Sucre narra su victoria en Ayacucho



El 9 de diciembre de 1824, Antonio José de Sucre, con 6.000 soldados, se enfrenta y vence al virrey La Serna, quien guía 9.310 hombres, en el campo inmortal de Ayacucho, que en lengua quechua quiere decir Rincón de los Muertos.

Poco antes, Simón Bolívar le había escrito: "Expóngase usted, general, a todas las contingencias de una batalla antes que a los peligros de una retirada". J.A. Cova dice que la Batalla de Ayacucho "no es solamente una épica acción de armas en cuanto a técnica y pericia militar. Es más: la creación de un gran artista, de un supremo artífice que ha vivido soñando con su obra maestra y finalmente la ve realizada con todos los contornos de la obra perfecta. En Ayacucho nada faltó para dar majestad y carácter a la suprema concepción de Sucre".

Con Ayacucho se dio libertad al Perú y también al Alto Perú, que después se llamó Bolivia. Asistieron a Sucre oficiales de la talla de Jacinto Lara, La Mar, Córdova, Miller, José Laurencio Silva. Sucre ofreció a los vencidos una capitulación tan gloriosa como la misma batalla, por estimar que "es digno de la generosidad americana conceder algunos honores a soldados que han permanecido y vencido catorce años en el Perú."

La víspera de Ayacucho. Al caer la noche, el frío empezó a hacerse sentir con más rigor. Estaban a 3.360 metros de altura sobre el nivel del mar. ¡Podrían alguna vez los venezolanos, especialmente los llaneros, acostumbrarse a temperaturas tan bajas?

El general Sucre ordenó, en horas tempranas de la noche, que las diferentes bandas ejecutaran varias piezas para animar a la tropa; pero, a cierta hora, mandó, "bajo pena de muerte", que se guardara silencio absoluto, por razones de seguridad.

Se estaba cumpliendo esta última orden cuando un sargento cumanés de nombre Juan Pinto, comenzó a puntear una bandola, posiblemente cumanesa, y lanzó al aire esta copla que ha llegado a nuestros días:


"Ay, Cumaná, quién te viera
y por tus calles paseara,
y a San Francisco fuera,
a misa de madrugada...".

Pese a que le hacía evocar la lejana y querida tierra cumanesa, Sucre no toleró esta falta y ordenó que el sargento Pinto fuese apresado, y al día siguiente, por lo tanto, no pudo participar en la batalla.

Comenta el cronista de la ciudad de Cumaná, don Alberto Sanabria, que el 9 de diciembre, tras la euforia del triunfo, el sargento Pinto volvió a cantar la copla y Sucre, emocionado, olvidó lo pasado la víspera y se reconcilió con su paisano y amigo.

Sucre narra su victoria. 


Terminando el combate, el propio general victoriso dicta el parte de guerra, que es la mejor descripción de la batalla de Ayacucho:

"La aurora del día 9 vio estos dos ejércitos disponerse para decidir los destinos de una nación. Nuestra línea formaba un ángulo: la derecha, compuesta con los batallones Bogotá, Voltígeros, Pichincha y Caracas, al mando del señor General Córdova; la izquierda, de los batallones 1º, 2º y 3º y Legión Peruana, bajo el muy ilustre señor General La Mar; el centro, los Granaderos y Húsares de Colombia, con el señor general Miller; y en reserva, los batallones Rifles, Vencedor y Vargas, al mando del señor general Lara. Al reconocer los cuerpos, recordando a cada uno de sus triunfos, sus glorias, su honor y su patria, los vivas al Libertador y a la República resonaban por todas partes. Jamás el entusiasmo se mostró con más orgullo en la frente de los guerreros. Los españoles a su vez, dominando perfectamente la pequeña llanura de Ayacucho, y con fuerzas casi doble creían cierta su victoria. Nuestra posición, aunque dominada, tenía seguros sus flancos por unas barrancas, y por su frente no podía obrar la caballería enemiga de un modo uniforme y completo. La mayor parte de la mañana fue empleada sólo con fuego de artillería y de los cazadores; a las diez del día los enemigos situaban al pie de la altura cinco piezas de batalla, arreglando también sus masas al tiempo que estaba yo revisando la línea de nuestros tiradores. Di a éstos la orden de forzar la posición en que colocaban la artillería, y fue ya la señal de combate.

"Los españoles bajaron velozmente sus columnas, pasando a las quebradas de nuestra izquierda los batallones Cantabria, Centro, 1º Imperial, y dos escuadrones de Húsares, con una batería de seis piezas, forzando demasiadamente su ataque por esa parte. Sobre el centro formaban los batallones Burgos, Infantes, Victoria, Guías y 2º del Primer Regimiento, apoyando la izquierda de éste, con los tres escuadrones de La Unión: el de San Carlos, los cuatro de los Granaderos de La Guardia, y las cinco piezas de artillería ya situadas, y en la altura de nuestra derecha, los batallones 1º y 2º de Gerona, 2º Imperial, 1º del Primer regimiento, el de Fernandinos y el escuadrón de Alabarderos del Virrey.

"Observando que las masas del centro no estaban en orden aún, y que el ataque de la izquierda se hallaba demasiado comprometido mandé al señor general Córdova que lo cargase rápidamente con sus columnas, protegido por la caballería del señor general Miller, reforzando a un tiempo al señor general La Mar, con el batallón Vencedor y sucesivamente con Vargas. Rifles quedaba en reserva para rehacer el combate donde fuera menester, el señor general Lara recorría sus cuerpos en todas partes. Nuestra masa de la derecha, marchó arma a discreción, hasta cien pasos de las columnas enemigas, en que, cargadas por ocho escuadrones españoles, rompieron el fuego; rechazarlos y despedazarlos con nuestra soberbia caballería, fue obra de un momento. La infantería continuó inalterable su carga, y todo plegó a su frente.

"Entretanto, los enemigos, penetrando por nuestra izquierda, amenazaban la derecha del señor general La Mar, y se interponían entre éste y el señor general Córdova, con dos batallones en masa; pero llegando en oportunidad Vargas al frente, y ejecutando bizarramente los Húsares de Junín la orden de cargar por los flancos de estos batallones, quedaron disueltos. Vencedor y los batallones 1º, 2º y 3º y Legión Peruana, marcharon audazmente sobre los otros cuerpos de la derecha enemiga, que reuniéndose tras las barrancas presentaban nuevas resistencias; pero reunidas las fuerzas de nuestra izquierda, y precipitados a la carga, la derrota fue completa y absoluta.

"El señor general Córdova, trepaba con sus cuerpos la formidable altura de Cundurcunca, donde se tomó prisionero al Virrey La Serna; el señor general La Mar, salvaba en la persecución las difíciles quebradas de su flanco, y el señor general Lara, marchando por el centro, aseguraba el suceso. Los cuerpos del señor general Córdova, fatigados del ataque, tuvieron la orden de retirarse y fue sucedido por el señor general Lara, que debía reunirse en la persecución al señor general La Mar, en los altos de Tambo. Nuestros despojos eran ya más de mil prisioneros, entre ellos sesenta jefes y oficiales, catorce piezas de artillería, dos mil quinientos fusiles, muchos otros artículos de guerra, y perseguidos y cortados los enemigos en todas direcciones, cuando el general Canterac, comandante en jefe del ejército español, acompañado del general La Mar, se me presentó a pedir una capitulación. Aunque la posición del enemigo podía reducirlo a una tregua discrecional, creí digno de la generosidad americana conceder algunos honores a los rendidos que vencieron 14 años en el Perú, y la estipulación fue ajustada sobre el campo de batalla en los términos que verá US. por el tratado adjunto; por él se han entregado todos los restos del ejército español, todo el territorio del Perú ocupado por sus armas, todas las guarniciones, los parques, almacenes militares, y la plaza del Callao con sus existencias.

"Se hallan por consecuencia, en este momento, en poder le ejército libertador, los tenientes generales La Serna y Canterac, los mariscales Valdés, Carratalá, Monet y Villalobos, los generales de brigada Bedoya, Ferraz, Camba, Somocursio, Cacho, Atero, Landázuri, Vigil, Pardo y Tur, con diez y seis coroneles, sesenta y ocho tenientes coroneles, cuatrocientos ochenta y cuatro mayores y oficiales; más de dos mil prisioneros de tropa; inmensa cantidad de fusiles, todas las cajas de guerra, municiones y cuantos elementos militares poseían; mil ochocientos cadáveres y setecientos heridos, han sido, en la Batalla de Ayacucho, las víctimas de la obstinación y de la temeridad españolas. Nuestra pérdida es de trescientos diez muertos y seiscientos nueve heridos...".

"Según los estados tomados al enemigo, sus fuerzas disponibles en esta jornada eran de 9.310 hombre, mientras el ejército libertador formaba 5.780 hombres. Los españoles no han sabido qué admirar más, si la intrepidez de nuestras tropas en la batalla, o la sangre fría, la constancia, el orden y el entusiasmo en la retirada, desde las inmediaciones del Cuzco hasta Huamanga al frente siempre del enemigo, corriendo una extensión de 80 leguas (unos 400 Kms.), y presentando frecuentes combates".

La gloria de la capitulación. Tanta, o más gloria, le da a Sucre la capitulación concedida a los realistas, que la misma Batalla de Ayacucho. El pudo acabar con todos los enemigos en el campo, pero su generosidad y descollantes rasgos de humanidad le llevaron a ofrecer a los vencidos una honrosa capitulación.

El orgullo español quedaba allí abatido. Los jefes realistas Canterac y Carratalá se acercan a Sucre. Vienen acompañados del jefe patriota José de La Mar. Canterac se atreve a solicitar de Sucre una capitulación.

-General -respóndele Sucre-, aunque el estado en que se encuentran vuestras fuerzas me autoriza a imponeros una rendición incondicional, estimo que es digno de la generosidad americana conceder algunos honores a soldados que han permanecido y vencido catorce años en el Perú.

Era el gesto del noble cumanés, que habría de encumbrarlo aún más a la gloria. Concede, por la capitulación pagar el transporte de todos los soldados y oficiales que quieran marcharse a su patria; además, mientras se puedan ir, el gobierno del Perú les dará medio sueldo; cualquier individuo del ejército español puede quedarse en territorio peruano si lo desea; y conservará su mismo empleo; nadie será molestado por sus anteriores servicios al rey de España; los jefes y oficiales prisioneros en la batalla quedarán en libertad y los heridos serán auxiliados por cuenta del Estado, hasta su completo restablecimiento...

¿Podía esperar más un ejército derrotado, al que no le quedaba, en rigor, sino la cárcel o la extradición, sin muchos miramientos? Este ejemplo de Sucre no tiene paralelo en la historia de las guerras.