La Carrera - Educar Valores y el Valor de Educar. Parábolas

Parabolas e Ilustraciones para Educar en Valores

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La historia se la debemos al Dr. D.H. Grobérg:
Ya estaban todos los corredores listos para la partida. Sólo esperaban con los músculos tensos el pitazo inicial. Cada uno de ellos pensaba en ganar la carrera o, si no era posible, quedar entre los primeros. Los padres observaban y alentaban a sus hijos, y cada hijo esperaba mostrar a su padre que él sería el ganador.
Sonó por fin el pito y arrancaron con los corazones agitados y las esperanzas ardiendo. Ganar y ser héroe en esa mañana era el deseo de cada joven.
Se desprendió del pelotón un muchacho y tomó la delantera. El saber que su padre estaba allí, obser­vándole, ponía alas a sus pies. Ganaría y su padre estaría orgulloso de él.
No vio aquella raíz levantada, tropezó y el muchacho que iba de primero cayó de bruces en medio de las risas de la multitud. Con él cayeron también sus esperanzas. Ya no sería el ganador. Triste, avergon­zado, sólo pensaba en desaparecer.
Entonces vio el rostro cariñoso y radiante de su padre que le animaba a seguir. Si todavía él creía que podía ganar, se sobrepondría y haría un esfuerzo extraor­dinario y conseguiría la victoria.
Estaba ya recuperando algunos puestos, podía ver a los muchachos que iban en la punta, pero su mente corrió más veloz que sus piernas, resbaló y cayó de nuevo. Deseó haberse retirado antes, cuando cayó por primera vez. Ahora la humillación y la vergüenza eran mayores. Tenía perdida la carrera y él estaba perdido como corredor.
Pero entre la multitud que reía, buscó y encontró el rostro de su padre y su mirada penetrante que le decía con esperanza y con cariño: «Párate y gana la carrera».
Se levantó de un salto e intentó de nuevo. Los prime­ros corredores le aventajaban por más de treinta metros. Con un esfuerzo inaudito, logró acortar la distancia, pero una vez más, resbaló y cayó definiti­vamente derrotado sobre el suelo.
No tenía sentido seguir intentándolo. Una lágrima de rabia y despecho rodó de sus ojos. Se retiraría y enfrentaría dolorosamente la desilusión de su padre y las pitas de la multitud.
Entonces escuchó la voz animosa de su padre: «Le­vántate y toma tu puesto. No puedes ni debes retirarte. Levántate y gana la carrera. No has perdido todavía. Para ganar sólo requieres levantarte cada vez que caigas».
Se levantó y se puso a correr con todas sus fuerzas. Llevaba sus ojos empañados y en su corazón repicaban nuevos ánimos. Sabía que no podría ganar, ni siquiera llegaría entre los primeros, pero seguiría hasta el final aunque cayera de nuevo. No se retiraría.
El ganador fue aclamado cuando cruzó la meta. La cabeza en alto, orgulloso, feliz: sin caer, sin percances, sin desgracia. Triunfador.
Y cuando el joven que había caído cruzó la meta de último, fue el más aclamado por la multitud por no rendirse y terminar la carrera. Casi parecía que fuera él quien había ganado la carrera. Lo esperaban los brazos gozosos de su padre que lo recibieron como a un campeón.
- No lo hice muy bien -dijo el joven con tristeza.
-Para mí, tú ganaste -le dijo el padre- Te levantaste cada vez que caíste y seguiste corriendo sin rendirte.
Vivir es luchar. Sé constante y vencerás. Para ganar hay que saber perder y seguir intentándolo. La gloria más grande no consiste en no caer, sino en levantarse cada vez que uno cae. Las dificultades forjan el corazón. Los problemas pue­den ser extraordinarios retos para superarse. Podemos convertir al error en una maravillosa oportunidad de crecimiento.
Enseña a tus alumnos a ser constantes en el esfuerzo, a ven­cerse y dominarse, a forjar su voluntad y corazón. La actual cultura hedonista y de consumo está haciendo de nuestros jóvenes una masa amorfa y sin voluntad, incapaces del menor sacrificio, drogados por los cantos de sirena de una publicidad que sólo los considera como potenciales compradores.
Los jóvenes deben entender que el estudiar supone esfuerzo sostenido, que las metas importantes exigen mucho trabajo, tesón, voluntad firme, vencimiento. Napoleón decía que la victoria le perte­necía al que más perseveraba, y Bolívar escribió: «El arte de vencer se aprende de las dificultades».
Con frecuencia, los grandes hombres levantaron su éxito de las cenizas de sus derrotas que nunca aceptaron que fueran definiti­vas. El extraordinario actor y bailarín Fred Astaire tenía pegado en la chimenea de su mansión de Beverly Hills el informe del director cuando actuó por primera vez: « ¡No tiene la menor idea de actua­ción! ¡Poco audaz! Tal vez, con mucho esfuerzo, pueda llegar a bai­lar un poco». Darwin escribió en su autobiografía: «Todos mis profe­sores y mi padre me consideraban un muchacho común, por debajo del nivel intelectual». El director de un diario despidió a Walt Disney por falta de ideas. El propio Walt Disney quebró varias veces antes de construir Disneylandia. Los maestros de Thomas Edison decían que era demasiado tonto para aprender. El propio Edison hizo casi 10.000 ensayos hasta encontrar el filamento que trajo la luz eléctri­ca. Albert Einstein no habló hasta los cuatro años y no leyó hasta los siete. Su maestra lo describió como «mentalmente lento, insociable y encerrado siempre en sueños tontos». Lo expulsaron del colegio y no lo dejaron ingresar en la Escuela Politécnica de Zurich. Louis Pasteur fue un alumno mediocre y ocupaba el puesto número quince sobre veintidós. El padre del escultor Rodin decía: «Tengo un hijo idiota». Descrito como el peor alumno de la escuela, Rodin fracasó tres veces en su intento por ingresar en la escuela de Bellas Artes. Su tío decía que era ineducable. León Tolstoi, el autor de la extraordina­ria novela Guerra y Paz abandonó el colegio y era considerado «sin capacidad ni voluntad para aprender». Babe Ruth, considerado por algunos el mejor beisbolista de todos los tiempos, si bien batió el récord de carreras, también tiene el récord de lanzamientos fallados. Winston Churchill no aprobó sexto grado. Llegó a Primer Ministro a los 62 años después de una vida de derrotas y reveses. Dieciocho editores rechazaron los originales de Juan Salvador Gaviota, el bestseller de Richard Bach. Quince editores rechazaron también la primera gran obra de Julio Verne Cinco semanas en globo.

Recuperado para fines educativos del libro:
Educar Valores y el Valor de Educar. Parábolas
Autor: Antonio Pérez Esclarin