La Taza de Te - Educar Valores y el Valor de Educar. Parábolas

Parabolas e Ilustraciones para Educar en Valores

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En cierta ocasión, un sabio japonés recibió la visita de un profesor universitario que quería averiguar a qué se debía que ese hombre sencillo, sin postgrados ni títulos especiales, tuviera tanta fama.
El sabio le invitó a tomar el té, sirvió la taza de su huésped y, cuando estuvo llena, siguió echando con una expresión serena y bondadosa. El profesor miraba desconcertado cómo se desbordaba el te de la taza llena, y no podía explicarse una actitud que, más que sabiduría, demostraba una soberana estupidez.
-¡Está ya llena! ¡No le cabe más! -gritó el profesor sin poderse contener.
-Como esta taza -dijo el sabio imperturbable- tú estás lleno de tu cultura, de tus opiniones, de tus títulos. Así es imposible que te enseñe nada.
El comienzo de la verdadera sabiduría consiste en recono­cer nuestra ignorancia y en tener ganas de salir de ella, ganas de aprender. Sólo los ignorantes creen que saben mu­cho, pues la auténtica sabiduría descansa siempre sobre bases de humildad. «Sólo sé que no sé nada», repetía Sócrates, un hombre que estando en la cárcel esperando su ajusticiamiento, oyó que un compañero cantaba un poema que él nunca había oído. Sócrates le pidió con entusiasmo que se lo enseñara. «¿Para qué lo quieres apren­der si vas a morir?», le preguntó el cantor. «Para morir sabiendo una cosa más», le contestó Sócrates.
Freinet nos repite que, por mucho que uno se esfuerce, es imposible hacer beber a un caballo que no tiene sed. El verdadero campesino, que conoce a su caballo, lo pondrá a trabajar o lo sacará a pasear y, cuando esté sediento, el propio caballo buscará el agua. Del mismo modo, el genuino maestro propondrá a sus alumnos ac­tividades que desarrollen su sed de sabiduría y entonces ellos mismos buscarán el agua fresca y clara de los nuevos aprendizajes.
En su obra póstuma. El primer hombre, el escritor francés Albert Camus, recuerda a sus maestros y los compara a los cebadores de gansos que preparan sus alimentos y se los hacen tragar por las buenas o por las malas.. Para ello, en el caso de los alumnos, están las amenazas, los exámenes, las notas... Los alumnos no tienen otro remedio que embutirse la comida que les arrojan los maestros, aun­que no sientan la menor hambre de ella. Pero Camus añade que él tuvo un maestro especial, distinto, el Sr. Germain, «que alimentaba en ellos el hambre de descubrir».
El genuino maestro, más que impartir y exigir la memoriza­ción de paquetes de conocimientos muertos, es capaz de despertar en sus alumnos el hambre de aprender, de descubrir, de estar en búsqueda permanente del saber. Ello sólo es posible, si el propio maestro tiene hambre de aprender, se reconoce limitado e ignoran­te, no ha perdido la capacidad de asombro.
Nos lo dijo ya Einstein: «Quien ha perdido la capacidad de asombro, está muerto en vida».

Recuperado para fines educativos del libro:
Educar Valores y el Valor de Educar. Parábolas
Autor: Antonio Pérez Esclarin