El Arroz y Las Varitas. Educar Valores y el Valor de Educar. Parábolas

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Hay un cuento chino de un Mandarín que, mientras se encaminaba al Paraíso, pidió antes visitar el Infierno. Como había sido un hombre muy bueno, decidieron complacer su deseo y lo llevaron a la mora­da de los condenados. Era una sala inmensa con mesas preparadas en las que humeaban, perfumando el ambiente, unos enormes platos llenos de un arroz su­culento. Alrededor de las mesas se sentaban mu­chísimas personas, cada una con su varita de bambú para llevarse el arroz a la boca. Cada varita medía como dos metros de largo y tenía que ser agarrada por un extremo. Por mucho que se esforzaban y lo intentaban, los comensales no lograban llevar a sus bocas ni un solo grano de arroz. Todo era furor, ira, desesperación.
Conmovido por este espectáculo de ayuno forzado en la abundancia, el Mandarín prosiguió su camino hacia la morada de los Bienaventurados y vio sorprendido que el Paraíso era idéntico al Infierno: una amplia sala con mesas preparadas, platos enormes con arroz humeante, para ser comido con varitas de bambú de dos metros de largo, agarradas por un extremo.
La única diferencia consistía en que cada comensal, en vez de comer él mismo, daba de comer al comensal de enfrente. Así todos disfrutaban de la comida y de la amistad.
Algunos teólogos dicen que el infierno consiste en la so­ledad absoluta, en la incapacidad de amar y servir a los demás. El egoísmo divide y separa. La solidaridad y el servi­cio unen. Donde hay solidaridad, hay alegría. Las personas genero­sas, son felices. Los egoístas viven encerrados en sí mismos, insatis­fechos. A todos nos embarga una gran dicha cuando ayudamos a otros, cuando nos sentimos útiles, cuando hacemos el bien. Sin em­bargo, encerrados en nuestro egoísmo, con frecuencia nos empeña­mos en recorrer las sendas de nuestra desdicha.
Convirtamos nuestros salones en lugares de trabajo coopera­tivo, de ayuda, de servicio. Y brillará en ellos la verdadera alegría, la que proviene del deber cumplido, del trabajo solidario, del don a los demás. Recordemos los versos de R. Tagore:
Yo dormía y soñaba
que la vida era alegría. Desperté
y vi que la vida era servicio. Serví
y vi que el servicio era la alegría.

Recuperado para fines educativos del libro:
Educar Valores y el Valor de Educar. Parábolas
Autor: Antonio Pérez Esclarin