Los aztecas: su asombrosa lucha por la supervivencia



“Tornamos a ver la gran plaza y la multitud de gente que en ella había, unos comprando e otros vendiendo, [...] e entre nosotros hobo soldados que habían estado en muchas partes del mundo, e en Constantinopla e en toda Italia y Roma, y dijeron que plaza tan bien compasada y con tanto concierto y tamaño e llena de tanta gente no la habían visto.”
LA ANTERIOR cita corresponde a la descripción que hizo Bernal Díaz del Castillo, soldado del ejército del conquistador español Hernán Cortés, de la ciudad azteca de Tenochtitlan cuando la vio en 1519.
Según el libro Los aztecas, de Gene S. Stuart, a la llegada de los españoles poblaban la ciudad entre 150.000 y 200.000 habitantes. Lejos de ser un lugar primitivo, era una metrópoli que se extendía sobre un área de varios kilómetros cuadrados; una ciudad de puentes, calzadas elevadas, canales y suntuosos edificios destinados al culto. Siendo la capital, Tenochtitlan constituyó el corazón del Imperio azteca.
Para muchos lectores, sin embargo, la idea de una ciudad azteca pacífica y armoniosa quizás esté en contradicción con el concepto popular de que los aztecas no eran más que salvajes sanguinarios. Si bien es cierto que este pueblo creía que sus dioses necesitaban sangre y corazones humanos para mantener la vitalidad, no es menos cierto que su historia y su cultura encierran mucho más que derramamiento de sangre. Y comprender su lucha por la supervivencia permite entender mejor la tenaz lucha que con este mismo fin han librado sus descendientes hasta nuestros días.

El surgimiento de los aztecas

A decir verdad, los aztecas ocuparon un breve período de la historia de la civilización mesoamericana. La mayoría de los investigadores creen que los primeros habitantes de México emigraron de Asia a Alaska por el estrecho de Bering, desde donde se desplazaron hacia el sur (véase ¡Despertad! del 8 de septiembre de 1996, págs. 4, 5).
Afirman los arqueólogos que la cultura más antigua que floreció en Mesoamérica fue la olmeca, la cual, según los entendidos, surgió hacia el año 1200 a.E.C. y prevaleció alrededor de ochocientos años. Pero no fue sino hasta 1200 E.C. —más de dos milenios después— cuando empezaron a destacarse los aztecas, cuya cultura duraría apenas trescientos años y cuyo poderoso imperio dominaría en la zona solo cien años antes de caer por la espada de los invasores españoles.
No obstante, en el cenit de su gloria, el Imperio azteca reflejó un esplendor pocas veces igualado. Una obra menciona que “los aztecas crearon un imperio que se extendía hacia el sur hasta Guatemala”, y The World Book Encyclopedia dice de ellos lo siguiente: “Fueron los aztecas poseedores de una de las civilizaciones más adelantadas de América. Construyeron ciudades tan grandes como cualquier ciudad europea de la época”.

Orígenes legendarios

A pesar de la prominencia del pueblo azteca, poco se sabe de sus orígenes. Según una leyenda, la voz azteca se deriva de aztlán, que, según se cree, significa “tierra blanca”. Se desconoce la exacta localización de Aztlán o si en realidad existió.
Sea como fuere, cuenta la tradición que los aztecas fueron el último de siete clanes que partieron de Aztlán, y siguiendo las órdenes de su dios Huitzilopochtli, iniciaron una larga odisea en busca de un lugar donde establecerse. La tribu vagó durante muchas décadas, sufriendo increíbles penalidades y privaciones y librando guerras casi de continuo con otros pueblos de la región. Mas su peregrinación no sería eterna. De acuerdo con la leyenda más conocida, Huitzilopochtli les había indicado que buscaran la señal de un águila posada sobre un nopal. La errante tribu supuestamente divisó este prodigioso signo en un islote pantanoso del lago de Texcoco, donde finalmente se asentaron y fundaron una ciudad, conocida después con el nombre de Gran Tenochtitlan (que significa “piedra que emerge del agua”). En opinión de algunos, este nombre le vino por un patriarca legendario llamado Tenoch. En la actualidad, Tenochtitlan yace enterrada bajo la Ciudad de México.
Fueron los aztecas brillantes ingenieros y artesanos. Utilizando el lecho del lago como fundamento, ampliaron el perímetro de la ciudad por el sistema de estacados y terraplenes. El islote comunicaba con tierra firme a través de calzadas elevadas. También construyeron una serie de canales.
No obstante, durante este período no se conoció generalmente a los constructores con el nombre de aztecas. Cuenta la leyenda que su dios Huitzilopochtli les dio una nueva denominación cuando salieron de Aztlán, a saber, mexicas, nombre que con el tiempo llevarían las tierras circundantes y todos sus moradores.
Ahora bien, los mexicas, o aztecas, no estaban solos en esta región. Rodeados de enemigos, tuvieron que forjar alianzas con los pueblos vecinos, y aquellos que no aceptaban pacíficamente sus condiciones se veían enseguida enzarzados en combates a muerte. De hecho, los aztecas tenían un carácter belicoso. Su dios sol, Huitzilopochtli, era solo una de las muchas divinidades que exigían regularmente el sacrificio de corazones palpitantes y víctimas humanas. Los prisioneros de guerra constituían la reserva principal que alimentaba los altares de sacrificio. Este uso de los cautivos por parte de los aztecas infundía terror en el corazón de sus enemigos.
Así, el reino azteca comenzó a ensancharse desde Tenochtitlan, y en poco tiempo llegó al sur, a zonas de la actual Centroamérica. La cultura azteca asimiló nuevas ideas y costumbres religiosas, y sus arcas empezaron a engrosarse con riquezas fabulosas procedentes del tributo que imponían a sus nuevos vasallos. La música, la literatura y el arte aztecas alcanzaron una gran perfección. Dice la revista National Geographic: “Por la monumental calidad de su arte, los aztecas deben figurar entre los escultores más talentosos de la historia”. La civilización azteca se hallaba en su máximo apogeo a la llegada de los españoles.

La conquista

En noviembre de 1519 el emperador mexica, Moctezuma II, acogió pacíficamente a los españoles y a su comandante, Hernán Cortés, creyendo ver en este la encarnación del dios azteca Quetzalcóatl. Los españoles aceptaron la hospitalidad que les brindaron los supersticiosos aztecas. Sin embargo, estos permitieron ingenuamente que los visitantes vieran los tesoros de oro de Tenochtitlan. Cortés tramó febrilmente la manera de confiscarlo todo. En un acto de bravuconería, apresó a Moctezuma en su propia ciudad. Hay quienes dicen que el emperador aceptó su condición de rehén prácticamente sin protestar. Sea como fuere, Cortés logró conquistar la capital de este vasto imperio sin disparar un tiro.
Pero aquella incruenta victoria no tardó en convertirse en un baño de sangre. Cortés debió abandonar inesperadamente la ciudad para atender una emergencia en la costa, y confió el mando a un hombre impulsivo de nombre Pedro de Alvarado. Este, temeroso de que en ausencia de Cortés el pueblo se rebelara contra él, decidió atacar primero, y efectuó una gran matanza de aztecas mientras celebraban un festival. A su regreso, Cortés encontró la ciudad sublevada. En el curso de la contienda que entonces estalló, Moctezuma fue muerto, quizás por los españoles, aunque según la versión de estos, Cortés lo obligó a dirigir la palabra a sus súbditos para tratar de apaciguarlos, pero fue lapidado por su propio pueblo. Cortés y unos cuantos sobrevivientes heridos escaparon con vida.
Agotado y herido, Cortés reorganizó sus tropas. A los españoles se unieron las tribus vecinas, que odiaban a los aztecas y anhelaban sacudirse su yugo. Cortés regresó a Tenochtitlan. Se cuenta que durante el sangriento sitio que tuvo lugar, los aztecas sacrificaron a los soldados españoles que capturaron, lo que enfureció a los hombres de Cortés y acrecentó su determinación de ganar a toda costa. Un historiador azteca relata que las antiguas tribus vasallas de los mexicas “se vengaban de ellos muy cruelmente de lo pasado, y les saquearon cuanto tenían”.
El 13 de agosto de 1521 cayó la Gran Tenochtitlan. Los españoles y sus aliados obtuvieron el dominio completo de los mexicas. La revista National Geographic refiere: “En un abrir y cerrar de ojos, las grandes ciudades y centros ceremoniales [de Mesoamérica] fueron reducidos a ruinas, a medida que los españoles batían la tierra en busca de oro. Los conquistadores esclavizaron y cristianizaron a los pueblos nativos y disolvieron el imperio azteca, la última de las grandes civilizaciones indígenas”.
La conquista produjo cambios no solamente de orden político. Los españoles introdujeron una nueva religión, el catolicismo, que a menudo impusieron con la espada. Es cierto que la religión azteca era de carácter sanguinario e idolátrico, pero lejos de desarraigar todo vestigio del paganismo, el catolicismo formó una curiosa sociedad con aquel. Tonantzín, diosa a quien se adoraba en el cerro del Tepeyac, fue reemplazada por la Virgen de Guadalupe, cuya basílica se levanta en el mismo lugar donde antaño se tributaba culto a dicha diosa. En las festividades religiosas que se celebran hoy en honor de la Virgen, los adoradores danzan frente a la basílica al ritmo de bailes ancestrales paganos.

¿Sobrevivieron los aztecas?

Aunque el Imperio azteca desapareció hace ya mucho tiempo, su influencia aún se deja sentir. Voces como chocolate, tomate y chile son préstamos de la lengua azteca, el náhuatl. Además, la mayoría de la población mexicana desciende de los conquistadores españoles y las razas indígenas.
En muchas partes de México todavía prevalecen las antiguas culturas indígenas, pues algunos grupos étnicos procuran conservar sus tradiciones ancestrales. Hay, en total, 62 grupos indígenas reconocidos y 68 dialectos registrados en la República Mexicana. Un estudio reciente llevado a cabo por el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática concluyó que hay más de cinco millones de personas de cinco años para arriba que hablan una lengua indígena. La revista National Geographic comenta: “Sin poder y en la pobreza a lo largo de siglos de colonización, dictaduras y rebeliones, los sobrevivientes han preservado sus lenguas, sus culturas populares y una voluntad inquebrantable de autodeterminación”.
Aun así, la mayoría de los descendientes de los orgullosos aztecas viven en la pobreza, y a duras penas se ganan la vida trabajando diminutas parcelas. Muchos habitan en zonas aisladas donde escasean las oportunidades de educación. El progreso económico ha sido difícil para la mayoría de los mexicanos nativos, y su situación es típica de los pueblos indígenas de todo México y Centroamérica. Ha habido voces que se han levantado en su favor. La guatemalteca Rigoberta Menchú, ganadora del premio Nobel de la Paz, hizo este electrizante llamamiento: “Tenemos que borrar las barreras que existen de etnias, de indios y ladinos, de lenguas, de mujer y hombre, de intelectual y no intelectual”.
Lamentablemente, la situación —pasada y presente— de los aztecas es un triste ejemplo más de que “el hombre ha dominado al hombre para perjuicio suyo” (Eclesiastés 8:9). Se necesitan más que palabras electrizantes y discursos demagógicos para cambiar la suerte de los pobres y los menos favorecidos del mundo. Varios hablantes de lengua náhuatl han abrazado gustosamente la esperanza bíblica de un gobierno, o “reino”, mundial venidero (Daniel 2:44; véase el recuadro de esta página).
Algunos se muestran remisos a la idea de que se enseñe a la población indígena acerca de la Biblia. Piensan que la religión de quienes hablan náhuatl —una fusión de catolicismo y paganismo azteca antiguo— forma parte de su patrimonio cultural y debe conservarse. Pero aquellos que han abierto su corazón al mensaje de la Biblia han experimentado verdadera liberación de la superstición y la falsedad religiosa (Juan 8:32). La Biblia ofrece la única esperanza verdadera de supervivencia para los miles de descendientes de los aztecas.

[Nota]

Mesoamérica es el nombre dado a la región “que se extendía hacia el sur y el este desde México central y abarcaba partes de Guatemala, Belice, Honduras y Nicaragua” (The American Heritage Dictionary). Por civilización mesoamericana se designa “al conjunto de culturas aborígenes que se desarrollaron en partes de México y Centroamérica antes de la exploración y conquista española del siglo XVI” (Encyclopædia Britannica).

Publicado en ¡Despertad!  del 8 de Mayo de 1999