Huellas en la arena - Educar Valores y el Valor de Educar. Parábolas

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Anoche soñé que andaba caminando con Jesús a la orilla de la playa bajo una luna plateada. Aparecían en el cielo escenas de mi pasado que yo contemplaba atónito. En cada escena, yo veía dos hileras de pisadas firmes que quedaban gravadas en la arena. Eran mis huellas y las huellas del Señor. Pero noté que en algunos trozos del camino de mi vida, sobre todo en los momentos más problemáticos y difíciles, cuando mi corazón se deshacía de angustia y de tristeza, sólo aparecía una hilera de huellas.
Entonces volví mis ojos al Señor y le dije con reclamo:
-No comprendo, Señor. Tú me dijiste que si yo me decidía a seguirte, tú siempre caminarías a mi lado, y ahora veo que durante las partes más difíciles de mi vida sólo hay una hilera de pisadas, lo que me indica que me dejaste solo cuando más necesitaba de tu ayuda.
Entonces el Señor me acarició con la más dulce de sus miradas y me dijo:
-Comprendo tu confusión y desconcierto. Pero nunca te dejé solo. Si te fijas bien, verás que en esos momentos difíciles de tu vida, cuando sólo aparece una hilera de pisadas, las huellas se hunden más profundas en la arena. Es que, en esas ocasiones, yo te llevaba cargado en mis brazos.
Si en verdad creemos que somos hijos de Dios, que nos creó por amor y nos acompaña solícito en todos los pasos de nuestra vida, nunca deberíamos temer nada y, a pesar de las dificultades y problemas, tendríamos que vivir en la feli­cidad. «Si Dios está conmigo, ¿quién podrá estar contra mí?», debería ser el grito aguerrido y convincente en nuestras aflicciones.

Recuerdo que, en cierta ocasión, le oí contar a Pedro Trigo el caso de una señora ejemplar, catequista, entregada, siempre dis­puesta al servicio, de una profunda espiritualidad. Esa bendita seño­ra se la pasaba por los callejones más siniestros del barrio poblados de malandros, donde eran continuos los enfrentamientos y las balaceras entre diferentes bandas. En horas en que todo el mundo se la mantenía encerrado en su casa, la buena señora andaba tran­quila por las calles visitando algún enfermo, catequizando, echando una mano a la familia que necesitara de su ayuda.
-¿Y no teme usted que algún día le pase algo malo, que la asalten, que le llegue una bala perdida? -le preguntó Pedro Trigo.
-Verá, padrecito, yo sé que Dios está siempre conmigo. Por eso, si un día me asaltan o me alcanza una bala, sé que en ese momento también Dios estará a mi lado, y entonces ya no me im­porta lo que me pueda pasar.
Martín Descalzo se puso a inventar el Padre Nuestro de Dios, es decir, la respuesta de Dios a nuestra oración cuando rezamos el Padre Nuestro:
Hijo mío que estás en la Tierra preocupado, solitario, tentado, yo conozco perfectamente tu nombre y lo pronuncio como santificándolo, porque te amo.
No, no estás solo, sino habitado por Mí, y juntos construimos este reino del que tú vas a ser el heredero.
Me gusta que hagas mi voluntad, porque mi voluntad es que tú seas feliz, ya que la gloria de Dios es el hombre viviente.
Cuenta siempre conmigo y tendrás el pan para hoy; no te preocupes, sólo te pido que sepas compartirlo con tus hermanos.
Sabes que perdono todas tus ofensas antes incluso que las cometas, por eso te pido que hagas lo mismo con los que a ti te ofenden.
Para que nunca caigas en tentación agárrate fuerte de mi mano y yo te libraré del mal, pobre y querido hijo mío.

El genuino educador guía a sus alumnos a la maduración de una fe que ve en Dios a un Padre solícito y bueno, que nos creó para la felicidad, y nos invita a vivir en unas relaciones de verdadera fra­ternidad. Si realmente creemos que somos hijos de Dios y que todos somos hermanos, nuestra fe debe asumir el compromiso de trabajar por unas relaciones verdaderamente fraternales, desechando toda actitud egoísta, altanera, hipócrita, ofensiva.
El educador creyente deberá reflejar su fe en su vida. Por eso, dentro de sus limitaciones, tratará de caminar siempre al lado de sus alumnos, dispuesto a atenderles con especial cariño y dedicación, sobre todo cuando estén en serios problemas y dificultades. Que los alumnos sientan que, hagan lo que hagan, nunca estarán solos, por­que siempre podrán contar con su ayuda y comprensión

Recuperado para fines educativos del libro:
Educar Valores y el Valor de Educar. Parábolas
Autor: Antonio Pérez Esclarin