Puntos Sobresalientes de la Lectura de la Biblia: Lucas

Puntos sobresalientes del libro de Lucas


Puntos Sobresalientes de la Lectura de la Biblia: Lucas

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PUNTOS SOBRESALIENTES DEL LIBRO DE LUCAS


LUCAS 1

Zacarías y Elisabet vivían en Judá y eran una pareja que había hecho todo bien. Los dos se habían preocupado por buscar un cónyuge espiritual. Él desempeñaba fielmente sus deberes como sacerdote, y ambos trataban de cumplir lo mejor posible la Ley de Dios. Tenían muchas razones para sentirse agradecidos. (Luc. 1:5-7).

En el antiguo Israel, la maternidad era muy valorada, y la mayoría de las familias eran numerosas (1 Sam. 1:2, 6, 10; Sal. 128:3, 4). De hecho, la ley rabínica permitía al varón israelita que se divorciara de su esposa si no le daba hijos. ¡Qué traición tan terrible! Zacarías, sin embargo, era un marido leal y permaneció al lado de Elisabet. Ninguno de los dos buscó una salida fácil del matrimonio. Aunque les apenaba no tener descendencia, siguieron sirviendo fielmente a Jehová juntos. Con el tiempo, él los recompensó al permitirles concebir milagrosamente un niño en su vejez (Luc. 1:8-14).

Es obvio que Zacarías tuvo que haberle comunicado a su esposa de algún modo que, de acuerdo con las indicaciones del ángel, el niño recibiría el nombre de Juan. Cuando los vecinos y parientes insistieron en que debía llamarse como su padre, Elisabet apoyó lealmente a su marido y dijo: “¡No, por cierto!, sino que será llamado Juan” (Luc. 1:59-63).

¿Por qué se le concedió a María ese inigualable privilegio de quedar encinta de Jesus? Descubrimos la razón al fijarnos en lo que exclamó cuando el ángel le indicó la misión que Dios le tenía reservada: “¡Mira! ¡La esclava de Jehová! Efectúese conmigo según tu declaración” (Luc. 1:38). Con esta respuesta, ella evidenció algo que Dios ya conocía: su excelente actitud de corazón, que la llevaba a aceptar de buena gana la voluntad divina. No preguntó qué pensarían los vecinos al notar su embarazo, ni cómo se vería afectada la relación con su prometido. Se limitó a referirse a sí misma como la sierva más humilde, demostrando así confianza absoluta en su Amo, Jehová.

Lucas dijo haber “investigado todas las cosas desde el comienzo con exactitud” al preparar su Evangelio, lo que tal vez signifique que consultó los registros disponibles para trazar la genealogía de Jesús (Luc. 1:3; 3:23-38). El Evangelio que Lucas escribió ciertamente fue inspirado por Dios, y su valor para nosotros no disminuye por el hecho de que este discípulo consultara registros que no eran inspirados.
Salvo en el caso de Miguel y Gabriel, la Biblia no menciona el nombre de los millones de criaturas espirituales del cielo. De esta manera se evita que demos a los ángeles una honra que no les corresponde (Luc. 1:26; Rev. 12:7).

Luc. 1:35. ¿Utilizó Jehová un óvulo de María para la concepción de Jesús? A fin de que el hijo de María fuera un verdadero descendiente de sus antepasados Abrahán, Judá y David —tal como Dios había prometido—, fue preciso utilizar un óvulo de María (Gén. 22:15, 18; 49:10; 2 Sam. 7:8, 16). No obstante, Jehová se valió de su espíritu santo para transferir la vida perfecta de su Hijo desde el cielo y originar la concepción (Mat. 1:18). Parece que esto anuló toda imperfección existente en el óvulo de María y, desde el mismo principio, protegió de cualquier defecto al embrión en desarrollo.

Luc. 1:62. ¿Se quedó Zacarías sordo además de mudo? No, solo su habla se vio afectada. Aunque otras personas le preguntaron a Zacarías “por señas” qué nombre quería darle a su hijo, esto no se debió a que estuviera sordo. Es muy probable que hubiera oído lo que su esposa había dicho respecto al nombre del niño. Quizás los demás, haciendo alguna señal o gesto, pidieron a Zacarías que lo confirmara. Además, el hecho de que solo se le devolviera el habla indica que su oído no se había visto afectado (Luc. 1:13, 18-20, 60-64).

Luc. 1:32, 33 María conservó en su corazón los hechos y dichos que cumplían profecías. ¿Hacemos nosotros lo mismo respecto a lo que predijo Jesús sobre “la conclusión del sistema de cosas”, comparando sus predicciones con lo que ocurre en la actualidad? (Mat. 24:3.)

María estaba comprometida con José, pero aún no se habían casado, así que preguntó con franqueza: “¿Cómo será esto, puesto que no estoy teniendo coito con varón alguno?” (Lucas 1:34). Observe que, para María, ser virgen no era ninguna vergüenza. Muy al contrario, valoraba muchísimo su castidad. Hoy en día, numerosos jóvenes de ambos sexos están ansiosos por dejar de ser vírgenes, y los que no piensan como ellos se vuelven el blanco de sus burlas. Ciertamente, el mundo ha cambiado mucho, pero Jehová no (Malaquías 3:6). Como en los tiempos de María, Dios siente un gran aprecio por quienes obedecen sus normas morales (Hebreos 13:4).

María le dijo a Gabriel: “¡Mira! ¡La esclava de Jehová! Efectúese conmigo según tu declaración” (Lucas 1:38). Las esclavas jóvenes eran las siervas de más baja condición; su vida estaba completamente en manos de su amo. Eso era lo que sentía María para con su Amo, Jehová. Ella sabía que él es leal con sus leales y que la bendeciría si cumplía lo mejor que pudiera con aquella difícil misión, así que se sentía a salvo en sus manos (Salmo 18:25).

La respuesta de María se ha preservado cuidadosamente en Lucas 1:46-55. Es, con diferencia, su intervención más larga registrada en la Biblia, y nos dice mucho de ella. Por ejemplo, era una joven agradecida, como se desprende de sus expresiones de alabanza a Jehová por concederle el privilegio de ser la madre del Mesías. Sus palabras también muestran la profundidad de su fe, pues se refirió a Jehová como aquel que humilla a los altivos y poderosos, pero ayuda a los pobres y humildes que desean servirle. Además, lo que dijo evidencia su amplio conocimiento bíblico, pues se calcula que hizo más de veinte referencias a las Escrituras Hebreas.

María se quedó con Elisabet tres meses, y podemos estar seguros de que se animaron muchísimo la una a la otra (Lucas 1:56). Esto nos recuerda la importancia de elegir buenas compañías. Si buscamos amigos que sientan verdadero amor por nuestro Dios, Jehová, sin duda creceremos espiritualmente y nos acercaremos más a él (Proverbios 13:20).

LUCAS 2

Ana, una mujer que sufrió la terrible pérdida de su esposo cuando apenas llevaba siete años casada. La Biblia no dice si tenía hijos o si pensó alguna vez en volver a casarse, pero menciona que a sus 84 años seguía viuda. Además, da a entender que aprovechó las circunstancias para estrechar su relación con Jehová. En efecto, nunca faltaba al templo, “rindiendo servicio sagrado noche y día con ayunos y ruegos” (Luc. 2:36, 37). Como vemos, los asuntos espirituales eran lo más importante en su vida. Sin duda, Ana necesitó gran fuerza de voluntad, pero recibió el gran privilegio de ver al niño Jesús y dar testimonio de la liberación que llevaría a cabo cuando se convirtiera en el Mesías (Luc. 2:38).

¿Es obediente su hijo? (Col. 3:20.) ¿Cumple con las tareas del hogar que le asignan? La Biblia indica que, a los 12 años, Jesús vivía sujeto a sus padres (Luc. 2:51). Claro, ningún hijo obedece a la perfección a sus padres. Pero es preciso que todos los verdaderos cristianos imiten a Jesús. El joven que vaya a bautizarse debe ser conocido en la congregación como hijo obediente (1 Ped. 2:21).

Jehová, que es el Dios feliz, instituyó el matrimonio. Esta institución es vital para la felicidad familiar porque además de satisfacer la necesidad de compañía, proporciona un marco estable para la crianza de los hijos. Dios considera el matrimonio una unión legal y permanente entre un hombre y una mujer (Lucas 2:1-5). Él quiere que el esposo y la esposa sean fieles el uno al otro (Hebreos 13:4). Los cristianos pueden divorciarse y volver a casarse solo si su cónyuge ha cometido adulterio. (Lea Mateo 19:3-6, 9.)

Jesús es el Hijo unigénito de Dios. Por eso, no es de extrañar que en la mayoría de las ocasiones utilizara el título “Padre” para referirse a él. De hecho, las primeras palabras de Jesús registradas en la Biblia corresponden a una ocasión en que —estando en el templo, con solo 12 años de edad— lo llama “mi Padre” (Lucas 2:49). Jesús lo utilizó con mucha frecuencia en expresiones como “Padre de ustedes”, “Padre nuestro” y “mi Padre” (Mateo 5:16; 6:9; 7:21). Así indicó que hasta seres humanos pecadores e imperfectos pueden forjar una relación muy estrecha y afectuosa con Jehová.

¿Cómo se comportó Jesús con sus padres ?... La Biblia dice que “bajó con ellos y vino a Nazaret, y continuó sujeto a ellos” (Lucas 2:51, 52). ¿Qué aprendes de su ejemplo?... Muy bien, que hay que obedecer a los padres. Como ves, Jesús era obediente, aunque no siempre se le hizo fácil, ni siquiera cuando se trataba de su Padre celestial. Durante toda esa etapa de su vida estuvo sujeto a sus padres, quienes, a diferencia de él, eran imperfectos (Luc. 2:51, 52). ¡Qué humildad tan extraordinaria! La primera manera de lograr que crezca tu deseo de servir a Jehová es leyendo a diario la Biblia, la cual satisfará tus necesidades espirituales y te enseñará cosas valiosísimas (Mat. 5:3). De ese modo seguirás el ejemplo de Jesús. Cuando tenía 12 años, sus padres lo encontraron en el templo, “sentado en medio de los maestros, [...] escuchándoles e interrogándolos” (Luc. 2:44-46). Este pasaje muestra que a pesar de ser un niño, le encantaba aprender de las Escrituras y las entendía muy bien. ¿Qué contribuyó a ello? Sin duda, un factor muy importante fue que su madre, María, y su padre adoptivo, José, dos fieles siervos de Jehová, le dieron instrucción espiritual desde su más tierna infancia (Luc. 2:41, 51).

Es fácil no darse cuenta de cómo afectan a los demás nuestros comentarios, expresiones faciales y lenguaje corporal. Hay hombres, por ejemplo, que no comprenden el impacto que tienen sus palabras en las mujeres. Las palabras duras suelen tener un mayor impacto en la mujer que en el hombre, y quedar en su memoria por mucho más tiempo (Luc. 2:19). Y más aún si quien se las dice es una persona a la que ella ama y quiere respetar.

El mismo Jesús dio un buen ejemplo y pagó “a César las cosas de César”. Su familia le había enseñado a cumplir las leyes aun cuando estas fueran en contra de su conveniencia personal. Por ejemplo, a fin de inscribirse en un censo decretado por el gobierno romano, José y María habían viajado unos 150 kilómetros (90 millas) hasta Belén, y eso que ella estaba embarazada (Lucas 2:1-5). Del mismo modo, Jesús respetó todas las leyes, hasta el punto de pagar un impuesto que, siendo estrictos, no tenía por qué pagar (Mateo 17:24-27).

Cuando Jesús era pequeño, María debió de haberle contado algunos detalles sobre su nacimiento. Por este motivo, en la ocasión en que ella y su esposo, José, lo encontraron en el templo, él les preguntó: “¿No sabían que tengo que estar en la casa de mi Padre?” (Luc. 2:49). Todo parece indicar que Jesús sabía desde muy temprana edad que era el Hijo de Dios. De ahí que fuera tan importante para él exaltar la justicia divina.

Su fiel ejemplo nos recuerda a la viuda Ana de tiempos bíblicos, quien “nunca faltaba [al] templo, rindiendo servicio sagrado noche y día con ayunos y ruegos”. De hecho, gracias a su constancia tuvo el honor de ver al niño Jesús (Luc. 2:36-38). Aunque contaba 84 años de edad, no era demasiado mayor para servir a Jehová, y lo mismo puede decirse de sus tocayas de tiempos modernos.

Los cuatro Evangelios, nos permiten deducir que Jose y Maria, eran una pareja relativamente pobre. El relato indica que, cuarenta días después del parto, fueron al templo para presentar el sacrificio que establecía la Ley: “un par de tórtolas o dos pichones” (Lucas 2:22-24). Legalmente, solo podían presentar esta ofrenda quienes fueran demasiado pobres para ofrecer un carnero joven. Por tanto, es muy probable que sus recursos fueran bastante limitados. Así y todo, lograron criar a su familia en un ambiente donde reinaban el cariño y el amor. No cabe duda de que su preocupación principal eran los asuntos espirituales (Deuteronomio 6:6, 7).

Por otro lado, María era una persona de inclinaciones espirituales. Aunque la Ley no exigía que las mujeres asistieran a Jerusalén para celebrar la Pascua, ella acompañaba todos los años a su esposo (Lucas 2:41). Esto suponía recorrer un total de unos 300 kilómetros (190 millas). Y a pesar de tener que viajar con hijos pequeños, de seguro todos disfrutaban mucho de aquellas ocasiones. No es de extrañar que Jehová los hubiera elegido para cuidar de su Hijo durante las primeras etapas de su vida en la Tierra.

Pero el momento más doloroso en la vida de María, según el relato bíblico, aún estaba por llegar. Tuvo que ver cómo rechazaban, torturaban y asesinaban a su querido hijo. Se ha dicho que la muerte de un hijo —sea un niño o un adulto— es “la peor de las desgracias” y “la pérdida más devastadora”. Tal como se había profetizado muchos años antes, María se sintió como si una espada le atravesara el alma (Lucas 2:34, 35).

Jesús siempre estuvo profundamente interesado en lo espiritual. Con solo 12 años, sus padres “lo hallaron en el templo, sentado en medio de los maestros, y escuchándoles e interrogándolos”. Esos maestros quedaron “asombrados de su entendimiento y de sus respuestas” (Lucas 2:42, 46, 47). Aun así, el conocimiento no hizo que se le subieran los humos a la cabeza y les faltara el respeto a sus padres, pues en la Biblia se dice que “continuó sujeto a ellos” (Lucas 2:51).

LUCAS 3

Tenemos otra razón para servir a Jehová: el inigualable amor que nos ha demostrado a todos los seres humanos. Al habernos dado la vida, es nuestro Padre (Luc. 3:38). Y como buen padre que es, nos proporciona todo lo necesario para ser felices.

Jesús fijó el modelo el día de su bautismo, cuando hizo pública su decisión de efectuar la voluntad de su Padre. Según indica la Biblia, le dijo a Jehová: “¡Mira! He venido [...] para hacer tu voluntad” (Luc. 3:21). Así es, con su bautismo, se estaba presentando ante su Padre para cumplir sus deseos. Hoy, los cristianos seguimos su modelo al bautizarnos, aunque en nuestro caso sí estamos declarando públicamente que nos hemos dedicado en oración a Dios.

Parece lógico pensar que, tras la muerte de José, fue Jesús quien asumió la responsabilidad de traer el sustento a la casa. Y es de suponer que sus hermanos, según crecían, también fueron colaborando. Así, cuando Jesús “era como de treinta años”, dejó su hogar y comenzó su ministerio (Lucas 3:23). Cuando los hijos crecen, se independizan y siguen su propia vida, los padres suelen experimentar emociones encontradas. Han invertido tanto cariño, tiempo y esfuerzo en ellos, que sienten mucho su ausencia. Están muy orgullosos de sus hijos, pero a veces desearían tenerlos más cerca. Sin duda, entienden bien cómo se sintió María cuando Jesús salió del hogar.

En varias ocasiones, Dios le dio muestras de amor y aprobación. Por ejemplo, cuando Jesús se bautizó, Jehová dijo desde los cielos: “Tú eres mi Hijo, el amado; yo te he aprobado” (Lucas 3:22). De ahí que Jesús nunca dudara del amor que su Padre sentía por él. ¿Qué pueden aprender los padres del ejemplo de Dios?

También los hijos merecen reconocimiento. Lamentablemente, algunos padres están todo el tiempo diciendo a sus hijos lo que deben hacer, pero casi nunca elogian sus esfuerzos por ser respetuosos y obedientes (Lucas 3:22). Cuando al niño se le encomia desde temprana edad, se siente querido y más seguro.

El bautismo es una ocasión seria y al mismo tiempo gozosa. La Biblia dice que Jesús estaba orando cuando Juan lo sumergió en las aguas del río Jordán (Lucas 3:21, 22). En conformidad con este ejemplo, los candidatos al bautismo deben comportarse con el decoro que exige la ocasión. Y puesto que la Biblia nos exhorta a vestir siempre con modestia, ¡con cuánta más razón debemos seguir ese consejo el día de nuestro bautismo!

La exactitud histórica de la Biblia apoya su inspiración divina. Los sucesos que relata no son simples mitos, sino que aparecen vinculados con fechas, personas y lugares concretos. Por ejemplo, Lucas 3:1 se refiere objetivamente al “año decimoquinto del reinado de Tiberio César, cuando Poncio Pilato era gobernador de Judea, y Herodes era gobernante de distrito de Galilea”.

Jesús cuando se bautizó, le ocurrió algo muy especial. “El cielo se abrió”, dice Lucas 3:21, y parece que en ese momento el espíritu santo le recordó las cosas que había aprendido en el cielo, entre ellas lo que Dios quería que hiciera como Mesías durante su ministerio en la Tierra. Luego pasó cuarenta días ayunando en el desierto. Debió de producirle gran deleite meditar en las numerosas ocasiones en que Jehová lo había instruido en los cielos. Jesús empezó su ministerio con un conocimiento, una perspicacia y una intensidad de sentimiento que ningún otro hombre podía tener. Sin embargo, su amor por las verdades de Dios no tardó en ser puesto a prueba.

¿Qué debemos hacer para recibir el perdón de Dios cuando cometemos algún mal? Nuestra confesión a Dios debe ir acompañada de contrición y “frutos propios del arrepentimiento” (Lucas 3:8). El espíritu arrepentido y el deseo de corregir el mal también nos motivarán a pedir ayuda espiritual a los ancianos cristianos (Santiago 5:13-15)

Jesús fue un hombre de oración. Oró con ocasión de su bautismo (Lucas 3:21). Antes de escoger a los doce apóstoles, pasó toda la noche orando (Lucas 6:12, 13). Enseñó a sus discípulos a orar (Lucas 11:1-4). La noche anterior a su muerte, oró con sus discípulos y también por ellos (Juan 17:1-26). La oración fue una parte importante de su vida, como debe ocurrir en nuestro caso, pues somos sus seguidores. Es un gran honor hablar en oración con el Soberano del universo. Además, Jehová contesta las oraciones.

Durante la predicación de Juan el Bautista, ‘el pueblo estaba en expectación’ del Mesías. ¿Qué indica esto? Que muchos judíos conocían bien las profecías mesiánicas de las Escrituras. (Lucas 3:15.) Este hecho es de interés, pues en aquellos días no abundaban los libros. Había que copiar a mano los libros bíblicos, con gran cuidado y esfuerzo, por lo que eran muy caros y difíciles de obtener.

El aprendizaje supone más que solo comprender hechos o recordar datos. Las monótonas oraciones que ofrecían los religiosos de los días de Jesús muestran que se limitaban a memorizar. (Mateo 6:5-7.) Pero ¿cómo les afectaba la información? ¿Producían frutos de justicia? De ninguna manera. (Lucas 3:7, 8.) Parte del problema era que el conocimiento no penetraba hasta el corazón y, por lo tanto, no se sentían impulsados a hacer el bien.

¿Qué tres pruebas se dan en las Escrituras Griegas Cristianas en apoyo del hecho de que Jesús era el Mesías? El linaje de Jesús es la primera de estas pruebas. (Lucas 3:23-38.) Otra prueba es el cumplimiento de profecías. Hay literalmente veintenas de profecías, como la que se halla en Daniel 9:25, que identifican a Jesús como el Mesías. La tercera prueba es el propio testimonio de Dios, que dio en tres ocasiones con su propia voz. (Lucas 3:21, 22; Juan 12:28.)

LUCAS 4

Jesús no solo resistió la tentación porque conocía las Escrituras, sino también porque estaba “lleno de espíritu santo” (Luc. 4:1). Al igual que él, nosotros podemos ser más fuertes y capaces si mantenemos una estrecha relación con Jehová. Pero ¿cómo podemos acercarnos a Dios? Aprovechando al máximo los medios que él ha provisto para llenarnos con su espíritu, entre ellos, el estudio de la Biblia, la oración y la congregación (Sant. 4:7, 8).

Cuando Satanás se le acercó en el desierto, el Hijo de Dios llevaba cuarenta días sin comer. De seguro, el Diablo vio que era un “tiempo [muy] conveniente” para ponerlo a prueba (Luc. 4:13). Hoy hace lo mismo con nosotros: busca el momento más oportuno para ponernos a prueba y nos ataca cuando percibe que estamos más débiles. Por eso es imprescindible que nos mantengamos siempre espiritualmente fuertes. Cuando nos invade el cansancio o el desánimo, es más necesario que nunca rogarle a Jehová que nos proteja y nos dé su espíritu (2 Cor. 12:8-10).

Jehová espera devoción exclusiva. Pero Satanás no pide tanto. Como vemos por las tentaciones que le puso a Jesús, él se conforma con un solo acto de adoración (Luc. 4:7, 8). Por eso, preguntémonos: “¿Me permiten mis diversiones darle a Dios la devoción que se merece? ¿Me ayudan a resistir el espíritu del mundo, o me lo hacen más difícil? ¿Tendré que seleccionarlas con más cuidado?”.

Estudiemos a fondo la Biblia. Al enfrentarse a los ataques directos que Satanás lanzó contra su fe, Jesús citó de las Escrituras (Luc. 4:1-13). Nosotros también tenemos que alimentar continuamente nuestra fe con la Palabra de Dios (Fili. 4:8, 9). Algunos cristianos tal vez piensen que no tienen tiempo para el estudio personal y en familia. En tal caso, conviene recordar que muchas veces no es cuestión de tener tiempo, sino de sacarlo (Efe. 5:15-17).

Jesús cuando era hombre, comprobó por experiencia propia lo poderosa que podía ser la fuerza activa de Dios en su vida. Siempre aceptó su influencia, de modo que cuando lo impulsaba a hacer algo, lo realizaba de buena gana ( Luc. 4:14). ¿Actuamos nosotros igual? El espíritu santo aún opera en las mentes y corazones que se dejan motivar y guiar por él. ¿Qué debemos hacer para que actúe en nosotros y nos conduzca por el buen camino? Pedirle constantemente a Jehová que nos envíe esta fuerza y nos ayude a ceder a su influencia.

Jesús mismo explicó cuál era: “Tengo que declarar las buenas nuevas del reino de Dios, porque para esto fui enviado” (Lucas 4:43). Aunque es cierto que realizó muchas buenas obras, lo más importante para él era anunciar el Reino de Dios. Teniendo presente el empeño con el que Jesús efectuaba su ministerio, haremos bien en analizar si podemos hacer más en el servicio del Reino.

¿De dónde toman su nombre los “Salones del Reino” ? Las reuniones que allí se celebran tratan sobre la Biblia y sobre el tema principal de esta: el “reino de Dios” que predicó Jesús (Lucas 4:43). Con esto presente, en la década de los treinta se eligió la denominación “Salón del Reino” para referirse a cada uno de estos locales. Dicho nombre alude a su objetivo principal: difundir la religión verdadera y fomentar la predicación de las “buenas nuevas del reino” (Mateo 24:14).

Con su forma de enseñar, Jesús dejaba fascinados a la mayoría de sus oyentes. El evangelista Lucas señala el efecto que tuvieron sus palabras en los asistentes a la sinagoga de Nazaret: “Todos daban testimonio favorable acerca de él y se maravillaban de las palabras llenas de gracia que procedían de su boca” (Luc. 4:22). Y sus discípulos imitaron su manera de predicar. Por eso, el apóstol Pablo pudo decir a sus hermanos: “Háganse imitadores de mí, así como yo lo soy de Cristo” (1 Cor. 11:1). Como seguía los métodos de Jesús, el apóstol era muy diestro al “enseñarles [a sus oyentes] públicamente y de casa en casa” (Hech. 20:20).

¿Pertenecía él a una religión organizada? La familia de Jesús y otros judíos acostumbraban ir al templo de Jerusalén para cumplir con los preceptos de la religión judía. Y Jesús, de niño, siempre los acompañaba (Lucas 2:41-43). Ya de adulto, se reunía con los demás judíos en la sinagoga para adorar a Dios (Lucas 4:14-16). Cuando le habló a una mujer que pertenecía a una religión diferente, le dijo: “Nosotros adoramos lo que conocemos” (Juan 4:22). Con estas palabras, Jesús dejó claro que él pertenecía a la religión judía.

No es fácil mantenerse firme y defender los principios justos (Luc. 13:24). Y probablemente te preguntes si vale la pena tanto esfuerzo. Pero recuerda: si das la impresión de que te estás disculpando o de que te avergüenzas de tus creencias, tus compañeros lo notarán y quizás hasta se pongan más pesados. En cambio, si te expresas con convicción, tal vez te sorprenda lo rápido que se dan por vencidos ( Lucas 4:12, 13).

Algo que nos ayudará a mantenernos en guardia es aprovechar la protección que Jehová nos ofrece. Por eso, no podemos descuidar el estudio de la Palabra de Dios ni la asistencia a las reuniones (Luc. 4:4). Además, tal como los damanes sobreviven gracias a las comunidades tan unidas que forman, nosotros tenemos que mantenernos cerca de nuestros hermanos, de modo que podamos tener “un intercambio de estímulo” con ellos (Rom. 1:12).

Jesús, quien era perfecto, tomó medidas concretas para satisfacer su necesidad de reflexionar a solas, alejado del clamor de las multitudes, en lugares aislados como montañas y desiertos (Luc. 4:42).

Es indudable el valor que tienen los momentos de silencio y soledad. Crean una atmósfera propicia para hacerse un saludable autoexamen, algo imprescindible para mejorar como personas. Además, proporcionan tranquilidad mental. Meditar durante los momentos de sosiego puede infundirnos modestia y humildad, así como un mayor aprecio por las cosas realmente importantes de la vida.

Su Padre celestial lo había comisionado para predicar las buenas nuevas, y como Jesús lo amaba profundamente, cumplió esa comisión con mucho gusto (Luc. 4:18, 19). Jesús también amaba a la gente y conocía los muchos problemas que tenían. Del mismo modo, nosotros predicamos con valor porque amamos a Dios y al prójimo (Mat. 22:36-40).

LUCAS 5

Ser serios no significa que no podamos relajarnos ni pasar ratos agradables con los amigos. Jesús nos dejó un modelo perfecto. No solo enseñaba a la gente, sino que también buscaba momentos para descansar y estrechar lazos con otras personas (Luc. 5:27-29). Tampoco es cuestión de que nunca podamos sonreír. Si Cristo hubiera tenido un carácter severo o demasiado formal, ¿quién habría querido acercársele? Pero él no era así. Incluso los niños se sentían cómodos a su lado (Mar. 10:13-16).

Jesús le dijo a Pedro con bondad: “Deja de tener miedo. De ahora en adelante estarás pescando vivos a hombres” (Lucas 5:10, 11). Aquel no era momento de dudar o sentir temor, pues Jesús lo estaba invitando a participar en una obra única en la historia. Pedro no tenía por qué abrigar dudas respecto a cómo cubriría sus necesidades básicas. Tampoco tenía razones para inquietarse por sus limitaciones y defectos. Podía confiar en que servía a un Dios que “perdon[a] en gran manera” y que se encargaría de satisfacer todas sus necesidades, tanto físicas como espirituales (Isaías 55:7; Mateo 6:33).

Pedro aceptó la invitación de inmediato, y lo mismo hicieron Santiago y Juan. La Biblia dice que “volvieron a traer las barcas a tierra, y abandonaron todo y le siguieron” (Lucas 5:11). Dejando a un lado sus miedos e inseguridades, Pedro tomó la mejor decisión: ejercer fe en Jesús y en aquel que lo había enviado, Jehová Dios. En nuestros días, los cristianos que para servir a Dios superan sus dudas y temores demuestran esta misma clase de fe. Ellos también pueden tener la certeza de que Jehová nunca los defraudará (Salmo 22:4, 5).

Jesús solía buscar oportunidades para orar a solas, lejos de las multitudes (Luc. 5:16; 6:12). También nosotros necesitamos esos momentos. Cuando oramos en calma y sin distracciones, es más fácil tomar decisiones que agraden a Dios y que contribuyan a nuestro bienestar espiritual.

Jesús fue razonable y equilibrado. Aunque es verdad que, como él mismo dijo, “no [tenía] dónde recostar la cabeza”, nunca llevó una vida extremadamente austera ni esperaba que otros lo hicieran (Mateo 8:20). La Biblia indica que asistió a algunos banquetes (Lucas 5:29).

Pero ¿y si no estamos convencidos de que ciertas instrucciones de los ancianos sean las mejores? Aquí es donde entra en juego la sumisión. No es difícil obedecer cuando se ve todo claro y se está conforme, pero, como veremos, ser sumiso de verdad implica ceder aunque uno no comprenda el motivo de determinada instrucción. Así lo hizo Pedro, quien más tarde llegó a ser uno de los apóstoles (Lucas 5:4, 5).

Jesús puso el ejemplo en cuanto a mostrar y aceptar hospitalidad. Siempre aprovechó estas oportunidades para impartir enseñanzas espirituales (Lucas 5:27-39 ). Sus primeros discípulos copiaron su ejemplo (Hechos 2:46, 47). Así mismo, nuestras reuniones deben crear un ambiente propicio para animarnos mutuamente.

Durante su vida en la Tierra, el Hijo de Dios, Jesucristo, demostró que le importaba la dignidad de las personas. Por poner un caso, en Galilea se le acercó un hombre muy afectado de lepra. A fin de evitar los contagios, la Ley mosaica exigía que los leprosos fueran gritando a su paso: “¡Inmundo, inmundo!” (Levítico 13:45). Sin embargo, este enfermo no dio el debido aviso cuando se aproximaba a Jesús, sino que, inclinándose rostro a tierra, le suplicó: “Señor, si tan solo quieres, puedes limpiarme” (Lucas 5:12). ¿Qué hizo Jesús? No censuró al leproso por violar la Ley. Tampoco lo evitó ni hizo como si no existiera. Por el contrario, respetó su dignidad al tocarlo y decirle: “Quiero. Sé limpio” (Lucas 5:13).

Pedro le dijo a Jesus: “Pero porque tú lo dices bajaré las redes”. Por haber acatado el mandato de Cristo, recogió “una gran multitud de peces”. Asombrado, Pedro “cayó a las rodillas de Jesús, y dijo: ‘Apártate de mí, porque soy varón pecador, Señor’”. En cambio, Jesús respondió: “Deja de tener miedo. De ahora en adelante estarás pescando vivos a hombres” (Lucas 5:1-10; Mateo 4:18). ¿Qué lección encierra este relato? Jesús no encomendó a Pedro, Andrés y los demás apóstoles la misión de “ser pescadores de hombres” sino hasta después de capturar aquella gran cantidad de peces (Marcos 1:16, 17). Es obvio que no esperaba de ellos obediencia ciega, pues les había dado una razón convincente para que le obedecieran. Tal como se produjeron resultados sorprendentes por haber acatado su mandato de bajar las redes, si acataban el de ‘pescar hombres’, también habría grandes bendiciones. Los apóstoles reaccionaron con gran fe. El relato termina diciendo: “Volvieron a traer las barcas a tierra, y abandonaron todo y le siguieron” (Lucas 5:11). Hoy día imitamos a Jesús cuando animamos a los demás a participar en la obra de hacer discípulos. No les exigimos que hagan lo que les decimos, sino que les damos razones convincentes para que obedezcan el mandato de Jesús.

El relato de la extraordinaria pesca también destaca la importancia de tener el motivo adecuado para obedecer a Cristo: el amor. Cuando Pedro dijo: “Apártate de mí, porque soy varón pecador”, Jesús no se apartó de él, ni tampoco lo condenó por algún pecado (Lucas 5:8). Ni siquiera lo recriminó por pedirle que se alejara de él, sino que le respondió con cariño: “Deja de tener miedo”. El temor malsano no habría sido la motivación apropiada para obedecer a Cristo. Jesús, más bien, les dijo a Pedro y a sus compañeros que se convertirían en útiles pescadores de hombres. Hoy día, nosotros tampoco nos valemos del miedo ni de otros sentimientos negativos, como la culpa o la vergüenza, para obligar a los demás a sujetarse a Cristo. Lo que hace que el corazón de Jehová se regocije es la obediencia sincera que nace del amor que sentimos por él y por Cristo (Mateo 22:37).

LUCAS 6

Hay mucho que pueden hacer los padres para ayudar a un hijo a tomar decisiones que honren a Dios. Una de las mejores maneras de enseñarle es con el ejemplo (Luc. 6:40). Quizás podrían explicarle los pasos que ellos mismos dieron antes de hacer cierta elección. Tal vez quieran dejarlo decidir en algunos asuntos. Si da un paso acertado, no deben olvidarse de felicitarlo. Pero ¿y si se equivoca? La primera reacción suele ser protegerlo de las consecuencias. Sin embargo, eso no siempre es lo mejor. Pensemos en un padre que le permite a su hijo obtener una licencia de conducir. Imagínese que el muchacho comete una infracción y recibe una multa. El padre podría pagarla, ¿verdad? En cambio, si le pide que trabaje para conseguir el dinero, es más probable que aprenda a responsabilizarse de sus actos (Rom. 13:4).

Hemos de tener en cuenta los sentimientos, las opiniones y las necesidades de nuestros familiares y de quienes nos rodean. Si nos esforzamos por comprenderlos y los tratamos con bondad, será más probable que los demás nos traten igual (Lucas 6:38).

“El alumno no es superior a su maestro, pero todo el que esté perfectamente instruido será como su maestro.” (Lucas 6:40) Algunos padres no se sienten capacitados para hablar de Dios a sus hijos. Tal vez les parezca que les falta preparación académica o que no saben lo suficiente de religión. Como resultado, tienden a dejar esta tarea tan importante en manos de algún pariente o de un ministro religioso.
Pero ¿quién está en mejor situación para enseñar verdades religiosas y principios morales a los hijos? La Biblia concede mucha importancia al papel del padre en la crianza y educación del niño.

No hay por qué restringir nuestras obras bondadosas a un momento o una situación en particular (Gál. 6:2; Efe. 5:2; 1 Tes. 4:9, 10). Más bien, procuremos a diario tener presentes las circunstancias de los demás y ser prestos en brindarles la ayuda necesaria, aun cuando eso suponga un sacrificio de nuestra parte. Es preciso que aportemos generosamente del tiempo, los recursos y la experiencia que poseemos. Además, recordemos que Jehová nos garantiza que si somos generosos, él también será generoso con nosotros (Luc. 6:38).

En su Sermón del Monte les prometió a quienes sufrían desgracias que vendrían tiempos mejores: “Felices son ustedes los que lloran ahora, porque reirán” (Lucas 6:21). Y se encargó de “vendar a los quebrantados de corazón” valiéndose de un mensaje de esperanza: la venida del Reino de Dios.
¿Qué hay de nosotros? En nuestros tiempos, “las buenas nuevas del reino” siguen siendo igual de reconfortantes (Mateo 6:10; 9:35).

Al principio, tal vez le cueste creer que alguien a quien usted ha amado tanto le haya hecho tanto daño. Hasta es posible que comience a echarse la culpa por el mal comportamiento de su cónyuge.
Pero no olvide que el propio Jesús, aun siendo perfecto, sufrió la traición de un amigo en quien confiaba. En efecto, había seleccionado con mucho cuidado e intensa oración a sus compañeros más íntimos, los doce apóstoles, todos los cuales eran fieles siervos de Jehová. Por eso, tuvo que sentirse muy triste cuando uno de ellos, Judas, “se volvió traidor” (Luc. 6:12-16). Y Jehová de ningún modo consideró a su Hijo culpable de las acciones de Judas.

Algo que nos ayudará a no adoptar una actitud de negligencia es cultivar día a día una relación estrecha con Jehová, el Amo de la siega. Si apartamos momentos para estudiar y meditar sobre el amor, la paciencia, la misericordia y el resto de las maravillosas cualidades de Dios, el corazón nos moverá a hacer lo máximo posible en su servicio (Luc. 6:45; Fili. 1:9-11). No olvidemos que la diligencia nace del aprecio que sentimos en nuestro interior (Sal. 40:8).

Escrituras indican que el Dios verdadero concede su bondad amorosa —o, lo que es lo mismo, su amor leal— a quienes gozan de su aprobación. Pero ¿qué hace con quienes no disfrutan de su amistad? ¿Los trata con crueldad? No, ni mucho menos. “Él es bondadoso para con los ingratos e inicuos”, y por eso “hace salir su sol sobre inicuos y buenos y hace llover sobre justos e injustos” (Luc. 6:35; Mat. 5:45). Antes de abrazar la verdad, nos beneficiábamos de la bondad que Jehová demuestra a todos los seres humanos. Pero cuando nos hicimos siervos suyos, llegamos a disfrutar de su amor leal, su infalible bondad amorosa (léase Isaías 54:10). ¡Qué agradecidos estamos! Y este sentimiento es un gran incentivo para seguir reflejando esta cualidad divina en nuestras conversaciones y demás actividades cotidianas.

Lo primero que debemos hacer es preparar el corazón. Jesús dijo: “De la abundancia del corazón habla [la] boca” (Luc. 6:45). ¿Y qué había en el corazón de Jesús? Un interés sincero por el bienestar de los demás. Eso es lo que lo motivaba en su ministerio. Pensemos en lo mucho que nos ha beneficiado el que alguien se haya tomado el tiempo de enseñarnos la verdad. Eso nos ayudará a ver que el mensaje que llevamos puede beneficiar enormemente a la gente del territorio.

LUCAS 7

Marta tenía un papel fundamental en la hospitalidad y comodidad de su hogar. Era una mujer hacendosa que siempre andaba trajinando por la casa, y para la visita de Jesús no iba a ser menos. De modo que planeó una comida especial con muchos platos que deleitaran a su distinguido huésped y a sus posibles acompañantes. La hospitalidad era muy importante en la sociedad de aquel tiempo. Cuando llegaba un invitado, lo recibían con un beso, le quitaban las sandalias, le lavaban los pies y le untaban el cabello con relajante aceite aromático (Lucas 7:44-47). Y en cuanto al alojamiento y las comidas, no podía faltar ningún detalle.

“Dos hombres eran deudores a cierto prestamista; el uno le debía quinientos denarios, pero el otro cincuenta. Cuando no tuvieron con qué pagar, él sin reserva perdonó a ambos. Por lo tanto, ¿cuál de ellos le amará más?”. Simón le respondió: “Supongo que será aquel a quien sin reserva le perdonó más”. Y Cristo replicó: “Juzgaste correctamente” (Luc. 7:41-43). Todos nosotros le debemos a Dios obediencia. Por eso, cada vez que le desobedecemos y pecamos, no le estamos pagando aquello a lo que tiene derecho. Y de esta manera acumulamos deudas ante él. No obstante, nuestro Padre es como un prestamista dispuesto a cancelar las deudas.

Por otra parte, la persona que asigna responsabilidades en la congregación, debe indicar claramente lo que espera. Antes de enviar mensajeros a Jesús, Juan el Bautista les explicó lo que quería saber y con qué palabras debían preguntarlo (Luc. 7:18-20). Mucho dependerá de la naturaleza de cada tarea y de las aptitudes del ayudante. Sea como sea, tanto quien delega el trabajo como la persona a la que se le encarga deben saber bien qué se espera y con cuánta frecuencia se debe informar de los progresos. Ambos deben saber cuánto se deja a discreción de la persona asignada. Si hay que fijar una fecha para terminar, es posible que la persona se sienta más motivada si puede opinar al respecto, en vez de que simplemente le impongan la fecha.

¡Y cuántas cosas buenas hizo Jesús por la gente! Curó a los enfermos y hasta resucitó a los muertos. Pero sobre todo, predicó las buenas nuevas, y quienes las aceptaron recibieron la mayor de las bendiciones (Lucas 7:20-22). Los testigos de Jehová también predicamos las buenas nuevas del Reino, y eso nos produce gran satisfacción (Mat. 24:14; 28:19, 20).

Los israelitas sobresalían por su limpieza física, mantener limpios sus cuerpos y pertenencias, pues bañarse y lavarse era una práctica habitual entre ellos. Por ejemplo, tenían la costumbre de lavarse los pies al entrar en una casa para comer (Lucas 7:44). Que gran ejemplo para todos nosotros.

Jesús también aceptó invitaciones a comer y apartó tiempo para reposar y disfrutar un poco. Claro, él sabía que algunos enemigos lo criticaban por ello y decían: “¡Miren! ¡Un hombre glotón y dado a beber vino[!]” (Lucas 7:34). Pero Jesús no creía que alguien verdaderamente devoto tuviera que renunciar a todos los placeres de la vida.

Jesús era tan amoroso y compasivo como su Padre, lo cual atraía a la gente a la adoración del único Dios verdadero. Personas de todo tipo lo escuchaban porque se interesaba de verdad por ellas y por su situación (Lucas 7:36-50).

Jesús no se interesaba solo en los adultos. También se fijaba en los niños, y por eso sabía a qué jugaban y qué cosas decían. A veces hasta los invitaba a acercarse a él (Lucas 7:31, 32). Entre las multitudes que escuchaban a Jesús había muchos pequeños. Si queremos ayudar a nuestros hijos a crecer espiritualmente, es preciso que los escuchemos. Hemos de averiguar si tienen puntos de vista contrarios a la voluntad de Jehová. Sin importar lo que nos digan, debemos responderles haciendo comentarios positivos. Luego podemos utilizar textos bíblicos que les ayuden a entender cómo ve Jehová los asuntos.

Para seguir cultivando el amor por Jehová, es fundamental meditar sobre la vida y ministerio de Jesús. Así, al pensar en la compasión de Jesús cuando resucitó al hijo único de una viuda, nos embarga la emoción, ¿no es cierto? (Lucas 7:11-15.) Igualmente, al examinar el hecho de que el hombre más importante y sabio de la historia estaba dispuesto a atender a todo el mundo, sin excluir a los niños, nos sentimos conmovidos. Y al ir creciendo el amor por él, también crece el amor por Jehová.

Al tratar con los pecadores, Jesús tenía en cuenta sus esfuerzos por cambiar y les daba ánimo (Lucas 7:37-50). En vez de juzgar por las apariencias, imitó la bondad, la longanimidad y la gran paciencia de su Padre con el fin de motivar a la gente al arrepentimiento, pues esa es la voluntad de Jehová: que personas de toda clase se arrepientan y se salven (Romanos 2:4; 1 Timoteo 2:3, 4).

LUCAS 8

De persona a persona. Como Jesús y sus discípulos, los testigos de Jehová llevan personalmente las buenas nuevas al prójimo (Lucas 8:1). No creen que la gente tenga que venir a buscarlos. Más bien, todos dan testimonio del Reino de Dios de puerta en puerta, en las calles, por teléfono y de otras muchas maneras.

Nunca debemos permitir que los asuntos personales, como los que mencionó Jesús, interfieran con nuestro servicio a Jehová. Si les diéramos demasiada importancia, nuestro fervor empezaría a apagarse (Lucas 8:14). Para que eso no nos suceda, debemos obedecer siempre este mandato de Jesús: “Sigan, pues, buscando primero el reino y la justicia de Dios” (Mat. 6:33)

Las mujeres desempeñaron un papel clave en la expansión del cristianismo durante el siglo primero. Proclamaron las buenas nuevas del Reino de Dios y realizaron otras labores relacionadas con dicha obra (Luc. 8:1-3). Muchas de ellas son evangelizadoras de tiempo completo, misioneras y betelitas. Como vemos, Dios valora profundamente el papel que desempeñan sus siervas en la predicación de las buenas nuevas y el cumplimiento de su propósito.

Sin duda, el mensaje bíblico que transmitió Cristo son “buenas nuevas”, o buenas noticias (Lucas 8:1).
Queda claro, pues, que Jesucristo nunca se mezcló en la política. Y eso nos puede ayudar a identificar quiénes son los cristianos auténticos hoy en día: aquellos que no intervienen en asuntos políticos, sino que imitan a Jesús y se dedican principalmente a enseñar sobre el Reino de Dios.

No todos los que comienzan a estudiar la Biblia obtienen la aprobación de Dios. Jehová emplea a los ángeles para guiar la obra de sus siervos y para separar a los que en realidad lo aman de los que no quieren aplicar lo que aprenden. Jesús dejó claro que quienes sí consiguen la aprobación de Dios “son los que, después de oír la palabra con un corazón excelente y bueno, la retienen y llevan fruto con aguante” (Lucas 8:15).

Al bautizarse, Jesús se convirtió en Hijo espiritual de Dios, y “la Jerusalén de arriba” llegó a ser su madre (Gál. 4:26). A partir de ese momento, Jesús sintió más cariño y afecto por sus discípulos que por sus parientes carnales. Esto nos enseña a poner los intereses espirituales en primer lugar en nuestra vida (Luc. 8:19-21).

Claro está, para escuchar con atención hay que concentrarse, pero el esfuerzo bien vale la pena (Luc. 8:18). ¿Acostumbra usted estar atento a lo que se dice en las reuniones, o tiende a distraerse? Si no nos esforzamos por concentrarnos en lo que escuchamos, nuestro oído podría embotarse (Heb. 5:11). La gente que verdaderamente deseaba aprender prestaba mucha atención a Jesús. Le pedían que explicara sus ilustraciones y, como recompensa, adquirían una comprensión más profunda.

Ahora bien, si perdemos de vista el verdadero propósito de nuestra existencia y dejamos de aferrarnos a “la vida de verdad”, corremos un serio peligro. Pudiéramos “ser arrebatados por las inquietudes y las riquezas y los placeres de esta vida” (Lucas 8:14). Lamentablemente, debido a que se han dejado arrastrar por el afán de hacerse ricos, algunos “han sido descarriados de la fe y se han acribillado con muchos dolores”, llegando incluso a perder su valiosa relación con Jehová. ¡Qué precio tan alto han pagado por no ‘asirse firmemente de la vida eterna’.

Con sus palabras edificantes, Jesús animaba a las personas. Les brindaba alivio espiritual anunciándoles las buenas nuevas del Reino (Lucas 8:1). También animaba a sus discípulos al ayudarles a conocer íntimamente a su Padre celestial (Mateo 11:25-27). No es extraño que la gente se sintiera atraída a Jesús.

De las siguientes palabras de Jesús se desprende otro consejo: “Presten atención a cómo escuchan” (Lucas 8:18). Es cierto, Jesús no hablaba aquí de la comunicación en el matrimonio, pero el principio puede aplicarse. ¿Hasta qué punto escucha a su cónyuge? ¿Lo escucha, o lo interrumpe bruscamente dándole soluciones mecánicas a problemas que usted no entiende bien? Si los esposos discrepan sobre algún asunto, es preciso que hablen y se presten verdadera atención el uno al otro.

¿Qué podemos hacer, entonces, para seguir proclamando estas buenas nuevas de manera significativa y eficaz, incluso en territorios poco productivos? (Lucas 8:15.) Nos resultará útil analizar brevemente tres aspectos importantes de nuestro ministerio. Primero: la motivación, o sea, por qué predicamos; segundo: el mensaje, es decir, qué predicamos, y tercero: los métodos, esto es, cómo predicamos. Si nuestra motivación es la adecuada, nuestro mensaje es claro y nuestros métodos son eficaces, brindaremos a gente de toda clase la oportunidad de oír las mejores noticias: las buenas nuevas del Reino de Dios.

Jesús estuvo dispuesto a trabajar. Lavó los pies a sus apóstoles para enseñarles una importante lección (Juan 13:4-15). Sus propios pies se ensuciaron predicando las buenas nuevas por los caminos polvorientos de Israel (Lucas 8:1). Atendió a las muchedumbres que acudieron a él para aprender más, incluso cuando pretendía descansar en “un lugar solitario” (Marcos 6:30-34). De esa forma, puso un ejemplo de diligencia para todos los cristianos (1 Juan 2:6).

LUCAS 9

Aunque los discípulos de Jesús eran muy espirituales, su manera de ver las cosas estaba condicionada por su crianza y su cultura (Luc. 9:46-48; Juan 4:27). Pero él nunca los sermoneó ni amenazó. Tampoco les impuso exigencias irrazonables ni les mandó: “Hagan lo que yo digo y no lo que yo hago”. Más bien, les enseñó con el ejemplo (léase Juan 13:15).

¿Qué modelo dejó Jesús a sus discípulos? Llevó una vida sencilla que le permitió servir sin trabas al prójimo (Luc. 9:58). Consciente de que su autoridad tenía límites, basó siempre sus enseñanzas en las Escrituras (Juan 5:19; 17:14, 17). Fue accesible y bondadoso, y todo lo hizo por amor (Mat. 19:13-15; Juan 15:12). Sus apóstoles se beneficiaron mucho de su ejemplo.

Tras dos años de celoso ministerio, Jesús amplió su obra al enviar a los doce apóstoles a predicar. Claro, primero les dio instrucciones (Mat. 10:5-14). Y antes de realizar un milagro por el que alimentó a miles de personas, les explicó a los apóstoles cómo quería que organizaran a los presentes y distribuyeran la comida (Luc. 9:12-17). Como vemos, siempre los preparó dándoles explicaciones claras y precisas.

Al instruir a sus discípulos, Jesús adaptaba los consejos a las necesidades de cada uno. Por ejemplo, corrigió a Santiago y Juan por haber pensado en pedir que cayera fuego del cielo sobre algunos samaritanos que no habían querido recibirlos (Luc. 9:52-55). Y cuando la madre de estos dos apóstoles le rogó que les concediera posiciones de favor en el Reino, él atacó de raíz el problema hablando directamente con los dos hermanos. Cristo no solo hacía siempre recomendaciones claras, prácticas y fieles a los principios divinos, sino que enseñaba a sus discípulos a razonar basándose en tales principios (Mat. 17:24-27). Nunca olvidaba que tenían limitaciones ni esperaba perfección de ellos. Si los aconsejaba, era porque los amaba de verdad.

Jesús también demostró ser un auténtico maestro al enseñar complejas verdades espirituales con sencillos ejemplos tomados de la vida diaria. ¿Procedían algunos de estos de su experiencia como carpintero? Es posible. Tiempo después afirmó: “Nadie que ha puesto la mano en el arado y mira a las cosas que deja atrás es muy apto para el reino de Dios”. Es más que probable que él fabricara muchos arados durante su vida (Lucas 9:62).

La gran importancia que se daba a la posición en la sociedad judía se hace evidente en las disputas de los discípulos, quienes, en al menos dos ocasiones, discutieron sobre “quién de ellos parecía ser el mayor” (Luc. 9:46). Esa obsesión la demostraron a grado mucho mayor los orgullosos y competitivos líderes religiosos. Viendo la predicación de Jesús como un desafío a su prestigio y autoridad, trataron de ridiculizarlo en debates públicos, aunque nunca lo lograron (Luc. 13:11-17).

Jesús “dijo a todos: ‘Si alguien quiere venir en pos de mí, repúdiese a sí mismo y tome su madero de tormento día tras día y sígame de continuo’” (Luc. 9:23). De modo que todos los que aman la justicia pueden seguir a Jesús si de verdad lo desean. ¿Es ese su caso? La mayoría de nosotros ya hemos aceptado la afectuosa invitación de Jesús, y al predicar le hacemos a la gente la misma invitación.

Pedro, Juan y Santiago fueron testigos oculares de la transfiguración. Escucharon una voz del cielo decir: “Este es mi Hijo, el que ha sido escogido. Escúchenle” (Luc. 9:28, 29, 35). Es muy importante que obedezcamos este mandato y escuchemos al Mesías (léase Hechos 3:22, 23). Escuchar a Jesús implica fijarnos en su ejemplo “con sumo cuidado y atención” (Heb. 12:2, 3). Por eso es bueno que “prestemos más de la acostumbrada atención a las cosas” que leemos acerca de él en la Biblia y en las publicaciones del “esclavo fiel y discreto”, así como a las cosas que escuchamos acerca de él en las reuniones (Heb. 2:1; Mat. 24:45). Somos sus ovejas; por eso debemos escuchar su voz y seguirlo (Juan 10:27).

Jesús tampoco fue un hombre rico. Sabemos que nació y se crió en una familia pobre y que, de adulto, también llevó una vida humilde. A un hombre que quería ser discípulo suyo le dijo: “Las zorras tienen cuevas y las aves del cielo tienen donde posarse, pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza” (Lucas 9:57, 58). Así es: Jesucristo no tenía mucho en sentido material. Sin embargo, el sacrificio que hizo al venir a la Tierra permitió que sus discípulos alcanzaran grandes riquezas espirituales. Él vivía con sencillez; lo que más le importaba era proclamar las buenas nuevas del Reino. Con su ejemplo demostró que es posible vivir libre de las inquietudes que agobian a quienes acumulan tesoros en la Tierra.

Si meditamos en la humildad de Jesús, nos será más fácil comportarnos “como uno de los menores” en la congregación (Luc. 9:46-48). Y esto, a su vez, aumentará la unidad entre nosotros. Al igual que el padre de una gran familia, Jehová quiere que sus hijos se lleven bien, que “moren juntos en unidad” (Sal. 133:1).

Otro aspecto del fruto del espíritu es la bondad. Jesús siempre trató a la gente con bondad. Él “recibió amablemente” a todos aquellos que querían acercarse a él (Lucas 9:11). ¡Cuánto podemos aprender de su ejemplo! La persona bondadosa es amable, compasiva, generosa y amigable. Y así era Jesús. Él sentía compasión por las personas “porque estaban desolladas y desparramadas como ovejas sin pastor” (Mat. 9:35, 36).

¿Qué nos permitirá soportar cualquier prueba o dificultad? El amor fundado en los principios cristianos. Esta cualidad exige más que hacer sacrificios materiales por causa del Reino. Implica estar decididos a ser leales a Cristo e incluso dar la vida por él si fuera necesario (Luc. 9:24, 25). Así lo hicieron los fieles Testigos que estuvieron presos en cárceles y campos de concentración y de trabajos forzados tanto en la segunda guerra mundial como en fechas posteriores.

“Cualquiera que reciba a este niñito sobre la base de mi nombre, a mí me recibe también, y cualquiera que me recibe a mí, recibe también al que me envió. Porque el que se porta como uno de los menores entre todos ustedes es el que es grande” (Luc. 9:48). A algunos de nosotros tal vez nos resulte muy difícil portarnos como “uno de los menores”, pues la imperfección y la inclinación al orgullo pueden hacer que queramos sobresalir. La humildad, en cambio, nos ayudará a ceder y dar honra a los demás (Rom. 12:10).

LUCAS 10

“Nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y nadie conoce quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo esté dispuesto a revelarlo” (Lucas 10:22). Por supuesto, Jesús estaba más que dispuesto a enseñar a la gente cómo era su Padre: le entusiasmaba hacerlo. Y es que hablaba desde una perspectiva privilegiada, pues todo lo que enseñaba lo había aprendido en el cielo, en la presencia del Altísimo (Juan 8:28).

“Marta, Marta, estás inquieta y turbada en cuanto a muchas cosas. Son pocas, sin embargo, las cosas que se necesitan, o solo una. Por su parte, María escogió la buena porción, y no le será quitada” (Lucas 10:41, 42). Jesús, el Hijo unigénito de Dios, había ido a la casa de Marta a enseñar la verdad. Nada podía ser más importante, ni siquiera la deliciosa comida ni los bondadosos preparativos que ella había hecho. Seguramente, Jesús se sintió triste al ver que su amiga se perdía esa oportunidad única de aumentar su fe, pero la dejó que tomara su decisión. Ahora bien, Jesús no iba a obligar a María a que también se la perdiese.

Nosotros también podemos tener la certeza de que sentiremos una alegría incomparable si participamos con todas nuestras energías en la cosecha espiritual (Luc. 10:2). Hoy experimentamos un gran júbilo al ver que cada vez hay más recolectores colaborando con la “populosa [...] nación” de los ungidos (Isa. 9:3). Cada uno de nosotros haría bien en preguntarse: “¿Estoy yo disfrutando plenamente de los gozos que brinda esta obra?”.

Según hemos visto, en el siglo primero, las mujeres vivían ocupadas con “muchos quehaceres” (Lucas 10:40). En la actualidad les ocurre igual, en particular si son madres. Pero lo cierto es que muchas madres se ven obligadas por las circunstancias a trabajar también fuera de la casa para ayudar a mantener a su familia. A pesar de tantas obligaciones, la mayoría de las cristianas no descuidan los asuntos espirituales. Por supuesto, obedecen la exhortación bíblica de esmerarse por cuidar de su familia. Las cristianas se aseguran de que las responsabilidades domésticas no interfieran con el tiempo que dedican a aprender sobre Dios y hablar de su fe a los demás.

Jesús mostró la conveniencia de tener un compañero al enviarlos a predicar de dos en dos (Luc. 10:1). De modo que si le resulta difícil conducir un estudio bíblico, pídale a Dios que le dé sabiduría y espíritu santo, y busque un compañero de experiencia con el que se sienta seguro.

La Reunión de Servicio, nos enseña la verdad bíblica con eficacia, mediante discursos, escenificaciones, entrevistas y la participación del auditorio. Jesús hizo lo mismo con sus discípulos: antes de mandarlos a predicar, los reunió para darles instrucciones (Lucas 10:1-16). Esta preparación les permitió disfrutar de magníficas experiencias que luego contaron a Jesús (Lucas 10:17).

Jesus nunca los sermoneó ni los humilló. Tampoco les dio a entender que no los quería o que nunca serían capaces de seguir sus instrucciones. Más bien, elogiaba sus cualidades y los animaba (Luc. 10:17-21). Con un carácter tan cariñoso y compasivo, no sorprende que se ganara rápidamente el respeto de los discípulos.

Si no fuéramos diligentes en la predicación, se podrían perder muchas vidas. Por eso Jesús añadió: “No abracen a nadie en saludo por el camino” (Luc. 10:4). La palabra griega que se traduce “saludo” puede significar más que un simple “hola” o “buenos días”. También puede referirse a los abrazos y las largas conversaciones que solían producirse cuando se encontraban dos amigos. Puesto que el mensaje que llevaban era urgente, los discípulos no debían distraerse, sino aprovechar bien el tiempo.

Los líderes religiosos judíos consideraban que quienes no conocían la Ley eran “unos malditos” y los trataban como tales (Juan 7:49). Pero Jesús fue muy diferente; él respetaba a los demás y lo demostró llamándolos por su nombre, como hizo con Marta, María, Zaqueo y muchos otros (Luc. 10:41, 42). Es cierto que la cultura o las circunstancias dictan cómo hay que dirigirse a los demás, pero los siervos de Jehová siempre se esfuerzan por tratarse con afecto. No permiten que las diferencias de clase les impidan mostrar a sus hermanos y a otras personas el respeto que se merecen.

Los discípulos estaban muy contentos porque, al usar el nombre de Jesús, los demonios quedaban sometidos a ellos. Aunque eso era motivo de alegría, él les dijo: “No se regocijen a causa de esto, de que los espíritus queden sujetos a ustedes, sino regocíjense porque sus nombres hayan sido inscritos en los cielos” (Luc. 10:17-20). Puede que un sembrador de la palabra no vea que su labor esté rindiendo mucho fruto; sin embargo, eso no significa que haya sido menos diligente o fiel que otros. Los resultados dependen en buena medida de la actitud de corazón de quienes le escuchan. Y, después de todo, es Dios quien hace crecer la semilla.

La Biblia dice que “Jesús amaba a Marta y a su hermana y a Lázaro, Con todo, ese amor no le impidió aconsejar a Marta cuando ella estaba demasiado preocupada por preparar la comida. Al ver que se estaba perdiendo la instrucción espiritual que él le podía dar, Jesús le dijo: “Marta, Marta, estás inquieta y turbada en cuanto a muchas cosas. Son pocas, sin embargo, las cosas que se necesitan, o solo una” (Lucas 10:41, 42). Era evidente que Jesús sentía cariño por Marta, y eso contribuyó sin duda a que ella aceptara mejor su consejo. Igualmente, el esposo debe tratar a su esposa con bondad y cariño, procurando escoger bien las palabras. Aun así, si es necesario corregirla de algún modo, debe abordar la cuestión con franqueza, tal como hizo Jesús.

En efecto, la misericordia no sabe de barreras nacionales, religiosas o culturales. Notemos ahora que, al terminar el relato del buen samaritano, Jesús le dice a su interlocutor: “Ve y haz tú lo mismo” (Lucas 10:37b). También nosotros debemos tomar en serio ese consejo y esforzarnos por ser misericordiosos con el prójimo.

LUCAS 11

En otra ocasión, Jesús aseguró que “el Padre en el cielo [dará] espíritu santo a los que le piden” (Luc. 11:13). ¡Qué tranquilizador es saber que Dios nos promete esa poderosa fuerza para que podamos actuar con justicia! Cuando la fuerza activa de Dios opera en nosotros, produce hermosas cualidades que nos ayudan a mejorar en todos los aspectos de nuestra adoración. ¡Qué regalo tan maravilloso!

Cuando vean que no logran solucionar los problemas a pesar de sus esfuerzos y continuas oraciones, no deben desesperarse. Más bien, han de recordar este consejo de Jesús: “Sigan pidiendo [en sus oraciones], y se les dará; sigan buscando, y hallarán; sigan tocando, y se les abrirá” (Luc. 11:9). Tal vez les parezca que la respuesta de Jehová tarda en producirse, pero llegará en el momento que él vea más oportuno.

Como Jesús comprendía la importancia que tenía el espíritu santo en su propia vida, recalcó a sus discípulos la necesidad de pedírselo a Dios y dejarse guiar por él (Lucas 11:9-13). ¿Por qué es indispensable que actuemos así? Porque la fuerza activa de Dios puede transformar nuestra mentalidad para que se parezca a la de Cristo (Rom. 12:2; 1 Cor. 2:16). Si dejamos que nos guíe en la vida, pensaremos como Cristo y nos esforzaremos por vivir como él (1 Ped. 2:21).

La forma más directa de recibir el espíritu santo es solicitarlo. Jesús dijo a sus oyentes: “Si ustedes, aunque son inicuos, saben dar buenos regalos a sus hijos, ¡con cuánta más razón dará el Padre en el cielo espíritu santo a los que le piden!” (Luc. 11:13). Estas palabras nos animan a rogar constantemente a Jehová que nos conceda su fuerza activa. Podemos hacerlo, en particular, cuando necesitemos valor para emprender alguna faceta del ministerio que nos intimide, como la predicación en situaciones informales, en las calles o en locales de negocios (1 Tes. 5:17).

Aun si alguien nos lastima profundamente, debemos perdonar tal como lo hace Dios (Luc. 11:4). Imagínese que un hermano ha hablado mal de usted. En un esfuerzo por arreglar las cosas, usted decide abordarlo, y él se siente mal por lo sucedido y le pide una disculpa sincera. ¿Basta con perdonarlo? No. Hay algo más que hacer, No debemos tomar venganza ni tener rencor, sino amarlo como a nosotros mismos.

Es verdad que hacer cosas por los demás nos hace muy felices. Sin embargo, ninguna felicidad es comparable a la que se siente al servir a Dios. Ni siquiera se puede comparar con la alegría que sienten los padres por los logros de sus hijos. En una ocasión, “cierta mujer de entre la muchedumbre levantó la voz y le dijo: ‘¡Feliz es la matriz que te llevó y los pechos que mamaste!’. Pero él dijo: ‘No; más bien: ¡Felices son los que oyen la palabra de Dios y la guardan!’” (Lucas 11:27, 28). Y es que Jesús se sentía muy feliz cumpliendo los deseos de su Padre, lo que incluía dar a conocer la esperanza de vivir para siempre. Por eso, tras explicar esta esperanza a cierta mujer, Jesús dijo: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió” (Juan 4:13, 14, 34). Nosotros seremos igual de felices si hacemos lo que a Dios le agrada: enseñar la verdad bíblica a nuestro prójimo.

En cierta ocasión, uno de sus discípulos le pidió a Jesús: “Señor, enséñanos a orar” (Lucas 11:1). ¿A qué se refería? Está claro que ellos ya sabían cómo orar. Todo indica, pues, que estaban preguntando sobre el contenido de las oraciones, esto es, sobre qué orar.

El Evangelio de Lucas indica que esas “deudas” son pecados (Luc. 11:4). Solo si ya “hemos perdonado” a quienes han pecado contra nosotros, podremos esperar que Jehová nos perdone (léase Mateo 6:14, 15). De modo que debemos perdonar siempre y sin reservas (Efe. 4:32; Col. 3:13).

Jesús, por el contrario, amaba profundamente a su Padre y disfrutaba de hacer su voluntad. Los escribas y fariseos manipulaban las Escrituras según su conveniencia, mientras que Jesús amaba “la palabra de Dios”; por eso la enseñó, la explicó, la defendió y rigió su vida por ella (Luc. 11:28). En efecto, el amor estaba presente en todo aspecto de la vida de Cristo: en sus palabras, en su manera de tratar a la gente y en su forma de enseñar.

En la misma ocasión en que Jesús recomendó a sus discípulos que pidieran espíritu santo, les dijo: “¿Qué padre hay entre ustedes que, si su hijo pide un pescado, le dará acaso una serpiente en vez de un pescado? ¿O si también pide un huevo, le dará un escorpión?” (Lucas 11:11, 12). Los niños de Galilea pedían huevos y pescado porque sabían que los necesitaban para saciar su hambre. De igual modo, nosotros necesitamos espíritu santo; por eso, debemos seguir el consejo de Jesús de pedirlo insistentemente, como hacen los niños cuando tienen hambre (Lucas 11:9, 13).

Si notamos que ha disminuido el entusiasmo con el que efectuamos nuestro ministerio, quizás sea necesario evaluar nuestros hábitos de estudio y pedirle su espíritu santo a Jehová más a menudo y con más fervor. Así podremos combatir la tibieza espiritual, y se avivará nuestro celo (Luc. 11:9, 13). El espíritu santo les dio fuerzas a los primeros cristianos para hablar de “las cosas magníficas de Dios” (Hech. 2:4, 11). De igual modo hoy día, puede impulsarnos a participar con más empeño en el ministerio y hacer que fulguremos “con el espíritu”.

LUCAS 12

Jamás abandonemos a nuestros hermanos por culpa del trabajo (Fili. 1:10). Por el contrario, cada uno debe esforzarse por ser “rico para con Dios” poniendo siempre en primer lugar los intereses del Reino (Luc. 12:21).

Jesús ayudó a sus seguidores a tener un punto de vista equilibrado sobre el dinero al declarar: “Hasta cuando uno tiene en abundancia, su vida no resulta de las cosas que posee” (Lucas 12:15). Al igual que los cristianos del siglo primero, obraremos sabiamente si somos prudentes y honrados y evitamos la trampa del amor al dinero (1 Timoteo 6:9, 10). La codicia es fácil de detectar en los demás, pero no en uno mismo. Para lograrlo, debemos examinarnos a fondo y ver en qué tenemos puesto el corazón.

Si eres un cristiano joven, trázate metas espirituales. Te animamos a no buscar más formación de la que precises para cubrir tus necesidades básicas. Lo principal es que te prepares para servir a Jehová “con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con toda tu mente” (Luc. 10:27). De este modo podrás ser “rico para con Dios” (Luc. 12:21).

Del mismo modo, Jesús respetó todas las leyes, hasta el punto de pagar un impuesto que, siendo estrictos, no tenía por qué pagar (Mateo 17:24-27). Igualmente, tuvo cuidado de no excederse en su autoridad tomando decisiones en asuntos civiles que no le correspondían (Lucas 12:13, 14). Dicho en pocas palabras: Jesús respetaba al gobierno, pero no quería formar parte de él.

Todos los cristianos nos beneficiamos que el espíritu revele las cosas profundas de Dios. Al igual que en tiempos de los apóstoles, nos ayuda primero a entender la información que estudiamos, y luego a recordarla y ponerla en práctica (Luc. 12:11, 12). En realidad, no hace falta tener una gran preparación académica para comprender las verdades profundas que se explican en nuestras publicaciones (Hech. 4:13).

Jesús dijo: “Reparen en los cuervos, que ni siembran ni siegan, [...] y sin embargo Dios los alimenta” (Lucas 12:24). Según la Ley mosaica, estas aves eran animales impuros; en otras palabras, los israelitas no debían comerlas. Incluso debían verlas como una “cosa asquerosa” (Levítico 11:13, 15). A pesar de todo esto, Dios las alimentaba. Por eso cuando nos enfrentemos a situaciones angustiosas, pensemos en los cuervos. Si Dios cuida de estos animales a los que se consideraba impuros y asquerosos, ¡cuánto más nos cuidará’ a sus siervos puros ante sus ojos!”.

Ya han pasado más de nueve décadas desde 1914, año en que Jesús fue coronado en los cielos. Y por difícil que resulte, debemos estar listos y mantenernos alerta. Algo que nos ayuda a lograrlo es comprender que, aunque no lo veamos, Cristo ya está presente ejerciendo su autoridad de Rey. Esto también nos mantiene en expectativa, sabiendo que pronto, ‘a la hora que menos pensemos’, vendrá para destruir a sus enemigos (Luc. 12:40).

Luc. 12:47, 48. Quien recibe más responsabilidades pero no cumple con ellas es más censurable que quien no conoce o comprende a cabalidad sus obligaciones.

Aceptar la autoridad de Jehová implica responder a los consejos basados en su Palabra. Por ejemplo, el esclavo fiel y discreto nos ha exhortado una y otra vez a ‘quedarnos despiertos y mantener nuestro juicio’. Tal consejo es muy oportuno en estos últimos días en los que muchos son “amadores de sí mismos [y] amadores del dinero” (2 Tim. 3:1, 2). ¿Pudieran influir en nosotros esas actitudes? Sin duda. Si las metas que nos ponemos no tienen nada que ver con nuestro servicio a Dios, corremos el riesgo de adoptar una actitud materialista o de dormirnos en sentido espiritual (Luc. 12:16-21).

Él dijo: “El terreno de cierto hombre rico produjo bien. Por consiguiente, él razonaba dentro de sí, diciendo: ‘¿Qué haré, ya que no tengo dónde recoger mis cosechas?’. De modo que dijo: ‘Haré esto: demoleré mis graneros y edificaré otros mayores, y allí recogeré todo mi grano y todas mis cosas buenas; y diré a mi alma: “Alma, tienes muchas cosas buenas almacenadas para muchos años; pásalo tranquila, come, bebe, goza”’” (Lucas 12:16-19). Los planes del rico podrían considerarse razonables, ¿verdad? No obstante, los razonamientos del rico tenían un grave defecto. Jesús añadió: “Pero Dios le dijo: ‘Irrazonable, esta noche exigen de ti tu alma. Entonces, ¿quién ha de tener las cosas que almacenaste?’” (Lucas 12:20). Jehová desea que lo tomemos en cuenta a la hora de hacer planes. Aquel hombre tenía ante sí la oportunidad de hacerse rico a la vista de Dios aumentando su sabiduría y profundizando su devoción y amor a Dios. Pero sus palabras no revelan ningún interés en estas cosas.

Cuando los que temen a Jehová son sometidos a presión por sus enemigos para que dejen de servirle, les conviene recordar la exhortación de Jesús: “Todo el que confiese unión conmigo delante de los hombres, el Hijo del hombre también confesará unión con él delante de los ángeles de Dios. Mas el que me repudie delante de los hombres será repudiado delante de los ángeles de Dios” (Lucas 12:8, 9). Dichas palabras han fortalecido mucho a los cristianos, sobre todo a los que viven en países donde la obra está proscrita. Estos siguen alabando discretamente a Jehová en las reuniones cristianas y el ministerio público (Hechos 5:29).
Jesús dijo: “Hombre, ¿quién me nombró juez o repartidor sobre ustedes?” (Lucas 12:14). Con estas palabras aludió a una conocida disposición de la Ley mosaica, según la cual los jueces de las ciudades eran los encargados de decidir en esas cuestiones (Deuteronomio 16:18-20; 21:15-17; Rut 4:1, 2). Jesús tenía preocupaciones mucho más importantes, como dar testimonio acerca de la verdad del Reino y enseñar a la gente la voluntad de Dios (Juan 18:37). ¿Cómo podemos imitar su ejemplo? No dejando que cuestiones triviales nos distraigan y dedicando nuestro tiempo y energías a predicar las buenas nuevas y “ha[cer] discípulos de gente de todas las naciones” (Mateo 24:14; 28:19).

Sin duda, Lucas fue una persona abnegada y modesta, que no presumió de sus conocimientos ni quiso ser el centro de atención. Está claro que pudo haberse dedicado por completo a la medicina, pero prefirió fomentar los intereses del Reino. Al igual que él, seamos abnegados predicadores de las buenas nuevas y glorifiquemos a Jehová con nuestro servicio humilde (Lucas 12:31).

LUCAS 13

No es fácil llevar la carga que implica ser discípulo de Cristo. Se requiere un gran esfuerzo para mantenerse fiel (Luc. 13:24). Pero si nos agotamos, Jehová puede darnos energías mediante su espíritu.

En efecto, la vida es tan breve que debemos esforzarnos vigorosamente por alcanzar la salvación (Luc. 13:24). Y eso exige dedicar tiempo a las cosas que son “de seria consideración” (Fili. 4:8, 9). En otras palabras, hemos de prestar cuidadosa atención a todo aspecto de la vida cristiana.

Tenemos que evitar a toda costa concluir que si alguien sufre desgracias es porque ha perdido la aprobación de Jehová. Hablando de dos terribles calamidades de su día, Jesús destacó que esa forma de pensar está equivocada (Lucas 13:1-5). Muchas desgracias se deben simplemente al “tiempo y el suceso imprevisto” (Ecl. 9:11). Pero, sea cual sea la causa, podemos lidiar con cualquier sufrimiento si centramos nuestra esperanza en el “Dios de todo consuelo”, quien nos dará fuerzas para mantenernos fieles

La gran importancia que se daba a la posición en la sociedad judía se hace evidente en las disputas de los discípulos, quienes, en al menos dos ocasiones, discutieron sobre “quién de ellos parecía ser el mayor” (Luc. 9:46; 22:24). Esa obsesión la demostraron a grado mucho mayor los orgullosos y competitivos líderes religiosos. Viendo la predicación de Jesús como un desafío a su prestigio y autoridad, trataron de ridiculizarlo en debates públicos, aunque nunca lo lograron (Luc. 13:11-17).

No es fácil mantenerse firme y defender los principios justos (Luc. 13:24). Y probablemente te preguntes si vale la pena tanto esfuerzo. Pero recuerda: si das la impresión de que te estás disculpando o de que te avergüenzas de tus creencias, tus compañeros lo notarán y quizás hasta se pongan más pesados. En cambio, si te expresas con convicción, tal vez te sorprenda lo rápido que se dan por vencidos.

Además de los problemas comunes a todo ser humano, los cristianos verdaderos soportamos nuestro madero de tormento simbólico (Luc. 14:27). En efecto, al igual que nuestro Maestro Jesús, somos odiados y perseguidos (Mat. 10:22, 23; Juan 15:20; 16:2). Por eso, si queremos seguir sus pasos mientras esperamos el nuevo mundo y sus bendiciones, necesitamos hacer un gran esfuerzo y demostrar aguante (Luc. 13:24).

Pensemos en una catástrofe ocurrida durante la vida de Jesús. Una torre se derrumbó, y murieron dieciocho personas (Lucas 13:4). La tragedia pudo deberse a un error humano, a un “suceso imprevisto” o a ambas cosas. Pero de ningún modo fue un castigo divino (Eclesiastés 9:11).

El crecimiento espiritual no solo es invisible a los ojos humanos, sino que también tiene lugar por toda la Tierra. La levadura fermenta toda la masa, las “tres medidas grandes de harina” completas (Luc. 13:21). De igual modo, la predicación del Reino que da origen al crecimiento espiritual se ha extendido hasta tal punto que hoy las buenas nuevas se predican “hasta la parte más distante de la tierra” (Hech. 1:8; Mat. 24:14). ¡Qué honor es para nosotros contribuir a esta increíble expansión de la obra del Reino!

Cuando la ley de Dios está en nuestras entrañas, no vacilamos al elegir el camino que debemos tomar. Más bien, nos deleitamos en hacer la voluntad de Dios. Por consiguiente, ‘esforcémonos vigorosamente’ mientras seguimos sirviendo a Jehová de todo corazón (Lucas 13:24).

Jesús tomó en consideración las limitaciones de sus discípulos. No les exigió más de lo que podían dar. Los animó, sin presionarlos, a ‘esforzarse vigorosamente’ por hacer la voluntad de Dios (Lucas 13:24). Lo hizo dando él mismo el ejemplo y apelando a su corazón. De igual manera, los ancianos cristianos no intimidan a sus hermanos, avergonzándolos o haciéndolos sentir culpables, para que sirvan a Dios. Por el contrario, los animan a servir a Jehová por amor a él, a Jesús y al prójimo (Mateo 22:37-39).

En la parábola de la higuera estéril, Jesús ilustró la paciencia que había demostrado Dios con la nación judía. Habló de un hombre que tenía una higuera en su viña. En vista de que no había dado fruto durante tres años, la mandó cortar. Pero el viñador le dijo: “Amo, déjala también este año, hasta que cave alrededor de ella y le eche estiércol; y si entonces produce fruto en el futuro, bien está; pero si no, la cortarás” (Lucas 13:8, 9).

Cuando Jesús dio esta parábola, llevaba tres años predicando, tratando de cultivar la fe entre los hebreos. Jesús redobló los esfuerzos para “abonar” la higuera simbólica —la nación judía— y brindarle la oportunidad de fructificar. Sin embargo, la semana antes de la muerte de Jesús resultó patente que aquel pueblo había rechazado al Mesías. Que gran ejemplo de gran paciencia nos ensena Jehová.

LUCAS 14

¿Ha recibido usted alguna propuesta de negocios? No se deje dominar por las emociones. Reúna toda la información necesaria, pida consejo a quienes conozcan bien el tema y analice los principios bíblicos aplicables a la situación (Pro. 20:18). Luego elabore una lista con los pros y los contras. Recuerde que el cristiano prudente siempre “calcula los gastos” antes de decidir (Luc. 14:28). Piense en el impacto que tendrá su elección no solo en sus finanzas, sino también en su salud espiritual. Toda esta investigación requiere tiempo y esfuerzo, pero impedirá que nos precipitemos y nos ahorrará muchos dolores de cabeza.

Mientras comía en casa de un gobernante de los fariseos, Jesús contó una historia de una gran cena con la que ilustró la oportunidad que se abrió a diversas personas de ser aceptadas como herederos del Reino celestial. Además, con este relato ejemplificó la tendencia humana a excusarse (Lucas 14:16-21). Los invitados de la parábola presentaron diferentes pretextos para no ir al banquete: uno dijo que había comprado un terreno y tenía que ir a verlo; otro, que debía ir a revisar unos bueyes que acababa de adquirir, y un tercero, que no podía acudir porque estaba recién casado. ¡Qué malas excusas! Por lo general, quienes compran un terreno o un animal lo revisan antes de hacer el trato. Esta parábola encierra una gran lección para todos: nunca debemos permitir que los asuntos personales, como los que mencionó Jesús, interfieran con nuestro servicio a Jehová. Si les diéramos demasiada importancia, nuestro fervor empezaría a apagarse.

Pongamos por caso la recomendación que hizo Jesús de ser generosos (Hechos 20:35). En una ocasión dijo: “Cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás feliz, porque ellos no tienen con qué pagártelo” (Lucas 14:13, 14). Está claro, pues, que la felicidad se consigue tratando de hacer felices a los demás, y no a uno mismo.

Es muy animador ver a tantos hermanos espiritualmente maduros —sean solteros, casados, jóvenes o mayores— dispuestos a mudarse a lugares donde se necesitan más predicadores. Y aunque tal decisión entraña desafíos, la felicidad que sienten cuando encuentran personas sinceras que aceptan la verdad compensa con creces todos los inconvenientes. ¿Podría usted mudarse al extranjero o a una zona de su país donde se necesiten más predicadores? (Luc. 14:28-30) Si lo hace, puede estar seguro de que recibirá incontables bendiciones.

Luc. 14:26. ¿En qué sentido deben los seguidores de Cristo “odiar” a sus parientes? En la Biblia, “odiar” puede referirse a amar a una persona o cosa menos que a otra (Gén. 29:30, 31). Los cristianos deben “odiar” a sus parientes en el sentido de amarlos menos que a Jesús (Mat. 10:37).

Jesucristo, por su parte, denunció con valor las nefastas consecuencias de la altivez de Satanás. Por lo menos en tres ocasiones y delante de enemigos que se creían moralmente superiores, marcó la pauta que Jehová sigue al tratar con la humanidad: “Todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado” (Lucas 14:11).

Entendemos por qué Jesús hizo tanto hincapié en actuar con urgencia?. Los cristianos debían estar dispuestos a hacer sacrificios y a no dejarse distraer por los bienes materiales; debían estar dispuestos a “desp[edirse] de todos sus bienes” a fin de obedecer a Jesús (Lucas 14:33). Y ese fue el proceder sensato, que agrada a Jehová.

¿Cuántas horas le dedicaremos al entretenimiento? Para decidirlo, hay que sentarse a calcular “los gastos” (Luc. 14:28). En efecto, debemos analizar la inversión de tiempo que requiere cierta actividad recreativa y plantearnos si vale la pena. Si vemos que nos llevará a descuidar obligaciones como el estudio personal, la adoración en familia, las reuniones cristianas y la predicación, entonces sería un “derroche” que no podemos permitirnos (Mar. 8:36). Pero si concluimos que se trata de una diversión ocasional que renovará nuestras energías y nos permitirá seguir buscando primero el Reino, será una buena “inversión”.

Jesús nunca enseñó que los seres humanos tuvieran un alma inmortal. Pero sí habló muchas veces de que los muertos volverían a la vida (Lucas 14:13, 14; Juan 5:25-29; 11:25). Si Jesús hubiera creído que las almas eran inmortales, ¿por qué dijo que los muertos resucitarían?, Sencillamente porque la inmortalidad del alma no es una enseñanza de Jehová Dios.

¿Podemos, ya sea individualmente o como familia, incluir a otros hermanos en nuestros planes de esparcimiento? Quizás haya alguien que necesite ánimo, como una viuda, una persona soltera o una familia que cuenta con solo uno de los padres (Lucas 14:12-14). También podríamos incluir a algunas personas que han empezado a asistir a las reuniones, eso sí, cuidando de no exponer a nadie a una mala influencia (2 Timoteo 2:20, 21). Si hay enfermos a los que se les dificulte salir, sería bueno llevar a su casa la comida preparada y compartirla con ellos (Hebreos 13:1, 2).

Todo hombre que desee casarse debe reflexionar seriamente en esta decisión. Pero también la mujer tiene que preguntarse si podrá cumplir con los deberes de esposa y madre. Asimismo, si una pareja planea tener hijos, debe analizar si en verdad está preparada (Luc. 14:28). Seguir la guía de Dios en estos asuntos evita muchos problemas y permite disfrutar de una vida familiar feliz.

LUCAS 15

Misericordioso y perdonador Jesús sabía que, como personas imperfectas, necesitamos la misericordia de Dios. Por eso, en la parábola del hijo pródigo representó a Dios como un padre compasivo que recibe a su hijo arrepentido con los brazos abiertos (Lucas 15:11-32). Así es, Jehová busca cualquier indicio de arrepentimiento que le permita mostrarnos misericordia. ¿Por qué? Porque él de veras quiere perdonar a la persona arrepentida. Jesús declaró: “Les digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de arrepentimiento” (Lucas 15:7). ¿No le atrae un Dios tan compasivo?

Debido a nuestras peculiares circunstancias, pasamos mucho tiempo juntos. Hemos aprendido a ser razonables y realistas. Cuando nos invade el desánimo, le hacemos saber a Jehová cómo nos sentimos. Algo que nos ha causado mucha tristeza es que algunos se han alejado de Jehová. Pero esperamos que algún día regresen (Luc. 15:17-24).

Si Dios le ha demostrado misericordia a algun hermano(a), ¿no deberíamos nosotros hacer igual? En realidad, si fuéramos implacables, estaríamos oponiéndonos a Jehová. Nuestro deseo es fomentar la paz y la unidad en la congregación y gozar de la aprobación divina. Por eso, ¿no deberíamos confirmarle nuestro amor a todo pecador que se arrepienta y sea readmitido? (Luc. 15:7.)

Jesús reveló que los ángeles sienten un profundo interés por la gente. Él declaró: “Surge gozo entre los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente” (Lucas 15:10). Además, explicó que a estos se les dio la responsabilidad de ayudar a los siervos de Dios a mantener una buena relación con su Padre celestial.

Al ayudar a una oveja extraviada, recuerde la parábola del hijo pródigo, que se encuentra en Lucas 15:11-24. Esta parábola podría motivar al cristiano que se ha alejado a regresar al rebaño. Puesto que este sistema de cosas pronto será destruido, debería volver a “casa” lo antes posible.

Cada vez que alguien se hace discípulo, no solo se alegra el testigo de Jehová que lo encontró y le enseñó las verdades bíblicas. (Lucas 15:6, 7). Efectivamente, hacer discípulos es un trabajo de equipo. Todos los cristianos colaboramos en la búsqueda de personas que puedan llegar a ser discípulos de Jesús. Y cuando empiezan a asistir a las reuniones en el Salón del Reino, cada uno de los presentes contribuimos a que crezca su aprecio por la adoración verdadera (1 Corintios 14:24, 25). De ahí que todos los cristianos nos alegremos de que anualmente decidan hacerse discípulos cientos de miles de personas.

Debemos demostrar interés sincero por quienes han aminorado el paso o han dejado de participar en el ministerio. Aún recordamos los actos de amor que estos hermanos realizaron en el pasado, tal vez durante décadas (Hebreos 6:10). Sinceramente, los echamos de menos. Y aunque tengamos que hacerlo varias veces, animemos a los débiles en sentido espiritual a que asistan a las reuniones de la congregación cristiana.¿No es verdad que nos sentimos felices cuando los que se han debilitado también responden favorablemente a nuestras cordiales invitaciones y vuelven a asistir a las reuniones cristianas? (Lucas 15:6.)

Reunirse fomenta la unidad de la familia, sobre todo si algún miembro vive fuera del hogar. Jesús y sus discípulos asistieron a un banquete de bodas en Caná, donde había muchos parientes y amigos (Juan 2:1-10). En la ilustración de Jesús del hijo pródigo, el padre celebró su regreso dando un banquete para la familia, que incluyó música y baile (Lucas 15:21-25).

Jesús dice que el pastor “va en busca de la perdida”: toma la iniciativa y hace un esfuerzo definido para encontrar la oveja, sin intimidarse ante las dificultades, el peligro o la distancia. Por el contrario, persiste en su empeño “hasta que la halla” (Lucas 15:4). De modo parecido, ayudar a una persona que necesita estímulo suele requerir que el más fuerte tome la iniciativa. En la actualidad, nosotros también hemos de ‘levantarnos’, o tomar la iniciativa, para fortalecer a los débiles.

¿Qué hace el pastor cuando por fin halla a la oveja perdida? “La pone sobre sus hombros.” (Lucas 15:5.) ¡Qué detalle tan conmovedor y significativo! Quizas la oveja ha estado vagando en un territorio que le resulta extraño, quizá expuesta al ataque de leones al acecho (Job 38:39, 40). Sin duda se ha debilitado por la falta de alimento y está demasiado agotada para superar por sí misma los escollos para regresar al redil. Por esta razón, el pastor se inclina, la alza suavemente, salva todos los obstáculos con ella sobre los hombros y la devuelve al rebaño. ¿Cómo podemos imitar la ternura de este pastor? La persona que ha perdido el contacto con la congregación quizá esté agotada en sentido espiritual. Como la oveja separada del pastor, puede que haya vagado sin rumbo por el territorio hostil de este mundo. Sin la protección del redil, o sea, de la congregación cristiana, está más expuesta que nunca a los ataques del Diablo. Además, la falta de alimento espiritual la habrá debilitado, por lo que posiblemente estará demasiado extenuada para superar los obstáculos que encontrará en el camino de regreso a la congregación. De modo que, por así decirlo, tenemos que inclinarnos, alzarla con delicadeza y traerla de vuelta (Gálatas 6:2).

Algunas personas viven en una cultura que hace hincapié en la gratificación momentánea, ya sea respecto a la comida, el sexo, la diversión o los logros personales. No solo lo quieren todo: lo quieren de inmediato (Lucas 15:12). Concentrados en ese placer instantáneo, pierden de vista el gozo futuro “de la vida que realmente lo es” (1 Timoteo 6:19). La Biblia, en cambio, nos enseña a ser reflexivos y tener visión de futuro, de modo que evitemos cuanto pudiera perjudicarnos en sentido espiritual o de cualquier otra forma.

Jesús fue un Gran Maestro. Buena parte de su enseñanza reflejaba la realidad de las actividades cotidianas, con las que estaba bien familiarizado (Lucas 15:8). Su modo de enseñar no tenía igual por su claridad, sencillez y utilidad. Más importante aún era el contenido de su enseñanza, que evidenciaba su sincero deseo de familiarizar a sus oyentes con los pensamientos, sentimientos y caminos de Jehová (Juan 17:6-8).

LUCAS 16

¿Cómo podríamos caer en la trampa de querer demostrar que somos mas justos que otros? Una manera sería comparándonos con nuestros hermanos y viendo el servicio a Dios como una competencia. Esta actitud fácilmente podría llevarnos a confiar demasiado en nuestras propias habilidades y a olvidarnos de lo que realmente importa: la justicia de Jehová (Gál. 6:3, 4). La motivación correcta para hacer el bien es el amor que le tenemos a Dios. Si tratáramos de demostrar que somos justos por méritos propios, estaríamos negando el amor que decimos tenerle (Lucas 16:15).

La Biblia enseña que la fe auténtica no depende de objetos que se puedan ver y tocar. Hay gente tan escéptica que insiste en que necesita pruebas tangibles para poner fe en algunos relatos bíblicos. Pero lo cierto es que ninguna cantidad de pruebas le bastaría. Jesús habló de personas a quienes simplemente no se les podría convencer de las verdades bíblicas aunque vieran a alguien levantarse de entre los muertos (Lucas 16:31).

Jesús les dijo a sus discípulos que usaran “las riquezas injustas” para hacer amigos (Luc. 16:9). Esto no quiere decir que se pueda comprar la amistad de Jesús o la de Jehová. Lo que quiere decir es que emplear nuestros recursos económicos para apoyar la obra del Reino es una buena manera de demostrar nuestro amor y amistad, “no [...] de palabra ni con la lengua, sino en hecho y verdad” (1 Juan 3:16-18).

Debemos preguntarnos: “¿Estoy obedeciendo a Jehová en mis actividades cotidianas, incluso en lo que parecen ser asuntos privados?”. Jesús dijo: “La persona fiel en lo mínimo es fiel también en lo mucho, y la persona injusta en lo mínimo es injusta también en lo mucho” (Lucas 16:10). ¿Estamos ‘andando en la integridad de nuestro corazón’ aun ‘dentro de nuestra casa’, donde nadie nos ve? (Salmo 101:2.) En efecto, nuestra integridad se puede ver sometida a prueba en nuestra propia casa. Años atrás, el que quería ver imágenes obscenas tenía que ir a locales de diversión inmoral; ahora, en los países donde las computadoras son comunes, bastan unos pocos clics del ratón para acceder a tales imágenes.

Los guías religiosos no mostraban el más mínimo interés en los pobres y necesitados. La Biblia indica que eran “amantes del dinero”, que “devora[ban] las casas de las viudas” y que estaban más preocupados por guardar sus tradiciones que por cuidar de los ancianos y desamparados (Lucas 16:14). Deberiamos examinarnos si quizas estamos adoptando la manera de actuar de aquellos lideres religiosos de la antigüedad.

Los adoradores de Jehová demostramos fidelidad sirviéndole con obediencia. Esto, por supuesto, incluye permanecer leales a él cuando atravesamos pruebas o desgracias. Sin embargo, el que superemos grandes pruebas no es el único factor que determina si somos fieles o no. Jesús dijo que “la persona fiel en lo mínimo es fiel también en lo mucho, y la persona injusta en lo mínimo es injusta también en lo mucho” (Lucas 16:10). Tenemos que ser fieles aun en asuntos que quizás parezcan triviales.

Noé dedicó tiempo, energías y recursos a obedecer los mandatos divinos. De la misma manera, muchos dan hoy la espalda a las posibilidades que ofrece este mundo y dedican su tiempo, energías y recursos a cumplir los mandatos de Jehová. La fe de estos cristianos es notable y resultará en su propia salvación, así como en la de otras personas (Lucas 16:9).

Ejercer autodominio en asuntos pequeños nos ayudará a hacerlo en otros mayores (Lucas 16:10). Por consiguiente, conviene que nos disciplinemos para leer y estudiar la Palabra de Dios y las publicaciones bíblicas regularmente y meditar en lo aprendido. Es bueno también tomar el control de nosotros mismos en cuanto a empleos, amistades, actitudes y hábitos personales poco adecuados, o en cuanto a contenernos de participar en actividades que pudieran robarnos tiempo valioso para el servicio a Dios. Una excelente manera de protegernos contra todo lo que pudiera separarnos del paraíso espiritual del que goza el pueblo de Jehová es manteniéndonos ocupados en Su servicio.

Otra posible razón para que Nicodemo aplazara su decisión de repudiarse a sí mismo tal vez tenga que ver con su riqueza. Quizá estaba influido por los demás fariseos, “que eran amantes del dinero” (Lucas 16:14). El que pudiera permitirse comprar un costoso rollo de mirra y áloes es prueba de que disponía de medios económicos. En la actualidad, hay quienes siguen retrasando la decisión de asumir las responsabilidades cristianas porque están preocupados por sus bienes materiales.

Al haber expresado su deseo de perdonarlo, incluso después del divorcio, ni ella ni él estarían libres para casarse con otra persona. Si ella —el cónyuge inocente cuya misericordia no se aceptó— decide rechazarlo más tarde por su inmoralidad, ambos estarán libres para casarse. Jesús mostró que el cónyuge inocente tiene el derecho de tomar esa decisión (Lucas 16:18).

A fin de evitar malentendidos, también en este caso es aconsejable que la esposa entregue a los representantes de la congregación una carta que mencione las medidas que se están tomando y las actitudes tras estas. Puede señalar que ella le hizo saber a su marido que estaba dispuesta a perdonarlo y seguir siendo su esposa. Tal comentario revelará que el divorcio se tramitó en contra de su voluntad, y que, en vez de rechazar a su marido, estaba presta a perdonarlo. Al expresar con claridad que estaba dispuesta a conceder el perdón y permanecer casada. (Lucas 16:18).

LUCAS 17

¿Qué piensan nuestros hijos sobre lo que están aprendiendo en la escuela? ¿Les dan las gracias a sus maestros por la labor que realizan? ¿Lo hacemos nosotros? Los niños tienden a asimilar tanto la actitud de sus padres hacia las tareas escolares como su opinión sobre los profesores. Debemos enseñarles a expresar su agradecimiento por la ayuda que les dan, pues es una excelente manera de mostrarles respeto. Por supuesto, hay que reconocer la labor de todo aquel que nos preste un servicio, sea médico, empleado de una tienda u otra persona (Luc. 17:15, 16). Los jóvenes cristianos que se distinguen de sus compañeros de escuela por ser amables y comportarse bien merecen nuestras más sinceras felicitaciones.

Fijémonos en lo que dijo Jesús sobre la época en la que vivió Noé: “Así como ocurrió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre” (Luc. 17:26). ¿Se estaba centrando Cristo en la catástrofe sin precedentes que se avecina? No. Lo que estaba destacando era la clase de vida que hoy lleva la gente, una vida muy parecida a la de tiempos de Noé (Mateo 24:37-39). En su inmensa mayoría, aquellas personas tenían muy poco interés en Dios, y menos aún en obedecer sus mandamientos. El problema fue que, como indicó Jesús, estaban tan absortos en las cosas cotidianas que “no hicieron caso” de la advertencia.

La fe absoluta en Jehová es como un escudo que nos protege de todos los ataques de Satanás contra nuestra espiritualidad (Efe. 6:16). Por eso, hemos de pedirle a Dios que nos fortalezca la fe (Luc. 17:5). También debemos aprovechar los medios que el esclavo fiel ha dispuesto. Cuando lo necesitemos, Jehová también nos dará valor para aguantar. A él no le molesta que le pidamos fe; al contrario, siempre está deseoso de darnos cuanto necesitamos.

Aunque tengamos razones para molestarnos con alguien, debemos resolver el problema de inmediato. De lo contrario, nos quedaríamos “en estado provocado” —es decir, enojados— y le daríamos al Diablo la oportunidad de aprovecharse de la situación, si no perdonamos a nuestros hermanos. (Luc. 17:3, 4).

Jesús dijo: “Los diez fueron limpiados, ¿no es verdad? Entonces, ¿dónde están los otros nueve? ¿No se halló ninguno que volviera atrás a dar gloria a Dios, sino este hombre de otra nación?” (Lucas 17:17, 18).
Es obvio que aquellos hombres no eran malas personas, pues habían declarado públicamente que tenían fe en Jesús y, en obediencia a sus órdenes, habían ido a ver a los sacerdotes de Jerusalén. De seguro agradecían mucho lo que Jesús hizo por ellos. Sin embargo, no lo demostraron, y eso decepcionó a Cristo. ¿Qué aprendemos de este relato? Pues bien, ¿cómo respondemos cuando alguien hace algo bueno por nosotros? ¿Le damos de inmediato las gracias? Tal vez hasta podríamos corresponder sus atenciones enviándole una nota o de alguna otra manera.

Sin duda, a Jesús le preocupaba que el mundo pudiera distraer también a sus seguidores, y por ello les advirtió contra ‘volverse a las cosas de atrás’ (Lucas 17:22, 31). Lamentablemente, eso es lo que les ha pasado a algunos cristianos. Durante años esperaron con ilusión el día en que Jehová acabaría con este mundo malvado. Pero como el Armagedón no llegó cuando pensaban, se desalentaron y se debilitó su confianza en que el día de juicio de Jehová estaba cerca. Eso les llevó a aflojar el paso en el ministerio y, poco a poco, se concentraron tanto en las actividades cotidianas que apenas les quedó tiempo para los asuntos espirituales (Lucas 8:11, 13, 14). Con el tiempo, ‘volvieron a las cosas de atrás’. ¡Qué lástima que acabaran así!

Los contemporáneos de Noé y de Lot no hicieron caso de las advertencias de Jehová. “Comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, edificaban”, hasta el día en que Jehová “los destruyó a todos” (Lucas 17:26-29). Perdieron la vida porque se enfrascaron tanto en su rutina diaria que pasaron por alto la voluntad de Dios (Mateo 24:39). Hoy sucede lo mismo: la gente está tan concentrada en los asuntos cotidianos, que no ve las pruebas de que se acerca el fin de este mundo perverso (Lucas 17:30).

Según Jesús, esta es la actitud que deberíamos tener: “Así también ustedes, cuando hayan hecho todas las cosas que se les hayan asignado, digan: ‘Somos esclavos que no servimos para nada. Lo que hemos hecho es lo que deberíamos haber hecho’” (Lucas 17:10). Nunca olvidemos que Jesús hizo mucho más de lo que nosotros jamás lograremos, y, aun así, fue humilde. Asimismo es conveniente pedirle a Jehová que nos ayude a vernos como es debido. Jehová nos ayudará a adoptar una actitud sensata y equilibrada, y bendecirá nuestra humildad.

¡Qué distintos fueron los hombres fieles del pasado, de otros que se mencionan después en los Evangelios! Muchas personas a las que Jesús curó y alimentó simplemente siguieron con su vida normal (Lucas 17:17, 18). Algunas incluso presentaron excusas cuando Jesús las invitó a que lo siguieran. Los que hemos visto y oído, lo que hemos aprendido de Jehová, nos a tocado el corazón, hemos comprendido que ha llegado el momento de actuar. Por consiguiente, como nos dice el relato, abandonaron todo sin dudarlo y se hicieron seguidores de Jesús.

Jesús advirtió proféticamente: “Acuérdense de la esposa de Lot”. ¿Vivimos en armonía con esta advertencia? (Lucas 17:32.) Tomemos muy en serio la lección que encierran este ejemplo, siempre recordarlo, pues transmite un mensaje de liberación a los amantes de la justicia. El corazón se nos conmueve con la certeza de que se cumplirá la promesa divina de establecer “nuevos cielos y una nueva tierra”, donde “la justicia habrá de morar” 2 Pedro 3:13).

LUCAS 18

¿Cuál es mi actitud ante los bienes materiales? (Lucas 18:24-30.) Mediante el espíritu del mundo, Satanás promueve la codicia y el materialismo, “el deseo de los ojos” (1 Juan 2:16). En efecto, alimenta en la gente una auténtica obsesión por las riquezas (1 Tim. 6:9, 10). Quisiera hacernos creer que la seguridad en la vida depende de tener muchas posesiones (Pro. 18:11). Si permitimos que el amor al dinero ahogue nuestro amor a Dios, el Diablo nos habrá ganado la partida. Por eso, todos deberíamos preguntarnos: “¿Gira mi vida en torno a las comodidades y los placeres?”.

Lo que le digamos a nuestro Padre celestial debe salirnos del corazón. En cierta ocasión, Jesús enseñó que Dios prefiere las oraciones de un pecador arrepentido a las de alguien orgulloso que sigue las tradiciones religiosas al pie de la letra (Lucas 18:10-14). Por lo tanto, si queremos que Dios escuche nuestras oraciones, debemos ser humildes y esforzarnos por hacer lo que nos pide.

Jesús dedicó tiempo a la oración y exhortó a sus discípulos a “orar siempre y no desistir” (Lucas 18:1). Jehová nos invita a confiar en Él y a pedir insistentemente por las cosas que nos quitan el sueño.

Un error que a veces cometen quienes ayunan es creer que dicha práctica los hace mejores que los demás. La Biblia nos previene contra la “humildad ficticia” (Colosenses 2:20-23). Dios condena dicha actitud, como lo demuestra el ejemplo de Jesús sobre el orgulloso fariseo que se creía superior debido a su costumbre de ayunar (Lucas 18:9-14).

La amabilidad es una de las muchas cualidades que Jesucristo aprendió de su Padre. Aunque su ministerio le exigía mucho tiempo y energías, siempre fue paciente y cortés. En todo momento estuvo dispuesto a ayudar a los más desfavorecidos, como los leprosos, los ciegos y los mendigos. Aun cuando la ocasión no fuera la más oportuna, no dejaba de atenderlos. Con frecuencia interrumpía lo que estaba haciendo para socorrer a los afligidos. También mostró extraordinaria consideración a quienes pusieron su fe en él (Luc. 18:35-41). Si seguimos su ejemplo siendo amables y serviciales, nuestros familiares, vecinos y otras personas lo notarán. Además, glorificaremos a Jehová con nuestra conducta y seremos más felices.

Una tendencia muy común entre los seres humanos imperfectos es la de buscar amigos por conveniencia, pensando más en lo que pueden recibir que en lo que pueden dar. Pero Jesús no era así. Él no se dejaba impresionar por el nivel social o económico de las personas. Es cierto que sintió afecto por un joven gobernante que era rico y lo invitó a hacerse su discípulo. Pero también le dijo que vendiera sus posesiones y que ayudara a los pobres (Luc. 18:18, 23). Jesús no era conocido por sus contactos con la gente rica e importante, sino por ser amigo de la gente humilde y marginada (Mat. 11:19).

Además de dedicarles tiempo a los pequeños, Jesús prestó atención a lo que pensaban y sentían. En una ocasión en que sus discípulos intentaban impedir que se le acercaran unos niños, él les dijo: “Dejen que los niñitos vengan a mí” (Lucas 18:15, 16). Y tampoco tuvo reparos en elogiar a los más jóvenes.

Hay quienes han simplificado su vida a fin de dedicarse a alguna faceta del ministerio de tiempo completo, como el precursorado, la obra misional o el servicio de Betel. Todos ellos llevan vidas muy ocupadas. Es verdad que realizan muchos sacrificios y que afrontan diversos desafíos, pero Jehová los recompensa ampliamente. Nos alegramos mucho por ellos (Lucas 18:28-30). Otros cristianos no están en condiciones de hacerse precursores, pero dedican todo el tiempo que pueden a enseñar el camino de la salvación tanto a sus vecinos como a sus propios hijos (Deu. 6:6, 7).

Cuando Pedro, Andrés, Santiago y Juan recibieron la invitación de seguirlo, dejaron sus redes sin pensarlo dos veces. Renunciaron al negocio de la pesca e hicieron del ministerio su ocupación principal. Según el Evangelio de Lucas, Pedro dijo: “¡Mira! Nosotros hemos dejado nuestras propias cosas y te hemos seguido” (Luc. 18:28). La mayoría de nosotros no hemos tenido que dejar atrás todas nuestras cosas para seguir a Jesús. Lo que sí tuvimos que hacer fue ‘repudiarnos a nosotros mismos’ para llegar a ser discípulos suyos y siervos devotos de Jehová (Mat. 16:24). Y esto nos ha traído muchas bendiciones (Mateo 19:29). Imitar el espíritu evangelizador de Cristo nos llena de satisfacción, sobre todo si contribuimos, aunque solo sea un poco, a que alguien conozca a Dios y a su amado Hijo.

Tras conocer algunos de los requisitos para la salvación, los discípulos de Jesús preguntaron quién podría “ser salvo”. Él les explicó: “Las cosas que son imposibles para los hombres son posibles para Dios” (Lucas 18:18-30). Los testigos de Jehová se esfuerzan a conciencia por cumplir los requisitos divinos para salvarse y por ayudar a otras personas a hacer lo mismo.

Podemos confiar plenamente en todas las promesas de Jehova, pues Dios, como Creador nuestro que es, tiene el poder y la capacidad necesarios para traer paz y unidad al planeta (Lucas 18:27). Lo que es más, sabemos que también tiene el deseo de hacerlo
¿Cómo contesta Dios las oraciones? A veces lo hace de manera rápida y obvia (2 Reyes 20:1-6). Pero en otras ocasiones tarda un poco más, y las respuestas no son tan evidentes. Como muestra la parábola de Jesús sobre la viuda que no se cansó de pedir justicia a un juez, quizás sea necesario suplicar con insistencia (Lucas 18:1-8). Sin embargo, mientras oremos en conformidad con la voluntad divina, podemos tener la certeza de que Jehová contestara nuestras oraciones.

LUCAS 19

Muchos Recaudadores de Impuestos acumulaban cuantiosas fortunas con el dinero que cobraban de más a los contribuyentes. Sin embargo, algunos como Zaqueo, respondieron al mensaje de Jesús y abandonaron sus prácticas corruptas (Lucas 19:1-10). En nuestros tiempos, para seguir a Cristo debemos ser honrados en todas las cosas, incluso en nuestros tratos comerciales (Hebreos 13:18).

La personalidad de Jesús que se trasluce en los Evangelios es la de un hombre tierno, afectuoso y de intensos sentimientos. Exteriorizó una amplia gama de emociones: ternura, lástima por la gente que no respondía (Lucas 19:41, 42) y justa indignación ante los cambistas codiciosos (Juan 2:13-17). Como se ponía en el lugar de los demás, en ocasiones derramó lágrimas y nunca escondió sus emociones.

Caifás veía en Jesús a un peligroso agitador de masas. Jesús cuestionó la interpretación que la jerarquía judía hacía del sábado y expulsó a los mercaderes y cambistas del templo acusándolos de convertirlo en una “cueva de salteadores” (Lucas 19:45, 46). Algunos historiadores creen que los mercados que había en el templo pertenecían a la casa de Anás, lo cual daría a Caifás otra razón para tratar de silenciar a Jesús. Cuando los sacerdotes principales enviaron oficiales a arrestar a Jesús, estos quedaron tan admirados al oírle que regresaron con las manos vacías (Juan 2:13-17; 5:1-16; 7:14-49).

Zaqueo se había aprovechado de su cargo como principal recaudador de impuestos para hacerse rico extorsionando y robando al pueblo. Pero cambió al aplicar las enseñanzas de Jesús (Lucas 19:1-10). Lo mismo se puede decir de aquellas que en un tiempo fueron ‘fornicadores, idólatras, adúlteros, homosexuales, ladrones, avariciosos, borrachos, injuriadores y extorsionistas’. Sin embargo, al aprender el cristianismo, ‘fueron lavados, santificados y declarados justos en el nombre de su Señor Jesucristo’ (1 Corintios 6:9-11).

Un mienbro del Cuerpo Gobernante pidio que reflexionaramos sobre cómo Jehová ve la imprenta de los Testigos de Jehova. Él de ningún modo depende de ella, pues podría hacer que las piedras predicaran las buenas nuevas (Lucas 19:40). Además, a él no le impresionan la complejidad, el tamaño, la velocidad ni el potencial de las máquinas; después de todo, ¡él creó el universo! (Salmo 147:10, 11.) Jehová conoce mejores maneras de producir publicaciones, maneras que el hombre no ha creado y ni siquiera imaginado. Por lo tanto, ¿qué es lo que Jehová ve que realmente valora? No cabe duda de que ve en esta imprenta las preciosas cualidades de su pueblo: su amor, fe y obediencia.

El ejército del General Tito rodeó Jerusalén y construyó “una fortificación de estacas puntiagudas”, imposibilitando así que alguien escapara (Lucas 19:43, 44). Pese a la amenaza de guerra, judíos de todas partes del Imperio romano habían acudido en gran número para celebrar la Pascua. Los desventurados visitantes quedaron atrapados. Constituyeron, según Josefo, la mayoría de los muertos del sitio romano. Cuando, por fin, cayó Jerusalén, había perecido alrededor de una séptima parte de los judíos del imperio. En el año 70 E.C., los cristianos de origen judío habrían terminado muertos o esclavizados, como todos los demás que estaban en Jerusalén. Pero, según las pruebas históricas, hicieron caso de la advertencia que había dado Jesús treinta y siete años antes. Abandonaron la ciudad y no regresaron.

Como Jehová y Jesús, estamos profundamente interesados en los que se hallan débiles en sentido espiritual y han dejado de reunirse con la congregación cristiana (Lucas 19:10). Los consideramos ovejas perdidas, no causas perdidas. No pensamos: “¿Por qué preocuparse por alguien que se ha debilitado? La congregación puede seguir adelante sin él”. Antes bien, vemos en los que se han desviado pero desean regresar lo mismo que Jehová ve: personas muy valiosas.

¿Recuerda usted a un hombre que lloró por la antigua Jerusalén? Si ha pensado en Jesús, está en lo cierto (Lucas 19:28, 41). Quizas la inquietud por aquella ciudad y la compasión por los judíos que allí vivían impulsaron a sentirse asi. A nosotros tambien nos conmueve ver el cariño y la disposición servicial que manifiesta hoy el pueblo de Jehová, así como el altruismo con que actúa a favor de la adoración verdadera. Por otro lado, nos angustia saber que nuestros hermanos en la fe atraviesan dificultades (Romanos 12:15). Al igual que Nehemías, al orar por ellos le decimos a Jehová: “Por favor, deja que tu oído se ponga atento a la oración de tu siervo y a la oración de tus siervos que se deleitan en temer tu nombre”

Es de crucial importancia que se proclamen hoy en día los mensajes divinos de juicio. Cuando los fariseos pusieron reparos a que las muchedumbres aclamaran a Jesús como “El que viene como Rey en el nombre de Jehová”, él contestó: “Les digo: Si estos permanecieran callados, las piedras clamarían” (Lucas 19:38-40). Del mismo modo, si en la actualidad el pueblo de Dios dejara de poner al descubierto la maldad del mundo, ‘del muro una piedra misma clamaría lastimosamente’ (Habacuc 2:11). Por tanto, sigamos dando la advertencia divina con valor.

Jesús mostró que la justicia de Jehová era compasiva, misericordiosa y razonable. Sobre todo, intentó ayudar a los que tenían problemas así como “buscar y [...] salvar lo que estaba perdido” (Lucas 19:10). A semejanza del pastor de la ilustración de Jesús que buscó sin descanso hasta encontrar a la oveja que había perdido, los ancianos buscan a los que se han desviado espiritualmente y se esfuerzan por dirigirlos de nuevo al rebaño (Mateo 18:12, 13).

Los ancianos tienen que imitar a Jehová especialmente cuando atienden casos de mal proceder. Los pecadores “seguían acercándose” a Jesús porque sabían que los comprendería y ayudaría. Por supuesto, Jesús no minimizó el pecado. Solo necesitó una comida con Zaqueo, conocido por sus extorsiones, para motivarlo al arrepentimiento y a enmendar todo el sufrimiento que había causado (Lucas 19:8-10). Los ancianos hoy tienen el mismo objetivo en las audiencias judiciales: conducir a los pecadores al arrepentimiento. Si son accesibles, como lo fue Jesús, a muchos de los que yerran les será más fácil buscar su ayuda.

LUCAS 20

¿Se imagina lo maravilloso que será cuando resuciten miles de millones de personas? La Biblia revela que Jehová anhela la llegada de ese día (Job 14:14, 15). Y no piense que es demasiado bueno para ser cierto. Jesucristo estaba convencido de esa esperanza. De hecho, explicó que Jehová ve a los muertos como si siguieran con vida (Lucas 20:37, 38). Si Jehová Dios recuerda perfectamente a los miles de millones de personas que han muerto, ¿no es esto prueba de cuánto se interesa por cada uno de nosotros?

“Paguen a César las cosas de César, pero a Dios las cosas de Dios” (Lucas 20:21-25). ¿Qué aprendemos de esto? Que los cristianos debemos respetar tanto la autoridad de Dios como la de “César”, es decir, los gobiernos humanos.

Había Judios santurrones en el primer siglo que se las ingeniaban para estar “en las esquinas de los caminos anchos” justo en esos momentos, de modo que la gente que pasaba por allí pudiera verlos. Además, buscaban pretextos para hacer “largas oraciones” y ganarse la admiración de los demás (Luc. 20:47). Esa no es la actitud que los cristianos debemos tener.

Desde el principio de su ministerio, sus enemigos, entre quienes se contaba Satanás mismo, intentaron convencerlo, presionarlo y entramparlo para que fuera desleal (Luc. 20:20-25). Todos ellos le causaron mucho dolor, tanto físico como emocional, y finalmente lo mataron clavándolo a un madero de tormento (Mat. 26:37, 38; Luc. 22:44; Juan 19:1, 17, 18). Sin embargo, a pesar de las pruebas y el terrible sufrimiento que experimentó, Jesús fue “obediente hasta la muerte” (léase Filipenses 2:8).

No podemos siquiera imaginar el contraste entre las circunstancias de Jesús en la Tierra y sus circunstancias en el cielo, al lado de su Padre y rodeado de ángeles que servían fielmente a Jehová . Vivir entre humanos imperfectos en un mundo corrompido era algo muy distinto a lo que él estaba acostumbrado (Mar. 7:20-23). Hasta tuvo que lidiar con las rivalidades que surgían entre sus discípulos más allegados (Luc. 20:46). Con todo, Jesús siempre manejó a la perfección las situaciones que enfrentó mientras fue humano.

Pensemos en lo siguiente: el hombre no puede escapar de las garras de la muerte, pues nadie puede “proveer a su alma escape de la mano del Seol”, el sepulcro común de la humanidad. Sin embargo, todos los que se hallan en el Seol, o Hades, están en su memoria, y a todos ellos sin excepción él liberará de su cautiverio (Luc. 20:37, 38; Rev. 20:11-14).

Jehova recordará y devolverá la vida en el momento que considere oportuno, a todos sus siervos fieles.
Es cierto que el dolor provocado por la pérdida de un ser querido es grande, pero mayor aún será la felicidad que sentiremos cuando sea resucitado. (Luc. 20:38) ¡Qué maravilloso será ese día! Entre los que volverán a vivir y qué recibimiento le daremos quienes la amamos! ¡Qué magnífico será entonces vivir en un mundo donde no exista la muerte!

En ciertas zonas en las que el matrimonio celebrado en armonía con la costumbre goza de reconocimiento legal, también puede realizarse una boda civil. Esta suele llevarse a cabo ante un funcionario del gobierno y quizá exija que los novios pronuncien unos votos y firmen en un registro. Si es posible elegir, algunas parejas cristianas prefieren la boda civil. La ley no obliga a celebrar ambos tipos de matrimonio, pues los dos son legalmente válidos. Por otra parte, una pareja que se ha casado legalmente según la costumbre del lugar podría optar por celebrar con posterioridad una boda civil en una dependencia del gobierno (no en un Salón del Reino). Este segundo acto legal no haría que el matrimonio fuera más válido ni justificaría que se pronunciara un discurso de boda ni se celebrara un banquete. Lo expresado en los párrafos 9 y 10 sobre el discurso de boda y los votos es aplicable también en este caso. Lo principal es que la pareja esté casada de un modo que sea honorable a la vista de Dios y los hombres (Lucas 20:25: “ Paguen a cesar, las cosas de Cesar”). Todos debemos comprender que es sumamente importante que las bodas de los testigos de Jehová respeten las leyes locales.

“Él [Jehová] no es Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos ellos viven” (Lucas 20:37, 38). Los tres fieles patriarcas estaban muertos, pero el propósito divino de resucitarlos se cumpliría con tanta seguridad, que para Dios era como si estuvieran vivos. Devolverles la vida a estos fieles siervos de la antigüedad no le será más difícil a Jehová que haber creado al primer hombre del polvo del suelo (Génesis 2:7).

Supongamos que tenemos el privilegio de representar a la familia en oración para una comida. Esa oración puede ser relativamente corta y debería incluir alguna expresión de gratitud por el alimento. Si oramos en público al empezar o terminar una reunión cristiana, no es necesario que nos extendamos y hablemos sobre muchos asuntos. Jesús criticó a los escribas quienes ‘hacían largas oraciones por pretexto’ (Lucas 20:46, 47).

LUCAS 21

El día de juicio “sobre todos los que moran sobre la haz de toda la tierra” es inminente e inevitable (Luc. 21:34, 35). En la actualidad también vemos numerosas pruebas de que él nunca abandona a quienes gozan de su aprobación. De poco van a servir los lujos y las riquezas. Sin duda, ahora es el momento de buscar la aprobación de Dios. Ya estamos en la recta final. En vista de que nos encontramos a pocos pasos de la meta, ¡qué triste sería no poder cruzarla por habernos llenado de cargas innecesarias! Cristo vendrá a eliminar a los malvados y a librar a sus fieles seguidores. Por eso es tan importante que estemos listos espiritualmente (Luc. 21:28). Algo que nos ayudará a lograrlo es analizar la vida de algunos siervos de Dios que se mantuvieron alerta y gracias a ello presenciaron el cumplimiento de las promesas divinas. ¿Tomaremos en serio las lecciones que nos dejaron?

Pensemos en las “pestes y escaseces de alimento” que predijo Jesús (Luc. 21:11). Para empezar, él no dijo que estos sucesos ocurrirían en todo el mundo a la vez y con la misma gravedad, sino “en un lugar tras otro”. Así que no habría por qué suponer que todos los aspectos de la señal se cumplirían de manera simultánea en el planeta entero. Además, Jesús dio a entender que, en el mismo período en que se producirían hambrunas, algunos de sus discípulos podrían caer en la glotonería: “Presten atención a sí mismos para que sus corazones nunca lleguen a estar cargados debido a comer con exceso” (Luc. 21:34). De modo que no sería lógico que esperáramos experimentar personalmente todos los elementos de la señal. Recordemos que Jesús dijo: “Cuando vean suceder estas cosas, sepan que el reino de Dios está cerca” (Luc. 21:31). Aunque en nuestra zona no ocurran todos los rasgos de la profecía, gracias a los medios de comunicación podemos, en efecto, verlos con nuestros propios ojos.

Las Escrituras hablan de “cierta viuda necesitada” que probablemente llevaba años dando su apoyo al culto del Dios verdadero. Cuando Jesús la vio echar “dos monedas pequeñas” en una de las arcas del templo, ¿pensó que ella y su donativo eran insignificantes? ¡Ni mucho menos! La alabó por hacer todo lo que podía a favor de la adoración de Jehová (Luc. 21:1-4). Pero aunque era pobre, a ella no se le recuerda como una mujer que recibió de los demás, sino como una mujer que estuvo dispuesta a dar.

Jesús advirtió: “Manténganse despiertos, pues, en todo tiempo haciendo ruego para que logren escapar de todas estas cosas que están destinadas a suceder, y estar en pie delante del Hijo del hombre” (Luc. 21:36). Observemos que Jesús nos exhorta a hacer una forma muy intensa de oración: el ruego. ¿Por qué? Para destacar que es el tiempo de tomar muy en serio la posición en la que nos encontramos ante él y su Padre. En efecto, solo podremos sobrevivir al día de Jehová si estamos de pie delante de ellos, es decir, si tenemos su aprobación.

Por lo tanto, las malas noticias que vemos en la actualidad tienen un lado positivo, pues indican que falta poco para que Dios establezca su gobierno y traiga la paz a toda la humanidad. A este respecto, Jesús declaró: “Cuando vean suceder estas cosas, sepan que el reino de Dios está cerca” (Lucas 21:31).

Puesto que Satanás ha cuestionado la integridad de los siervos de Dios, Jehová le permite ponernos a prueba de diversas maneras (Luc. 21:16-19). Sin embargo, Dios sabe en qué momento deja de ser necesario que siga la prueba, pues sabe cuándo ha quedado claramente demostrada nuestra fidelidad (1 Corintios 10:13). Los ángeles siempre están alerta para intervenir si esa es la voluntad de Dios.

Dentro de poco vendrá una gran tribulación sobre el mundo de Satanás y necesitaremos la ayuda de Dios como nunca antes. Sus siervos podremos acudir a él con total confianza y podremos levantar la cabeza felices, pues sabremos que nuestra liberación se acerca (Luc. 21:28). Mientras llega ese día, tomemos la firme determinación de confiar en Jehová pase lo que pase. Jamás olvidemos que Jehová no ha cambiado y que también será nuestro gran Libertador.

Supongamos que usted es un anciano y visita a un matrimonio que lleva tiempo sin asistir a las reuniones a causa de “las inquietudes de la vida” (Luc. 21:34). Tal vez los problemas económicos o las obligaciones familiares los llevaron poco a poco a hacerse inactivos. Si le dicen que necesitan un respiro, tal vez podría mencionarles que la solución no está en aislarse (Proverbios 18:1). Podría preguntarles con tacto: “¿Son más felices desde que dejaron de asistir a las reuniones? ¿Ha mejorado su vida familiar? ¿Sienten todavía el gozo que tienen las personas que confían en Jehová?” (Neh. 8:10). Este tipo de preguntas puede ayudar a los inactivos a comprender que desde que se alejaron de la congregación su espiritualidad se ha debilitado y ya no son tan felices (Mat. 5:3; Heb. 10:24, 25). Y quizá se den cuenta de que ya no sienten el gozo que sentían antes, cuando predicaban las buenas nuevas.

Hay que reconocer que el sacrificio de alabanza que ofrecen algunos de nuestros hermanos enfermos o de edad avanzada es comparable a la ofrenda de la viuda. Pero no olvidemos que Jehová y su Hijo sienten genuino aprecio por todos los que rinden servicio a Dios con todo el corazón, pues estos dan lo mejor de sí (Lucas 21:1-4)

LUCAS 22

En Lucas 22:43 leemos que a Jesús “se le apareció un ángel del cielo y lo fortaleció” mientras se encontraba en el jardín de Getsemaní, poco antes de su muerte. Ese ángel estuvo dispuesto a ayudar. Nosotros tambien debemos imitar esta disposición, por eso debemos pedir a Jehová que nos permita captar cuáles son las necesidades de la gente, y rogarle para que bendiga nuestros esfuerzos por satisfacerlas.

Roguémosle a Dios que nos dé su espíritu. Antes de enfrentarse a las pruebas, Jesús le solicitaba a su Padre que lo ayudara con su espíritu (Luc. 22:40, 41). Nosotros también tenemos que hacerlo. Si se lo pedimos con fe, Jehová nos lo concederá con generosidad (Luc. 11:13).

Es sorprendente que Jesús no pierda la paciencia. De hecho, aunque son momentos muy difíciles para él, sigue fijándose en las virtudes de sus apóstoles imperfectos. Sabe que Pedro le fallará, y sin embargo, dice: “He hecho ruego a favor de ti para que tu fe no desfallezca; y tú, una vez que hayas vuelto, fortalece a tus hermanos” (Lucas 22:32). ¡Qué actitud tan admirable! Jesús confía en que Pedro se recuperará espiritualmente y volverá a ser fiel.

Jesús siempre hizo lo que le agradaba a Dios. No obstante, hubo al menos una vez en la que habría querido enfrentarse a una situación de una manera que no coincidía con los deseos de su Padre. Aun así, demostró total confianza en él y le dijo: “No se efectúe mi voluntad, sino la tuya” (Luc. 22:42). Preguntémonos: “¿Obedezco yo a Dios incluso cuando no es fácil?”. A menos que así lo hagamos, no obtendremos la vida. Recordemos que le debemos obediencia absoluta, pues él es quien nos ha dado la vida y todo lo necesario para mantenerla (Sal. 95:6, 7). La obediencia es imprescindible. Sin ella no podremos tener nunca el favor de Dios.

Ahora bien, ¿y si los hijos se ponen un tanto rebeldes o les cuesta aprender alguna de esas lecciones? Fíjense en cómo trató Jesús a los apóstoles. A veces discutían entre sí y no entendían por qué debían ser humildes. Pero Jesús no perdió la paciencia, y una y otra vez los animó a conducirse con humildad (Lucas 22:24, 25). Los padres que imitan a Jesús corrigen con paciencia a sus hijos y, si es preciso, les repiten la misma lección hasta que ellos captan toda su importancia.

Cuando estaba a punto de ser traicionado y ejecutado, le oró así: “Que no se efectúe mi voluntad, sino la tuya”. Acto seguido, se le apareció un ángel para darle fuerzas (Luc. 22:42, 43). De este modo, Jehová le brindó el consuelo, la fortaleza y el apoyo que necesitaba en aquella hora.En nuestro caso, también podemos contar con la ayuda de Jehová para mantenernos fieles, incluso en las situaciones en las que podríamos perder la vida por defender nuestra fe. Además, él nos fortalece mediante la esperanza de la resurrección.

Jesús dijo a sus discípulos que la oración es imprescindible para resistir las tentaciones (Lucas 22:40). Aun cuando los malos deseos o pensamientos persistan después de haber orado, es necesario que sigamos “pidiéndole a Dios” sabiduría para enfrentarnos a la prueba. A la hora de resistir las tentaciones es esencial orar, pero hemos de hacerlo en el momento debido.

Ni las Escrituras mandan celebrar el nacimiento de Cristo, ni existen pruebas de que los primeros cristianos lo hicieran. Por el contrario, la Biblia sí indica el día exacto en que Jesús falleció, y él mismo ordenó a sus discípulos conmemorar su muerte (Lucas 22:19). A la luz de los hechos, resulta evidente que Jesús nunca habría aprobado que se celebrara la Natividad. En realidad, él no deseaba conceder relevancia a su nacimiento, sino al valor de su sacrificio (Mateo 20:28).

PEDRO nunca olvidaría aquella mirada. ¿Habrá visto en los ojos de Jesús algún rastro de decepción o de reproche? En realidad no lo sabemos, pues el relato inspirado solo dice que “el Señor se volvió y miró a Pedro” (Lucas 22:61). Pero esa sola mirada le bastó a Pedro para comprender la gravedad de su error. Acababa de pasar lo que Jesús había dicho, lo que Pedro mismo dijo que jamás sucedería: renegó de su amado Maestro. Este fue tal vez el peor momento del peor día de su vida. Pedro había tocado fondo.

¿Estaba todo perdido? No. Como Pedro era un hombre de gran fe, supo aprovechar la oportunidad que se le presentó más tarde. Pudo corregir sus errores y aprender de Jesús lo que es el perdón. De hecho, esa es una importante lección que todos necesitamos asimilar. La dolorosa experiencia de Pedro puede ayudarnos.

Jesús, el Salomón Mayor, se compadece de nosotros. Entiende muy bien que somos imperfectos y sabe lo que es el dolor, pues él mismo sufrió por defender la justicia. De hecho, Jehová permitió que afrontara las pruebas finales por sí solo. Tanta fue la presión a la que se vio sometido que “su sudor se hizo como gotas de sangre que caían al suelo” (Luc. 22:44). Pero ni el dolor que padeció ni los despiadados ataques de Satanás lo apartaron de Jehová. Fue fiel hasta el fin.

Satanás no solo es el responsable de muchos problemas del mundo, sino también de la oposición que sufre el pueblo de Dios. Él está decidido a ponernos a prueba. Jesucristo le dijo al apóstol Pedro: “Simón, Simón, ¡mira! Satanás ha demandado tenerlos para zarandearlos como a trigo” (Luc. 22:31). De igual modo, los que seguimos los pasos de Jesús vamos a sufrir algún tipo de prueba.

Jesús siempre aconsejó con bondad a los discípulos todas las veces que fue necesario (Luc. 22:24-27). Pero nunca los sermoneó ni los humilló. Tampoco les dio a entender que no los quería o que nunca serían capaces de seguir sus instrucciones. Más bien, elogiaba sus cualidades y los animaba (Luc. 10:17-21). Con un carácter tan cariñoso y compasivo, no sorprende que se ganara rápidamente el respeto de los discípulos.

LUCAS 23

Justo antes de morir, exclamó: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Luc. 23:46). Hasta en aquellos duros momentos, su fe no vaciló ni un instante. En nuestro caso debe ser igual. Teniendo a Dios de nuestro lado, no existen motivos para temer (Sal. 118:6).

Fíjate en cómo actuaba Jesús. Cuando sabía que no iba a lograr nada ofreciendo una explicación detallada, daba una respuesta breve o incluso se quedaba callado, como en la ocasión en que Herodes lo interrogó (Luc. 23:8, 9). Por lo general, la mejor respuesta que puedes dar a una pregunta impertinente es el silencio (Pro. 26:4; Ecl. 3:1, 7).

Por supuesto, llorar la muerte de un ser querido es algo normal; eso hicieron Jesús y sus discípulos en algunas ocasiones (Juan 11:33-35, 38; Hech. 8:2; 9:39). Sin embargo, nunca recurrieron a las manifestaciones extremas de dolor que tan comunes eran en su día (Luc. 23:27, 28). ¿Por qué? Porque, entre otras cosas, sabían la verdad acerca de la muerte.

A lo largo de la historia, mucha gente no llegó a ejercer fe en Dios y Jesucristo porque no tuvo la oportunidad de conocerlos. ¿Qué será de todos ellos? La clave está en lo que Jesús le dijo a uno de los delincuentes que fueron ejecutados a su lado: “Estarás conmigo en el Paraíso” (Lucas Lucas:43). En efecto, tanto aquel hombre como millones de personas más tendrán la oportunidad de conocer a Dios cuando Jesús los resucite en un paraíso en la Tierra. Será entonces cuando podrán decidir si quieren vivir para siempre en un planeta restaurado junto con los justos y mansos (Hechos 24:15).

Lucas 23:44. ¿Fue provocada por un eclipse solar la oscuridad que duró tres horas? No, pues los eclipses solares solo se producen en la fase de luna nueva, y no en la de luna llena, como ocurrió durante la Pascua. La oscuridad que hubo el día de la muerte de Jesús fue un milagro de Dios.

Quizás nos sintamos raros pidiéndole a Dios que bendiga a nuestros enemigos. Sin embargo, cuanto más nos esforcemos por adoptar la mentalidad de Cristo, más fácil se nos hará amarlos (Lucas 23:34)
Cuando Jesús estaba agonizando, imitó a su Padre y se mostró dispuesto a perdonar a quienes lo habían clavado en el madero (Lucas 23:34). De igual manera, los niños aprenden a perdonar imitando a sus padres. Además, al ver lo bien que se sienten cuando sus padres los perdonan a ellos, se dan cuenta de lo hermoso que es el perdón.

A menudo, los siervos de Jehová son víctimas de acusaciones falsas y campañas difamatorias. ‘Los sacerdotes principales y los escribas siguieron poniéndose de pie y acusando a Jesús con vehemencia.’ (Lucas 23:10.) Los cristianos no debemos levantar calumnias contra nadie. Sin embargo, podemos incurrir en esta grave falta si testificamos en contra de una persona sin conocer primero todos los hechos.

Sin embargo, fue el propio Hijo de Dios, Jesucristo, quien refutó definitivamente la afirmación de Satanás de que podía apartar a cualquier ser humano de Jehová. Ni siquiera el horrible tormento de morir en un madero pudo hacer que Jesús fuera desleal a Dios. De hecho, con su último aliento clamó: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23:46).

La Tierra se convertirá en un paraíso (Lucas 23:43). Jehová no nos dará estas bendiciones porque esté obligado a hacerlo, sino porque nos ama. Por lo tanto, tenemos poderosas razones para sentirnos cada día más apegados a Dios. ¿Seguiremos cultivando amor por Jehová y dejando que él nos dirija? Es una decisión que compete a cada uno de nosotros.

A menudo la opinión pública es muy injusta. Piense en el punto de vista distorsionado que los sacerdotes principales y otras personas tenían de Jesucristo cuando “se pusieron a vociferar, diciendo: ‘¡Al madero! ¡Al madero con él!’” (Lucas 23:13, 21-25). No conviene prestar atención a las opiniones que se basan en información falsa o que están influidas por la envidia o el prejuicio. Por lo tanto, tenemos que mostrar buen juicio y reaccionar con sensatez ante las opiniones ajenas.

LUCAS 24

Jesús nos dejó un magnífico ejemplo. Él utilizó la Palabra de Dios para instruir y consolar al prójimo. Después de resucitar, se apareció a dos de sus discípulos y les estuvo “abriendo por completo las Escrituras”, llegándoles al corazón con sus explicaciones (Luc. 24:32). Sin duda, es muy necesario que leamos la Biblia todos los días. Gracias a ella y a las publicaciones cristianas, encontraremos consuelo y esperanza en estos tiempos tan difíciles.

Es difícil imaginar la avalancha de sentimientos que arrolló a Pedro esa mañana y en el transcurso del día. ¡Qué culpable tuvo que haberse sentido luego cuando Jesús murió tras largas horas de sufrimiento! ¡Cuánto debió estremecerlo la idea de haberle causado más dolor a su Maestro el último día de su vida como ser humano! No cabe duda de que Pedro estaba destrozado, pero no se hundió en la desesperación. El relato muestra que pronto estaba reunido con los demás discípulos (Lucas 24:33). De seguro, todos se reprochaban haberse portado como cobardes en aquella funesta noche y, al estar juntos, pudieron consolarse unos a otros.

Ni siquiera Jesús esperaba que sus discípulos comprendieran la Palabra de Dios por sí solos. Él mismo en una ocasión “les abrió la mente por completo para que captaran el significado de las Escrituras” (Lucas 24:45). Es obvio que Jesús reconocía que se necesitaba ayuda para entender plenamente las enseñanzas bíblicas.

Algunos de los discípulos de Jesús se sintieron decepcionados al ver que él no había liberado a la nación de Israel. No obstante, fueron leales, y con el tiempo lograron comprender con claridad los asuntos (Luc. 24:21).

Jesús ayudó a la gente a aprender la verdad acerca de Jehová. Uno de los discípulos admitió en cuanto a su Maestro: “¿No nos ardía el corazón cuando él venía hablándonos por el camino, cuando nos estaba abriendo por completo las Escrituras?” (Lucas 24:32). Si queremos aprender de Dios, hay que ser humildes y estar dispuestos a que se nos enseñe.
Supongamos que usted es anciano y que está visitando a un matrimonio que se ha vuelto inactivo. Quizá pueda animarlos a recordar cómo se sintieron cuando conocieron la verdad de la Palabra de Dios. De seguro su corazón rebosaba de gratitud por lo que estaban aprendiendo sobre Jehová, su amor y sus extraordinarios propósitos (Lucas 24:32). Recuérdeles el privilegio que tenemos los cristianos dedicados de orar a Dios y de tener una relación estrecha con él. Invítelos a responder de nuevo a “las gloriosas buenas nuevas del Dios feliz”, Jehová (1 Tim. 1:11).

Más tarde se apareció a sus apóstoles fieles y a otras personas, y les dijo: “Estas son mis palabras que les hablé mientras todavía estaba con ustedes, que todas las cosas escritas en la ley de Moisés y en los Profetas y en los Salmos acerca de mí tenían que cumplirse” (Lucas 24:27, 44). Piense en lo siguiente: si al final del ministerio terrestre de Jesús las Escrituras Hebreas ya se habían quedado anticuadas, ¿por qué seguía citando de ellas? No cabe duda: las Escrituras Hebreas siguen siendo parte esencial de la Palabra inspirada de Dios, la Biblia, y son de mucho valor para todos nosotros.

Cuando Jesús se encontró con dos discípulos suyos que iban camino a Emaús, primero los animó a expresar sus expectativas y preocupaciones. Solo después de escucharlos por un buen rato, les corrigió su forma de pensar explicándoles pasajes de las Escrituras. Más tarde, esos dos discípulos dijeron: “¿No nos ardía el corazón cuando él venía hablándonos por el camino [...]?”. Aquella conversación fue un buen ejemplo de comunicación franca, de corazón a corazón (Lucas 24:15-32). Y nosotros, ¿cómo podemos saber lo que en realidad sienten nuestras esposas, esposos, hermanos e hijos?

Un gran ejemplo en mostrar amor al escuchar es Jesucristo. Poco después de su muerte, dos de sus discípulos viajaban de Jerusalén hacia una localidad situada a unos 11 kilómetros [7 millas] de distancia. Todo indicaba que se sentían desanimados. Por esa razón, el resucitado Jesucristo se puso a caminar junto a ellos y, mediante preguntas bien pensadas, logró que le contaran cuáles habían sido sus esperanzas, y la desilusión y confusión que ahora sentían. Jesús se interesó por ellos, y la amorosa forma en que los escuchó hizo que estos dos discípulos se sintieran impulsados, a su vez, a escucharlo. Entonces, “les interpretó cosas referentes a él en todas las Escrituras” (Lucas 24:13-27).

Cuando predicamos o enseñamos el mensaje de la Biblia en una lengua que la gente no conoce bien, tal vez logremos que lo capte con la mente; pero para que le llegue al corazón, es mejor hacerlo en su lengua materna, que es la que toca a las personas en lo más hondo de sus motivos, aspiraciones y esperanzas (Lucas 24:32).

Tal como los apóstoles tuvieron que esperar hasta después de la muerte y resurrección del Mesías para entender muchas profecías sobre este, en la actualidad los cristianos llegan a entender en todo detalle las profecías bíblicas una vez que se cumplen (Lucas 24:15, 27)

En el cielo no existen familias como las terrenales, constituidas por el padre, la madre y los hijos, relacionados todos ellos por un vínculo carnal. (Lucas 24:39: “Vean mis manos y mis pies, que soy yo mismo; pálpenme y vean, porque un espíritu no tiene carne y huesos así como contemplan que yo tengo”. ) Jesús señaló con toda claridad que los ángeles no se casan, y no hay la más mínima indicación de que en modo alguno tengan prole. (Mateo 22:30.)