tercero en verano y el cuarto en otoño.
Cuando todos habían ido y regresado, el padre los llamó y les pidió que describieran lo que habían visto. El primer hijo dijo que el árbol era horrible, giboso y retorcido, parecía seco y sin vida. El segundo dijo que no, que el árbol estaba cubierto de brotes verdes y lleno de retoños que prometían flores. El tercer hijo no estuvo de acuerdo: él dijo que estaba cargado de flores, que emanaba un aroma muy dulce y se veía hermoso; era el árbol más lleno de gracia que jamás había visto.
El último de los hijos tampoco estuvo de acuerdo con ninguno de ellos. Dijo que el árbol estaba cargado de peras maduras, lleno de savia y bienestar. Como los pájaros acudían al peral para comer de los frutos que se estaban marchitando, todo a su alrededor se llenaba de un exquisito aroma.
Entonces el padre les explicó a sus hijos que todos tenían la razón, porque ellos sólo habían visto una de las estaciones de la vida del árbol.
Y añadió que por eso no se podía juzgar a una persona por sólo ver una de sus temporadas: "La esencia de lo que son los hombres, el placer, la tristeza, el regocijo y el amor que vienen con la vida sólo pueden ser medidas al final, cuando todas las estaciones hayan pasado".
¿No será por esta razón que nos quedamos con una idea prefijada de una determinada "estación" de una persona, a partir de la cual la juzgamos el resto del tiempo?
¿No será que debemos entender a las personas como móviles y no como estacionarias?

Una lección de diplomacia

Cuentan que durante un banquete oficial celebrado en Inglaterra con la asistencia de personalidades de todo el mundo, un empleado del gobierno, concretamente el jefe de protocolo, observó cómo uno de los “ilustres” invitados se metía un valioso salero de oro en el bolsillo de su chaqueta.
El jefe de protocolo, responsable de los bienes oficiales, al no saber qué hacer en aquella delicada situación, se dirigió al Primer Ministro de Inglaterra, que por aquel entonces era Sir Winston Churchill (estadista y político inglés, nacido en Oxfordshire en 1874 y fallecido en Londres en 1965, uno de los protagonistas de la II Guerra Mundial), y le pidió un discreto consejo dada la notoriedad del personaje.
La gran agudeza que caracterizaba a Winston Churhill le hizo idear un estratagema infalible: le dijo al jefe del protocolo que no se preocupara, que él resolvería ese “pequeño incidente”.
Fue a la mesa más próxima, se introdujo otro salero de oro en el bolsillo del chaleco, se acercó al “personaje” que había sustraído el salero, y, mientras le mostraba el contenido de su bolsillo, le dijo al oído:
—El jefe de protocolo nos ha visto guardarnos el salero en el bolsillo. Será mejor que lo devolvamos, ¿verdad?
Y de esta manera resolvió una embarazosa situación diplomática.

La lección del carbón

Un hombre, que regularmente asistía a las reuniones de un determinado grupo, sin ningún aviso dejó de participar en sus actividades. Después de algunas semanas, una noche muy fría el líder de aquel grupo decidió visitarlo. Encontró al hombre en casa, solo, sentado frente a una chimenea donde ardía un fuego brillante y acogedor.
Adivinando la razón de la visita, el hombre dio la bienvenida al líder, lo condujo a una silla grande cerca de la chimenea y se quedó quieto, esperando una pregunta. Se hizo un grave silencio. Los dos hombres sólo contemplaban la danza de las llamas en torno de los troncos de leña que crepitaban.
Al cabo de algunos minutos el líder, sin decir palabra, examinó las brasas que se formaban y cuidadosamente seleccionó una de ellas, la más incandescente de todas, retirándola a un lado del brasero con unas tenazas. Volvió entonces a sentarse, permaneciendo silencioso e inmóvil después de solicitar permiso para fumarse una pipa.
El anfitrión prestaba atención a todo, fascinado pero inquieto. Al poco rato, la llama de la brasa solitaria disminuyó, hasta que sólo hubo un brillo momentáneo y el fuego se apagó repentinamente. En poco tiempo, lo que era una muestra de luz y de calor, no era más que un negro, frío y muerto pedazo de carbón recubierto por una leve capa de ceniza. Muy pocas palabras habían sido dichas desde el ritual saludo entre los dos amigos.
El líder, antes de prepararse para salir, con las tenazas blandió el carbón frío e inútil, colocándolo de nuevo en medio del fuego. De inmediato la brasa se volvió a encender, alimentada por la luz y el calor de los carbones ardientes en torno suyo.
Cuando el dirigente alcanzó la puerta para irse, el anfitrión le dijo:
—Gracias por tu visita y por tu bellísima lección. Regresaré al grupo. Buenas noches.
¿Por qué se extinguen los grupos? Muy simple: porque cada miembro que se retira le quita el fuego y el calor al resto.
A los miembros de un grupo vale recordarles que ellos forman parte de la llama y que lejos del grupo pierden todo su brillo.
A los líderes vale recordarles que son responsables por mantener encendida la llama de cada uno de los miembros y por promover la unión entre todos ellos, para que el fuego sea realmente fuerte, eficaz y duradero.

Una preciosa factura

Cierta tarde un pequeño se acercó a su madre, que preparaba la cena en la cocina, y le entregó la hoja de papel en la que había escrito algo. Después de secarse las manos y quitarse el delantal, ella leyó lo que decía la nota:
Cortar el césped del jardín: $15.00
Limpiar mi cuarto esta semana: $5.00
Cuidar de mi hermano: $5.00
Ir a la panadería: $0.50
Sacar la basura toda la semana: $2.50
Libreta con buenas calificaciones: $50.00
Limpiar el patio: $5.00
TOTAL ADEUDADO: $83.00
Al mirar la lectura, la madre miró con seriedad al chico mientras él aguardaba expectante. Y sin decir palabra, ella tomó un lapicero y en el reverso de la misma hoja anotó:
Por llevarte nueve meses en mi vientre y darte la vida: NADA
Por tantas noches de desvelos, curarte y orar por ti: NADA
Por la alegría y el amor de nuestra familia: NADA
Por el temor y las preocupaciones cuando enfermabas: NADA
Por comida, ropa y educación: NADA
Por tomar tu mano y darte apoyo: NADA
Cuando el niño terminó de leer lo que ella había escrito, tenía los ojos llenos de lágrimas. La miró a los ojos y le dijo: —Te quiero, mamá. Luego tomó el lapicero y escribió con letra muy grande en el papel: TOTALMENTE PAGADO.
¿Por qué reclamamos derechos que no concedemos a los padres?
¿No es muy clara la diferencia entre las "cosas" y el amor?

El puente fraterno

Había una vez dos hermanos, Tomás y Javier, que vivían uno al frente del otro en dos casas de una hermosa campiña. Por problemas pequeños, que se fueron haciendo grandes con el tiempo, los hermanos dejaron de hablarse y evitaban cruzarse en el camino.
Cierto día llegó a una de las casas un carpintero y le preguntó a uno de los hermanos si tendría trabajo para él. Tomás le contestó:
— ¿Ve usted esa madera que está cerca de aquel riachuelo? Pues la he cortado recientemente. Mi hermano Javier vive al frente y, a causa de nuestra enemistad, desvió ese arroyo para separarnos definitivamente. Así que yo no quiero ver más su casa. Le dejo el encargo de hacerme una cerca muy alta que me evite la vista.
Tomás se fue al pueblo y no regresó sino hasta bien entrada la noche.
Cuál no sería su sorpresa cuando, en vez de una cerca, encontró que el hombre había hecho un hermoso puente que unía las dos partes de la campiña.
Sin poder hablar, de pronto se vio al frente de su hermano, que en ese momento estaba atravesando el puente con una sonrisa:
—Tomás, hermano mío, no puedo creer que hayas sido tú el que haya hecho el puente, habiendo sido yo el que te ofendió. Vengo a pedirte perdón.
Y los dos hermanos se abrazaron.
Cuando Tomás se dio cuenta de que el carpintero se alejaba, le dijo:
—Buen hombre, ¿cuánto te debo? ¿Por qué no te quedas?
—No, gracias —contesto el carpintero—.
¡Tengo muchos puentes que construir!
¿Cuántas veces podemos ayudar a perdonar y servir de puentes?

Papi, ¿cuánto ganas por hora?

En el mismo momento en que lo vio llegar a casa, un niño le preguntó a su padre:
— ¿Papi, cuánto ganas por hora?
Así, con voz tímida y ojos de admiración, un pequeño lo recibía al término de su trabajo. El padre miró con rostro severo al niño y repuso:
—Mira, hijo, esos datos ni tu madre los conoce, no me molestes que estoy cansado.
—Pero, papi —insistía—, sólo es una pregunta: ¿cuánto ganas por hora?
La reacción del padre esta vez fue menos severa y contestó:
—Bueno, hijo, pues $ 10.000 la hora.
—Papi, ¿me podrías prestar $ 5.000? —preguntó de inmediato el pequeño.
El padre montó en cólera y tratando con brusquedad al pequeño le dijo:
— ¡Así que era esa la razón de saber lo que gano! ¡Vete a dormir y no molestes, muchacho aprovechado!
Al caer la noche, el padre había meditado sobre lo sucedido y se sentía culpable. Tal vez su hijo quería comprar algo. En fin, queriendo descargar su conciencia se asomó al cuarto de su hijo.
— ¿Duermes hijo? — preguntó el padre.
—No, papi, dime —contestó entre dormido.
—Aquí tienes el dinero que me pediste respondió el padre.
—Gracias papi, contestó con alegría el pequeño. Y metiendo su manito bajo la almohada sacó otros billetes.
—Papi, ahora ya lo completé todo: tengo los $10.000. ¿Me podrías vender una hora de tu tiempo?
¿Qué tanta, atención prestas a tus hijos?
¿Alguna vez has pensado en la soledad, la inseguridad o los miedos de los niños?

La guadua del contribuyente

Iba una señora con su hijo de quince años por una de las calles de su pueblo, cuando de pronto se encontró frente a una zanja donde varios trabajadores hacían una reparación en el acueducto de la ciudad.
Al pasar vieron una guadua, colocada como una mampara de protección para evitar la caída de personas en la cuneta. Entonces la mamá le dice al hijo:
—Oiga, mijo, como la estaca donde duerme la lora de la casa ya está muy podrida y se nos va a caer, coja esa guadua y nos la llevamos para la casa.
El muchacho le responde:
—Pero, mamá, esa guadua no es de nosotros.
—No importa, mijo —dice la señora—, esa guadua es del municipio y por eso también es de nosotros. Cójala y nos la llevamos.
Si lo privado es de alguien, ¿por qué no aprendemos que lo público es de todos?
¿Por qué algunos creen que si algo es del Estado, eso quiere decir que no tiene dueño?
¿Quién dijo que lo público no tiene una ética?

El perro fiel

Una pareja de jóvenes, con varios años de casados, no habían podido tener hijos. Para no sentirse tan solos, compraron un cachorro de pastor alemán y lo criaron como si fuera su propio hijo.
El cachorro creció hasta convertirse en un enorme y hermoso animal de esa raza. El perro salvó en más de una ocasión a la pareja de ser atacada por ladrones y defendía a sus dueños contra cualquier peligro.
Sin embargo, después de siete años la pareja logró tener el hijo tan deseado.
Ellos estaban muy contentos con su nuevo hijo y desde luego disminuyen las atenciones que tenían con el perro. Este, al parecer, comenzó a manifestar celos del niño y sus dueños veían que ya no era el perro cariñoso y fiel que tuvieron durante siete años.
Un día la pareja dejó al bebe adentro, durmiendo plácidamente en la cuna, y fueron a la terraza de su finca a preparar la cena. Cuál no sería la sorpresa cuando al rato ven al perro saliendo del cuarto del bebé con la boca ensangrentada, pero moviéndoles la cola.
Como es obvio, el dueño del perro adivinó lo peor; entonces, sin pensarlo dos veces, agarró un arma que tenía cerca y mató al perro. Entretanto, la madre angustiada corría hacia el cuarto del bebe donde sorpresivamente encontró una gran serpiente degollada al lado de la cuna.
¿Alguna vez dejaremos de juzgar o condenar anticipadamente a los demás?
¿Cuántas injusticias se comenten por fijarse tan solo en las apariencias?
¿Pensamos antes de agredir a otro?

Las políticas de la lechuza

Un ratoncito del campo estaba perdido en un denso bosque y no podía encontrar la salida. Entonces se acercó a una lechuza que estaba asentada en un gran árbol.
—Por favor, ayúdeme, vieja y sabia lechuza. ¿Cómo puedo salir de este bosque? —le preguntó en voz alta.
—Eso es muy fácil —contestó la lechuza, casi sin mirarlo—. Haz que te crezcan alas y entonces vuela para salir de aquí. Eso es todo lo que tienes que hacer.
El ratoncito, desesperado, le replicó desde abajo:
—Pero, ¿cómo puedo hacer para que me crezcan alas?
Con un gesto altivo, una vez más la lechuza lo miró desde arriba con burla y repuso:
—No sé que harás, no me molestes con los detalles. Yo aquí solamente fijo las políticas.
Fijar políticas y describir los detalles de su ejecución son dos cosas distintas. ¿Qué efecto tienen sobre la motivación de los colaboradores?
¿O hay personas que, como la lechuza, creen que sólo ellas tienen la razón?

La autoridad moral

Esta es una historia real, sucedida en una empresa, que conviene enseñar a otros.
En el yacimiento de una de las empresas cementeras más importantes del país, los vehículos solo se podían surtir de gasolina entre la 1:00 y la 1:30 p.m., es decir, durante treinta minutos, debido a las reglamentaciones de la Superintendencia de la mina. Un empleado tenía la orden del jefe de almacén de sólo proveer el producto en esa hora y durante ese lapso de tiempo. Ese mismo empleado debía realizar otras tareas después de cumplir el oficio de proveedor de combustible.
Todos los ingenieros, sin excepción, debían llenar el tanque a esa hora, o se quedaban sin gasolina. No obstante, algunos usuarios estaban tan ocupados que más de una vez pedían gasolina a otra hora. El jefe del almacén se había quejado de la falta de orden, pero también había sido acusado de ser muy condescendiente con sus amigos.
Como en numerosas ocasiones el empleado hacía mal el trabajo siguiente, por el hecho de tener que dispensar gasolina a deshoras, el Superintendente de la mina les exigió a los usuarios y al almacén regirse por la norma existente y envió un estricto memorando. Unos días después, luego de surtir de gasolina el jefe del almacén regresaba caminando del tanque cuando fue recogido por el Superintendente, quien estaba urgido de combustible. El jefe del almacén no se negó a proveerlo del producto.
Entonces el Superintendente y el jefe del almacén tienen la siguiente conversación:
— ¿Y cómo va el almacén?
—Todo muy bien, doctor.
— ¿La gente está cumpliendo con las normas?
—Ah, sí, todo está bien.
— ¿O sea que el memo que mandé ha funcionado?
—Pues sí... dice el jefe del almacén sin mucho ánimo.
— ¿Cómo así? ¿Todavía hay gente que está incumpliendo? —pregunta ofuscado el Superintendente.
—No, doctor, de pronto uno que otro se atrasa, pero eso no es un problema.
— ¿¡Cómo que no es un problema!? —dice el Superintendente y reclama: —Así no vamos a llegar nunca a cumplir con el proceso de certificación de calidad. Usted es el que tiene que ayudarle a la compañía a ser mejor...
—Pues sí, doctor....
— ¡No, no lo acepto! ¡Mándeme ya la lista de quiénes son los incumplidos! ¡Pero hoy mismo! ¡La espero hoy!
—No, doctor, la lista es de uno solo. Eso no vale la pena...
— ¿Que qué? Mándemela de todos modos. O mejor, ¡dígame ya quién es el que está incumpliendo el memorando! ¿Quién es?
El otro, ruborizado y sin mirar la cara del Superintendente, responde: — ¡Usted, doctor Escobar!
Jefes que envían requerimientos intransigentes a su secretaria por llegar tarde, pero ellos cometen faltas peores... ¿No es la autoridad moral un verdadero requisito del líder?
¿Cuántos jefes creen que su papel solamente consiste en mandar pero no cumplir?
¿Cuál es el valor del ejemplo?

El papel arrugado

Contaba un predicador que, cuando era niño, su carácter impulsivo lo hacía estallar en cólera a la menor provocación. Luego de que sucedía, casi siempre se sentía avergonzado y batallaba por pedir excusas a quién había ofendido.
Un día su maestro, que lo vio dando justificaicones después de una explosión de ira a uno de sus compañeros de clase, lo llevó al salón, le entregó una hoja de papel lisa y le dijo:
— ¡Arrúgalo!
El muchacho, no sin cierta sorpresa, obedeció e hizo con el papel una bolita.
—Ahora —volvió a decirle al maestro —déjalo como estaba antes.
Por supuesto que no pudo dejarlo como estaba. Por más que trataba, el papel siempre permanecía lleno de pliegues y de arrugas. Entonces el maestro remató diciendo:
—El corazón de las personas es como ese papel. La huella que dejas con tu ofensa será tan difícil de borrar como esas arrugas y esos pliegues.
Así aprendió a ser más comprensivo y más paciente, recordando, cuando está a punto de estallar, el ejemplo del papel arrugado.
¿Recuerdas que alguien dijo una vez: «habla cuando tus palabras sean tan suaves como el silencio»?
Muchas personas se jactan de ser francas, y que dicen las cosas con independencia del sentimiento de los demás. ¿No son ellas fabricantes de papeles arrugados por dondequiera que pasan?

La serpiente y la luciérnaga

Cuentan que una serpiente empezó a perseguir desesperadamente a una luciérnaga. Ésta huía rápido y con miedo de la feroz depredadora, pero la serpiente no pensaba cejar en su intento.
Se evadió un día pero el reptil no desistía, dos noches y nada; en el tercer día, y ya sin fuerzas, la luciérnaga se detuvo y dijo a la serpiente:
— ¿Puedo hacerte tres preguntas?
—No acostumbro a hacer concesiones a nadie, pero, como te voy a devorar, puedes preguntarme.
— ¿Pertenezco a tu cadena alimenticia?
—No.
— ¿Yo te hice algún mal?
—No.
—Entonces, ¿por qué quieres acabar conmigo?
— ¡Porque no soporto verte brillar!
¿No es verdad que la envidia es uno de los sentimientos más frecuentes?
¿Has oído el refrán: Se le tiran piedras sólo a los árboles que tienen frutos?
¿De qué nos sirve la envidia? ¿Por qué la sentimos?

El tazón de madera

Un viejo se fue a vivir con su hijo, su nuera y su nieto de cuatro años. Él vivía solo y deseaba compartir con su familia sus últimos días. Los años no habían pasado en balde: ya le temblaban las manos, su vista era torpe y sus pasos no eran tan ligeros como antaño. Toda la familia comía reunida en la mesa del comedor, pero las manos temblorosas y la vista enferma del abuelito hacían que alimentarse fuera un asunto difícil. Los guisantes caían de su cuchara al suelo y cuando intentaba tomar el vaso sucedía con frecuencia que se le derramaba la leche sobre el mantel.
El hijo y su esposa se fastidiaron con la situación.
—Tenemos que hacer algo con mi padre —dijo el hijo—. Ya ha tenido suficiente y estoy harto de esta situación; derrama la leche, hace ruido al comer y tira la comida al suelo.
Así fue como el matrimonio decidió poner una pequeña mesa en una esquina del comedor para servirle al viejo. Así pasaron los días y el abuelo comía solitario mientras el resto de la familia disfrutaba la hora de comer.
Como ya había roto varios platos, decidieron servir su comida en un tazón de madera. De vez en cuando miraban hacia el sitio del abuelo y podían verle una lágrima furtiva mientras estaba allí sentado y solo. Sin embargo, las únicas palabras que la pareja le dirigía eran reproches cada vez que dejaba caer algún cubierto o la comida. El nieto de cinco años observaba todo en silencio.
Una tarde, antes de la cena, observaron que su hijo estaba jugando con unos trozos de madera en el suelo, y el papá le preguntó suavemente:
— ¿Qué estás haciendo, hijo?
Con la misma dulzura el niño contestó:
—Ah, estoy haciendo un tazón para ti y otro para mamá para que, cuando yo crezca, ustedes coman en ellos.
Sonrió y siguió con su tarea.
Las palabras del pequeño golpearon a sus padres de tal forma que quedaron sin habla. Las lágrimas rodaron por sus mejillas. Y, aunque ninguna palabra se dijo al respecto, ambos supieron lo que tenían que hacer.
Esa tarde el hijo tomó gentilmente la mano del abuelo y lo guió de vuelta a la mesa familiar, en la que por el resto de sus días el anciano ocupó un lugar con ellos. Y por alguna razón, ni el esposo ni la esposa parecían molestarse cada vez que el tenedor se caía, la leche se derramaba o se manchaba el mantel.
¿Qué harán contigo tus seres queridos cuando estés viejo? ¿Acaso es lo mismo que tú has hecho con los tuyos?
¿Qué valores necesitamos para restituir a los adultos mayores su papel en la sociedad?

No estabas allí

Gandhi, el líder espiritual de los hindúes, poseía una bondad increíble con todos. Muchas de sus historias hablan de este detalle. Pero el siguiente episodio es diferente: uno de sus discípulos sentía celos y quería matarlo.
Un día el maestro estaba paseando y reflexionando por un camino solitario. Desde la cima de una colina cercana, el traidor que lo acechaba le tiró una piedra grande que hizo rodar por la ladera. Por fortuna la piedra se trabó con un árbol y se detuvo antes de dar en el blanco.
Desde la distancia, Gandhi reconoció a su agresor pero no dijo nada y tampoco contó a nadie lo sucedido ese día.
Mucho después se cruzaron los mismos dos hombres y Gandhi, sin vacilar, procedió a saludarlo con alegría y respeto. El hombre le preguntó muy sorprendido si no estaba enojado con él. Gandhi le respondió que no.
—Maestro, ¿puede decirme por qué no le ha dicho nada a nadie, y cómo ha hecho para no enojarse conmigo ahora mismo?
—Porque ni tú eres ya el que arrojó la roca, ni yo soy ya el que estaba allí cuando me fue arrojada.
Una primera lectura sugiere que uno puede cambiar de una época a otra. "Nadie se baña dos veces en el mismo río", como dijo Heráclito. Si es así, ¿no será mejor empezar por creer que los sentimientos han cambiado de un periodo a otro, y que otros sentimientos, empezando por el perdón, pueden mantener el corazón lleno de luz?

Insultos al vacío

Una historia más de Gandhi: otro de sus mejores discípulos, quien después de haber sido su agresor había recibido una importante lección del maestro, decidió propagar las bondades del pensamiento de su líder el resto de su vida.
En efecto, solía contar a sus amigos la lección aprendida sobre el perdón; no obstante, con Ghandi se había ejercitado para expresarse con alegorías, y de este modo, cuando al discípulo le preguntaban cómo hacía para no reaccionar de manera violenta ante las agresiones y a las presiones, reunía a sus seguidores y los llevaba a un cementerio.
Allí,en ese sombrío lugar, les pedía que gritaran al aire, con todas las fuerzas de sus pulmones, cualquier clase de insultos y agravios a los muertos. Luego de hacerlo, les indicaba que gritaran asimismo toda clase de halagos y de felicitaciones. Era muy divertido ver en el camposanto a todos aquellos hombres y mujeres que parecían un grupo de locos.
Luego se sentaban y el hombre, mirando hacia las lápidas de mármol, les decía:
—Parece que es necesario aprender de los muertos. Como ellos, hay que ser indiferentes tanto a las ofensas como a los elogios. De esa indiferencia pueden florecer otras virtudes como la bondad y la comprensión.
Gandhi siempre fue fiel a este precepto mientras recibía insultos y luego elogios de los ingleses. ¿Sabías que de esta conducta nació la resistencia pacífica con la cual pudo independizarse su país?
¿Qué sería de nuestras vidas si siguiéramos esa potente y sencilla filosofía?

El temor a los riesgos

En un país en guerra, había un rey que causaba miedo. No siempre que tomaba prisioneros en las batallas los mataba. Simplemente los llevaba a una sala donde había un grupo de arqueros de un lado y una inmensa puerta de hierro del otro lado, sobre la cual se veían grabadas figuras de calaveras cubiertas de sangre.
El rey hacía formar a los prisioneros en círculo en la sala y les decía:
—Ustedes pueden elegir entre morir atravesados por las flechas de mis arqueros, o pasar por esa puerta misteriosa.
Todos elegían ser muertos por los arqueros. Tiempo después, al terminar la guerra, un soldado que por mucho tiempo había servido fielmente al rey se dirigió al soberano y le dijo:
—Señor, ¿puedo hacerle una pregunta?
—Dime, soldado —repuso el soberano.
— ¿Qué hay detrás de la horrorosa puerta?
—Ve y mira tú mismo, le respondió de inmediato el rey.
El soldado separó temerosamente la puerta pero, a medida que ella se abría, fueron entrando unos brillantes rayos de sol que iluminaron el ambiente. Finalmente descubrió que la puerta se abría sobre un camino que conducía a la libertad. El soldado, admirado, sólo miró a su rey mientras éste le explicaba:
—Yo les daba a todos la posibilidad de realizar una elección; pero ellos preferían morir antes que arriesgarse a abrir esa puerta.
¿Cuántas puertas dejamos de abrir por el temor al fracaso? ¿Te has dado cuenta de que todos le tememos a lo desconocido y a veces nos condenamos a lo conocido?

Samaritanos de hoy

Casi no la había visto. Era una señora anciana con su auto varado en el camino. El día estaba frío, lluvioso y gris, pero Alberto se pudo dar cuenta de que la anciana necesitaba ayuda. Estacionó su vetusto Pontiac delante del Mercedes de la anciana quien aún estaba tosiendo cuando se le acercó. Aunque con una sonrisa nerviosa en el rostro, se dio cuenta de que ella estaba preocupada.
Nadie se había detenido desde hacía más de una hora cuando se había varado en aquella transitada carretera. Para la anciana, ese hombre que se aproximaba no tenía muy buen aspecto y más bien podría tratarse de un delincuente. Como no había nada para evitarlo estaba a su merced. El hombre se veía pobre y hambriento.
Alberto pudo percibir la situación. Dado que el rostro de la mujer reflejaba cierto temor, se adelantó a tomar la iniciativa en el diálogo.
—Estoy para ayudarla, señora. Entre en su vehículo para que no se enfríe. Mi nombre es Alberto.
Aunque se trataba de un neumático bajo, para la anciana se trataba de una situación difícil. Mientras Alberto arreglaba el vehículo, la anciana le contó de dónde venía y que tan sólo estaba de paso por allí.
Cuando Alberto terminó de arreglar la llanta, ella le preguntó cuánto le debía. Él no había pensado en el dinero. Para él sólo se trataba de ayudar a alguien en un momento de necesidad: era su mejor forma de pagar por las veces que a él, a su vez, lo habían ayudado cuando se encontraba en situaciones similares. Alberto estaba acostumbrado a vivir así.
Entonces le respondió a la anciana que si quería pagarle, la mejor manera de hacerlo sería hacer lo mismo: la próxima vez que viera a alguien en necesidad y estuviera a su alcance el poder asistirlo, lo hiciera de manera desinteresada.
Alberto esperó que la señora se fuera. Entró en su coche y se fue.
Unos kilómetros más adelante, la señora divisó una pequeña cafetería. Pensó que sería bueno quitarse el frío con una taza de café caliente y una rosquilla antes de emprender el último tramo de su viaje. Se trataba de un pequeño lugar un poco arruinado. Afuera se veían dos bombas viejas de combustible que no se habían usado en años. Al entrar, se fijó en el interior y observó que la caja registradora se parecía a aquellas de piñones que se usaron cuando estaba joven.
Una amable camarera se le acercó y le extendió una toalla de papel para que se secara el cabello, mojado por la lluvia. La chica tenía un rostro agradable, con una agraciada sonrisa, aquel tipo de sonrisa que no se borra aunque estuviera muchas horas de pie. La anciana notó que la camarera tendría como ocho meses de embarazo y, sin embargo, esto no le hacía cambiar su simpática actitud hacia los clientes. Pensó en la gente que tiene tan poco pero puede ser generosa con los extraños.
Entonces se acordó de Alberto. Luego de terminar su café caliente y su comida, le pagó a la camarera el precio de la cuenta con un billete de 10 dólares.
Cuando la muchacha regresó con el cambio, constató que la señora se había ido. Pretendió alcanzarla para darle las vueltas. Pero al correr hacía la puerta vio, en la mesa donde la anciana estaba, algo escrito en una servilleta de papel al lado de cuatro billetes de 50 dólares. Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando leyó la nota:
"No me debes nada, yo estuve una vez como tú estás. Alguien me ayudó como hoy te estoy ayudando a ti. Y si quieres agradecerme, esto es lo que puedes hacer: no dejes de ayudar y ser una bendición para otros, como hoy lo hago contigo. Continúa dando tu amor y tu simpatía, y no permitas que esta cadena de bendiciones se rompa".
Aunque había mesas que limpiar y azucareras que llenar, aquél día se le fue volando a la camarera. Esa noche, ya en su casa, mientras entraba calladamente en su cama para no despertar a su agotado esposo que debía levantarse muy temprano, pensó en lo que la anciana había hecho con ella... ¿Cómo habría adivinado ella las necesidades que tenía con su esposo, y los problemas económicos que estaban pasando con la llegada del bebé? La muchacha era consciente de lo preocupado que estaba su esposo por su situación y quería contarle ahí mismo lo sucedido.
Lo encontró profundamente dormido. Se acercó suavemente hacia él, para no despertarlo, mientras lo besaba tiernamente y le susurraba al oído:
—Todo va a estar bien, Alberto, te amo...
¿No será que, de alguna, manera, toda acción bondadosa se devuelve al que la hace?
¿Cuántas veces podemos confirmar que la generosidad de una persona con las cosas, demuestra su generosidad con el afecto?
Haz el bien, y no mires a quién.

Siempre se hace así

Cierto día, un becerro tuvo que atravesar un bosque virgen para volver a su pradera. Como era un animal irracional abrió un sendero tortuoso, lleno de curvas, subiendo y bajando colinas.
Al día siguiente, un perro que pasaba por allí usó ese mismo sendero para atravesar el bosque. Después fue el turno de un carnero, jefe de un rebaño, que viendo el espacio ya abierto hizo a su rebaño seguir por allí.
Más tarde, los hombres comenzaron a usar ese mismo sendero: entraban y salían, giraban a la derecha y a la izquierda, descendían, se desviaban de los obstáculos, quejándose y maldiciendo, con toda razón. Pero no hacían nada para crear una nueva vía.
Después de tanto uso, el sendero acabó convertido en una amplia carretera donde los pobres animales se cansaban bajo pesadas cargas, obligados a recorrer en tres horas una distancia que podría realizarse en treinta minutos si no hubieran seguido la vía abierta por el becerro.
Pasaron muchos años y el camino se convirtió en la calle principal de un poblado y, finalmente en la avenida principal de una ciudad. Todos se quejaban del tránsito, porque el trayecto intrincado era el peor de todos.
Mientras tanto, el viejo y sabio bosque se reía al ver que los hombres tienen esa ciega tendencia rutinaria a seguir la vía que ya está abierta, sin preguntarse si habría acaso una mejor opción o camino. Tal vez hubiesen descubierto otros paisajes más bellos.
De seguro has escuchado la frase “eso siempre se ha hecho así, ¿para qué voy a cambiarlo?”
¿Con cuanta frecuencia nos preguntamos si “éste será el mejor modo de hacer esto”?
¿Los planificadores realmente son innovadores, o siempre siguen los mismos caminos?

La flor de la honradez

Se cuenta que en la China antigua, un príncipe estaba próximo a ser coronado emperador, pero, de acuerdo con la ley, debía casarse antes de la ceremonia. El príncipe decidió hacer un concurso entre las muchachas de la corte para ver quién sería digna de su propuesta. Al día siguiente, anunció que recibiría en una celebración especial a todas las pretendientes y lanzaría un desafío.
Una anciana que servía en el palacio escuchó los comentarios sobre los preparativos, y sintió una leve tristeza porque sabía que su joven nieta tenía un profundo sentimiento de amor por el príncipe. Al llegar a la casa y contarle el plan del príncipe, se asombró de saber que ella quería ir a la celebración. Sin poder creerlo le preguntó:
— ¿Hija mía, que vas a hacer? Todas las muchachas más bellas y prósperas de la corte estarán allí. Sácate esa idea insensata de la cabeza. Sé que debes estar sufriendo, pero no hagas que el sufrimiento se vuelva locura.
Y la nieta respondió:
—No, querida abuela, no estoy sufriendo y tampoco estoy loca. Yo sé que jamás seré escogida, pero es mi oportunidad de estar por lo menos por algunos momentos cerca del príncipe. Esto me hará feliz.
Llegada la noche, la joven llegó al palacio. Allí estaban todas las muchachas más bellas, con las más hermosas prendas, las más lindas joyas y las más determinadas intenciones de ganarse el favor del príncipe.
El joven príncipe anunció el desafío:
— Daré a cada una de ustedes una semilla. Aquella que me traiga la flor más bella dentro de seis meses será escogida por mí como mi esposa y futura emperatriz de China.
El tiempo pasó y la dulce joven, aunque no tenía mucha habilidad en las artes de la jardinería, cuidaba con mucha paciencia y ternura de su semilla. Pasaron tres meses y nada brotaba. La joven intentó todos los métodos que conocía pero resultaron infructuosos. Cada día veía más lejos su sueño, pero su amor era aún más profundo. Al finalizar los seis meses nada había brotado. No obstante, consciente de su esfuerzo y dedicación pero sin posibilidades de ganar, la muchacha le comunicó a su abuela que regresaría al palacio en la fecha y hora acordadas sólo para estar cerca del príncipe por unos momentos.
A la hora señalada ella estaba allí, con su jarro lleno de tierra y sin flores, feliz por ver el hermoso rostro de su amado. Todas las otras pretendientes llevaban en sus macetas flores en las más variadas formas y colores. El príncipe observó a cada una de las pretendientes con mucho cuidado y atención. Después de verlas a todas, una a una, anunció su conclusión: aquella bella joven con su jarro sin flores sería su futura esposa.
Todos los presentes emitieron un gesto de sorpresa. Como nadie entendía por qué razón el príncipe había escogido justamente a la chica que no había presentado ninguna flor, explicó:
—Esta joven —dijo el soberano—, cultivó una flor que la hace digna de convertirse en Emperatriz: la flor de la honestidad. Todas las semillas que entregué eran estériles.
¿Es que el amor y la honestidad van juntos?
¿Qué necesidad existe de aparentar ante el ser amado lo que no somos y lo que no tenemos?
¿Qué le demostró la chica a las demás competidoras?

¿Cambiar el destino?

Durante una batalla, cierto general decidió atacar al adversario a sabiendas que su ejército era inferior en el número de efectivos. Pero estaba confiado en ganar, aun cuando sus hombres estaban llenos de dudas. Camino a las operaciones, se detuvieron en una capilla. Después de rezar con sus hombres, el general sacó una moneda y dijo:
—Ahora tiraré esta moneda. Si es cara, ganaremos. Si es cruz, perderemos. El destino se revelará.
Tiró la moneda en el aire y todos miraron atentos como aterrizaba en el suelo. Era cara. Los soldados estaban tan contentos y tan confiados que atacaron vigorosamente al enemigo y consiguieron la victoria.
Después del combate, un teniente le dijo al general:
—Nadie puede cambiar el destino.
—Tal vez —contestó el general con una sonrisa de picardía mientras mostraba al teniente una moneda que tenía cara en ambos lados.
¿La diferencia entre el éxito y la derrota estará en nuestras mentes?
¿Si conectáramos nuestra mente con los sueños, sería más fácil hacerlos realidad?
¿Somos lo que pensamos?

Un anillo de compromiso

Un muchacho entró con paso firme a una tienda y pidió al joyero que le mostrara el mejor anillo de compromiso que tuviera.
El joyero le enseñó uno. Una hermosa piedra, solitaria, que brillaba como un diminuto sol resplandeciente. El muchacho contempló el anillo y con una sonrisa lo aprobó, preguntó el precio y se dispuso a pagarlo.
— ¿Se va usted a casar pronto? —le preguntó el curioso joyero.
—No —respondió el muchacho—. Ni siquiera tengo novia.
La muda sorpresa del orfebre divirtió al comprador.
—Es para mi mamá —dijo el muchacho—. Cuando yo iba a nacer nadie pudo acompañarla y su embarazo estuvo lleno de dificultades; alguien le había aconsejado que detuviera mi nacimiento para que se evitara problemas en lo sucesivo. Pero ella se negó, insistió y me dio el don de la vida. Desde luego que continuaron sus problemas; sin embargo, fue padre y madre para mí, fue amiga y hermana, y fue mi maestra. En fin, me hizo lo que soy. Así que como ella nunca tuvo un anillo de compromiso, ahora que puedo se lo daré como una promesa de que si ella hizo todo por mí ahora yo haré todo por ella. Quizás después entregue a otra persona otro anillo de compromiso, pero será el segundo.
El joyero no dijo nada. Solamente ordenó discretamente a su cajera que le hiciera al muchacho el descuento que solamente se le hacía a los clientes importantes.
¿De vez en cuando no será bueno pensar en reconocer lo que hicieron nuestros padres por nosotros?
¿Qué tan generosos somos en ese tipo de agradecimiento?
¿Alguna vez valoramos sus esfuerzos en condiciones adversas?

Historia de muebles

Un turista norteamericano fue a la ciudad de El Cairo, con el propósito de visitar a un famoso sabio. El turista se sorprendió al ver que el sabio vivía en un cuartito muy simple y lleno de libros. Las únicas piezas de mobiliario eran una cama, una mesa y un banco.
— ¿Dónde están sus muebles? —indagó el turista.
El sabio, casi sin inmutarse, rápidamente repuso:
— ¿Los míos? —Objetó el turista, sorprendido por la pregunta— ¡Pero si yo estoy aquí solamente de paso!
—Yo también… —remató el sabio.
Una vez más, ¿cuánto nos apegamos a las cosas antes que a las personas?
Dónde se encuentra el poder, ¿en las grandes cosas, en los lujos y en los artículos suntuarios? ¿Adentro o afuera de uno?
¿Nos importa más el tener que el ser?

El conjuro de los sioux

Cuenta una vieja leyenda de los indios Sioux que una vez llegaron hasta la tienda del viejo brujo de la tribu Toro Bravo, el más valiente y honorable de los jóvenes guerreros, y Nube Azul, la hija del cacique y una de las más hermosas mujeres de la tribu.
—Nos amamos —empezó el joven.
—Y nos vamos a casar —dijo ella.
—Y nos queremos tanto —dijeron—, que tenemos miedo: queremos un hechizo, un conjuro, o un talismán. Algo que nos garantice que podremos estar siempre juntos, algo que nos asegure permanecer uno al lado del otro hasta el final de nuestros días.
—Por favor —repitieron los jóvenes al unísono—. ¿Hay algo que podamos o debamos hacer?
Hay algo —dijo el viejo sabio—, pero es una tarea muy difícil y sacrificada. Veamos:
Nube Azul, ¿ves aquel monte al norte de nuestra aldea? Deberás escalarlo sola y sin más armas que una red y tus manos. Deberás cazar el halcón más hermoso y vigoroso del monte. Si lo atrapas, deberás traerlo aquí con vida el tercer día después de luna llena, ¿comprendiste?
—Y tú, Toro Bravo —prosiguió el brujo—, deberás escalar la montaña del trueno. Cuando llegues a la cima, encontrarás la más brava de todas las águilas y, solamente con tus manos y una red, deberás atraparla sin heridas y traerla ante mí, viva, el mismo día en que vendrá Nube Azul. ¡Vayan ahora!
Los jóvenes se abrazaron con ternura y luego partieron a cumplir la misión encomendada, ella hacia el norte y él hacia el sur. El día establecido, frente a la tienda del brujo, los dos jóvenes esperaban con las bolsas que contenían las aves solicitadas.
El viejo les pidió que con mucho cuidado las sacaran de las bolsas. Eran verdaderamente unos hermosos ejemplares.
— ¿Y ahora qué haremos? —Preguntó el joven—, ¿los mataremos y beberemos el honor de su sangre?
—No —dijo el viejo.
— ¿Los cocinaremos y comeremos el valor que hay en su carne? —inquirió la joven.
—No —repitió el viejo—. Harán lo que les digo: sáquenlas con cuidado y amárrenlas entre sí: con esas tiras de cuero unan la pata izquierda del águila a la pata derecha del halcón. Cuando lo hayan hecho, suéltenlas y dejen que ellas vuelen libres.
El guerrero y la joven hicieron lo que se les pedía y soltaron las aves. Tanto el águila como el halcón intentaron levantar vuelo pero sólo consiguieron revolcarse y aletear por el piso. Unos minutos después, irritados por la incapacidad de elevarse, las aves arremetieron a picotazos entre sí hasta hacerse daño. El viejo dijo:
—Como este es el requerimiento que me piden, jamás olviden lo que han visto: son ustedes como un águila y un halcón. Si se atan el uno al otro, aunque lo hagan por amor, no sólo serán incapaces de volar sino que vivirán arrastrándose y además, tarde o temprano, empezarán a lastimarse el uno al otro.
—Si quieren que el amor perdure —remató el anciano—, vuelen juntos pero jamás vuelen amarrados.
¿Tienes atada a tu pareja, o la dejas volar?
¿Le reconoces a la otra persona su derecho a ser libre y remontarse?
¿No será que para muchas personas las ligaduras del matrimonio son sólo una prisión?

Quiero ver a dios

Dicen que un niño pequeño quería ver a Dios. Sabía que era un viaje largo y duro y por eso metió en su mochila algunos pastelitos, refrescos, caramelos y ropa suficiente. Al entrar en el parque de juegos se encontró con una mujer anciana, sola, contemplando las palomas. Se sentó junto a ella, abrió su mochila y sacó su merienda. Vio que la anciana parecía hambrienta, así que le ofreció un pastelito. Ella lo aceptó y le regaló una maravillosa sonrisa. Como al niño le agradó esa expresión y quería verla sonreír de nuevo, le ofreció un refresco y el niño quedó encantado.
Allí estuvieron toda la tarde, comiendo y bebiendo, pero no se dijeron ni una sola palabra. Cuando oscureció, el niño se dio cuenta de lo tarde que era; se levantó, se despidió y le dio un abrazo de despedida y agradecimiento. Ella, después de abrazarlo, le regaló con la sonrisa más grande y bonita de su vida.
Cuando llegó a su casa, su madre advirtió el gesto inmensamente feliz de su hijo, y le preguntó:
— ¿Qué hiciste hoy que hizo tan feliz?
El niño contestó:
— ¡Mami, hoy almorcé con Dios! —Y antes de que su madre añadiera algo le dijo: — ¿Y sabes?, ¡tiene la sonrisa más hermosa que he visto!
Mientras tanto la anciana, radiante de felicidad, regresó a su casa y su hijo, sorprendido, le preguntó:
—Mamá, ¿qué hiciste hoy que vienes tan contenta?
Ella respondió:
— ¡Comí con Dios en el parque! Y ¿sabes? ¡Es más joven de lo que yo pensaba!
¿Estamos listos para ver en nuestro prójimo más que a una persona?
¿Somos fuente de felicidad para los demás?
¿Podemos compartir las cosas y, sobre todo, el amor?

Una ocasión especial

Mi amigo abrió el cajón de la cómoda de su esposa y vio un paquete envuelto en papel de seda. "Esto —se dijo— no es un simple paquete, es lencería fina".
Tiró el papel que lo envolvía y en efecto observó la exquisita seda y el encaje. "Ella compró esto la primera vez que fuimos a Nueva York hace 8 ó 9 años. Nunca lo usó. Lo estaba guardando para una 'ocasión especial'. Bueno... creo que esta es la ocasión".
Se acercó a la cama y colocó la prenda junto con las demás ropas que iba a llevar a la funeraria. Su esposa acababa de morir.
Volviéndose hacia mí, dijo: —No guardes nada para una ocasión especial, cada día que vives es una ocasión especial.
Todavía estoy pensando en esas palabras que desde entonces han cambiado mi vida.
Ahora estoy leyendo más y limpiando menos. Me siento en la terraza y admiro el paisaje sin fijarme en las malas hierbas del jardín. Paso más tiempo con mi familia y amigos y menos tiempo en el trabajo. He comprendido que la vida debe ser un patrón de experiencias para disfrutar, no para sobrevivir. Ya no guardo nada. Uso mis copas de cristal todos los días y me pongo mi abrigo nuevo para ir al supermercado.
Ya no guardo mi mejor loción para fiestas especiales, la uso cada vez que me apetece hacerlo. Las frases "algún día..." y "uno de estos días", están desapareciendo de mi vocabulario. Si vale la pena verlo, escucharlo o hacerlo, quiero verlo, escucharlo o hacerlo ahora.
Son esas pequeñas cosas dejadas sin hacer las que me harían enojar si supiera que mis horas están limitadas. Enojado porque dejé de ver a buenos amigos con quienes me iba a poner en contacto "algún día"; enojado porque no escribí ciertas cartas que pensaba escribir "uno de estos días"; enojado y triste porque no les dije a mis hermanos y a mis hijos con suficiente frecuencia, cuánto los amo. Ahora trato de no retardar, detener o guardar nada que regalaría risa y alegría a nuestras vidas. Y cada mañana me digo a mí mismo que este día es especial... cada día, cada hora, cada minuto... es especial.
¿Estamos dispuestos a vivir así, cada momento como una ocasión especial que no se acaba nunca?

Las habilidades del barquero

Un hombre erudito alquiló una barca para cruzar un rio caudaloso. Al recibirlo, el barquero se expresó con frases pobres y mal construidas. El erudito le preguntó:
—Usted nunca ha estudiado gramática, ¿verdad?
—No, señor —contestó el barquero—, soy analfabeto.
— ¿Supongo que tampoco sabrá historia, geografía ni aritmética?
—Tampoco, no sé nada de eso —respondió nuevamente el barquero, medio avergonzado.
— ¿Por supuesto que tampoco sabrá nada de filosofía, arte o literatura? —volvió a preguntar el hombre culto con cierta pedantería.
—No, señor, sólo soy un pobre barquero ignorante —dijo el hombre ya totalmente humillado.
—Pues he de decirle que un hombre sin cultura es como si hubiera perdido la mitad de su vida —sentenció el erudito.
En ese momento, la barca, arrastrada por la corriente, fue a dar contra unas rocas y se partió en dos y cayeron barquero y erudito al rio.
El barquero preguntó:
—Señor, señor, ¿usted sabe nadar?
— ¡No!, ¡no sé nadar! —gritó aquel hombre terriblemente asustado.
—Pues me temo que hoy va a perder no la mitad sino toda su vida.
Dicho lo cual, el barquero se lanzó al rio y se apartó nadando. Pero se alejó muy poco, regresó y salvó al fastidioso hombre quien, ciertamente humillado, no pronunció palabra hasta la orilla.
¿Por qué nos ufanamos de nuestras cualidades y competencias sin considerar las de los demás?
¿Hay otras competencias que según las circunstancias pueden ser más apropiadas que las mías?

La última cena

La obra titulada La última cena, de Leonardo Da Vinci, fue pintada en un período de siete años.
Las imágenes que representan a los doce apóstoles y a Jesús al parecer fueron retratos de personas reales. Cuando se supo que Da Vinci pintaría esa obra cientos de jóvenes se presentaron ante él para ser seleccionados. La persona que sería el modelo para ser Cristo fue la primera en ser seleccionada.
Da Vinci buscaba un rostro que reflejara una personalidad inocente, pacífica y que a la vez fuera bien parecido. Buscaba un rostro libre de los duros rasgos que deja la vida intranquila del pecado. Finalmente, después de algunos intentos, seleccionó a un joven de 19 años de edad como modelo para representar la figura de Jesús.
Casi durante seis meses. Leonardo trabajó para pintar al personaje principal de esta formidable obra. Durante los siguientes seis años continuó su obra buscando personas que representarían a doce apóstoles, dejando para el final a aquel que representaría a Judas.
Por muchas otras semanas estuvo Leonardo buscando a un hombre con una expresión dura y fría. Un rostro marcado por la decepción, la traición, la hipocresía y el crimen. Un rostro que identificaría a su mejor amigo.
Después de muchos fallidos intentos en la búsqueda de este modelo, llegó a los oídos de Leonardo que existía un hombre con estas características en el calabozo de Roma. Este hombre estaba sentenciado a muerte por haber llevado una vida de robo y asesinatos. Da Vinci vio ante él a un hombre cuyo maltratado cabello largo caía sobre su rostro escondiendo unos ojos llenos de rencor, odio y ruina: al fin había encontrado a quien modelaría a Judas en su obra.
Gracias a un permiso de sus carceleros, el prisionero fue trasladado a Milán al estudio del maestro. Por varios meses este hombre se sentó silenciosamente frente a Leonardo mientras el artista continuaba con la ardua tarea de plasmar en su obra al personaje que había traicionado a Jesús. Cuando le dio la última pincelada a su obra, se dirigió a los guardias del prisionero y les dijo que se lo llevaran.
Cuando salían del recinto, el prisionero se soltó de los guardias y corrió hacia Leonardo Da Vinci gritándole:
— ¡Da Vinci! ¡Obsérvame! ¿No reconoces quién soy?
Leonardo Da Vinci lo estudió cuidadosamente y le respondió:
—Nunca te había visto en mi vida hasta aquella tarde en el calabozo de Roma.
El prisionero levantó los ojos al cielo, cayó de rodillas y gritó desesperadamente:
—Leonardo Da Vinci, ¡mírame nuevamente: yo soy aquel joven cuyo rostro escogiste para representar a Cristo hace siete años...!
¿Se repetirá esta historia en nuestras sociedades modernas, llenas de guerras, injusticias, mafias y crímenes?

Una vasija agrietada

Un cargador de agua tenía dos grandes vasijas que pendían de los extremos de un palo que llevaba sobre sus hombros. Una de las vasijas era perfecta y conservaba el agua completa hasta el final del largo camino, desde el arroyo hasta la casa del patrón.
La otra vasija tenía una grieta por donde se iba derramando el agua a lo largo del camino. Cuando llegaba, sólo podía entregar la mitad de su capacidad. Durante dos años se repitió día a día esta situación.
La vasija perfecta se sentía orgullosa de sí misma, mientras que la vasija agrietada vivía avergonzada de su propia imperfección y se sentía miserable por no poder cumplir con cabalidad la misión para la que había sido creada.
Un día, decidió exponerle su dolor y su vergüenza al aguador, y le dijo:
—Estoy muy avergonzada de mí misma y quiero ofrecerte disculpas.
— ¿Por qué? —Le preguntó el aguador—. Tú sabes bien por qué —responde la vasija—. Debido a mis grietas, sólo puedes entregar la mitad del agua y por ello sólo recibes la mitad del dinero que deberías recibir.
El aguador sonrió mansamente y le dijo a la vasija agrietada:
—Cuando mañana vayamos una vez más a la casa del patrón quiero que observes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino.
Así lo hizo y, en efecto, vio que las orillas del camino estaban adornadas con bellísimas flores. Aunque esta visión no le borró la congoja que le crecía en su alma de vasija por no poder realizar su misión a plenitud, al volver a la casa recibió esta respuesta del aguador:
— ¿Te diste cuenta de que las flores sólo crecen al lado del camino? Siempre supe de tus grietas y quise aprovecharlas. Sembré flores por donde tú ibas a pasar y todos los días, sin tener que esforzarme para ello, tú las has ido regando. Durante estos dos años, he podido recoger esas flores para adornar el altar de mi maestro. Si tú no fueras como eres, él no habría podido disfrutar la belleza de esas flores.
¿Cuántas fallas de muchas personas son consideradas cualidades para otras personas?
¿Por qué somos tan fuertes con la autocrítica?
¿Podemos aprovechar mejor las capacidades de los colaboradores, de los hijos, de nuestra pareja?

La caja de besos

El padre se puso furioso cuando su hija de tres años gastó todo un rollo de papel para envolver la cajita que iba a poner bajo el árbol de Navidad. Estaban muy escasos de dinero y ese despilfarro le pareció toda una desconsideración. A pesar del regaño, al día siguiente la niña le entregó con sus manitas la cajita a su papá.
—Esto es para ti, papi.
El padre se sintió avergonzado de su enojo anterior, pero le volvió la ira cuando vio que la caja estaba vacía.
—Se supone que si uno va a regalar algo, no entrega una caja vacía —le dijo a gritos el papá—. ¡Gastaste todo el papel para nada, para entregar una caja vacía!
—Pero no está vacía, papi —le dijo la niña sollozando—. Durante todo el día de ayer la estuve llenando con besitos.
Antoine de Saint-Exupéry escribía en su magistral obra El Principito: "Lo fundamental es invisible a los ojos".
¿El afecto y sus manifestaciones no son acaso un regalo inapreciable?
¿Cómo se mide el amor?

Sabiduría socrática

Sócrates se encontraba en la cárcel esperando a ser ejecutado. Un día escuchó cómo un prisionero en la celda de enseguida cantaba una difícil y poco conocida canción en un idioma extranjero.
Sócrates le pidió que le enseñara aquella canción.
— ¿Para qué? —dijo el prisionero.
—Para que yo pueda morir sabiendo una cosa más.
— ¿Por qué quieres aprender algo nuevo precisamente una semana antes de morir?
—Exactamente por la misma razón por la quieres aprender algo cincuenta años antes de morir —dijo Sócrates.
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Un hombre llegó donde Sócrates con su hijo, y le pidió que se encargara de la educación del muchacho.
El filósofo le dijo que cobraría quinientas dracmas. Al rico le pareció mucho dinero:
— ¡Es mucho dinero! Por esa cantidad podría comprarme un asno.
—Entonces el anciano filósofo replicó:
—Efectivamente, le aconsejo que lo compre. Así tendrá dos.
¿Te has dado cuenta de que envejecer es diferente si mantenemos la curiosidad y aprendemos todos los días?
¿Qué tanto cultivamos nuestro espíritu?

Un gusano en la cumbre

Una poderosa águila hizo su nido en una roca muy empinada, tan alta que el ave casi toca la comba de los cielos con sus alas. Allí puso sus huevos y nacieron sus polluelos.
Tranquila el ave, en cuanto a la seguridad de su hogar por inaccesible, bajaba todos los días por su alimento.
Un día, de regreso, tuvo una ingrata sorpresa. Un gusano se había aposentado en el nido. Furiosa y confusa, cogió al intruso entre sus garras y se dispuso a matarlo.
— ¿Cómo llegaste hasta aquí, miserable? —le dijo.
El gusano temblaba y le dijo a su captora: —Señora Águila, no me mates y le digo cómo llegué tal alto.
—Dilo, y te prometo el perdón.
El gusano humilde y contrito respondió:
—Señora poderosa y magnánima: llegué aquí a fuerza de arrastrarme... y arrastrarme... y arrastrarme...
¿Somos águilas de alto vuelo, capaces de alcanzar por nosotros mismos las alturas, o gusanos que sólo llegan a la cima con sacrificios de su carácter?
¿Vemos la diferencia entre ambos cuando están en la cumbre?
¿Cómo habrán llegado arriba muchos conocidos nuestros?

El rey de la selva

En la selva vivían tres jóvenes leones. Un día, el mono, representante electo por los demás animales, convocó a una reunión a todos los habitantes de la selva, para poder tomar una decisión y les dijo:
—Todos nosotros sabemos que el león es el rey de los animales, pero tenemos tres leones y debemos tomar una decisión y elegir al que será nuestro rey. Los tres son muy fuertes, entonces, ¿a cuál de ellos debemos rendir obediencia?
Los leones supieron de la reunión que se estaba realizando y comentaron entre sí: "Es verdad, la preocupación de los animales tiene mucho sentido. Una selva no puede tener tres reyes. Luchar entre nosotros no lo queremos, puesto que somos muy amigos... Necesitamos saber cuál será el elegido, pero, ¿cómo descubrirlo?".
Los animales que participaban en la reunión, después de mucho deliberar, llegaron a una decisión y se la comunicaron a los tres leones:
—Encontramos una solución muy simple para el problema y decidimos que ustedes tres van a escalar la montaña Difícil —dijo el mono—. El que llegue primero a la cima, será consagrado nuestro rey —dijo el ciervo.
La montaña Difícil era la más alta de toda la selva. El desafío fue aceptado y todos los animales se reunieron al pie de la montaña para asistir la gran escalada.
El primer león intentó escalar y no pudo llegar.
El segundo empezó con todas las ganas, pero también desistió.
El tercer león tampoco lo pudo conseguir y bajó humillado.
Los animales estaban impacientes y curiosos: si ninguno de los tres fue capaz, ¿cómo elegirían un rey?
En ese momento, un águila, grande en edad y en sabiduría, pidió la palabra:
— ¡Yo sé quién debe ser el rey!
Todos los animales hicieron silencio y la miraron con gran expectativa.
— ¿Cómo? —preguntaron todos.
—Es simple... —dijo el águila—. Yo estaba volando bien cerca de ellos y cuando volvían derrotados en su escalada por la montaña Difícil, escuché lo que cada uno le dijo a la Montaña:
El primer león dijo: —"Montaña, me has vencido"
El segundo león dijo: —"Montaña, me has vencido"
El tercer león dijo: —"Montaña, me has vencido... por ahora. Pero tú ya llegaste a tu tamaño final y yo todavía estoy creciendo"
—La diferencia —completó el águila— es que el tercer león tuvo una actitud de vencedor cuando sintió la derrota en aquel momento y no desistió; y para quien piensa así, él mismo es más grande que su problema. Si él es el rey de sí mismo, está preparado para ser el rey de los demás.
Los animales aplaudieron con entusiasmo al tercer león, que fue coronado como el rey de los animales.
¿Sera posible que enfrentemos nuevamente aquel problema que alguna vez no pudimos solucionar?
¿Nuestra forma de afrontar los problemas influye en nuestro modo de vivir?
¿Nuestra autoestima se conserva a pesar de la derrota aparente?

Corazón para motivar

Un hacendado coleccionaba caballos y sólo le faltaba un ejemplar de una determinada raza. Un día se enteró de que su vecino tenía tal ejemplar y trató, día tras día, de persuadir a su vecino para que se lo vendiera. Cuando pudo hacerse al animal, un mes después el caballo enfermó y hubo necesidad de llamar al veterinario quien diagnosticó:
—Su caballo está con un virus y es necesario administrarle este medicamento por tres días consecutivos; luego de los tres días veremos si ha mejorado. Si no lo ha hecho entonces, no quedará más remedio que sacrificarlo.
En ese mismo momento el cerdo escuchaba la conversación de los dos hombres. Al siguiente día le dieron el medicamento al caballo y, cuando se fueron, el cerdo se acercó al corcel y le dijo:
— ¡Fuerza amigo! Levántate de ahí, si no, vas a ser sacrificado.
Al segundo día le dieron nuevamente el medicamento y, cuando se fueron, el cerdo se acercó y le dijo:
— ¡Vamos mi gran amigo! Levántate, si no, vas a morir, vamos ¡yo te ayudo!
Al tercer día le dieron el medicamento y el veterinario dijo:
—Probablemente vamos a tener que sacrificarlo mañana porque puede contagiarles el virus a los demás caballos.
Cuando se fueron el cerdo se acercó de nuevo y le dijo:
— ¡Vamos amigo, es ahora o nunca! Ánimo... fuerza... Yo te ayudo... Vamos... un, dos, tres... despacio... ya casi… eso… eso… ahora corre despacio... mas rápido... fantástico... corre... corre... ¡Venciste campeón!...
En ese momento llega el dueño del caballo, lo ve corriendo y dice
— ¡Milagro! El caballo mejoró... hay que hacer una fiesta... ¡Vamos a matar al cerdo para festejarlo!
¿Cuántas veces en las empresas no se valora el esfuerzo de muchas personas cuyo apoyo pasa inadvertido y a veces son sacrificadas?
¿Hoy en día el triunfo es de uno solo, o es el resultado del trabajo de un equipo?

El peso del agua

Un conferencista hablaba sobre el manejo de la tensión. Levantó un vaso de agua y preguntó al auditorio:
— ¿Cuánto creen ustedes que pesa este vaso de agua?
Las respuestas del público variaron entre 20 y 500 gramos. Entonces el conferencista comentó:
—No. eso depende. No es un asunto de peso sino de tiempo. En verdad poco importa el peso absoluto. Lo que importa considerar es el tiempo que voy a sostenerlo. Si lo sostengo por un minuto, no pasa nada. Si lo sostengo durante una hora me empezará a doler el brazo. Si lo sostengo durante un día completo, tendrán que llamar una ambulancia. Y es exactamente el mismo peso: pero mientras más tiempo paso sosteniéndolo, más pesado se va volviendo.
Y concluyó:
—Si cargamos nuestros pesos todo el tiempo, más temprano o más tarde no seremos capaces de continuar: la carga se irá volviendo cada vez más y más pesada. Lo que tienes que hacer es dejar el vaso en algún lugar y descansar un poco antes de sostenerlo nuevamente. Tienes que dejar la carga periódicamente: eso es reconfortante y te permite continuar de nuevo.
Por lo tanto, antes de que regreses esta noche a tu casa deja afuera el peso de tus tensiones. No lo lleves a tu casa. Mañana podrás recogerlo otra vez, al salir.
¿Son las grandes tensiones sólo pequeñas cargas aumentadas por nuestro hábito de seguirlas cargando?
¿Puedes descargar tu tensión laboral antes de llegar a tu casa?

Una pesca ética

Alrededor de la temporada de pesca, en esa ciudad se celebraba un festival cada año. Todos los habitantes de la comarca esperaban con ansiedad el inicio de aquella temporada, porque las familias deseaban exhibir sus destrezas en la pesca.
A Daniel le gusta recordar su infancia en esa ciudad, pues su familia era propietaria de una cabaña ubicada en una isla en la mitad de un lago. Cada vez que podía, iba al muelle a pescar.
Un día, antes que cayera la noche y en las vísperas de la temporada de pesca del róbalo (un pez muy preciado por su tamaño y belleza), Daniel fue con su padre al muelle. Padre e hijo comenzaron atrapando pequeños peces con las típicas lombrices. Pero, en un momento determinado, su padre le cambió la carnada y puso una pequeña mosca plateada antes que Daniel hiciera su lanzamiento.
Ya había anochecido cuando Daniel se dio cuenta de que había algo enorme en el otro extremo. Su caña estaba doblada. El padre observaba con admiración cómo su hijo arrastraba con habilidad su presa, hasta que por fin levantó del agua al agotado pez. Era el róbalo más grande que había visto. El padre encendió un fósforo y miró su reloj. Eran las diez de la noche, precisamente dos horas antes de que se abriera la temporada de pesca en la comarca.
—Tendrás que devolver al lago, hijo —le dijo súbitamente el padre.
— ¡Papá! —gritó Daniel
—Habrá otros peces —dijo su padre.
— ¡No tan grande como éste, papá! —gritó el chico.
Entonces, Daniel miró alrededor. No se veía ningún pescador testigo, ni botes bajo la luna. El niño volvió a mirar a su padre. Aunque nadie los había visto, ni nadie podía saber a qué hora se había pescado el pez, el chico advirtió por la firmeza de la voz de su padre que esa decisión ética no era negociable.
Lentamente sacó el anzuelo de la boca enorme del róbalo, con sumo cuidado, y lo devolvió a las oscuras aguas. El pez movió su poderoso cuerpo y desapareció. El niño sospechaba que nunca volvería a ver un pez tan grande. Este episodio ocurrió hace treinta y cuatro años.
En la actualidad, Daniel es un exitoso ejecutivo. La cabaña de su padre está siempre en el mismo lugar de la comarca y allí continúa llevando a sus propios hijos a pescar en el mismo muelle donde él lo había.
Y tenía razón: nunca más volvió a pescar un pez tan magnífico como el de aquella noche. Pero cada vez que se enfrenta con el tema de la ética, ese mismo pez le aparece a sus ojos. Porque como su padre se lo enseño, la ética es más que un simple asunto entre el bien y el mal.
Sólo la práctica de ética es lo difícil. ¿Hacemos lo correcto sólo cuando nadie nos mira?
¿Usamos la información que nos llega en beneficio personal, sólo cuando las demás personas no tienen acceso a ella?
¿Tenemos la conciencia tranquila?
* Texto atribuido a James P. Lenfcstey, poeta y escritor norteamericano.

El ladrillazo

Un joven y exitoso ejecutivo paseaba a toda velocidad en su Jaguar último modelo, sin ningún tipo de precaución.
De repente sintió un estruendoso golpe en la puerta, se detuvo y al bajarse vio que un ladrillo le había estropeado la pintura, la carrocería y el vidrio lateral de su lujoso auto. Se subió nuevamente, pero, lleno de enojo, dio un brusco giro de 180 grados y regresó a toda velocidad al lugar donde vio salir el ladrillo, que acababa de dañar su hermoso y exótico auto.
Salió del auto de un brinco y agarró por los brazos a un chiquillo y, empujándolo hacia el auto estacionado, le gritó a toda voz:
— ¿Qué rayos fue eso? ¿Quién eres tú? ¿Qué crees que haces con mi auto? —Y enfurecido, casi botando humo, continuó gritándole al chiquillo: — ¿No ves que es un auto nuevo y ese ladrillo que lanzaste va a costarte muy caro? ¿Por qué hiciste eso?
—Por favor, señor, por favor. ¡Lo siento mucho!, no sé qué hacer —suplicó el chiquillo—. Le lancé el ladrillo porque nadie se detenía.
Las lágrimas bajaban por sus mejillas hasta el suelo, mientras señalaba al lado del auto estacionado.
—Mire, es mi hermano —le dijo—. Se cayó de su silla de ruedas al suelo y no puedo levantarlo.
Sollozando, el chiquillo le preguntó al ejecutivo:
— ¿Puede usted por favor, ayudarme a sentarlo en su silla? Está golpeado, pesa mucho y no puedo alzarlo pues soy muy pequeño.
Visiblemente impactado por las palabras del chiquillo, el ejecutivo tragó saliva pasando el nudo que se le formó en la garganta. Indescriptiblemente emocionado por lo que acababa de pasarle, levantó al joven del suelo y lo sentó nuevamente en su silla; enseguida sacó su pañuelo de seda para limpiar un poco las cortaduras y el polvo en las heridas del hermano de aquel chiquillo tan especial.
Luego de verificar que el hermano se encontraba bien, miró al chico cuando éste le daba las gracias con una sonrisa imposible de describir...
—Dios lo bendiga, señor, y muchas gracias —le dijo.
El hombre vio cómo se alejaba el chiquillo empujando trabajosamente la pesada silla de ruedas de su hermano, hasta llegar a una humilde casita cercana.
El ejecutivo aún no ha reparado la puerta del auto, con el propósito de recordar que no se debe ir por la vida tan de prisa hasta el punto que alguien tenga que lanzarle un ladrillo para llamar la atención.
¿Por qué no prevemos las necesidades de los demás y son ellos los que tienen que pedir nuestra ayuda?
¿Qué tan sensibles somos al dolor ajeno?
¿Hay todavía algún espacio para la misericordia?

Las mil canicas

Hace unas cuantas semanas me dirigía hacia mi equipo de radioaficionado en el sótano de mi casa, con una humeante taza de café en una mano y el periódico en la otra. Lo que comenzó como una típica mañana de sábado, se convirtió en una de esas lecciones que la vida parece darnos de vez en cuando.
Déjenme contarles: sintonicé mi equipo de radio para entrar en una red de intercambio del sábado en la mañana. Después de un rato me topé con un compañero que sonaba un tanto mayor. Él estaba hablando, con aquel con quien estuviese conversando, de algo acerca de "mil canicas". Quedé intrigado y me detuve para escuchar lo que le decía a su interlocutor:
"Bueno. John, de veras que parece que estás ocupado con tu trabajo. Estoy seguro de que te pagan bien, pero es una lástima que tengas que estar fuera de casa y lejos de tu familia tanto tiempo. Es difícil imaginar que un hombre joven tenga que trabajar sesenta horas a la semana para sobrevivir. Qué triste que te perdieras la presentación teatral de tu hija".
Luego continuó: "Déjame decirte algo, John, algo que me ha ayudado a mantener una buena perspectiva sobre mis propias prioridades".
Y entonces fue cuando comenzó a explicar su teoría sobre unas "mil canicas":
"Hace algunos años, me senté un día e hice algo de aritmética: la persona promedio vive unos setenta y cinco años. Entonces, multipliqué 75 años por 52 semanas por año, y obtuve 3.900, que es el número de sábados que la persona promedio habrá de tener en toda su vida. Quédate conmigo, John, que voy a la parte importante.
"Para ese entonces, con mis 55 años, ¡ya había vivido más de 2.800 sábados! Me puse a pensar que si llegaba a los setenta y cinco años, sólo me quedarían unos mil sábados más para disfrutar. Así que fui a una tienda de juguetes y compré todas las canicas que tenían. Tuve que visitar tres tiendas para obtener las 1.000 canicas.
"Las llevé a casa y las puse en una fuente de cristal transparente, junto a mi equipo de radioaficionado. A partir de entonces, cada sábado he tomado una canica y la he tirado. Descubrí que, al observar cómo disminuían las canicas, me enfocaba más sobre las cosas verdaderamente importantes en la vida. No hay nada igual que observar cómo se te agota tu tiempo en la Tierra, para ajustar y adaptar tus prioridades en esta vida.
"Ahora déjame decirte una última cosa antes que nos desconectemos y lleve a mi bella esposa a desayunar: esta mañana saqué la última canica de la fuente de cristal y, entonces, me di cuenta de qué si vivo hasta el próximo sábado, entonces me habrá sido dado un poquito más de tiempo de vida.
"Me gustó conversar contigo. John, espero que puedas estar más tiempo con tu familia y espero volver a encontrarnos aquí en la banda. Hasta pronto, se despide 'el hombre de 75 años'. Cambio y fuera. ¡Buen día!".
Uno pudiera haber oído un alfiler caer en la banda cuando este amigo se desconectó. Creo que nos dio a todos bastante qué pensar. Yo había planeado trabajar en la antena aquella mañana y luego iba a reunirme con unos cuantos radioaficionados para preparar la nueva circular del club. En vez de aquello, subí las escaleras y desperté a mi esposa con un beso.
—Vamos, querida, te quiero llevar a ti y a los muchachos a desayunar fuera.
— ¿Qué pasa? —preguntó sorprendida.
— ¡Oh, nada!, es que no hemos pasado un sábado junto con los muchachos en mucho tiempo. Por cierto, ¿podríamos parar en la tienda de juguetes antes de llegar al restaurante? Necesito comprar algunas canicas.
¿Te has dado cuenta de que lo único que no se puede atesorar es el tiempo? Nadie puede consignar tiempo en una cuenta y luego retirarlo.
¿Te has dado cuenta de que lo único que en el universo quedó exactamente distribuido entre todos los seres humanos es el tiempo?
A pesar de los esfuerzos de muchos por ocultar su edad, ¡todos envejecemos un día cada 24 horas!

La publicidad del ciego

Estaba un hombre ciego sentado en la vereda con sus gafas negras, una gorra a sus pies y un pedazo de cartón donde, escrito con tiza blanca, se leía: "Por favor ayúdeme, soy ciego".
Un creativo de publicidad que pasaba frente a él se detuvo y observó unas pocas monedas en la gorra. Sin pedirle permiso al ciego tomó el cartel, le dio vuelta, cogió un marcador y escribió otro anuncio.
Volvió a poner el pedazo de cartón sobre los pies del ciego y se fue.
Al final de la tarde el creativo volvió a pasar frente al hombre que pedía limosna: ¡la gorra estaba llena de billetes y monedas!
Cuando el ciego reconoció sus pasos y el olor de su loción, le preguntó si era aquella misma persona que había reescrito su cartel y le pidió que se lo leyera.
El publicista le contestó:
—"Nada que no sea tan cierto como tu anuncio, pero con otras palabras". No dijo más y siguió su camino.
El ciego luego lo supo: su nuevo cartel decía:
"HOY ES PRIMAVERA, Y NO PUEDO VERLA"
Si cambiamos de estrategia cuando no nos sale algo, veremos que las cosas pueden resultar de otra manera.
¿Por qué el pesimista habla del vaso medio vacío y el optimista del vaso medio lleno?
¿Has oído hablar de los placeres negativos?
Ejemplo: ¡Qué dicha, está lloviendo y como no tengo a nadie en casa así puedo recostarme y descansar! En vez de ¡qué soledad y qué día tan horrible para estar en casa!

La tortuga y la liebre

En alguna ocasión, Laura Botta, una rotaria que vive en Misiones, Argentina, recogió este texto de Jim Rohn, un reconocido conferencista norteamericano, que nos parece apropiado para este libro.
Parte I
Una tortuga y una liebre siempre discutían sobre quién era la más rápida. Para dirimir el conflicto de opiniones, decidieron correr una carrera.
Eligieron una ruta y comenzaron la competencia. La liebre partió a toda velocidad y corrió enérgicamente durante un buen rato. Luego, al ver que habla sacado muchísima ventaja. Decidió sentarse debajo de un árbol para descansar unos momentos, recuperar fuerzas y luego continuar su marcha. Pero pronto se quedó dormida. La tortuga, que andaba con paso lento pero constante, la alcanzó, la superó y terminó en punta, declarándose ganadora indiscutible de la carrera.
Moraleja: Los lentos pero constantes y perseverantes, también ganan la carrera.
Parte II
Pero la historia no termina aquí, sino que prosigue...
La liebre, decepcionada por haber perdido, hizo un examen de conciencia y reconoció su grave error de subestimar a la tortuga. Se dio cuenta de que por presumida y descuidada habla perdido la carrera. Si no hubiese subestimado a su oponente nunca la hubieran podido vencer. Entonces desafió a la tortuga a una nueva competencia. Esta vez la liebre corrió sin descanso desde el principio hasta el fin y su triunfo fue contundente.
Moraleja: Los rápidos y tenaces vencen a los constantes y perseverantes.
Parte III
Sin embargo la historia tampoco termina aquí...
Después de ser derrotada, la tortuga reflexionó detenidamente y llegó a la conclusión de que no había forma de ganarle a la liebre en velocidad. De la manera como estaba planteada la carrera, ella siempre perdería.
Por eso, desafió nuevamente a la liebre, pero propuso correr por una ruta distinta a la anterior. La liebre aceptó y corrió a toda velocidad, hasta que se encontró en su camino con un ancho rio. La liebre no sabía nadar, y mientras se preguntaba "¿Qué hago ahora...?", la tortuga nadó hasta la otra orilla, continuó con su paso lento pero constante y terminó la carrera en primer lugar.
Moraleja: Quienes identifican su ventaja competitiva y cambian el entorno para aprovecharla, llegan de primeros.
Parte IV
Esta historia aún no termina...
Pasó el tiempo. Y tanto compartieron la liebre y la tortuga que terminaron haciéndose amigas. Ambas reconocieron que eran buenas competidoras y decidieron repetir la última carrera, pero esta vez corriendo en equipo.
En la primera parte la liebre cargó a la tortuga hasta llegar al rio. Allí, la tortuga atravesó el rio a nado con la liebre sobre su caparazón y. ya en la orilla de enfrente, la liebre cargó de nuevo a la tortuga hasta llegar a la meta.
Como alcanzaron la línea de llegada en tiempo récord, sintieron una mayor satisfacción que la que habían experimentado en sus logros individuales.
Moraleja: Es bueno ser individualmente brillante y tener fuertes capacidades personales. Pero, a menos que seamos capaces de trabajar con otras personas y potenciar recíprocamente las capacidades de cada uno, no seremos completamente efectivos.
Coda final
Es importante advenir que ni la liebre ni la tortuga abandonaron la carrera. La liebre evaluó su desempeño, reconoció sus errores y decidió poner más empeño después de su fracaso. Por su parte, la tortuga, al notar que la velocidad era su mayor debilidad, decidió cambiar su estrategia y aprovechar su fortaleza como nadadora, en un nuevo recorrido. Después de varias contiendas, la tortuga y la liebre descubrieron que unidas lograban mejores resultados.
La liebre y la tortuga también aprendieron otra lección vital:
Cuando dejamos de competir contra un rival y comenzamos a competir contra una situación, no sólo complementamos capacidades, compensamos debilidades, potenciamos nuestros recursos... ¡sino que también obtenemos mejores resultados!.
Todos tenemos carreras por delante, y hay muchas maneras de ganarlas. Hay muchas liebres, muchas tortugas... ¡y muchas metas que alcanzar!
Finalmente: No se reúna con un grupo fácil y conformista: no le harán crecer Vaya donde sean muy altas las exigencias y las expectativas de desempeño*.
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* Rohn, autor de muchos aforismos, decía: Escucho a todos, hablo con pocos, decido solo, y este otro: La disciplina es el puente entre las metas y los logros.

Una lista de elogios

Cierto día una maestra de una escuela mixta pidió a sus alumnos que pusieran los nombres de todos sus compañeros de clase en una hoja de papel, dejando un espacio entre nombre y nombre. Después les pidió que pensaran en la cosa más linda que pudieran decir de cada uno de sus compañeros y que lo escribieran debajo de cada nombre.
Durante el fin de semana la maestra escribió el nombre de cada uno de sus alumnos en hojas separadas y reprodujo en ella, en forma anónima, todas las cosas lindas que cada uno de sus compañeros había escrito acerca de él.
El lunes ella entregó a cada uno su lista y casi inmediatamente toda la clase estaba sonriendo.
"Yo nunca supe que podía significar algo para alguien", y "Yo no sabía que mis compañeros me querían tanto", eran los comentarios. Pero nadie volvió a mencionar aquellos papeles en clase.
Años más tarde, uno de tales estudiantes fue muerto en una guerra y la maestra asistió a su funeral. Ella fue la última en acercarse al ataúd y, mientras ataba allí, uno de los soldados que actuaba como guardia de honor se acercó a ella y le preguntó:
— ¿Era usted la profesora de matemáticas de Marcos?
Ella balbuceó: —Sí.
Entonces él dijo: —Marcos hablaba mucho acerca de usted.
Después del funeral, la mayoría de los ex compañeros de Marcos fueron juntos a una merienda. Allí estaban también los padres de Marcos, obviamente deseando hablar con su profesora.
—Queríamos mostrarle algo —dijo el padre, sacando del bolsillo una billetera—. Lo encontraron en la ropa de Marcos cuando fue muerto, pensamos que tal vez usted lo reconocería. Y abriendo la billetera, sacó cuidadosamente dos pedazos de papel gastados que se habían arreglado con cinta, pues se veía que habían sido abiertos y cerrados muchas veces.
La maestra se dio cuenta de que era la hoja en la que ella había registrado todas las cosas lindas que los compañeros de Marcos habían escrito acerca de él.
—Gracias por haber hecho lo que hizo —dijo la madre de Marcos—. Como usted ve, lo guardaba como un tesoro.
Todos los ex compañeros de Marcos comenzaron a juntarse alrededor.
Carlos sonrió y dijo tímidamente:
—Yo todavía tengo mi lista, la tengo en el cajón de encima de mi escritorio.
La esposa de Felipe dijo: —Felipe me pidió que pusiera el suyo en el álbum de matrimonio.
—Yo tengo el mío también—dijo Marilyn—, lo tengo en mi diario.
Entonces Victoria metió su mano en la cartera, sacó una billetera y mostró al grupo su gastada y arrugada lista: —Yo la llevo conmigo todo el tiempo —y sin siquiera pestañar dijo: —Yo creo que todos hemos conservado nuestras listas.
Fue entonces cuando la maestra se sentó y lloró. Lloró por Marcos y por todos sus compañeros que no lo volverían a ver...
¿No es una manera muy sencilla de mostrar el aprecio?
¿Cómo podemos mejorar la autoestima de los demás?
¿Has intentando valorar a los demás de manera explícita, siquiera en una hoja de papel?

El último abrazo

Esta es la narración de un anónimo conductor de taxi, en alguna ciudad del mundo:
Hace veinte años yo manejaba un taxi para vivir. Lo hacía en el turno nocturno y mi taxi se convirtió en un confesionario móvil. Los pasajeros se subía, se sentaban atrás y me contaban acerca de sus vidas. Encontré personas cuyas vidas me asombraban, me ennoblecían, me hacían reír o me deprimían. Pero ninguna me conmovió tanto como la mujer que recogí muy tarde en una noche de agosto.
Respondí a una llamada de unos pequeños edificios en una tranquila parte de la ciudad. Cuando llegué a las 2:30 a.m. el edificio estaba oscuro excepto por una luz en la ventana del primer piso. Bajo esas circunstancias, muchos conductores sólo hacen sonar su claxon una o dos veces, esperan sólo un minuto y después se van. Pero yo he visto a muchas personas que dependen de los taxis como su único medio de transporte, así que esperé.
Aunque la situación se veía peligrosa, yo siempre iba hacia la puerta. "Este pasajero deber ser alguien que necesita de mi ayuda", pensé, por lo tanto, caminé hacia la puerta y toqué.
—Un minuto... —respondió una frágil voz. Pude escuchar que algo era arrastrado a través del piso y, después de una larga pausa, la puerta se abrió.
Una pequeña mujer, de unos ochenta años, se paró enfrente de mí. Llevaba puesto un vestido floreado y un sombrero con un velo, como alguien de una película de los años cuarenta. A su lado había una pequeña maleta de lona que le ayudé a cargar.
El departamento se veía como si nadie hubiera vivido ahí durante muchos años. Todos los muebles estaban cubiertos con sábanas, no habla relojes en las paredes, ninguna baratija o utensilio. En la esquina estaba una caja de cartón llena de fotos y una vajilla de cristal.
Repetía su agradecimiento por mi gentileza.
—No es nada —le dije—. Yo sólo intento tratar a mis pasajeros de la forma que me gustaría que mi mamá fiera tratada.
— ¡Oh, estoy segura de que es un buen hijo! —dijo ella.
Cuando llegamos al taxi me dio una dirección, entonces preguntó:
— ¿Podría manejar a través del centro?
—Ese no es el camino corto... —le respondí rápidamente.
—No importa —dijo ella—. No tengo prisa: voy al asilo.
La miré por el espejo retrovisor, sus ojos estaban llorosos.
—No tengo familia —continuó ella—. El doctor dice que no me queda mucho tiempo.
Tranquilamente apagué el taxímetro. — ¿Qué ruta le gustaría que tomara? —le pregunté.
Durante toda la madrugada manejé a través de la ciudad. Ella me enseñó el edificio donde había trabajado como operadora de ascensores. Manejé hacia el vecindario donde ella y su esposo habían vivido cuando estaban recién casados. Me pidió que nos detuviéramos enfrente de un almacén de muebles donde una vez hubo un salón de baile al que ella iba a danzar cuando era joven. Algunas veces me pidió que pasara lentamente enfrente de un edificio en particular, o una esquina; en esos momentos observaba en la oscuridad, y no decía nada...
Con el primer rayo de sol apareciéndose en el horizonte, ella repentinamente dilo:
—Estoy cansada, vámonos ahora.
Conduje en silencio hacia la dirección que ella me había dado. Era un edificio bajo, como una pequeña casa de convalecencia, con un camino para autos que pasaba bajo un pórtico. Dos asistentes que vinieron hacia el taxi, con mucha amabilidad vigilaban cada movimiento de la señora. Debían haber estado esperándola.
Yo abrí la cajuela y dejé la pequeña maleta en la puerta. La mujer estaba lista para sentarse en una silla de ruedas.
— ¿Cuánto le debo? —Preguntó, buscando en su bolsa.
—Nada —le dije.
—Tienes que vivir de algo —me respondió.
—Habrá otros pasajeros —le respondí.
Casi sin pensarlo, me agaché y la abracé. Ella me sostuvo con fuerza y dijo:
— ¡Necesito otro abrazo!
Apreté su mano, di la vuelta y caminé hacia la luz de la mañana. Atrás de mí una puerta se cerró: fue un sonido como de una vida concluida.
No recogí a ningún pasajero en ese turno y manejé sin rumbo por el resto del día. No podía hablar. ¿Qué habría pasado si a la señora la hubiese recogido un conductor malhumorado, o alguno que estuviera impaciente por terminar su turno? ¿Qué habría pasado si me hubiera rehusado a tomar la llamada, o hubiera tocado el claxon una vez y me hubiera ido?
Tras una rápida ojeada, no creo que haya hecho algo más importante en mi vida. Es-tamos acostumbrados a pensar que nuestras vidas están llenas de grandes momentos, pero los grandes momentos son los que nos atrapan felizmente desprevenidos. La gente tal vez no recuerde exactamente lo que tú hiciste o lo que tú dijiste... pero siempre recordarán cómo los hiciste sentir...
Un autor anónimo escribía: "Conserva el recuerdo del perfume de la rosa y fácilmente olvidarás que está marchita..."
¿Será verdad que muchos ancianos terminan dependiendo de los favores o el afecto de algunos desconocidos?
Si los jóvenes desprecian a los viejos, se olvidan que, si tienen suerte, ellos también llegarán allá.

La decisión de amar

Un individuo fue a visitar a un consejero para decirle que ya no quería a su esposa y que pensaba separarse.
El consejero lo escuchó, lo miró a los ojos y solamente le dijo una palabra:
—Ámala. —Luego se calló.
— ¡Pero es que ya no siento nada por ella!
—Ámala ¬ —repuso el experto ante el desconcierto del señor—. Verás que no es fácil, pero no es imposible tratarlo.
Después de un breve silencio, agregó lo siguiente:
—Amar es una decisión, no un sentimiento. Amar es dedicación y entrega. Amar es un verbo y el fruto de esa acción es el amor. Tu amor es un ejercicio de jardinería: arranca lo que hace daño, prepara el terreno, siembra, sé paciente, riega, procura y cuida. Debes estar preparado porque habrá plagas, sequías o excesos de lluvias, mas no por eso abandones tu jardín. Ama a tu pareja, es decir, acéptala, valórala, respétala, dale afecto y ternura, admírala y compréndela. Eso es todo, ámala.
¿Quién puede afirmar que amar es fácil?

El verdadero tesoro

Jenny, la niña alegre y de dorados rizos estaba a punto de cumplir cinco años. Mientras esperaba a que su madre pagara en la caja del supermercado descubrió un collar de perlas blancas y relucientes en una caja rosada de metal y le rogó:
— ¡Mamá! ¿Me las compras? ¡Por favor...!
Rápidamente la madre echó un vistazo al reverso de la cajita. Luego, miró a la nena que le imploraba con sus ojitos azules y la cabeza vuelta hacia arriba y le dijo:
—Cuatro mil quinientos pesos. Son casi cinco mil pesos... Si quieres el collar, tendrás que ayudar más en casa. Así ahorrarás suficiente dinero para comprarlo. Tu cumpleaños será en una semana y puede que tu abuela te dé un billete de dos mil pesos.
Tan pronto como la niña llegó a casa, vació su alcancía y contó las monedas: cuatrocientos setenta pesos. Después de la cena ayudó más de lo habitual. Luego fue a ver a su vecina, la señora Rodríguez, y se ofreció a arrancarle las malas hierbas del jardín por doscientos pesos.
Y el día de su cumpleaños la abuela le dio dos mil pesos. Por fin tenía suficiente dinero para comprar el collar. A Jenny le encantaban las perlas. Se sentía elegante y como una niña grande. Se las ponía para ir a todas partes: a la iglesia, al jardín de infancia... No se desprendía de ellas ni para dormir. Sólo se las quitaba para nadar o para darse un baño de burbujas porque su madre le dijo que si se mojaba el collar se pelarían las perlas.
El papá de Jenny era muy cariñoso. Cada noche, cuando ella tenía que irse a la cama él dejaba lo que estuviera haciendo y subía al cuarto de ella a leerle un cuento. Una noche, al terminar de leerle, le preguntó:
— ¿Me quieres?
—Claro, papá. Tú sabes que te quiero.
—Entonces, dame las perlas.
—Ay, papá. Las perlas, no. Pero te puedo dar a la Princesa, la yegua blanca de mi colección de caballitos. La que tiene la cola de color rosa. ¿Te acuerdas, papá? La que me regalaste. Es mi favorita.
—Está bien, mi cielo. Papá te quiere. Buenas noches. —Tras decir estas palabras, el papá se despidió dándole un breve beso en la mejilla. Pasó cerca de una semana. Después de contarle un cuento, el papá de Jenny volvió a preguntarle:
— ¿Me quieres?
—Sí, papá. Tú sabes que te quiero.
—Entonces, dame las perlas.
—Ay, papá. Las perlas, no. Pero te puedo dar mi muñeca, la nueva, la que me regalaron en mi cumpleaños. Es preciosa, y también te daré la frazada amarilla que hace juego con su camita.
—Está bien. Que sueñes con los angelitos. Papá te quiere. Y, como siempre, le dio un tierno beso en la mejilla.
Unas cuantas noches más tarde, el papá, al llegar a casa, vio a Jenny sentada en la cama con las piernas cruzadas, al estilo indio. Al acercarse, notó que le temblaba el mentón y una lágrima silenciosa le rodaba por la mejilla.
— ¿Qué te pasa, hija, qué tienes?
Jenny no dijo nada, pero levantó su diminuta mano en dirección a su padre. Cuando la abrió, allí estaba el pequeño collar de perlas. Le temblaron un poco los labios mientras, por fin, decía:
—Toma, papá. Te lo doy.
El amable papá, con los ojos llenos de lágrimas, alargó una mano para tomar el collar de baratija, se metió la otra en el bolsillo y, extrayendo un estuche de terciopelo azul que contenía un collar de perlas auténticas, se lo entregó a Jenny.
Lo tenía desde el principio. Sólo esperaba a que ella le entregara el de bisutería para cambiárselo por uno verdadero.
¿Van siempre juntos el amor y la confianza?

Las cuatro velas

Cuatro velas se quemaban lentamente. En el ambiente había tal silencio que se podía escuchar el diálogo que sostenían. La primera dijo:
— ¡Yo soy la paz! Pero las personas no consiguen mantenerme encendida. Creo que me voy a apagar. Y, disminuyendo su fuego rápidamente, se apagó por completo.
Dijo la segunda:
— ¡Yo soy la fe! Lamentablemente a los hombres le parezco superflua. Las personas no quieren saber de mí. No tiene sentido permanecer encendida. Cuando terminó de hablar, una brisa pasó suavemente sobre ella y se apagó.
Rápida y triste la tercera se manifestó:
— ¡Yo soy el amor! No tengo fuerzas para seguir encendida. Las personas me dejar a un lado y no comprenden mi importancia. Se olvidan hasta de aquellos que están muy cerca y les aman. Y, sin esperar más, se apagó.
De repente, entró un niño y vio las tres velas apagadas.
—Pero, ¿qué es esto? Deberían estar encendidas hasta el final. —Al decir esto, comenzó a llorar.
Entonces, la cuarta vela habló:
—No tengas miedo: mientras yo tenga fuego podremos encender las demás velas: ¡Yo soy la esperanza!
Con los ojos brillantes, el niño agarró la vela que todavía ardía… Y encendió las demás.
¡Que la esperanza nunca se apague dentro de nosotros! ¡Y que cada uno de nosotros sepamos ser la herramienta que nos niños necesitan para mantener con ellos la fe, la paz y el amor!

Cuando el viento sopla

Un hacendado, que poseía tierras a lo largo del litoral de un país caribeño, constantemente necesitaba empleados.
La mayoría de las personas estaban poco dispuestas a trabajar en campos a lo largo del Atlántico. Temían las horribles tempestades que barrían aquella región y que hacían estragos en las construcciones y las plantaciones.
Buscando nuevos empleados, no encontraba a nadie que quisiera aceptar. Finalmente, un hombre bajo y delgado, y de mediana edad, se aproximó al hacendado.
— ¿Usted es un buen labrador? —le preguntó al hacendado
—Bueno, yo puedo dormir cuando el viento sopla… —le respondió el pequeño hombre.
Aunque bastante confuso con la respuesta del hacendado, desesperado por ayuda, lo empleó. Este pequeño hombre trabajó bien en todo el campo, manteniéndose ocupado desde el amanecer hasta el anochecer.
El hacendado estaba satisfecho con el trabajo del hombre. Pero entonces, una noche el viento sopló ruidosamente. El hacendado saltó de la cama, agarró una lámpara y corrió hasta el alojamiento del empleado. Sacudió al pequeño hombre y le gritó:
— ¡Levántate! ¡Una tempestad está llegando! ¡Amarra las cosas antes de que sean arrastradas!
El hombre se dio vuelta en la cama y le dijo firmemente:
—No, señor. Ya se lo dije: yo puedo dormir cuando el viento sopla.
Enfurecido por la respuesta, el hacendado estuvo tentado a despedirlo inmediatamente. En vez de eso, se apresuró a salir y preparar el terreno para la tempestad. Del empleado se ocuparía después.
Pero, para su asombro, encontró que todas las pacas de heno habían sido cubiertas con lonas firmemente atadas al suelo. Las vacas estaban bien protegidas en el granero, los pollos en el gallinero, y todas las puertas muy bien trabadas. Las ventanas bien cerradas y aseguradas. Todo estaba amarrado. Nada podría ser arrastrado.
El hacendado entonces entendió lo que su empleado le había querido decir. Y retornó a su cama para también dormir cuando el viento soplaba.
¿Puede dormir tranquilo cuando los vientos soplan en tu vida?
¿Estamos preparados para las tormentas, para los desafíos de la vida?
¿Qué tan firmes son nuestras convicciones, nuestros principios y nuestros afectos?

La carta del viejo

Amada hija:
El día que este viejo ya no sea el mismo, ten paciencia y compréndeme.
Cuando derrame comida sobre mi camisa y cuando olvide cómo atarme mis zapatos, tenme paciencia: recuerda las horas que pasé enseñándote a hacer las mismas cosas.
Si cuando conversas conmigo repito y repito las mismas palabras y sabes de sobra cómo terminan... no me interrumpas y escúchame. Cuando eras pequeña para que te durmieras, tuve que contarte miles de veces el mismo cuento hasta que cerrabas los ojitos.
Cuando estemos reunidos y sin querer haga mis necesidades, no te avergüences y comprende que no tengo la culpa de ello, pues ya no puedo controlarlas. Piensa cuántas veces cuando niña te ayudé y estuve pacientemente a tu lado esperando a que terminaras lo que estabas haciendo.
No me reproches porque no quiera bañarme; no me regañes por ello. Recuerda los momentos que te perseguí y los mil pretextos que te inventaba para hacerte más agradable tu aseo.
Cuando me veas inútil e ignorante frente a todas las cosas tecnológicas que ya no podré entender, te suplico que me des todo el tiempo que sea necesario para no lastimarme con tu sonrisa burlona. Acuérdate que fui yo quien te enseñó tantas cosas. Comer, vestirte y cómo enfrentar la vida tan bien como lo haces, son producto de mi esfuerzo y perseverancia.
Cuando en algún momento, mientras conversamos, me llegue a olvidar de qué estamos hablando, dame todo el tiempo que sea necesario hasta que yo recuerde, y si no puedo hacerlo... no te impacientes; tal vez no era importante lo que hablaba y lo único que quería era estar contigo y que me escucharas en ese momento.
Si alguna vez ya no quiero comer, no me insistas. Sé cuánto puedo y cuándo no debo. También comprende que, con el tiempo, he perdido los dientes y el gusto para sentir.
Cuando mis piernas fallen por estar cansadas para andar... dame tu mano tierna para apoyarme como lo hice yo cuando comenzaste a caminar con tus débiles piernitas.
Por último, cuando algún día me oigas decir que ya no quiero vivir y solo quiero morir... no te enfades. Algún día entenderás que esto no tiene que ver con tu cariño o cuánto te ame. Trata de comprender que ya no vivo sino que sobrevivo, y eso no es vivir.
Siempre quise lo mejor para ti y he preparado los caminos que has debido recorrer.
Piensa entonces que con este paso que me adelanto a dar, estaré construyendo para ti otra ruta en otro tiempo... pero siempre contigo.
No te sientas triste, enojada o impotente por verme así. Dame tu corazón, compréndeme y apóyame como lo hice cuando empezaste a vivir.
De la misma manera como te he acompañado en tu sendero, te ruego me acompañes a terminar el mío.
Dame amor y paciencia, que te devolveré gratitud y sonrisas con el inmenso amor que tengo por ti.
Te quiere,
Tu viejo

La mariposa y la flor

Cierta vez, un hombre le pidió a Dios que le diera una flor y una mariposa.
Pero Dios le dio un cactus y una oruga.
El hombre quedó triste, pues no entendió por qué su pedido no había sido satisfecho.
Luego pensó: “Claro...con tanta gente que atender...”
Y resolvió no cuestionar más.
Pasado algún tiempo, el hombre fue a ver aquello que algún día le enviaron. Para su sorpresa, del espinoso y feo cactus había nacido la más bella de las flores.
Y la horrible oruga se transformó en una bellísima mariposa.
No siempre lo que deseas es lo que necesitas.
Como Él nunca falla en la entrega de sus pedidos, sigue adelante sin dudar ni murmurar: la espina de hoy será la flor del mañana.

La segunda oportunidad

Había un hombre muy rico que poseía muchos bienes, grandes fincas, un gran hato, muchos empleados y un único hijo, su heredero.
Lo que más le gustaba al hijo era hacer fiestas, estar con sus amigos y ser adulado por ellos. Su padre siempre le advertía que sus amigos sólo estarían a su lado mientras él tuviese algo que ofrecerles; después, le abandonarían.
Un día el viejo padre, ya avanzado en edad, dijo a sus empleados que le construyeran un pequeño establo. Dentro de él, el propio padre preparó una horca y, junto a ella, una placa con algo escrito que decía:
"Para que nunca desprecies las palabras de tu padre".
Más tarde, llamó a su hijo, lo llevó hasta el establo y le dijo:
—Hijo mío, ya estoy viejo y cuando yo me vaya tú te encargarás de todo lo que es mío... Pero desgraciadamente yo sé cual será tu futuro: vas a dejar la finca en manos de los empleados y vas a gastar todo el dinero con tus amigos. Venderás todos los bienes para gastarlos y, cuando no tengas más nada, tus amigos se apartarán de ti. Sólo entonces te arrepentirás amargamente por no haberme escuchado. Fue por esto que construí esta horca. ¡Ella es para ti! Sólo quiero que me prometas que, si sucede lo dicho, te ahorcarás en ella.
El joven se rió, pensó que era un absurdo, pero para no contradecir a su padre le prometió que así lo haría pensando en que eso jamás sucedería.
El tiempo pasó, el padre murió y su hijo se encargó de todo, y así como su padre había previsto, el joven gastó todo, vendió los bienes, perdió sus amigos y hasta la propia dignidad. Estaba arruinado.
Desesperado y afligido, comenzó a reflexionar sobre su vida y vio que había sido un tonto. Se acordó de las palabras de su padre y comenzó a decir:
—Ah, padre mío... Si yo hubiese escuchado tus consejos... Pero ahora es demasiado tarde.
Apesadumbrado, el joven levantó la vista y vio el establo. Con pasos lentos, se dirigió hasta allá, vio la horca y la placa llenas de polvo y entonces pensó:
—Yo nunca seguí las palabras de mi padre, no pude alegrarle cuándo estaba vivo, pero al menos esta vez voy a cumplir la promesa que le hice. Ya no me queda nada más que perder sino la vida.
Entonces, subió los escalones, se puso la cuerda en el cuello y pensó:
—Ah, si yo tuviese una nueva oportunidad...
Respiró profundo, cerró los ojos y entonces se tiró desde lo alto de los escalones hasta que sintió que la cuerda apretaba su garganta... ¡Era el fin!
Sin embargo, el brazo de la horca era hueco y se quebró fácilmente, desplomándose al piso el muchacho. Sobre él cayeron billetes, esmeraldas, perlas, rubíes, zafiros y brillantes, muchos brillantes... La horca era hueca y estaba llena de piedras preciosas. Entre todo aquel tesoro que cayó, el joven heredero encontró una nota. En ella estaba escrito:
"Esta es tu segunda oportunidad. ¡Te amo mucho! Con amor, tu viejo padre".
¿Hemos tenido una segunda oportunidad y la hemos aprovechado?
¿Por qué se nos dificulta tanto seguir los consejos de nuestros mayores?
¿A veces se cumple el aforismo de que "lo que nada nos cuesta, volvámoslo fiesta"?

La niña de las manzanas

Un grupo de vendedores fue a una convención de ventas. Todos les habían prometido a sus esposas que llegarían a tiempo para cenar el viernes por la noche. Sin embargo, la convención terminó un poco tarde y llegaron retrasados al aeropuerto.
Entraron todos con sus boletos y portafolios corriendo por los pasillos de pasajeros. De repente, y sin quererlo, uno de los vendedores tropezó con una mesa que tenía una canasta de manzanas. Las manzanas salieron volando por todas partes. Sin detenerse ni voltear atrás, los vendedores siguieron corriendo apenas alcanzaron a subirse al avión. Todos, menos uno.
Este último vendedor se detuvo, respiró hondo y experimentó un sentimiento de compasión por la dueña del puesto de manzanas. Le dijo a sus amigos que siguieran sin él, y le pidió a uno de ellos que al llegar llamara a su esposa y le explicara que iba a llegar en el vuelo siguiente. Luego, regresó al pasillo y encontró todas las manzanas tiradas por el suelo.
Su sorpresa fue enorme al darse cuenta de que la dueña del puesto era una niña ciega. La encontró llorando, con enormes lágrimas corriendo por sus mejillas. Tanteaba el piso tratando, en vano, de recoger las manzanas, mientras la multitud pasaba, vertiginosa, sin detenerse y sin importarle su infortunio.
El hombre se arrodilló con ella, junto a las manzanas, las metió a la canasta y le ayudó a montar el puesto nuevamente. Mientras lo hacía se dio cuenta de que muchas se habían golpeado y estaban magulladas. Las tomó y las puso en otra canasta.
Cuanto terminó, sacó su cartera y le dijo a la niña:
—Toma, por favor, estos veinte mil pesos por el daño que te hicimos. ¿Estás bien?
Ella, llorando, asintió con la cabeza.
Él continuó diciéndole
—Espero que no haber arruinado tu día. Adiós.
Conforme el vendedor empezó a alejarse, la niña le gritó:
— ¡Señor… señor…!
Él se detuvo y volteó a mirar esos ojos ciegos. Ella le preguntó:
— ¿Es usted Jesús?
Él se paró en seco y dio varias vueltas antes de dirigirse a abordar otro vuelo, con esa pregunta quemándolo y vibrando en su alma.
¿Cuántos de nosotros asumimos las consecuencias de nuestros actos?
¿Compensamos a los otros cuando les hemos hecho daño?
¿Nos ponemos en los zapatos del otro?

El diccionario de los niños

Cuando supimos del libro Casa de las Estrellas, una maravillosa selección de Javier Naranjo con definiciones escritas por niños de primaria, no pudimos menos que deleitarnos con estos textos:
ANCIANO: Es un hombre que se mantiene sentado todo el día.
(Mary Luz Arbeláez, 9 años)
BLANCO: El blanco es un color que no pinta.
(Jonathan de J. Ramírez. 11 años)
CIELO: Donde sale el día.
(Duván Arnulfo Arango, 8 años)
COLOMBIA: Es un partido de fútbol.
(Diego Alejandro Giraldo, 8 años)
GUERRILLA: Es un montón de policías.
(Blanca Nidia Loaiza, 11 años)
MAESTRO: Es una persona que no se cansa de copiar.
(María José García, 8 años)
MAFIOSO: Es una persona con mucha plata y que no le gusta nada.
(Luis Fernando Ocampo, 10 años)
POLÍTICO: Es una persona que nos acaba o ayuda, depende de su situación económica.
(Pastor Ernesto Castaño, 11 años)
SEXO: Es una persona que se besa encima de la otra.
(Luisa Fernanda Potes, 8 años)
SOL: El que seca la ropa.
(Diego Alejandro Giraldo, 8 años)
TRANQUILIDAD: Que el papá le diga que le va a pegar y que después le diga que ya no.
(Blanca Yuli Henao, 10 años)
UNIVERSO: Es un concurso para las reinas.
(Walter de Jesús Arias. 10 años)

El valor de la amistad

En un colegio norteamericano se contaba esta historia:
Un día, cuando era estudiante de secundaria, vi a un compañero de mi clase caminando de regreso a su casa. Se llamaba Carlos. Iba cargando todos sus libros y pensé: "¿Por qué se estará llevando a su casa todos los libros el viernes? ¡Debe ser un nerd!"
Yo ya tenía planes para todo el fin de semana: fiestas y un partido de fútbol con mis amigos el sábado por la tarde, así que me encogí de hombros y seguí mi camino.
Mientras caminaba, vi a un montón de chicos corriendo hacia él, y cuando lo alcanzaron, le tiraron todos sus libros y le hicieron una zancadilla que lo arrojó al suelo; sus anteojos volaron y cayeron en el pasto como a tres metros de él. Miró hacia arriba y pude ver una tremenda tristeza en sus ojos.
Mi corazón se estremeció, así que corrí hacia él mientras gateaba buscando sus anteojos. Observé algunas lágrimas en sus ojos. Le acerqué a sus manos sus anteojos y le dije: — ¡Esos chicos son unos tarados, no deberían hacer esto!
Me miró y me dijo: — ¡Hola... gracias!
Había una gran sonrisa en su cara. Lo ayudé con sus libros pues vivía cerca de mi casa. Le pregunté por qué no lo había visto antes y me contó que se acababa de cambiar de una escuela privada. Yo nunca había conocido a alguien que hubiera ido a una escuela privada. Caminamos hasta su casa. Le pregunté si quería jugar al fútbol el sábado, con mis amigos, y aceptó. Estuvimos juntos todo el fin de semana.
Mientras más conocía a Carlos, mejor nos caía, tanto a mí como a mis amigos.
Llegó el lunes por la mañana y ahí estaba Carlos con una nueva pila de libros. Me paré y le dije: —Hola, vas a sacar buenos músculos si cargas todos esos libros todos los días.
Se rió y me dio la mitad para que le ayudara.
Durante los siguientes cuatro años, Carlos y yo nos convertimos en los mejores amigos.
Cuando ya estábamos por terminar la secundaria, Carlos decidió ir a la Universidad de Georgetown y yo iría a la de Duke. Sabía que siempre seríamos amigos, que la distancia no sería un problema. Él estudiaría medicina y yo administración, con una beca de fútbol.
Carlos fue el orador de nuestra graduación. Yo lo fastidiaba todo el tiempo diciéndole que era un nerd. Llegó el gran día. Él preparó el discurso. Yo estaba feliz de no ser el que tenía que hablar.
Carlos se veía realmente bien. Era una de esas personas que se había encontrado a sí misma durante la secundaria, había mejorado en todos los aspectos y se veía bien con sus anteojos. ¡Tenía más citas con chicas que yo y todas lo adoraban! ¡Caramba! Algunas veces hasta me sentía celoso...
Pude ver que él estaba nervioso por el discurso, así que le di una palmadita en la espalda y le dije: —Vas a ver que estarás genial, amigo.
Me miró con una de esas miradas realmente de agradecimiento y me sonrió.
—Gracias —me dijo. Limpió su garganta y comenzó su discurso:
"La graduación es un buen momento para dar gracias a todos aquellos que nos han ayudado a través de estos años difíciles: tus padres, tus maestros, tus hermanos, quizá algún entrenador... pero principalmente a tus amigos. Yo estoy aquí para decirles a ustedes, que ser amigo de alguien es el mejor regalo que podemos dar y recibir y, a propósito, les voy a contar una historia..."
Yo miraba a mi amigo incrédulo cuando comenzó a contar la historia del día que nos conocimos. Aquel fin de semana él tenía planeado suicidarse. Estaba solo, tenía grandes problemas. Habló de cómo había limpiado su casillero de la escuela y por qué llevaba todos sus libros con él: para que su mamá no tuviera que ir después a recogerlos.
Me miraba fijamente y me sonreía.
"Afortunadamente fui salvado. Un amigo me salvó de hacer algo irremediable".
Yo escuchaba con asombro cómo este apuesto y popular chico contaba a todos ese momento de debilidad. Sus padres también me miraban y me sonreían con esa misma sonrisa de gratitud. Recién en ese momento me di cuenta de lo profundo de sus palabras:
Nunca subestimes el poder de tus acciones: con un pequeño gesto, puedes cambiar la vida de otra persona, para bien o para mal. Los amigos son ángeles que nos llevan en sus brazos cuando nuestras alas tienen problemas para recordar cómo volar.
¿Sabemos y tenemos conciencia de las consecuencias de nuestros actos, para bien o para mal?
No somos responsables de la felicidad o infelicidad de los demás, pero ¿no es cierto que a veces contribuimos a ellas?

¿Vendes tu casa?

El dueño de un pequeño negocio, amigo del gran poeta brasileño Olavo Bilac, cierto día lo encontró en la calle y le dijo:
—Señor Bilac, necesito vender mi casa, la que usted tan bien conoce. ¿Podría ayudarme a redactar el aviso para el diario?
Olavo Bilac tomó lápiz y papel y escribió:
Se vende encantadora propiedad, donde cantan los pájaros al amanecer en las extensas arboledas, rodeado por las cristalinas aguas de un lindo riachuelo. La casa, bañada por el sol naciente, ofrece la sombra tranquila de las tardes en el balcón.
Algunos meses después, el poeta se encontró con el comerciante amigo y le preguntó si ya había vendido el lugar.
—No pensé más en eso —dijo el hombre—. Después que leí el aviso me di cuenta de la maravilla que tenía.
¿Cuántas veces no sabemos apreciar lo que tenemos y vamos tras otras cosas, metas o personas? ¿Hemos hecho el inventario de todas las cosas maravillosas que nos rodean?

La frustración de Noé

Aproximándose el año 2050, el Señor bajó a la Tierra y así le habló a Noé:
—Dentro de seis meses haré llover cuarenta días y cuarenta noches, hasta que todo tu país sea cubierto por las aguas y los malvados sean destruidos. Sólo voy a salvarte a ti, a tu familia y a una pareja de cada especie animal viviente en tu tierra. Te ordeno construir un arca y ocuparte de reunir a los animales para que en seis meses estén todos aquí, en este mismo lugar, listos para embarcar.
—Pero, Señor... —intentó argumentar Noé, un humilde carpintero de provincia.
— ¡Por favor, Noé, haz lo que te digo! —Ordenó el Señor—. ¡En este país, la perversión, la corrupción y la injusticia han alcanzado un grado intolerable! Las ansias de poder y de riqueza han hecho olvidar a tus paisanos mis enseñanzas. Han dejado de lado el amor al prójimo y el respeto a sus semejantes. ¡Les voy a dar un castigo ejemplar!
—Haré lo que tú ordenas, Señor —dijo Noé, quien era un hombre extraordinariamente recto, bueno y piadoso, como ya casi no hay, y menos en aquel país.
Pasaron seis meses, el cielo oscureció y el diluvio comenzó. El Señor se asomó entre los negros nubarrones y pudo ver a Noé llorando amargamente en la puerta de su casa. Ningún arca estaba construida y sólo unos pocos animales vagaban alrededor de su humilde vivienda.
— ¿Dónde está el arca, Noé? —preguntó Dios, iracundo.
—Perdóname, Señor —suplicó el pobre hombre—, hice lo que pude pero encontré grandes dificultades: para construir el arca tuve que gestionar un permiso, autorizar los planos y pagar impuestos altísimos. Después me exigieron que el arca tuviera un sistema de seguridad contra incendios y diferentes rutas de evacuación interna, lo que sólo pude arreglar sobornando a un funcionario. Algunos vecinos se quejaron de que estaba trabajando en una zona residencial, y en eso perdí un tiempo precioso, pues en el municipio, para autorizarme, pretendían una contribución para la campaña de reelección del alcalde. Pero el principal problema lo tuve para conseguir la madera, pues en la corporación ambiental no entendían que se trataba de una emergencia y me dijeron que sólo había madera disponible para las embarcaciones de mar, incluidas en un decreto que no contempla la construcción de arcas.
"Luego apareció el sindicato que, apoyado por el Ministerio del Trabajo, me exigía dar empleo a sus carpinteros afiliados. Mientras tanto comencé a buscar a los animales de cada especie y tropecé con el problema que, si no es para el zoológico, el Ministerio de Agricultura obliga a llenar formularios y pagar otros impuestos que se me hacían imposibles de afrontar. Obras públicas, por su parte, me exigió un plano de la zona a inundarse y, cuando les envié un mapa del país, me iniciaron un proceso por desacato.
"Por último, la Administración de Impuestos Nacional me hizo un allanamiento, apoyados por la policía, en busca de las facturas y de las 'ventas' para poderme cobrar impuestos por renta presuntiva y me desbarataron lo poco que había logrado avanzar en la construcción del arca."
Noé acabó su relato y el Señor no dijo nada.
Sin embargo, puso su brazo afectuosamente sobre el hombro de Noé y al cabo de pocos instantes la lluvia cesó. El cielo comenzó a despejarse. Apareció un sol brillante y un bello arco iris se desplegó sobre el firmamento.
—Señor, ¿significa esto que no vas a destruir a mi país? —preguntó Noé con los ojos esperanzados, aunque todavía llorosos.
—No, Noé —respondió Dios con una mirada comprensiva—, no es necesario: alguien ya se está ocupando de hacerlo...

Compartir las semillas

En cierta ocasión un reportero le preguntó a un agricultor si podía divulgar el secreto de su maíz, que ganaba el concurso al mejor producto de la región año tras año.
El granjero le respondió al periodista que ello se debía a que compartía su semilla con los vecinos.
— ¿Por qué comparte su mejor semilla de maíz con los vecinos, si ellos también entran en el mismo concurso todos los años?
—Verá usted, señor —dijo el agricultor—, el viento se lleva el polen del maíz maduro de un sembrado al otro. Si mis vecinos cultivan un maíz de calidad inferior, la polinización del viento y de las abejas —que van de finca en finca— degradaría constantemente la calidad del mío. Por lo tanto, si voy a sembrar un buen maíz, debo ayudar a que mi vecino tenga uno por lo menos de igual calidad.
¿No es verdad que compartir es algo más que dejar de ser egoísta: es actuar positivamente con respecto a los demás?
Las buenas semillas merecen esparcirse porque transmiten sus bondades a muchos otros lugares.

Un contrato singular

Señor morador:
Le informo que el contrato de alquiler que firmamos hace billones de años está venciendo. Precisamos renovarlo, pero tenemos que revisar algunos puntos fundamentales:
1. Usted necesita pagar la cuenta de energía. ¡Está muy alta! ¿Cómo gasta tanto? Además, antes yo le daba agua en abundancia, hoy no dispongo más que de una limitada y decreciente cantidad. Precisamos negociar su uso.
2. ¿Por qué ahora algunos comen lo suficiente y otros están muriendo de hambre, si mis campos son tan grandes? ¡Si cuidara bien de la tierra, debería tener alimento para todos! Sobre todo, no desperdicie el alimento que otros moradores requieren para sobrevivir.
3. Usted cortó los árboles que dan sombra, aire y equilibrio. El sol está muy ardiente y el calor aumentó. ¡Usted debe replantar nuevamente los árboles que cortó!
4. Todos los microorganismos, insectos, reptiles, mamíferos, peces, aves y plantas de mi casa deben ser cuidados y preservados. Busqué algunos animales, plantas y especies y no los encontré. Sé que cuando usted tomó mi casa ellos existían... Vi pocos peces, ballenas, pingüinos y delfines. ¿Ustedes los pescaron todos? ¿Dónde están?
5. Necesitan verificar qué colores tan extraños hay en el cielo, ¡no veo el azul! Pero sí veo un color gris lleno de vapores nocivos y humo y cenizas de todo tipo.
6. Hablando de basura ¡qué suciedad, ¿eh?! ¡Encontré objetos extraños por el camino que no soy capaz de degradar: icopor, neumáticos, plásticos, pilas, desechos radioactivos...!
7. Mis polos helados cada vez están más pequeños y se están derritiendo en los mares. ¿Sabe usted qué pasó?
Bueno, es hora de que conversemos. Necesito saber si usted todavía quiere vivir aquí. En caso afirmativo, ¿qué puede hacer para cumplir con el contrato?
Me gustaría que estuviera siempre en mi casa, pero, al paso que vamos, tendrá que buscarse otra. ¿Usted cree que puede cambiar sus hábitos depredadores? Aguardo respuestas y acciones...
Su casa: LA TIERRA

Por un vaso de leche

Un día, un muchacho pobre, Howard Kelly, que vendía mercancías de puerta en puerta para pagar sus estudios universitarios, encontró que sólo le quedaba una simple moneda de diez centavos, y tenía hambre.
Decidió que pediría comida en la próxima casa. Sin embargo, sus nervios lo traicionaron cuando una encantadora mujer joven le abrió la puerta. En lugar de comida le pidió un vaso de agua.
Ella pensó que el joven parecía hambriento, así que le trajo un gran vaso de leche.
Él lo bebió despacio, y entonces le preguntó:
— ¿Cuánto le debo, señora?
—No me debes nada —contestó ella—. Mi madre siempre nos ha enseñado que nunca debemos recibir nada por una buena obra.
Él le preguntó su nombre y enseguida le dijo:
—Entonces, se lo agradezco de todo corazón...
Cuando Howard Kelly se fue de la casa, no sólo se sintió más fuerte, sino que también su fe en los seres humanos era más sólida. En ciertos momentos, él había estado a punto de rendirse y dejarlo todo cuando veía que muy pocos lo ayudaban.
Años después esa misma mujer enfermó gravemente. Los doctores locales estaban confundidos, por lo cual decidieron remitirla a un importante hospital de la capital. Llamaron al doctor Howard Kelly para consultarle. Cuando éste oyó el nombre del pueblo de donde venía la paciente, una extraña luz brilló en sus ojos.
Inmediatamente el doctor Kelly subió del vestíbulo del hospital al cuarto donde estaba la paciente. Vestido con su bata de médico entró a verla. La reconoció enseguida. Entonces regresó al cuarto de observación decidido a hacer lo mejor posible para salvarle la vida. Después de una larga lucha, ella ganó la batalla. Estaba recuperada.
Como le iban a dar de alta a la paciente, porque estaba plenamente aliviada, el doctor Kelly pidió a la oficina de administración del hospital que le enviaran la factura total de los gastos para aprobarla. Él la revisó y firmó la cuenta. Además escribió algo en el borde del importe y lo remitió al cuarto de su paciente.
Cuando la cuenta llegó al cuarto de la paciente, ella temía abrirla porque sabía que le tomaría el resto de su vida poder pagar todos los gastos de ese gran hospital donde la habían atendido.
Finalmente abrió el sobre y algo llamó su atención de inmediato; en el borde de la factura leyó estas palabras:
Pagado por completo hace muchos años con un vaso de leche.
¿No es el agradecimiento un sentimiento que puede quedarse congelado y manifestarse después de muchos años? ¿Has recibido sorpresas de personas que alguna vez pasaron por tu vida"?
Una vez más: parecería que todo en la vida se nos devuelve, tanto lo bueno como lo malo.

Un gran amor

Es difícil decir que su esposa le había recomendado salir con otra mujer, pero así era. Después de varios años de matrimonio descubrió una nueva forma de mantener viva la chispa del amor: ¡había comenzado a salir con otra mujer!
Paradójicamente, la idea era de su propia esposa. Ella le dijo:
—Tú sabes que la amas —le dijo un día, tomándolo por sorpresa...—. La vida es muy corta: ¡dedícale tiempo!
—Pero yo te amo a ti... —protestó.
—Lo sé, pero también la amas a ella.
La otra mujer, a la que su esposa quería que visitara, también lo amaba; pero las exigencias de su trabajo y sus hijos hacían que sólo pudiera visitarla ocasionalmente. Esa noche la llamó para invitarla al cine y también a cenar.
— ¿Qué te ocurre? ¿Estás bien? —le preguntó esa otra mujer.
Ella era el tipo de mujer para la cual una llamada tarde en la noche, o una invitación sorpresiva, era indicio de malas noticias.
—Creí que sería agradable pasar algún tiempo contigo —le respondió—. Los dos solitos, ¿qué opinas?
Ella reflexionó un momento y repuso: —Es verdad, me gustaría muchísimo.
Ese viernes, mientras conducía para recogerla después de su trabajo, se encontraba muy nervioso, el mismo nerviosismo que antecede a una cita... y cuando llegó a su casa vio que también estaba muy emocionada.
Ella lo esperaba en la puerta, con su abrigo puesto; se notaba que había estado en la peluquería y usaba el vestido con el cual decía haber celebrado su último aniversario de bodas. Su rostro sonreía e irradiaba luz como un ángel.
—Les dije a mis amigas que iba a salir contigo y se emocionaron mucho —le comentó, mientras subía a su automóvil. La velada prometía una noche de satisfacciones.
Fueron a un restaurante no muy elegante, pero sí acogedor. Cuando se sentaron, él le leyó el menú. Cuando iba por la mitad de las entradas, levantó la vista y notó que ella lo miraba, desde el otro lado de la mesa, con verdadero deleite, como embelesada. Una sonrisa nostálgica se deslizaba en sus labios, mientras decía:
—Era yo la que te leía el menú hace tiempo, ¿recuerdas?...
—Entonces es hora de que te relajes y me permitas devolverte el favor —respondió.
Durante la cena sostuvieron una agradable conversación, nada extraordinaria, sólo ponerse al día el uno con la vida del otro. Hablaron tanto que perdieron el cine.
—Saldré contigo otra vez, pero sólo si me dejas invitarte —dijo ella cuando la llevó de regreso a su casa. Asintió, la besó y le dio un largo abrazo.
— ¿Cómo estuvo la cita? —quiso saber su esposa cuando regresó aquella noche.
—Muy agradable... mucho más de lo que imaginé —le contestó con una amplia sonrisa de oreja a oreja.
Días más tarde su madre murió de un infarto. Todo fue tan rápido que no pudo hacer nada.
Al poco tiempo recibió un sobre del restaurante donde había estado con una nota que decía:
La otra cena está pagada por anticipado, estaba casi segura de que no podría estar allí, pero igual pagué para los dos, para ti y tu esposa. Jamás podrás entender lo que aquella noche significó para mí. Te amo. Tu madre.
En ese momento comprendió la importancia de decir a tiempo te amo... y de darles a los seres queridos el espacio que se merecen. Comprendió que nada será más importante para las personas que te aman, y a las que amas, que darles tiempo porque ellos no pueden esperar.
¿A cuántas cenas sorpresivas estarás invitando en estos días?
¿Estás seguro que tienes el día de mañana para hacerlo?
Amor es compartir la vida. Y el tiempo es vida. Por lo tanto, compartir el tiempo con alguien es amarlo.

Educar es sembrar

Germán tomaba todos los días el mismo autobús para ir a su trabajo. Una parada después de la suya, siempre subía una anciana y se sentaba al lado de una ventana. La anciana abría una bolsa y durante todo el trayecto iba tirando algo por la ventana.
Como todos los días hacía lo mismo, Germán muy intrigado, se acercó a ella y le preguntó qué era lo que tiraba por la ventana.
—Son semillas —le dijo la anciana.
—Pero las semillas caen encima del asfalto, las aplastan los coches, se las comen los pájaros… ¿Cree que sus semillas germinarán al lado del camino?
—Seguro que sí. Aunque algunas semillas en efecto se pierden, algunas más acabarán en la cuneta y, con el tiempo, germinarán.
—Pero tardarán en crecer, necesitan agua… —replicó Germán.
—Yo hago lo que puedo hacer. ¡Ya vendrán los días de lluvia!
La anciana siguió con su tarea y Germán se fue a trabajar pensando que la anciana había perdido un poco la cabeza.
Unos meses después, yendo para la oficina, al mirar Germán por la ventana vio todo el camino lleno de flores. Todo lo que veía era un colorido y florido paisaje. Se acordó de la anciana, pero hacía muchos días que no la había vuelto a ver. Preguntó al conductor: — ¿Y la anciana de las semillas?
—Pues ya hace un mes que murió —contestó el chofer.
Germán volvió a su asiento y siguió mirando el paisaje. “Las flores han brotado, se dijo, pero ¿de qué le sirvió a la anciana su trabajo? No ha podido ver su obra”.
De repente, oyó la risa de un pequeño. Era una niña que señalaba entusiasmada las flores.
— ¡Mira, papi, cuántas flores bellas!
Dicen que Germán, desde aquel día, hace el viaje desde su casa al trabajo con una bolsa de semillas.
¿No es sembrar flores lo que hacen los educadores? Ellos, los maestros, los profesionales de la enseñanza, no pueden ver cómo crecen las semillas plantadas, las esperanzas diseminadas en el corazón de los adolescentes que llenan sus clases. Pero algo hicieron para ello.
Y como los padres son, o deberían ser, los grandes educadores, también ellos pensarán en el potente significado de esta historia. Porque educar es sembrar caminos.

Amor es...

Un grupo de profesionales le planteó a varios niños, que tenían en edades entre los 4 y los 8 años, la pregunta ¿qué significa “amor”?, y las respuestas obtenidas fueron más amplias y profundas de lo que cualquiera pudo imaginar:
Amor es el primer sentimiento que hay antes de que todas las cosas malas aparezcan.
Cuando mi abuelita empezó a padecer artritis no podía pintarse las uñas de los pies; así que mi abuelito se las pintaba todo el tiempo aun cuando empezó a padecer también artritis en sus manos: eso es amor.
Cuando alguien te ama, la forma en que esa persona dice tu nombre es diferente. Sabes que tu nombre está seguro en su boca.
Amor es cuando una muchacha se pone perfume y un muchacho se pone colonia, salen juntos y se huelen mutuamente.
El amor es cuando sales con alguien a comer y le das la mayoría de tus papitas a la francesa sin hacer que esa otra persona te dé de las suyas.
Amor es cuando alguien te hace daño, te enojas mucho, pero no le gritas porque sabes que eso herirá sus sentimientos.
Una vez mi hermana mayor enfermó, se le llenó todo su cuerpo de ranchitas y su novio venía todos los días a verla y no le daba miedo enfermarse; él la acariciaba en las noches en su cama hasta que se dormía y luego se iba: eso es amor.
Amor es lo que te hace sonreír cuando estás cansado.
Amor es cuando mi mamá hace café para mi papá y ella prueba un poquito primero antes de dárselo, para estar segura de que sabe bien.
Amor es cuando besas todo el tiempo, luego te cansas de besar, pero aún quieres estar junto a esa persona y entonces se hablan más.
Amor es lo hay en el cuarto contigo en Navidad si dejas de abrir regalos y escuchas.
Cuando le dices a alguien algo malo acerca de ti mismo y tienes miedo de que no te quieran más, y te sorprendes de que no sólo aún te aman, sino que te aman todavía más.
Amor es cuando le dices a un muchacho que te gusta su camisa y él la usa todos los días.
Amor es como una viejita y un viejito que aun son amigos después de conocerse muy, pero muy bien.
Durante mi primer recital, yo estaba en el escenario muy asustada, miré a toda la gente que me estaba viendo y vi a mi papá saludándome y sonriéndome; él era el único haciendo eso y entonces ya no sentí miedo.
Mi mamá me ama más que nadie, nunca verás a nadie más besarme por las noches antes de irme a dormir.
Amor es cuando mi mami le da a papi el pedazo de pollo más grande.
Amor es cuando mami ve a papi sudoroso y oloroso y aún así dice que es más guapo que Robert Redford.
Amor es cuando tu perrito te chupa la cara aun cuando lo has dejado todo el día solo.
Yo sé que mi hermana mayor me ama porque ella me da toda la ropa que no usa y después ella tiene que ir a comprar otra.
Uno no debería decir “te amo” cuando en realidad no es así... pero si realmente amas a alguien deberías decírselo, puede ser que a esa persona se le haya olvidado.

Envejecer es obligatorio

Estas palabras han sido divulgadas en memoria de Rosa, una alumna universitaria. Es una historia real que sucedió en la Universidad de Antioquia, en Medellín, Colombia.
El primer día de clases en la Universidad, nuestro profesor se presentó a los alumnos y luego nos pidió que nos presentáramos a alguien a quien no conociéramos todavía. Me quedé de pie para mirar alrededor, cuando una mano suave tocó mi hombro. Miré para atrás y vi una pequeña señora, viejita y arrugada, sonriéndome radiante, con un gesto que iluminaba todo su ser. Dijo:
—Hey, muchacho... Mi nombre es Rosa. Tengo ochenta y siete años de edad. ¿Puedo darte un abrazo?
Me reí y contesté: — ¡Claro que puede! —Y ella me dio un gran apretón.
— ¿Por qué está usted en esta Facultad a tan tierna e inocente edad? —pregunté. Ella respondió juguetona y sonriente:
—Estoy aquí para encontrar un marido rico, casarme, tener un montón de hijos y entonces jubilarme y viajar.
—Está bromeando —le dije. Yo estaba curioso por saber qué la había motivado a enfrentar este desafío con su edad, y ella repuso:
—Siempre soñé con tener estudios universitarios, y ¡ahora estoy teniendo uno!
Después de clase caminamos hasta el edificio de la Unión de Estudiantes y compartimos una malteada de chocolate. Nos hicimos amigos instantáneamente. Todos los días en los siguientes tres meses teníamos clase juntos y hablábamos sin parar. Yo quedaba siempre extasiado oyendo a aquella "máquina del tiempo" compartir su experiencia y sabiduría conmigo.
En el curso de un año. Rosa se volvió un icono en el campus universitario. Hacía amigos fácilmente dondequiera que iba, adoraba vestirse bien, y se reflejaba en la atención que le daban los otros estudiantes. Estaba disfrutando la vida...
Al final del semestre invitamos a Rosa a hablar en nuestra fiesta de despedida. Fue presentada y se aproximó al podio. Cuando comenzó a leer su charla escrita, dejó caer tres de las cinco hojas al suelo. Frustrada, tomó el micrófono y dijo simplemente:
—Discúlpenme. ¡Estoy tan nerviosa!... Nunca conseguiré poner mis papeles en orden de nuevo, así que déjenme hablar a ustedes sobre aquello que sé.
Mientras nos reíamos, ella despejó su garganta y comenzó:
—A mi edad he descubierto que existen solamente tres secretos para que continuemos jóvenes, felices y exitosos:
"Primero, se necesita reír y tomarse las cosas con humor cada día.
"Segundo, se necesita tener uno o varios sueños, pues cuando éstos se pierden, uno muere... ¡Hay tantas personas caminando por ahí que están muertas y ni siquiera lo sospechan!
"Tercero, se necesita conocer la diferencia entre envejecer y crecer... Envejecer es obligatorio, crecer es opcional. Si usted tiene diecinueve años de edad y se queda tirado en la cama por un año entero sin hacer nada productivo, terminará con veinte años. Si yo tengo ochenta y siete años y me quedo en la cama por un año y no hago cosa alguna, quedaré con ochenta y ocho años... Cualquiera puede hacerse más viejo: eso no exige talento ni habilidad".
Y continuó:
—La idea es crecer a través de la vida y encontrar siempre oportunidad en la novedad. Los viejos generalmente no se arrepienten por aquello que hicieron, sino por aquellas cosas que dejaron de hacer. Las únicas personas que tienen miedo de la muerte son aquellas que tienen remordimientos. Por eso no dejamos de jugar porque envejecemos; envejecemos porque dejamos de jugar.
Al finalizar ese año. Rosa terminó el último semestre de la carrera que había comenzado años atrás.
Una semana después de graduarse. Rosa murió tranquilamente durante el sueño. Más de dos mil alumnos de la facultad fuimos a su funeral en tributo a esa maravillosa mujer que nos enseñó, a través del ejemplo, que "nunca es demasiado tarde para ser todo aquello que uno puede y probablemente quiere ser".
¿No crees que estás a tiempo para hacer lo que siempre quisiste hacer y para aprender lo que siempre quisiste aprender?

Los detalles que protegen

Para pensar... sobre todo para aquellos que pierden la paciencia muy fácilmente.
Después del 11 de septiembre, una empresa que tenía sus oficinas cerca del World Trade Center invitó a ejecutivos y empleados de otras compañías que habían sido afectadas por el ataque a las Torres Gemelas, para compartir su oficina a fin de que pudieran reiniciar temporalmente sus operaciones.
En una reunión de la mañana, el jefe de seguridad contó historias de por qué su gente estaba viva... y todas tenían que ver con pequeños detalles como éstos:
Al director de una compañía se le hizo tarde porque era el primer día de kínder de su hijo. Una mujer se retrasó porque su despertador no sonó a tiempo. A uno se le hizo tarde porque se quedó atorado en la carretera en la que había un accidente.
A otro sobreviviente se le fue el autobús; alguien se tiró comida encima y necesitó el tiempo para cambiarse; uno tuvo un problema con su auto, que no arrancó; otra regresó a contestar el teléfono; otra ¡tuvo un bebé!, y otro no consiguió un taxi.
Pero la historia que más impresionó fue la de un señor que se puso un par de zapatos nuevos esa mañana, y antes de llegar al trabajo le había salido una ampolla. Se detuvo en la farmacia por una curita y por eso está vivo hoy.
Ahora, cuando me quedo atorado en el tráfico, cuando pierdo un elevador, cuando regreso a contestar un teléfono, y muchas otras cosas que me desesperan, pienso primero:
"Este es el lugar exacto en el que debes estar en este preciso momento".
La próxima vez que tu mañana te parezca enloquecedora, los niños tarden en vestirse, no logres encontrar las llaves del auto, te encuentres todos los semáforos en rojo... no te enojes ni te frustres; recuerda que Alguien está cuidándote.
Si cambias de perspectiva, como lo dice esta lectura, lo más seguro es que empieces a ver muchos más guardianes que te cuidan.
¿Has pensado por qué suceden ciertas cosas de manera coincidencia? ¿Está el universo perfectamente sincronizado?
¿Será que la casualidad no existe, y si existe la "causalidad"?

Regalos que se rechazan

Había un profesor comprometido y estricto, pero muy reconocido también por sus alumnos como un hombre justo y comprensivo. Un cierto día, al terminar las clases, y mientras organizaba unos documentos encima de su escritorio, uno de sus alumnos se le acercó y en forma desafiante le dijo:
—Profesor, lo que más me alegra de haber terminado las clases es que no tendré que escuchar más sus tonterías y podré dejar de ver su fastidiosa cara.
El alumno estaba erguido y arrogante, esperando que el maestro reaccionara ofendido y descontrolado. El profesor miró de frente al alumno por un instante y en forma muy tranquila le preguntó:
—Cuando alguien te ofrece algo que no quieres, ¿lo recibes?
El alumno quedó desconcertado por la inesperada pregunta y no pudo más que contestar:
—Por supuesto que no —repuso en forma aprensiva y fría.
—Bueno —prosiguió el profesor—, cuando alguien intenta ofenderme, o me dice algo desagradable, me está ofreciendo algo (en este caso una emoción de rabia y rencor) que yo puedo decidir aceptar o no aceptar.
—No entiendo a qué se refiere —replicó el alumno confundido.
—Muy sencillo —dijo el profesor—: tú me estás ofreciendo rabia y desprecio; y si yo me siento ofendido, o me pongo furioso, estaré aceptando tus emociones como un regalo. Y yo, mi amigo, en verdad prefiero obsequiarme mi propia serenidad.
Enseguida añadió:
—Muchacho, tu rabia pasará; pero no trates de dejarla conmigo como si fuera un regalo porque no me interesa guardarla. Yo no puedo controlar lo que tú llevas en tu corazón, pero de mi depende lo que yo cargo en el mío.
¿Somos dueños o esclavos de nuestros sentimientos?
Cada día, en todo momento, tú puedes escoger qué clase de emociones o sentimientos quieres poner en tu corazón; y lo que elijas lo tendrás, hasta que decidas cambiarlo.

El pequeño bombero

Cuentan que en la ciudad de Phoenix, Arizona, una joven madre de 26 años se quedó silenciosa mirando el rostro de su pequeño hijo que padecía una leucemia terminal. Como cualquier madre, deseaba que su hijo creciera y realizara todos sus sueños, pero ahora ello no era posible pues la enfermedad se llevaría pronto a su pequeño.
No obstante, como ella deseaba a toda costa que los sueños de su hijo se realizaran, tomó la mano del pequeño y le preguntó:
—George, ¿alguna vez pensaste en lo que querías ser cuando crecieras? ¿Soñaste alguna vez y pensaste en lo que harías con tu vida?
—Mami, siempre quise ser bombero cuando creciera.
La madre sonrió y dijo: —Veamos si podemos hacer realidad tu sueño.
Ella se dirigió entonces a la estación de bomberos. Allí conoció a un bombero de nombre Bob, un hombre de corazón tan grande como Phoenix. Ella le explicó el último deseo de su hijo y le preguntó si era posible darle a su hijo de seis años un paseo alrededor de la cuadra del hospital en un camión de bomberos.
Bob le contestó:
—Mire, podemos hacer algo mejor que eso. Tenga a su hijo listo el miércoles a las siete en punto de la mañana y lo haremos "Bombero Honorario" durante todo el día. Él puede venir con nosotros a la estación, comer con todos y salir cuando recibamos llamadas de incendio o de ayuda. Si usted nos da sus medidas, le conseguiremos un verdadero uniforme de bombero, con un sombrero y un casco verdadero que lleve el emblema de la estación de Phoenix, no uno de juguete, sino el amarillo que nosotros utilizamos, además de sus botas de hule. Todo eso es hecho aquí, así que lo podremos conseguir todo para el miércoles.
Tres días más tarde el bombero Bob recogió a George, le puso el uniforme oficial y lo condujo desde la cama del hospital hasta el camión de bomberos.
El chico tuvo que sentarse en la parte de atrás del camión y le permitieron ayudar a conducirlo de regreso a la estación. El chico se sentía como en el cielo.
Hubo tres llamadas a la estación y George atendió con los bomberos las tres en camiones diferentes: en el camión tradicional, en el microbús paramédico y también en el carro del jefe de bomberos. También le tomaron videos para las noticias locales de televisión.
Habiendo hecho realidad su sueño y con todo el amor y la atención que le fueron dados, George fue tocado tan profundamente en su corazón, que logró vivir tres meses más de lo que cualquier médico hubiera pronosticado.
Una noche, todas las señales vitales comenzaron a decaer dramáticamente y el jefe de enfermería, que creía en el principio de que nadie debe morir solo, comenzó a llamar a los miembros de la familia para que vinieran al hospital. Luego, recordó el día que George había sido un bombero, así que llamó al jefe de la estación y le preguntó si era posible que le enviara a un bombero uniformado al hospital para que estuviera con el niño en sus últimos momentos.
El jefe dijo:
—Haremos algo mejor, estaremos allí en cinco minutos. ¿Me puede hacer un favor? Cuando oigan las sirenas y las luces centelleando, podría avisar por los altoparlantes que no hay ningún incendio, sino que el departamento de bomberos va a visitar a uno de sus más destacados miembros y, por favor, ¿podría abrir la ventana de su cuarto?
Cinco minutos después, un gancho y la escalera del carro de bomberos llegaron al hospital, se extendieron hasta el tercer piso donde estaba la ventana abierta del cuarto de George y seis bomberos subieron por ella y entraron al cuarto.
Con el permiso de su mamá cada uno de ellos lo abrazó y lo arrulló diciéndole cuánto lo amaba.
Con aliento agonizante el chico miró al jefe de los bomberos y le dijo:
—Jefe, ¿soy verdaderamente un bombero ahora?
El jefe le respondió;
— ¡Sí, señor!, claro que lo eres.
Con esas palabras George cerró sus ojos por última vez.
¿Será que siempre podremos realizar nuestros sueños?
¿Podemos ser parte de los sueños de nuestros niños?
¿No será que son los sueños los que nos sostienen en la vida?

El anillo especial

Un alumno de una aldea rural llegó donde su maestro con un problema.
—Estoy aquí, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Dicen que no sirvo para nada, que no hago nada bien, que soy tonto e idiota. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?
El maestro, sin mirarlo, le dijo:
—Lo siento mucho, joven, pero ahora no puedo ayudarte. Primero debo resolver mi propio problema, tal vez después...
Y haciendo una pausa continuó:
—Si tú me ayudas, y puedo resolver mi problema rápidamente, quizás pueda ayudarte a resolver el tuyo.
—Claro, maestro —murmuró el joven. Pero de nuevo se sintió disminuido.
El maestro se sacó el anillo que llevaba en el dedo meñique, se lo dio y le dijo:
—Quiero que vayas al mercado. Debes vender allí este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas de él lo máximo posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete y vuelve con esa moneda lo más rápido posible.
El joven cogió el anillo y partió. Cuando llegó al mercado empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Ellos miraban con algún interés, atendiendo al joven cuando exhibía el anillo. Al saber que pedía una moneda de oro, algunos reían, y otros se apartaban sin mirarle. Solamente un viejecito fue amable y le explicó que una moneda de oro era mucho valor para comprar ese anillo.
Intentando ayudar al joven, llegaron a ofrecerle una moneda de plata o una vasija de cobre, pero el joven seguía las instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, y por lo tanto rechazaba las ofertas.
Después de ofrecer la joya a todos los que pasaban por el mercado, y abatido por su fracaso, montó el caballo y regresó. El joven anhelaba tener una moneda de oro para comprarle el anillo al maestro, liberándolo de su deuda y así poder recibir su ayuda y sus sabios consejos.
Entró en la casa y le dijo: —Maestro, lo siento mucho, pero es imposible conseguir lo que me pidió. Tal vez pueda conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que se pueda engañar a nadie sobre el valor del anillo.
—Es muy importante lo que me dices, joven —le contestó sonriente el maestro—. Lo primero que debemos saber es el valor real del anillo. Vuelve a coger el caballo y te vas directamente a ver un joyero. ¿Quién mejor para saber su valor exacto? Pero no importa cuánto te ofrezca, no lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven fue a ver al joyero y le enseñó el anillo para que lo examinara. El joyero lo miró con su lupa, lo pesó en la balanza y le dijo:
—Dile a tu maestro que, si lo quiere vender ahora, no puedo darle más de diez monedas de oro.
— ¡Diez monedas de oro! —exclamó el joven.
—Si —contestó el joyero—, y creo que con el tiempo podría ofrecerle hasta catorce o quince. Pero si la venta es urgente...
El joven corrió emocionado a casa del maestro para contarle lo ocurrido.
—Siéntate —dijo el maestro, y después de escuchar todas las aflicciones del joven, añadió: — Tú eres como ese anillo: una joya valiosa y única. Pero solamente puede ser valorada por un especialista. ¿Pensabas que cualquiera en el mercado podía descubrir tu verdadero valor sin conocerte?
Y diciendo esto se volvió a colocar el anillo en su dedo.
—Todos somos como esta joya, hijo. Somos valiosos y únicos, pero andamos por todos los mercados de la vida pretendiendo que algunas personas inexpertas descubran nuestro genuino valor.
La valoración de las competencias de las personas no está al alcance de cualquiera. ¿Por qué nos sentimos mal cuando no nos aprecian como somos?
¿Qué pasa en este caso con nuestra autoestima?
¿Si somos únicos, acaso nos podemos comparar con alguien en el mundo?

Una sentencia ecuánime

Aunque extensa, esta historia, publicada en Semillas de Vida, procura algunas interesantes reflexiones.
Ante un tribunal norteamericano, se presenta una pareja con sus respectivos abogados dado que están en trámites de divorcio. El abogado de la mujer reclama para ella el 50% de la venta de la casa, así como una pensión de por vida por la cantidad de 500 dólares que, según enumera, será para cubrir los gastos de electricidad, teléfono y una pequeña lista de gastos mensuales.
El abogado del esposo protesta, alegando que el hombre no tiene ninguna obligación hacia su mujer ya que los hijos son mayores de edad, están casados y ella bien puede ir a trabajar y mantenerse por sí misma; y además que ella nunca contribuyó a la manutención de esa casa, ni aportó ningún dinero para la compra de la misma.
El juez escucha ambas partes y se queda indeciso por un momento leyendo los documentos. De pronto, escucha a la mujer llorando y le dice:
— ¿Qué le pasa, señora?
—Señor juez, yo creo que todo eso es cierto. Así que voy a aceptar la sentencia de divorcio sin ninguna obligación de parte de mi marido hacia mí. Después de todo, yo bien pudiera ser una mujer profesional e independiente para defenderme sola.
El juez pregunta:
— ¿Y por qué usted no se convirtió en una mujer profesional e independiente? ¿Hubo alguna razón que se lo impidiera?
—Señor juez, realmente no había ninguna razón, fueron decisiones tomadas voluntariamente por mí.
— ¿Pudiera ser más explícita y enumerarme esas razones que usted alega?
—Bueno, cuando me casé yo acababa de graduarme de la escuela secundaria. Mi intención era estudiar enfermería, pero no había dinero para pagar los gastos de dos personas estudiando, así que le dije a mi esposo que estudiara él y luego lo haría yo.
—Bien, y ¿qué pasó?, ¿por qué cuando él se graduó de ingeniero, no estudió usted?
—Pues, verá, él me pidió que tuviéramos nuestro primer hijo, ya que llevábamos cinco años casados y aún no lo habíamos tenido.
— ¿Y qué pasó después?
—Nada, el niño nació, pero él no quería que el niño fuera cuidado por personas extrañas, y yo entendí que él tenía razón; así que decidí quedarme en la casa con nuestro hijo.
—Y cuando el niño creció, ¿qué sucedió luego?, ¿por qué no fue usted a estudiar?
—Porque ya para entonces tenía dos hijos más.
— ¿Dos más?
—Sí, verá usted. Cuando tuvimos nuestro primer hijo, mi esposo me dijo que debíamos tener un segundo para que el niño no se quedara sin hermanos, así que tuvimos el segundo tres años después, pero era otro varón.
— ¿Y eso qué tenía que ver?
—No había ningún problema, estábamos felices, pero mi esposo me dijo que para que la felicidad fuera completa, debíamos tratar de tener una niña.
— ¿Y…?
—Pues cuando el segundo hijo tenía ya 4 años, quedé embarazada y tuve a la niña.
—Y entonces, ¿por qué no estudió cuando ella creció?
—Porque no había quién llevara al mayor a las prácticas deportivas, ni quién los llevara a la escuela, pues el autobús los dejaba muy lejos de la escuela. Temiendo por su seguridad, mi esposo y yo decidimos que yo los llevaría a la escuela y los recogería. Así las cosas, dejaba al mayor en la secundaria, seguía con el segundo para la escuela primaria y regresaba a la casa con la niña a preparar la cena. Cuando los recogía, dejaba al mayor en la práctica de judo, al otro en las de fútbol y seguía con la niña para las de ballet.
—Entonces, ¿siguió usted posponiendo su educación?
—Sí, señor juez, lo hice por mi propia voluntad.
—Y cuando sus tres hijos se fueron independizando, ¿por qué usted no ingresó a la universidad?
—Para entones la madre de mi esposo había enviudado, se enfermó y necesitaba de alguien que la cuidara. Así que hablamos del asunto y llegamos a la conclusión que no la íbamos a internar en un asilo, si no que la traeríamos a vivir con nosotros ya que los demás hijos estaban afuera.
— ¿Y cuánto duró esta etapa?
—Bueno, unos seis años. Ella tenía Alzheimer y como la cuidábamos tan bien, su decadencia no fue rápida. Murió de un ataque al corazón después de que llegamos del paseo que todas las mañanas dábamos por el barrio. A ella le encantaba darles de comer a las palomas en el parque.
—Y mientras tanto, quiero decir, durante todos esos años, ¿había alguien que la ayudara?
— ¿Ayudarme, a qué?
—Pues a limpiar la casa, cocinar, quiero decir, las labores de un hogar.
—No, mi esposo ganaba muy buen sueldo, pero figúrese: eran tres hijos para criar y educar, y el costo de la vida cada vez subía más, así que yo trataba de ahorrar.
— ¿Y cómo ahorraba usted?
—Pues en lugar de llevar la ropa a la lavandería, yo la lavaba en casa, planchaba toda la ropa de mi esposo y la de los muchachos; arreglaba el jardín, y esto era lo que me costaba mayor esfuerzo, pues tengo problemas de la columna, pero hacía el esfuerzo y le aseguro que nuestro jardín no tenía nada que envidiarle al de nadie en nuestra calle.
—Y quién cocinaba, ¿usted también?
—Por supuesto, mi esposo odiaba la comida de los restaurantes. Como él tenía que almorzar por fuera de casa con sus clientes tantas veces, decía que nada como la comida que yo le preparaba.
—Supongo que usted no iba a esas comidas.
— ¿A qué comidas?
—A las de su esposo con sus clientes.
—No, no tenía tiempo. Precisamente, fue en una de esas comidas donde él conoció a Patricia.
— ¿Patricia?, ¿quién es Patricia?
—Su novia, la joven con quien se va a casar cuando se haga el divorcio.
— ¿Y cómo sabe usted que se va a casar con ella?
—Porque me encontré por casualidad con ellos, en casa de unos amigos comunes, el mismo día que estaban dando la noticia de su compromiso.
El juez se quedó mirando a la mujer y al ex esposo. Se levantó, cogió las carpetas con todos los papeles y se retiró. Todos se quedaron mirándose unos a otros, alguno encogió los hombros y se sentaron a esperar su veredicto. Al poco rato el juez regresó. Se sentó y se ajustó las gafas. Entonces, cerró las carpetas, las puso a un lado y dijo:
—Señora, he revisado cuidadosamente estas demandas, y he llegado a las siguientes conclusiones:
“Primero: el divorcio se otorga con fecha efectiva a partir de hoy”.
“Segundo: su esposo no tiene que pasarle una pensión”.
Al oír estas dos decisiones, el abogado y el marido se miraron con evidente satisfacción. El juez prosiguió: —Tercero: usted se queda como dueña absoluta de su casa y del Mercedes Benz de su ex esposo; la cuenta de ahorros, y la corriente, las pondrá a su nombre inmediatamente sin tocar un solo centavo. Igualmente la declaro beneficiaria absoluta de sus seguros de vida, así como de sus planes de retiro. También será obligación de su ex esposo seguir pagando su seguro médico hasta que usted muera.
Ante el estupor de la sala y la sorpresa de la mujer, el juez explicó:
—Mi decisión se basa, señores, en la suma de todos los sueldos por servicios que, como administradora, cocinera, chofer, lavandera, jardinera y enfermera usted prestó a su esposo, incluyendo a sus hijos y su suegra. Esta decisión será apenas una retribución parcial de los salarios retenidos por los veintiséis años de servicios ininterrumpidos que usted ha prestado. Como hay que ser objetivos, y sabemos que su esposo no podía pagar esa enorme deuda, pagará lo que si bien no es suficiente será relativamente justo. Por ejemplo, de ahora en adelante él pagará sus gastos de educación, transporte y libros, desde el momento en que usted decida regresar a la universidad a estudiar la carrera que elija. He dicho.

Lista breve

Cuando el mediocre llega a jefe, que tiemblen los capaces.
***
Como diría Martin Luther King (a propósito de la historia sobre los globos negros):
"Hemos aprendido a volar como los pájaros y a nadar como los peces, y todavía no aprendemos a vivir como hermanos".
***
Henry David Thoreau (1817-1862), el ensayista norteamericano padre de los derechos civiles y de la ecología, solía escribir pensamientos como estos:
"Casi todas las cosas más elevadas que se han logrado en el mundo han sido alcanzadas por hombres pobres, eruditos pobres, profesionales pobres, poetas y hombres de genio pobres. Cierta constancia y sobriedad, cierta moderación y control, cierta presión de las circunstancias, son cosas buenas para el hombre. Su cuerpo no fue hecho para el lujo. Con el lujo el cuerpo enferma, se derrumba y muere".
***
El Premio Nobel Henrik Ibsen (1828-1906), fue un dramaturgo y poeta noruego que ofrecía mensajes como este:
"El dinero puede ser la cáscara de muchas cosas, pero no el núcleo. Puede darnos comida, pero no apetito; medicina, pero no salud; relaciones, pero no amigos; sirvientes, pero no fidelidad; días de alegría, pero no paz ni felicidad".
***
Michael Jordan señalaba:
He fallado más de 9.000 tiros en mi carrera.
He perdido alrededor de 300 juegos.
En 26 ocasiones me han depositado la confianza para hacer el tiro que define el juego, y he fallado.
He fallado una y otra y otra vez en mi vida.
Y es por eso es que he tenido éxito.
***
Cuando era niño mi madre me dijo: si eliges ser soldado, serás general; si eliges ser sacerdote, serás Papa. Fui pintor, y llegué a ser Picasso.
***
Había un maestro que siempre estaba contento. Los discípulos, intrigados, le preguntaron:
Pero ¿cómo es posible que siempre te encuentres feliz?
No es difícil, amigos contestó el maestro. Todas las mañanas, al despertar, me pregunto a mi mismo: "A ver, ¿qué elijo hoy, la alegría o la tristeza?”.
Y casi siempre elijo la alegría.
***
Las personas de éxito son las que han sabido hacer lo que debían hacer, cuando debían hacerlo, sin importarles si les gustaba o no. Aldoux Huxlcy
***
El éxito es un trayecto, no un destino.
***
El fracaso es la oportunidad de empezar de nuevo con más inteligencia. Henry Ford
***
Un individuo de éxito es un soñador que cree en sus sueños. Anónimo

Lista de fábulas e historias

• Los globos negros
• Las cuatro estaciones
• Una lección de diplomacia
• La lección del carbón
• Una preciosa factura
• El puente fraterno
• Papi, ¿cuánto ganas por hora?
• La guadua del contribuyente
• El perro fiel
• Las políticas de la lechuza
• La autoridad moral
• El papel arrugado
• La serpiente y la luciérnaga
• El tazón de madera
• No estabas allí
• Insultos al vacío
• El temor a los riesgos
• Samaritanos de hoy
• Siempre se hace así
• La flor de la honradez
• ¿Cambiar el destino?
• Un anillo de compromiso
• Historia de muebles
• El conjuro de los sioux
• Quiero ver a dios
• Una ocasión especial
• Las habilidades del barquero
• La última cena
• Una vasija agrietada
• La caja de besos
• Sabiduría socrática
• Un gusano en la cumbre
• El rey de la selva
• Corazón para motivar
• El peso del agua
• Una pesca ética
• El ladrillazo
• Las mil canicas
• La publicidad del ciego
• La tortuga y la liebre
• Una lista de elogios
• El último abrazo
• La decisión de amar
• El verdadero tesoro
• Las cuatro velas
• Cuando el viento sopla
• La carta del viejo
• La mariposa y la flor
• La segunda oportunidad
• La niña de las manzanas
• El diccionario de los niños
• El valor de la amistad
• ¿Vendes tu casa?
• La frustración de Noé
• Compartir las semillas
• Un contrato singular
• Por un vaso de leche
• Un gran amor
• Educar es sembrar
• Amor es...
• Envejecer es obligatorio
• Los detalles que protegen
• Regalos que se rechazan
• El pequeño bombero
• El anillo especial
• Una sentencia ecuánime
• Lista breve
• Cómo aprovechar mejor esta lectura

Índice de Anécdotas, parábolas, cuentos
y reflexiones sobre valores

Indice de Parabolas e Historias para Educar en Valores