Obispo Diego de Baños y Sotomayor
Capítulo II. Surgimiento de un Nuevo Mundo 1498 / 1780
Unidad 5. Vida colonial 1700 / 1780
Obispo de la Diócesis de Venezuela (1683 / 1706).
Dentro de sus obras más importantes está la reunión entre el 31 de agosto y el 6 de septiembre de 1687, de un Sínodo Diocesano, el cual promulgó las denominadas Constituciones Sinodales, que entraron en vigencia en 1697 cuando fueron aprobadas por el Consejo de Indias. Rigieron hasta 1904, cuando fueron sustituidas por la Instrucción Pastoral resultado de las primeras conferencias del episcopado venezolano.Las Constituciones Sinodales son una adaptación de los principios canónicos a los problemas específicos de la Diócesis de Caracas. En ellas se intenta regular la vida de los fieles como de los curas porque de ellos depende, ciertamente, el buen ejemplo, las formalidades del culto y la enseñanza de la doctrina como la redención de los pecadores. El catálogo de pecados es extenso como también los diversos grados de culpabilidad. Nada escapa a su ámbito: lujuria, sodomía, bestialidad, hurtos, codicia, avaricia, mentira, deshonor, blasfemias, juramentos falsos, homicidios, abortos, sacrilegios, supersticiones...
Agua no tan bendita
El agua tiene diferentes significados en el siglo XVIII. El más común y temible para el clero es aquel que la asocia con la diversión, la charla, y la sensualidad. No constituye un delito bañarse solo en las aguas públicas de ríos y quebradas, pero la cosa cambia cuando se trata de cientos de personas bañándose semidesnudas, en especial en ciertas fiestas del calendario religioso, el día de San Juan Bautista en particular. La inquietud del clero por el copioso concurso de todas gentes en estos baños es mayor que la proporcionada por otros actos públicos, tales como las procesiones nocturnas, ocasión de roces y pellizcos pecaminosos.Todos los obispos del XVIII conocen este asunto de los baños pecaminosos, pero los más preocupados fueron Mariano Martí y Francisco Ibarra.
El primero tropieza el problema en casi toda la diócesis, en especial en las aguas de los ríos Coro y Guárico, testigos de todo tipo de chapoteos eróticos, diurnos y nocturnos. Ibarra, por su parte, se entera de que no pocas mujeres caraqueñas se bañan desnudas. Los hombres no son tampoco muy santos porque ellos frecuentan el río al tiempo que aquellas se bañan según escribe, apesadumbrado, el obispo. Ambos prelados condenan esta práctica de los baños, pero fracasan en el intento de eliminarlos.