"Su espíritu andaba en caballo blanco"


Todo, pues, estaba a favor del movimiento: nobleza y plebe; el halago y auxilio económico de los terratenientes y la simpatía del pueblo caraqueño. Los meses, sin embargo, transcurrían sin que se solucionase el problema. Para colmo, para completar el cuadro, los negros esclavos del centro de la provincia se habían sublevado, en la ingenua creencia de que el rey acababa de dictar una Cédula mediante la cual decretaba la libertad de los esclavos y que las autoridades de Venezuela la tenían escondida. ¡Vaya inocencia!

También era favorable el recuerdo de la rebelión de Andresote, que flotaba en el ambiente. El 26 de junio (1749) ahorcaron al negro Manuel Espinoza, cabeza de los esclavos alzados. Pero esto daba nuevos bríos a los negros de Juan Francisco León, que también empezaron a creer en la existencia de la tal Real Cédula. Para ellos, Blas Landaeta había sido el portador del documento liberador, por eso, a la muerte de Landaeta decían que "su espíritu andaba en un caballo blanco, y que en él había ido a España y vuelto con la cédula de libertad..."

Con los piratas, ni a misa


Desde su refugio en La Guaira, Castellanos sigue sin cumplir lo ofrecido a León. Este se ha retirado con su gente a sus dominios barloventeños, lo que es visto por el Gobernador como un enfriamiento de los promotores de la revuelta. Pero no era así. Convencido de que Castellanos se burlaba de ellos, Juan Francisco arremete nuevamente contra la capital, pero esta vez con más de ocho mil hombres, lo que nos da una idea de la popularidad del movimiento y del intenso odio que se le prodigaba a la Guipuzcoana.

El 1 de agosto está en Caracas, y con ellos se dirige León hasta La Guaira en busca del Gobernador, y éste, ante la imponente demostración de poder popular, vio como única tabla de salvación el hacer salir de Macuto y Puerto Cabello a los funcionarios de la Compañía, ya que León insistía en la expulsión de los vascos.

Los guipuzcoanos, en efecto, se embarcaron con gran aparato para hacer ver que se cumplían los deseos de León, en tanto que éste se retiraba nuevamente a sus labores el día 7. Pero lo que no sabía el líder de Panaquire es que Castellanos lo volvía a engañar. Los vascos estuvieron seis semanas paseando por nuestras costas, en una especie de plácido crucero, y luego regresaron a Borburata.

Un gesto de nobleza y lealtad, muy digno de Juan Francisco León, se produce en estos días, cuando el pirata inglés Iam Burr, queriendo pescar en río revuelto, ofrece a León, el 2 de octubre de 1749, desde la fragata El Aspa, que ancló prudentemente en el río Unare, "favorecer las estrecheces y esclavitud que tiránicamente tiene la nación a todos los vasallos de esa provincia", y además, le ofrece contribuir con 300.000 pesos y costearle una tropa de 3.500 hombres para su movimiento, si acepta obedecer de ahora en adelante al rey de Inglaterra.

Semejante proposición del pirata Burr la toma Juan Francisco León como "cosa repugnante a la aceptación de todo leal vasallo de nuestro Rey (que Dios guarde)", y acto seguido se presentó con el papelito de Burr ante el Teniente General Domingo Aguirre y Castillo, mostrándole su indignación por lo que consideraba una blasfemia. Evidentemente, León no quería nada con piratas, y mucho menos ingleses, enemigos de España, por más tentadora que pareciera la oferta bélica para sus fines.