El fruto en el agua - Educar Valores y el Valor de Educar. Parábolas

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Según un bello cuento de la isla de Zanzíbar, una mujer se acercó a un manantial: un pequeño espejo, tembloroso y cristalino, entre los árboles del bosque. Cuando iba a sumergir el cántaro en el agua descubrió en ella un apetitoso fruto rosado que le humedeció la boca de deseos. Alargó el brazo para tomarlo, pero el fruto desapareció en las hondas que formó en el agua, y sólo volvió a aparecer cuando la mujer sacó el brazo y el agua se calmó de nuevo.
Sucedió lo mismo las tres veces que la mujer intentó atraparlo. Entonces la mujer se puso a sacar agua con la idea de agotar el manantial y agarrar el fruto que ella creía en el fondo. Trabajó afanosamente y cuando prácticamente sacó toda el agua, el fruto había desaparecido.
Desilusionada y frustrada por su esfuerzo inútil, estaba a punto de marcharse a su casa, cuando oyó que le decía un pájaro: «¿Por qué buscas abajo? El fruto está allá arriba».
La mujer levantó los ojos y vio colgado de una rama sobre el manantial, el bellísimo fruto de sus ansias, del que sólo había visto el reflejo.
Confundimos la felicidad con su mero reflejo y la busca­mos afanosamente abajo, en las cosas materiales, sin atrevernos a buscarle arriba, en lo alto, por encima de propa­gandas, modas y promesas. Necesitamos con urgencia una educa­ción que nos abra a la transcendencia, que nos levante de la mera ilusión de plenitud. Una educación que nos haga enfrentar el miste­rio. Que posibilite el encuentro con ese TU DESCONOCIDO, que se hace presencia, rostro concreto, en cada hermano. El mundo se ha convertido en un supermercado que nos ofrece saciar todos los ca­prichos. Por eso, abunda también la religión a la carta, de acuerdo al gusto del consumidor. En el bazar de las creencias todo vale por igual: horóscopos, tarot, astrología, sectas, gurús, pentecostalismo, libros de autoayuda. Tenemos así la proliferación de una religiosidad hecha a nuestra medida, muy cómoda, sin prójimo, con el único DIOS MERCADO, que cada día nos entrega nuevos ídolos para atra­par en la ilusión de realidad nuestros pobres corazones. Como ha escrito magistralmente Frei Betto, «todo ser humano es un peregri­no de lo Absoluto. Exceptuando a Dios, nada nos sacia. Y como Dios habita en la profundidad del Amor, tanteamos en busca de ilusorios consuelos, incurriendo en la ambición que nos hace con­fundir las cosas».

Recuperado para fines educativos del libro:
Educar Valores y el Valor de Educar. Parábolas
Autor: Antonio Pérez Esclarin