El papagayo de colores - Parabolas e Historias para Educar en Valores

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Pablo soñaba con que su papagayo fuera el más hermoso de todos. Y durante muchas tardes, a la salida de la escuela, lo fue construyendo con sus manos hábiles que seguían los diseños que le señalaba el corazón. Y allí estaba: grande, bello, con todos los colores del arcoíris, como una multicolor bandera de alegría ansiosa de agitarse y mecerse en los brazos del viento.
Y llegó el día anhelado en que todos los alumnos del salón, como lo había prometido su maestra, volarían sus papagayos en el parque. Avanzaban felices, cada niño con su papagayo, en un colorido desfile de ilusiones. Había papagayos de todas las formas y tamaños. Pero el que más llamaba la atención era el de Pablo. Casi parecía el padre de todos.
Y comenzó en el parque la fiesta de colorido y vuelos. El cielo se fue cubriendo de pájaros de papel que subían empujados por los gritos de los niños: "Suelta el pabilo, hálalo, así, sube, sube..." La tarde era río de alegría y risas...
Al papagayo de Pablo le costaba subir por su enorme tamaño. Lo hacía lentamente, pero con seguridad...
Cuando los papagayos andaban correteando felices por el cielo, empezó a soplar un viento fuerte que trajo unos negros nubarrones, en los que galopaba implacable la tormenta. Los niños se pusieron nerviosos y empezaron a recoger sus papagayos temerosos de que el viento se los destrozara. Las ilusiones y alegrías de antes se fueron cambiando en gritos de angustia: "bájalo, hala, hala, rápido, cuidado, recógelo ya". Las ágiles manos de Pablo multiplicaban las más atrevidas maniobras para que su papagayo cubriera y protegiera a los demás: "No importa que el mío se rompa -pensaba- pero no voy a dejar morir la ilusión de los demás", y luchaba con pericia para que las fuertes alas de su papagayo cubrieran a los más pequeños. "Ven, chamo, bájalo debajo del mío, él lo protegerá". Y todos los papagayos buscaron su seguridad en las alas protectoras del papagayo de Pablo.
Cuando llegaron abajo, todos se habían salvado. Sólo el papagayo de Pablo tenía destrozadas las alas. Pero los ojos de Pablo brillaban con una alegría luminosa.
(Versión libre de un texto de Eva Nistal)
Ser maestro es llenar el cielo de vuelos multicolores, espolear fantasías, estar siempre dispuesto a proteger con las propias alas, y aun a costa de la propia vida, los sueños, ilusiones y vuelos de los alumnos. Educar es sembrar esperanzas, sacudir miedos y rutinas , animar y ayudar a levantar las vidas del suelo rastrero y de una existencia sin sueños ni horizontes.
Los jóvenes necesitan metas e ideales, algo que dé sentido a sus vidas, por lo que merezca la pena esforzarse y luchar, que los levante de la inercia
existencial y del aburrimiento profundo y lleno de ruidos que carcome sus vidas:

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Un monarca, misteriosamente enfermo, no logra curarse. En torno a él, va muriendo lentamente todo su reino: se deshace y derrumba el palacio en que habita, se marchitan los jardines, languidecen los ríos y se secan las fuentes, mueren los animales, agonizan de tedio y aburrimiento las personas...
Nadie logra curar al rey de tan extraña enfermedad y fracasan todos los sabios y los médicos del reino y también los que llegan desde países lejanos con la intención de devolverle la salud al rey.
Un día, llega un joven desconocido, Parsifal, que avanza con decisión hasta donde se encuentra postrado el rey, se salta el protocolo y el ceremonial de la corte y, sin hacer referencia alguna a las causas de la enfermedad del monarca y del reino, lanza vigoroso la pregunta clave:
-¿Dónde está el Santo Grial?
La deslumbrante sorpresa de esta pregunta ilumina la salud del rey, que se incorpora sano de su lecho de tedio y de dolor para emprender la búsqueda del Santo Grial , reanima plantas y animales, hace correr las fuentes y los ríos, restaura milagrosamente el castillo, aviva los rostros y corazones de las gentes con destellos de ilusión.

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La leyenda del Santo Grial atraviesa toda la Edad Media e impregna con un tinte religioso las hazañas de los caballeros.
Según la tradición, el Santo Grial era la copa que utilizó Jesús en la última cena y que guardó José de Arimatea. En ella recogió también la sangre y agua que salió del costado de Cristo cuando en el calvario, y para verificar su muerte, el soldado romano Longinos le clavó su lanza. La tradición cuenta que durante un tiempo la Virgen guardó la copa, y que luego se la dio a Pedro quien la llevó a Roma. Cuando los cristianos fueron perseguidos por los emperadores romanos, el diácono Lorenzo la envió a España donde estuvo oculta por un tiempo en el monasterio de San Juan de La Peña. Varias veces fue robada y reconquistada por los caballeros del Santo Grial y de este modo, la búsqueda del Santo Grial simbolizó en la Edad Media una empresa que llenaba la vida de sentido.

Recuperado del libro:
Para Educar Valores. Nuevas Parábolas
Autor: Antonio Pérez Esclarin