¿Cómo era la instrucción en la Universidad de Caracas?


En muchas ocasiones, historiadores de valía han dicho que nuestra primera casa de estudios estaba en el más doloroso atraso en materia de instrucción. Esto no es del todo cierto, pues si de atraso se trata hay que ver la época y no otra cosa. Pero, vayamos más allá.

Caracciolo Parra León, en su comentado estudio sobre la Filosofía Universitaria Venezolana, respaldado nada menos que por Héctor García Chuecos, Mario Briceño-Iragorry y Guillermo Morón, entre otros, afirma que "Gasendo y Descartes, Leibnitz y Wolf, Malebranche y Berkeley, Bacon, Locke, Condillac y Lamark, Eximeno y Verney, dejaron huella profunda en la educación de los universitarios caraqueños, que no los leyeron (como algunos dicen sin vista ni examen de documentos) a escondidas y en el deseo de formarse por su propia cuenta, sobresaltados por la Inquisición, sino que los recibieron a ciencia y paciencia de todo el mundo, de labios de los catedráticos de la Universidad, clérigos y seculares, por lo menos desde 1788 en adelante..."

"Fue, pues, la Universidad real y Pontificia quien enseñó la novísima filosofía de entonces, mezcla de sensualismo, método inductivo, desvalorización y aun anulación del criterio de autoridad, y enemiga de la Metafísica; fue la Universidad Real y Pontificia quien divulgó y defendió los principios físico-matemáticos de Newton, y las leyes de Kepler, y el sistema Copérnico, y las teorías químicas de Stalh, Davy y Lavoisier, y las opiniones de Franklin, Volta, Brisson y Humboldt acerca de la electricidad y galvanismo".

Ya ha dicho el mismo autor que "al establecerse la Universidad de Caracas, en la segunda década del siglo XVIII, todo el personal directivo y docente se compuso de venezolanos educados en el país, que después de hechos los estudios en el Seminario Tridentino recibieron los grados académicos previa manifestación de competencia en universidades lejanas..."

Pero no es ciega la posición, ni es a ultranza la defensa que se hace de la enseñanza colonial. Parra León lo reconoce así: "Cierto que toda aquella enseñanza fue presidida por un criterio principalmente especulativo, y que la experimentación anduvo bastante descuidada; cierto que las ciencias físicas y naturales jugaron un papel completamente secundario; cierto que la teología y el derecho canónico, y aun las sutilezas escolásticas, tuvieron no digamos puesto primordial, sino puesto dirigente, cierto que se abusó a cada paso del criterio de autoridad, y que toda aquella filosofía decadente, tan alejada del verdadero espíritu de la Escuela, estaba pidiendo a gritos remozamiento y nueva dirección. Todo esto es desgraciadamente exacto; pero no lo es menos que el mal no fue exclusivo de Venezuela, ni de las colonias españolas, ni de España: se extendía por toda Europa, de Oriente a Poniente, de Septentrión a Mediodía, caracterizando toda una época y no como exclusivo de una nación determinada.

"La época, pues, y no España, fue la causa de que el período de tiempo a que este trabajo se contrae (1567-1725) padeciese nuestra enseñanza naciente y progresiva, a pesar del impulso de sus años juveniles, achaques y vicios de ciencia gastada y decadente..."

No puedo dejar de mencionar a dos de los personajes más importantes de este período en la Universidad caraqueña, identificados ambos por su espíritu reformista. Uno de ellos es el padre A. Valverde, quien se atrevió en 1770, a desafiar toda la estructura educativa de entonces, basada en la escolástica, en el aristotelismo. Valverde, en disputa pública con el Conde de San Javier, afirma "que la filosofía de Aristóteles, ni para el conocimiento de la naturaleza, ni para tratar la Sagrada Teología es útil, sino perniciosa". Y fue más allá el profesor criollo al asentar que "Santo Tomás floreció en los siglos de la ignorancia". La Universidad se comportó digna durante esta polémica. Su tolerancia le permitió no tomar partido por ninguno de los dos. Para que se tenga una idea de la influencia de estos conceptos de Valverde, diré que el joven Francisco de Miranda, cuando se va a España en 1771, lleva entre sus papeles copia de la carta de Valverde al Conde de San Javier.

El otro personaje es el caraqueño Baltasar Marrero, también sacerdote, nacido en 1752. Desterró de sus clases de Filosofía el apuntismo y exigió a sus alumnos la lectura de modernos libros, poniendo a la orden los de su propia biblioteca. Combatió la escolástica e introdujo la enseñanza de álgebra, aritmética y geometría como pasos previos al estudio de la Física y la Lógica. Esta innovación le trajo como consecuencia enormes problemas a la Universidad, contando a su favor, sin embargo, con importantes apoyos, cono el del rector Juan Agustín de la Torre.

De todos modos, la oposición a Marrero se hizo cada vez mayor y hasta llegó al Consejo de Indias. En España, el apoderado de Marrero hizo una extraordinaria defensa y se preguntaba: "Si así trata la Universidad de Caracas a los hombres que se dedican a la enseñanza y a la mejor instrucción de la juventud, ¿qué progresos podrán esperarse y cuáles serían los adelantamientos en las ciencias, si de este modo les cierran las puertas cuando llegan a ellas, y así los despiden cuando algún maestro de mejor ilustración las llegó a introducir en sus generales?".

Cuando en Madrid se le dio, en parte, la razón a Marrero, en 1791, ya éste había renunciado a su cátedra de Filosofía; pero no fue vano su esfuerzo, pues sus discípulos continuaron la tarea enseñando a los autores modernos, como lo han demostrado José de la Cruz Limardo, en sus Memorias; Caracciolo Parra León, Ildefonso Leal y Guillermo Morón, quien tradujo del latín los enunciados de las tesis presentadas por los graduando, constando que muchos de ellos tomaron de la Lógica de Condillac los temas respectivos. La generación de la Independencia reconoció a Marrero, en 1827, el mérito de "ilustre fundador de la Filosofía Moderna en venezuela".