El rey bueno - Parabolas e Historias para Educar en Valores

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Había un rey sincero y bueno que gobernaba al país con justicia y con bondad. En vez de vivir encerrado en su palacio, solía recorrer los confines de su reino, para observar los problemas y tratar de ayudar a la gente. Si veía que sus súbditos estaban alegres, su corazón saltaba de gozo.
Pero el buen rey se estaba poniendo viejo y tenía que entregar el reinado a uno de sus cuatro hijos. Ellos querían mucho a su padre y el rey los amaba a todos por igual. Por eso, no le era fácil decidir quién sería su heredero. Entonces, se le ocurrió conversar individualmente con cada uno de ellos para detectar cuál tenía las mejores cualidades para ser un buen rey. Los convocó frente a su despacho e hizo pasar primero a Juan, su hijo mayor.
-Me siento ya viejo, hijo mío, y quisiera entregar mi trono a uno de ustedes. Por ello, quiero preguntarte algo: ¿Qué harías tú si mañana fueras el rey del país?
Juan pensó un buen rato su respuesta y, por fin, le dijo:
-Trataría de que todos los hombres del reino estuvieran bien entrenados y armados para que así fueran capaces de defenderse de cualquier enemigo. La fortaleza de un país radica en sus ejércitos y en la fuerza de sus hombres.
-Muy bien, hijo -dijo el rey-, analizaré tu respuesta.
Al salir Juan, entró el segundo hijo, un muchacho muy inteligente. El rey le
dijo:
-José, hijo mío, estoy ya muy viejo y quisiera entregar el reino a uno de ustedes. Pero primero me contestarás una pregunta.
El rey le hizo la misma pregunta que le había hecho antes a Juan y José, después de pensar un rato, respondió:
-Buscaría la forma de que todas las personas del reino se instruyeran. Abriría muchas escuelas para que todo el mundo pudiera estudiar pues la fuerza de un país radica en la instrucción.
-Muy bien -dijo el rey-, analizaré tu respuesta.
El tercer hijo, Francisco, que era muy religioso, respondió la pregunta de su padre diciendo que levantaría muchas iglesias y fomentaría el culto y la oración, pues la grandeza de un país residía en la firmeza de la religión.
Cuando le tocó el turno al hijo menor, no aparecía por ninguna parte. Al cabo de un buen rato, llegó corriendo y agitado, y el rey le preguntó:
-¿Qué pasó, hijo? ¿Dónde estabas que no acudiste a conversar conmigo cuando te tocaba? ¿Acaso no estás interesado en ser rey?
Pedro, que así se llamaba el hijo menor, respondió conteniendo los jadeos del cansancio:
-Lo que pasó, padre, es que, mientras estaba esperando mi turno, me enteré de que Santiago, el anciano caballerizo, había sido pateado por un caballo y pensé que, en ese momento, lo más importante era correr en su ayuda para ver si podía hacer algo por él.
El rey lo abrazó emocionado y le dijo:
-Ya sé quién será mi sucesor: serás tú, Pedro, porque no sólo sabes lo que la gente necesita para ser feliz, sino que siempre estás dispuesto a hacerlo. Tú
sabes servir y eso es lo más importante.

* * *

Había una vez un rabino que tenía fama de santo. La gente vivía intrigada porque todos los viernes desaparecía sin que nadie supiera a dónde iba. Dada su bondad y buen nombre, comenzó a correr el rumor de que, en esas ausencias de los viernes, iba a entrevistarse con el Todopoderoso.
Para salir de dudas, encargaron a alguien que siguiera secretamente al rabino y averiguara a dónde iba. El viernes, el "espía" siguió al rabino a las afueras de la ciudad y hora y media después, cuando sus piernas ya flaqueaban de cansancio porque los pasos del rabino eran muy vigorosos, descubrió que este se disfrazaba de campesino y, así vestido, entraba en un rancho miserable donde se dedicaba a atender a una mujer no creyente que estaba paralítica.
En las horas siguientes, el rabino lavó y planchó la ropa de la enferma, le preparó comida para ese día y para el sábado, limpió la casa, hizo algunos arreglos y cortó leña para alimentar el fuego toda la semana.
Cuando el "espía" regresó a la congregación, todos los miembros de la comunidad le rodearon ansiosos.
-¿A dónde fue el rabino? -le preguntaron-. ¿Le viste subir al cielo?
-No -respondió el "espía" -. Le vi subir mucho más arriba.
(Tomado de Armando José Sequera, "Cuentos de Humor, Ingenio y Sabiduría")
Dios Creador nos hizo a su imagen y semejanza, nos hizo creadores. El creó todas las cosas y las puso a nuestro servicio. Con nuestra acción debemos recrear el mundo, humanizarlo, hacer que cada día sea más humano. Un mundo donde no haya personas con hambre, sin vivienda digna, sin escuelas, sin amor.
El propio Dios se hizo hombre para remacharnos, con su palabra y con su ejemplo, que lo importante es el servicio. De ahí que su mandamiento principal, el distintivo de sus seguidores es el amor práctico, el que cura las enfermedades, calma el hambre, ofrece corazón... Importante es la fortaleza, la sabiduría, el fervor religioso, pero de nada valen sin caridad o sin solidaridad. La propia oración no tiene sentido si no me ayuda a ser mejor, si de ella no salgo dispuesto a derramarme sobre los demás. Tenemos que ser como el manantial, que no guarda para sí su caudal, si no que se derrama dando vida. Y lo hace con alegría, cantando. Si guardara para sí su agua, se pudriría y se le morirían las canciones. Cuanto más amor demos, más nos llenaremos de amor. El único modo de llenarnos de amor es dándolo. Todo lo que damos a los demás, termina volviendo a nosotros. Compadecerse del hambre, del dolor, de la miseria, implica comprometerse para aliviarlas o erradicarlas. Compasión viene de compartir: participar de la misma pasión, del mismo sufrimiento. Si te apresaran por ser cristiano, y dijimos que el distintivo del cristiano es el amor vuelto servicio ¿Qué pruebas alegarían para condenarte? Vive y enseña a vivir la vida como don para los demás. "En todo amar y servir", como decía Ignacio de Loyola.
Recuerda el bellísimo poema de Gabriela Mistral:
Toda la naturaleza es un anhelo de servicio.
Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco.
Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú;
donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú;
donde haya un esfuerzo que todos esquivan, acéptalo tú.
Sé el que apartó la piedra del camino,
el odio de los corazones,
y las dificultades del problema.
Hay alegría de ser sano y de ser justo;
pero hay sobre todo,
la hermosa alegría de servir.
Qué triste sería el mundo
si todo en él estuviera ya hecho,
si no hubiera un rosal que plantar,
una empresa que emprender...
Pero no caigas en el error
de pensar que sólo se hace mérito con los grandes trabajos; hay pequeños servicios que son buenos servicios: adornar una mesa, ordenar unos libros, peinar una niña. Aquel es el que critica; ese es el que destruye. Tú sé el que sirve.
El servir no es tarea de seres inferiores.
Dios, que da el fruto y la luz, sirve.
Pudiera llamarse así: EL QUE SIRVE.
Y tiene ojos fijos en nuestras manos y nos pregunta cada día:
¿Serviste hoy?
¿A quién?
¿Al árbol, a tu amigo, a tu madre?

* * *

Cuenta la historia que hubo un cuarto rey mago, que llegó tarde a la cita de Belén por quedarse a ayudar a un anciano. Cuando llegó, ya la Sagrada Familia había huido a Egipto. Hasta allá se fue en su búsqueda, pero tardó mucho en llegar pues por el camino se demoró mucho ayudando a todos los necesitados que encontraba. Perdió el contacto con el niño hasta que, a los treinta años, comenzó a oír rumores y noticias de un gran profeta en Galilea. Desde el primer momento, él adivinó que era Jesús y partió en su busca. Una vez más, se fue demorando por el camino ayudando a los menesterosos, y sólo pudo encontrarse con Jesús cuando subía hacia el calvario cargado con su cruz.
-Te he buscado durante toda mi vida -le dijo con ojos llorosos- y cuando por fin te encuentro, te van a matar.
Jesús volvió hacia él su rostro ensangrentado y le dijo con una imposible sonrisa:
-No necesitabas buscarme, porque tú siempre estuviste a mi lado.


Recuperado para fines educativos del libro:
Para Educar Valores. Nuevas Parábolas
Autor: Antonio Pérez Esclarin