Real Consulado


Los Criollos al Poder. Los vientos frescos de la Ilustración y modernidad continúan soplando en España y se extienden hacia Venezuela. Nuestros criollos se sienten ya maduros y preparados para comenzar a gobernar su propio país. El Real Consulado va a ser la tribuna ideal para el ejercicio del poder, que ya en parte se venía practicando a través de los Municipios.

El Real Consulado, que fue un Tribunal de Justicia Mercantil, nació como la cristalización de un sostenido anhelo de los venezolanos de ordenarse a sí mismos, de unirse en torno a una Institución en la que pudiera dilucidar sus asuntos mercantiles. Agricultores o hacendados, comerciantes y mercaderes habían expresado más de una vez, ya en conjunto, ya por separado, dichos sentimientos.

Inmersos ya los venezolanos de finales del siglo dieciocho en el torbellino liberal del Libre Comercio, con una industria y una producción agrícola que se hacían cada día más prósperas; estando muchos de ellos imbuídos de las ideas de la Ilustración europea, y dominando en lo social con una aristocracia tremendamente fuerte y poderosa, ya sólo les quedaba tratar de redondear y consolidar sus aspiraciones en cuanto a hacerse autónomos en la solución de sus problemas económicos y llegar, por esa vía, a la independencia política. Las reformas de Carlos III, en efecto, pusieron a la América en el camino de su liberación, y nuestros próceres no fueron tontos como para no darse cuenta.

Un funcionario de honda sensibilidad y de profunda ilustración captó la voz de los criollos y se convirtió en el abanderado de sus aspiraciones. Ese funcionario fue el Intendente don Francisco de Saavedra, sevillano, que desde el arribo a su cargo se preocupó por el bienestar de toda la Provincia.

Las Ordenanzas se hacen en casa. He aquí, pues, el Real Consulado, voz de los criollos, poder de los criollos. Nació por insinuación de la nobleza caraqueña, que le vendió bien vendida la idea al Intendente Saavedra, y éste, con tenacidad digna de las mejores causas, con superior inteligencia obtuvo, primero de Carlos III la Real Orden cuatro meses de después de su carta; y luego, en 1793, la definitiva Real Cédula de Carlos IV.

En efecto, por Real Orden del 5 de septiembre de 1785, se decreta la creación del Real Consulado de Caracas, que iba a tener jurisdicción, desde luego, en toda Venezuela. A partir de ese momento, Saavedra se dedica a tiempo completo a formar las Ordenanzas, con el auxilio de "los cuatro sujetos más hábiles que hay en el país", dos comerciantes españoles y dos agricultores criollos.

Como punto de partida, se ordenó un censo de los que debían matricularse como hacendados, comerciantes (vendedores al mayor) y mercaderes (vendedores al detal). El resultado fue: 45 hacendados entre Caracas, La Guaira y Puerto Cabello; 33 comerciantes y 17 mercaderes.

Instalada la Junta el 31 de marzo de 1786, sólo se le vino a dar la revisión final a las Ordenanzas el 21 de abril de 1788, después de dos años de trabajo, con las interrupciones que no faltarían y las observaciones y oposiciones de algunos. Apenas concluidas, el mismo Saavedra las llevó a España, donde fueron sometidas a la Mesa de Consulados.

El hecho que no puede pasar inadvertido, es el de que las Ordenanzas fueron redactadas en casa, es decir, en Caracas, con ingredientes puramente venezolanos, a las que apenas se les harían algunas modificaciones. Estaban allí reflejadas las ideas y las pretensiones de la alta sociedad caraqueña, que es la misma que hará luego la Revolución.

Al respecto comenta Manuel Nunes Dias en su valiosa monografía sobre el Real Consulado de Caracas: "Trátase de Ordenanzas elaboradas por los propios venezolanos. Fueron los terratenientes y comerciantes nacidos y radicados en la colonia quienes, en comisión mixta, pensaron y redactaron el estatuto consular. El Consulado no fue un mandato impuesto desde arriba por la Corona a sus leales vasallos americanos. Fue, en verdad, un invento criollo, no un descubrimiento de los asesores del trono o de los Borbones de Madrid..."

Lo que empieza el uno lo deshace el otro. A la muerte del rey Carlos III, en ese mismo año de 1788, cuando Saavedra lleva a España las Ordenanzas, demorará por varios años la erección definitiva del Real Consulado de Caracas. También había muerto su protector y amigo don José de Gálvez. Era eso, precisamente, lo que Saavedra quería evitar al proponer la creación del Consulado, que por muerte de un funcionario en la Provincia, por renuncia o cambio de gobierno, se paralizaran los proyectos o las obras comenzadas. El 21 de abril de 1793, por ejemplo, insistiendo en la necesidad de crear ya el Consulado, suelta esta perla al presidente de la Mesa de Consulados, en Madrid: "El confiar estas empresas que necesitan constancia y un plan seguido de esfuerzos y de luces al celo de los Gobernadores e Intendentes que duran cinco o seis años en su empleo, y le miran como un censo al quitar, es grandísimo delirio. Lo que empieza el uno lo deshace el otro, y la felicidad pública entre sus manos es siempre la tela de Penélope. Puedo hablar en la materia con conocimiento, porque tengo mi punta de Quijote, emprendí muchas cosas nunca allí emprendidas y al fin logré hacer poco más que Cascaciruelas."

Pretendía Saavedra que los proyectos firmes no estuviesen sujetos a los cambios políticos. Finalmente, luego de numerosas idas y vueltas, Carlos IV, que haría de Saavedra su ministro de Guerra, de Hacienda y por último de Estado, se dignó firmar en el Palacio de Aranjuez la real cédula de 3 de junio de 1793. Había luchado Saavedra ocho años, pero al fin ya estaba logrado el propósito. El Real Consulado de Caracas ya existía.