El Desconfiado - Educar Valores y el Valor de Educar. Parábolas

Parabolas e Ilustraciones para Educar en Valores

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Tres amigos salieron de excursión a la montaña. Llevaban abundantes provisiones e hicieron un alto en el camino para tomar una merienda. Sacaron los sandwiches, queso, jamón, pero ninguno de los tres había traído nada para beber. No muy lejos se oía la voz de un río cristalino, aunque suponía un cierto esfuerzo llegar hasta él y buscar agua. Como el sitio donde estaban les pareció ideal para acampar, decidieron quedarse allí y dejaron a la suerte la decisión de quién iría a buscar agua.
-Yo no voy -dijo con verdadero disgusto el muchacho a quien le tocó en suerte bajar al río.
-¿Por qué? -dijeron los otros dos muy extrañados.
-Seguro que, mientras voy a por agua, ustedes se comen todo y no me dejan nada.
-Te prometemos no comer ni un solo bocado hasta que regreses.
-No les creo, me están engañando. Seguro que todo esto lo han planificado para quedarse con toda la comida.
-Por favor, no nos ofendas, te damos nuestra palabra de que ni tocamos la comida.
Por fin, a regañadientes y no del todo convencido, el muchacho agarró las cantimploras y marchó en busca del agua.
Pasó una hora y el muchacho no volvía. Pasó otra hora y nada. Como ya estaba cayendo la tarde y temiendo que estuviera perdido, decidieron salir a buscarlo.
-Comamos algo rápidamente, no vaya a ser que nos fallen las fuerzas, pues no sabemos por dónde andará -dijo uno de ellos- Tal vez nos toque pasar la noche en vela. Dios quiera que no le haya pasado nada y que lo encontremos pronto.
Cuando se iban a llevar a la boca el primer pedazo, salió el compañero de detrás de un matorral diciendo:
-¡Lo sabía, lo sabía! Estaba seguro de que iban a engañarme. ¡Si tocan la merienda, no voy por el agua!
Los seres humanos somos desconfiados por naturaleza. El peor enemigo de un venezolano es otro venezolano. Nos la pasamos hablando mal del país, negando y desconociendo las muchas cosas buenas que tenemos. Creemos enseguida las ma­las noticias pero cuánto nos cuesta aceptar las buenas. De ahí que nos encantan los chismes que ruedan de boca en boca, enlodando vidas, creando zozobra, sembrando el pesimismo. Todo lo leemos desde nuestros prejuicios y cualquier indicio es bueno para reafir­marnos en nuestras convicciones negativas. ¡Y cómo, con frecuen­cia, nos duelen los éxitos de los demás! No toleramos los matrimo­nios felices y a todo el que posee fortuna le colgamos la etiqueta de corrupto o de ladrón. La desconfianza genera el egoísmo, el ence­rrarse en sí mismo. Sólo si confiamos en los demás, en el país, nos lanzaremos a transformarlo. Como ha escrito Robert Putnam, «la confianza lubrica la cooperación. A mayor nivel de confianza en la comunidad, mayor posibilidad de cooperación. Y la cooperación en sí genera confianza».
El constatar la desconfianza que nos tenemos, nos abre a la realidad de una muy baja autoestima del venezolano que no se va a alimentar poniendo banderas en los carros, voceando «el orgullo de ser venezolanos», o alardeando de nuestras riquezas petroleras. De ahí la urgente necesidad de una educación que nos haga creer en nosotros, en el país, en nuestra gente. Una educación que enseñe a amar a Venezuela y convierta este amor en trabajo, disposición de servicio, para que todos los venezolanos (la verdadera Patria) poda­mos vivir dignamente, nos respetemos, nos queramos.
Tenemos que enseñar a cada niño, desde la infancia, a descu­brir en su interior lo mejor de su personalidad, pues sólo si reconoce y valora sus cualidades positivas, será capaz de valorar a los demás, creerá en ellos y podrá entregarse a construir una Venezuela grande para todos. Una Venezuela labrada con el esfuerzo colectivo, donde cada uno empiece a mirar más allá de su bolsillo y sea capaz de ver en cada rostro a un compañero y hermano.

Recuperado para fines educativos del libro:
Educar Valores y el Valor de Educar. Parábolas
Autor: Antonio Pérez Esclarin