Nace la consentida real


Se escucha el alegre y rítmico caracolear por las calles empedradas. Se animan éstas cobrando vida con el galopar de los caballos, y donde no hay caminos se abren. De la más miserable aldea surge un pueblo o una ciudad con nueva pinta. Llegó la gente nueva. ¡Llegaron los guipuzcoanos! A los ojos de los más optimistas estaba en marcha la nueva Venezuela. A su paso algunos se alegran, aplauden; la mayoría observa con recelo a aquellos extraños vascos que vienen eufóricos, en plan de salvadores de nuestra economía, bastante resentida, por cierto. Se sienten crecidos los guipuzcoanos, guapos y apoyados, porque traen en sus bolsillos nada menos que el espaldarazo del Rey. ¡Eso se llama tener palanca, amigo!

En efecto, Felipe V, que se chupaba el dedo pero no era tonto, tenía la mayoría de las acciones de la compañía Guipuzcoana, de modo que ésta nació en Palacio, como una consentida real, el 25 de setiembre de 1728, siendo José de Olavarriaga su principal propulsor.

¿Cuál fue la motivación para la creación de la Compañía Guipuzcoana? Ya sabemos que Felipe V, al llegar al Trono en 1700, encuentra una España hipotecada, agonizante, que hasta limosna había tenido que pedir al Papa, porque Carlos II, último Rey de la Casa Austria, la dejó desmoronar en sus manos. Su gobierno fue desastroso, un verdadero caos. Muere sin descendencia Carlos II y deja en el Trono a Felipe V, nieto del Rey de Francia, Luis XIV.

La Casa de Austria no se resigna a perder el reino de España, y es cuando se desata la Guerra de Sucesión. Por un lado, España y Francia, apoyando a Felipe V; por el otro, el bloque que quería entronizar al Archiduque Carlos de Austria: Holanda, Inglaterra y Austria. La guerra, que se hizo en buena parte por el control de las posesiones de América y su comercio y sus tesoros, duró hasta la firma del Tratado de Utrech, en 1713, mediante el cual España pierde Flandes, Menorca y Gibraltar. Y pierde algo mucho más importante, como lo veremos luego.

Bien asesorado por geniales economistas como Campillo, Patiño y el Marqués de la Ensenada, Felipe V intenta un viraje audaz que le ayude a salir a flote en medio de aquel caos económico, Recuérdese que Felipe V, nacido en Versalles (Francia), tiene la cabeza llena de ideas avanzadas, como correspondía a un príncipe formado en los moldes de la Ilustración francesa. Con él comenzó el proceso de reformas borbónicas en España y, lógicamente, en América.

Ya porque sus paisanos franceses se lo pidieron con insistencia, bien porque él participaba de la moda del mercantilismo francés, lo cierto es que Felipe V caracteriza su Reinado por la fundación de Compañías de comercio nacionales y extranjeras, con la participación de que gozaban de privilegios reales. Así surgen la Compañía Guinea, francesa, como un pase de factura por la alianza de Francia durante la guerra, con un jugoso contrato para introducir 48.000 negros en América; la Compañía de Honduras, la Compañía Inglesa, etc.

Un negocio redondo


Viendo los guipuzcoanos la debilidad del Monarca por la fundación de este tipo de empresas, le proponen meterlo en el negocio lucrativo que prometía ser la Compañía de Caracas o Compañía Guipuzcoana, de modo que el Rey tiene 200 de las 300 acciones que se emiten. Es, pues, el principal accionista.

Notablemente desmejorados la agricultura y el comercio de América con España, venía la Guipuzcoana a remediar la situación. Entre las condiciones contractuales, la Compañía debía traer, cuando menos, dos barcos cada año y se obligaba a combatir el contrabando desde las bocas del Orinoco hasta el Río Hacha. Esto último, que implicaba riesgo y sacrificio, más la necesidad de acondicionar los barcos para eventuales enfrentamientos navales, le proporcionaba en compensación una serie de privilegios, de los que luego abusó la Compañía.

El primer embarque se hizo en el Puerto de Pasajes, en Guipúzcoa, el 15 de julio de 1730. La expedición comercial la formaban dos fragatas y una galera, con variada carga: hierro en barra, lienzos, hilos, medicinas, material para labranza, aguardiente, papel, libros, etc. La tripulación era de 561 hombres. El puerto escogido para llegar fue el de La Guaira, donde enseguida construirían una soberbia casa, que todavía existe, convertida hoy en Museo.

La Compañía comenzó con buen pie. Los dos primeros barcos que regresaron a España cargados de cacao y otros frutos y mercaderías, salvaron el costo de las naves, los armamentos, la tripulación y el pago de los impuestos, con la sola venta de 80.000 fanegas de cacao, que ofrecieron en España a 45 pesos, habiéndola adquiridos en Caracas a 10.

El rendimiento de la empresa no tardó en mejorar desproporcionadamente, en virtud de que nadie más podía comerciar en Venezuela sino a través de la Guipuzcoana. El monopolio era absoluto. Los vascos ponían precios a su antojo, viéndose los cosecheros obligados a aceptarlos. Explotaron tanto a los comerciantes y a los productores, que la irritación llegó al extremo de originar dos serias insurrecciones, la del zambo Andresote en los montes de Yaracuy, y la que encabezó el canario Juan Francisco León en Panaquire en todo Barlovento, el 19 de abril de 1749.

La tiranía que ejercieron sobre los cosecheros estaba amparada en los cuerpos armados que recorrían los campos, atemorizando a todos. Adquiriendo los productos a precios irrisorios y, además, no con dinero efectivo sino con mercancía más cara, adelantando el pago de las futuras cosechas, podían los guipuzcoanos competir en ventas, bajando los precios, como en efecto lo hicieron con el cacao, que bajó el 50% de su valor en el mercado español, y en Venezuela de 2 a 8 pesos, lo que equivalía a decretar la ruina o la subordinación de los productores. Sin embargo, éstos seguían suministrándole los frutos por temor a las medidas de represión que solían tomar los vascos.

Es cierto que aumentó la producción agrícola durante el monopolio de la Guipuzcoana, pero a costa del sudor y las lágrimas de los venezolanos, que ya en el campo o en el comercio eran explotados. Para el Rey y para los vascos fue un negocio redondo.