Parabolas e Ilustraciones para Educar en Valores

Compendio de anécdotas, parábolas, fábulas y textos con valores para el crecimiento personal


Parabolas e Ilustraciones para Educar en Valores

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Al rabí Hiyyá bar Abba y al rabí Abbahu se les tenia por dos de los más grandes eruditos rabínicos de su tiempo y, casualmente, ambos aparecieron el mismo día en un pueblo para pronunciar sus respectivos sermones, atrayendo cada uno de ellos una considerable audiencia.
El Rabí Hiyyá estaba tratando de serios asuntos de índole legal, mientras que las enseñanzas del rabí Abbahu se componían principalmente de cuentos y parábolas. Así, no pasó mucho tiempo hasta que toda la gente que se había congregado para escuchar al rabí Hiyyá se pasara con la multitud reunida para escuchar los maravillosos cuentos del rabí Abbahu.
Comprensiblemente, Hiyyá se quedó un tanto decepcionado cuando vio que se había quedado con nada más que unos cuantos oyentes. Más tarde, aquel mismo día, le dijo Abbahu:
—Te voy a contar un cuento. En cierta ocasión, dos mercaderes llegaron a un pueblo para vender sus mercancías. Uno de ellos vendía piedras preciosas y el otro vendía bisutería barata. Al principio, la gente del pueblo se reunió alrededor del comerciante que traía las mercancías más caras. Como es natural, tenían curiosidad por ver de cerca las finas gemas. Pero, cuando llegó el momento de comprar y no sólo de mirar, acudieron en masa al mercader de la bisutería, y fue con él con quien se gastaron su dinero.

“Érase una vez”... “Había una vez”... “Hace mucho, mucho tiempo, en un lugar no muy lejano”... Pocas frases tienen tan elevado poder de sugestión sobre el ser humano como éstas, con las que suelen comenzar esos breves relatos que llamamos cuentos. No importa la edad, ni la condición social, ni el tiempo, ni la cultura... Al escuchar o leer las palabras casi mágicas de “Érase una vez”... todos nos sentimos subyugados especialmente los niños y jóvenes por la apertura de un mundo mágico, fantástico, legendario y misterioso, que cautiva nuestra atención y nuestra imaginación, que nos arranca de la monotonía cotidiana y nos abre las puertas de un mundo donde todo es posible.
Los cuentos siempre se han utilizado como un recurso metodológico importante para el aprendizaje de valores y creencias, no sólo por las instancias educativas, sino incluso por las tradiciones espirituales, donde los maestros suelen “hablar en parábolas”. Hoy en día, los relatos se utilizan cada vez más como una importante manera de practicar la autoayuda, que consiste en una autoterapia con la que buscamos el desarrollo personal por nosotros mismos, de manera autónoma, por lo cual debe utilizar técnicas sencillas y eficaces, que no requieran conocimientos complicados, más propios de los profesionales de la terapia. Por esta razón, los cuentos son una excelente herramienta para todo aquel que quiera comprometerse con su crecimiento personal. Esta virtud de la sencillez que poseen los cuentos los hacen sumamente atractivos, como todos los educadores sabemos, para trabajar los valores en el aula, pues pueden ser comprendidos hasta por el más ignorante de los hombres, con lo cual la verdad se hace accesible a todos los públicos, algo imposible si se transmitiese por canales más elaborados, que sólo entenderían unos pocos.
Su fuerza sugestiva se ve reforzada, por otra parte, por su carácter lúdico y festivo, ya que es más fácil aceptar la verdad cuando ésta se expone en forma de historia cautivadora y entretenida, pues el placer que ocasiona su lectura o su audición derriba nuestras barreras, nuestras resistencias y nuestros condicionamientos.
La lectura de relatos incluyendo también aquí otro tipo de textos como poemas y sentencias puede hacerse en varios ámbitos de comprensión, en diversos niveles de interpretación, y todos ellos ofrecen gran número de posibilidades educativas.

1.- Nivel imaginativo:


En primer lugar, los cuentos tienen una cualidad “empática”, pues, por muy lejano que sea el escenario de la historia, por muy fantástica que sea, por muy perdida que esté en los recovecos del tiempo, al entrar en un cuento siempre nos parece que la historia es posible, que nos puede suceder a nosotros aquí, ahora mismo, a la vuelta de la esquina; que, de algún modo, somos nosotros los protagonistas del relato; que éste sucede cerca, muy cerca en el espacio y en el tiempo. De ahí que los cuentos siempre parezcan actuales, que siempre satisfagan nuestra curiosidad, nuestra necesidad de fantasía, nuestra búsqueda de algo distinto y maravilloso.
Esta dimensión “mágica” de satisfacer y estimular nuestra imaginación y nuestra fantasía —cualidades de las que andamos necesitados en un mundo cada vez más materialista y tecnificado— constituye el primer nivel de lectura de los cuentos. Pero esta dimensión no agota, ni mucho menos, sus potencialidades, pues la característica esencial de los cuentos es la multiplicidad de niveles a los que pueden entenderse, hasta el punto de que su propiedad más exclusiva es su enorme capacidad para adaptarse perfectamente a los distintos niveles de desarrollo y a los diversos puntos de vista de los lectores, de tal modo que cada uno interpretará las historias de acuerdo con su capacidad de entender sus necesidades e intereses.

2.- Nivel lúdico:


Los cuentos —al igual que todo relato— nos proporcionan personajes, situaciones e intrigas argumentales que satisfacen nuestra necesidad de evasión. Uno de los objetivos de todo cuento es —por encima incluso de su intencionalidad de transmitir unos mensajes—, entretener, divertir, por lo cual suelen usar el humor como recurso pedagógico: enseñan, sí, pero deleitando, para que la enseñanza sea más fácilmente digerida, para que entre “sin chirriar”, para que la comicidad de las situaciones que narran haga caer nuestras barreras mentales sin esfuerzo. De ahí que una parte importante de los cuentos deriven naturalmente hacia el chiste, o que muchos de éstos se transformen fácilmente en relatos moralizantes.

3.- Nivel cultural:


La mayoría de los cuentos son de origen anónimo, y se transmitieron en sus comienzos de forma oral, para acabar siendo recogidos en colecciones que traspasan las fronteras y los credos, que perviven en el tiempo y en culturas distintas, que se enraízan en el patrimonio cultural de diversos pueblos y civilizaciones, hasta que acaban transformándose en cuentos tradicionales. Aquí tenemos, pues, la dimensión literaria y cultural de los relatos, pues nos ponen en contacto con un patrimonio cultural colectivo que muchas veces, más que local o nacional, es verdaderamente universal.

4.- Nivel ético:


Este nivel nos remite a la intención que tienen casi todos los cuentos de transmitir una enseñanza moral, de proponer unas conductas éticas. La intriga argumental consiste, desde este punto de vista, en la escenificación de unos valores morales determinados, que se ejemplifican e ilustran con personajes y situaciones que adquieren verdadero carácter de alegoría, de parábola en la cual se muestran las desafortunadas consecuencias de una conducta equivocada, o la recompensa que sigue a una acción correcta.
La trama argumental contiene un mensaje ético, la llamada “moraleja”, que hay que deducir intuitivamente al terminar el relato. Este intencionalidad moralizante está en el origen de la mayoría de los cuentos populares que han llegado hasta nosotros, usados precisamente para transmitir valores morales “perennes” a todo tipo de públicos, pues la verdad ética penetra en nuestras conciencias más fácilmente si va ejemplificada e ilustrada con historias sencillas y atractivas que satisfagan nuestra necesidad de fantasía, de imaginación y de diversión, utilizando un lenguaje simbólico que apunta a nuestro nivel intuitivo, que si se presenta de manera teórica, con el lenguaje discursivo propio de la abstracción.

5.- Nivel simbólico 


Por último, traspasado el umbral de la ética, accedemos a la última dimensión desde la que es posible interpretar un cuento: la “simbólica”. También podríamos calificarla como “espiritual”.
De todos es sabido que las tradiciones espirituales han usado siempre el cuento para transmitir sus enseñanzas, con una intención muy precisa: trascender la mente lógica y reflexiva, el pensamiento lineal y discursivo que divide, analiza y clasifica. En esto consiste la esencia del proceso de “despertar” que nos lleva a la iluminación, el cual sólo es posible a través de la intuición, usando esa mirada global que capta la esencia intuitivamente.
Precisamente a la intuición apuntan la mayoría de los cuentos, los cuales, o se captan intuitivamente, o se pierde su mensaje, no siendo posible comprenderlos pensando, reflexionando, diseccionándolos en partes como operaría el método científico de la mente discursiva. Al trascender esta dimensión de la mente, la verdad llega directamente al corazón, saltándose las barreras y filtros mentales que distorsionarían su verdad. Por esta razón, los maestros espirituales, sobre todo los de la tradición oriental, han usado siempre los cuentos como una herramienta básica de su magisterio a la hora de “iniciar” en el conocimiento interior a sus discípulos.
Además, la gran mayoría de las verdades metafísicas, éticas y filosóficas no pueden ser explicadas claramente usando el lenguaje convencional, que no alcanza a expresar las sutilezas —a veces inefables— de la experiencia espiritual. Sin embargo, una simple parábola, una anécdota, un ejemplo, una alegoría, una leyenda son capaces de explicar, en su aparente simplicidad, los misterios más insondables y las verdades más elevadas. Por eso, todos los grandes maestros espirituales han hablado siempre “en parábolas”.
Por otra parte, una particularidad esencial de estas historias es que pueden ser comprendidas hasta por el más ignorante de los hombres, con lo cual la verdad se hace accesible a todos los públicos, algo imposible si se transmitiese por canales más elaborados, que sólo entenderían unos pocos.
Por último, es más fácil aceptar la verdad cuando ésta se expone en forma de historia cautivadora y entretenida, pues el placer que ocasiona su lectura o su audición derriba nuestras barreras, nuestras resistencias y nuestros condicionamientos.
Este nivel simbólico es, sin duda, el nivel más profundo al que se puede leer un cuento, aunque no siempre está presente. Gran parte de los cuentos tradicionales —incluyendo los “infantiles”— hunden sus raíces en mitos, leyendas y relatos donde afloran claramente símbolos y arquetipos que ilustran alegóricamente verdades espirituales, por lo cual pueden “traducirse” a un nivel “iniciático”, lo cual no equivale a afirmar que sus creadores los diseñaran con esta intención.
Recordemos, por ejemplo, el cuento de Pinocho, una historia infantil bien conocida en la que aparentemente es difícil ver un contenido simbólico. Pero traduzcámosla de esta manera: Gepetto es Dios Padre, que crea a Pinocho (el hombre) como un muñeco de madera (la cual simboliza el barro de nuestra materialidad). Él quiere un niño de verdad, de carne y hueso (es decir, Dios desea que el hombre alcance su autorrealización espiritual y se convierta en hombre-Dios, es decir un ser perfecto, lo cual se consigue cuando el ser humano desarrolla la chispa divina que guarda en su interior). Pero las tentaciones y solicitudes del mundo tiran de Pinocho, que sufre una caída en los abismos, un descenso a los “infiernos”, del cual se libera porque es capaz de redimirse con una buena acción, entregando incluso su vida para salvar a su padre Gepetto.
Este sacrificio es el que da a Pinocho (el ser humano sometido a la materialidad de la “madera”) los méritos necesarios para que, por fin, pase a ser un ser humano de verdad. Esto quiere decir que, tras la odisea por este mundo material, el hombre desarrolla su naturaleza divina a través del sacrificio y la entrega a Dios.
Como vemos, la historia cuenta la aventura de la conciencia humana, el gigantesco proceso cósmico mediante el cual el alma humana adquiere la “iluminación”, el “despertar”. Resulta emocionante comprobar cómo, en tan breves líneas, y de una manera tan sencilla, este relato se convierte en una verdadera alegoría sobre el devenir cósmico de la conciencia humana, sobre la historia de la evolución. Todas las religiones y filosofías englobadas en la “tradición perenne” están condensadas en este sencillo cuento.
Desde luego, no pretendemos decir que todos los relatos haya que traducirlos de esta manera, ni mucho menos. Nuestro propósito al poner este ejemplo es el de llamar la atención sobre el profundo contenido simbólico que suelen tener una clase especial de cuentos, aquellos que pertenecen a las diversas tradiciones espirituales, que han creado estas historias para comunicarnos su sabiduría y sus experiencias, sus respuestas a las eternas preguntas del ser humano en su devenir sobre esta tierra: “¿Quién soy?”, “¿De dónde vengo?”, “¿Adónde voy?”, “¿Por qué estamos en este mundo, y para qué?”, etc.
La mayoría de los cuentos son de origen anónimo, y se transmitieron en sus comienzos de forma oral, para acabar siendo recogidos en colecciones que traspasan las fronteras y los credos, que perviven en el tiempo y en culturas distintas, que se enraízan en el patrimonio cultural de diversos pueblos y civilizaciones, hasta que acaban transformándose en cuentos tradicionales donde todavía es posible descifrar su código simbólico, si se tiene la capacidad de leer intuitivamente entre líneas y se está en actitud despierta para captar su mensaje trascendente.

Recuperado de:  Aprender con los cuentos