Buda : Su vida y logros.


Buda: Siddharta Gautama

Hechos históricos y tradiciones fabulosas se han entretejido siempre en la fascinante biografía del fundador del Budismo.
A lo largo de los siglos, se ha representado la imagen de Buda tantas veces que incluso en Occidente su efigie resulta tan familiar como cualquier otro objeto artístico. Solemos verle sentado sobre sus piernas en actitud meditativa, con una protuberancia más o menos saliente en la cúspide del cráneo y un lunar piloso entre las cejas, cubierto por un vaporoso manto sacerdotal y aureolado su rostro por una serenidad y una dulzura entrañables. Hay algo, sin embargo, que sorprende a veces: para ser un asceta que ha renunciado a los placeres del mundo y que conoce a fondo las miserias humanas, en ciertas representaciones parece excesivamente bien alimentado y demasiado satisfecho.

Buda en una de sus primeras representaciones
en la antigua región de Gandhara (siglos I-II)
Es creencia común considerar que los santos llevaban una vida eremítica de lucha y sacrificio en busca de la paz interior, y así era, efectivamente, en la India que Buda conoció, unos quinientos años antes de Cristo. La idea de la purificación a través del sufrimiento era usual entre hombres ya maduros o ancianos, horrorizados y confusos ante la perversidad de sus contemporáneos. Con frecuencia, abandonaban a sus familias y se refugiaban en las montañas, cubiertos de harapos y con un cuenco de madera como única posesión, que usaban para mendigar comida. Antes de convertirse en Buda, que significa "el Iluminado", Siddharta Gautama también practicó estas disciplinas corporales abnegadamente, pero no tardó en comprobar que eran inútiles.

Una vida de príncipe

Siddharta Gautama nació probablemente en el año 558 antes de Cristo en Kapilavastu, ciudad amurallada del reino de Sakya situada en la región meridional del Himalaya, en la India. Conocido también con el nombre de Sakyamuni ("el sabio de Sakya"), Siddharta era hijo de Suddhodana, rey de Sakya, y de la reina Maya, que procedía de una poderosa familia del reino. Según la tradición, Siddharta nació en los jardines de Lumbini, cuando su madre se dirigía a visitar a su propia familia. La reina Maya murió a los siete días de haber dado a luz y el recién nacido fue criado por su tía materna Mahaprajapati.

El nacimiento de Buda
Siddharta creció rodeado de lujo: tenía tres palacios, uno de invierno, otro de verano y un tercero para la estación de las lluvias. En ellos disfrutaba de la presencia de numerosas doncellas, bailarinas y músicos; vestía ropa interior de seda y un criado le acompañaba con un parasol. Se le describe como un muchacho de constitución esbelta, muy delicado y con una esmerada educación. De sus años de estudio, posiblemente dirigidos por dos brahamanes, sólo se sabe que asombró a sus maestros por sus rápidos progresos, tanto en letras como en matemáticas. Mucho se ha hablado del carácter sensible de Buda; pero siendo hijo de un rey y aspirante al trono, debió de ser educado también en las artes marciales y en todas aquellas disciplinas necesarias para un monarca. Con todo, el reino de Sakya apenas si era un principado del reino de Kosala, del que dependía.
Siddharta se casó con su prima Yasodhara cuando tenía alrededor de dieciséis años, según algunas fuentes, o diecinueve o acaso más, según otras. En algunas leyendas se dice que la conquistó en una prueba de armas luchando contra varios rivales. Nada se sabe de este matrimonio, excepto que tuvo un hijo llamado Rahula que se convertiría muchos años después en uno de sus principales discípulos. El hecho de tener un hijo varón como continuador de la dinastía le habría facilitado la renuncia a sus derechos y su consagración a la vida religiosa.
La vida de Siddharta transcurría la mayor parte del tiempo en el palacio real, bajo la protección paterna. Según la tradición, durante sus salidas furtivas a la ciudad, en que era acompañado por un cochero, se produjeron los llamados «cuatro encuentros». En cierta ocasión que salía por la puerta oriental del palacio, se encontró con un anciano; en otra ocasión que salió por la puerta meridional, vio a un enfermo; cuando lo hizo por la puerta occidental, vio un cadáver, y otro día, al cruzar la puerta septentrional, se encontró con un religioso mendicante. La vejez, la enfermedad y la muerte indicaban el sufrimiento inherente a la vida humana; el religioso, la necesidad de hallarle un sentido. Ello le llevaría a dejar atrás los muros del palacio en el que se había desarrollado la mayor parte de su vida.

Los cuatro encuentros
A los veintinueve años, Siddharta abandonó a su familia. Lo hizo de noche, montado en su corcel Kanthaka y en compañía de su criado Chantaka. Su meta era Magadha, estado floreciente del sur, donde se estaban produciendo cambios culturales y filosóficos. Es posible que también eligiera ese reino, a unos diez días de camino desde Kapilavastu, para evitar la posibilidad de que su padre exigiera que fuese repatriado. Una vez recorrido parte del camino, se cortó los cabellos, se despojó de sus joyas y aderezos y los entregó a su criado para que, de vuelta a casa, los devolviera a su familia, con el mensaje de que no regresaría hasta haber alcanzado la iluminación. El resto del camino lo hizo como mendicante, práctica, por otra parte, muy bien considerada en la India de la época. También era habitual que hombres ya maduros y con inclinaciones filosóficas se adentraran en el bosque para buscar la verdad. Lo singular fue que él lo hiciera a edad tan temprana.

En busca del sentido

Una vez en Rajagaha, capital de Magadha, el joven mendicante llamó la atención del poderoso rey Bimbisara. El rey, acompañado por su séquito, fue a visitarle al monte Pandava, donde practicaba la meditación y el ascetismo. Según cuenta la tradición, el monarca le ofreció cuantas riquezas deseara a cambio de que aceptara ponerse al mando de sus batallones de elefantes y de sus tropas de élite. Siddharta informó al rey de su origen noble y del propósito de su estancia en Rajagaha. El rey Bimbisara no reiteró la propuesta; le rogó únicamente ser el primero de conocer la verdad alcanzada si llegaba a la iluminación.
Siddharta siguió las enseñanzas de dos maestros de yoga, Alara Kalama y Uddaka Ramaputa. El primero, al que seguían trescientos discípulos, había alcanzado la fase «en que nada existe»; se cree que su ermita estaba en Vaishi. Siddharta alcanzó muy pronto ese mismo estadio y se persuadió de la insuficiencia de estas enseñanzas para liberar a la humanidad de sus sufrimientos. Uddaka Ramaputa tenía seiscientos discípulos y vivía cerca de Rajagaha. Sus enseñanzas tampoco colmaron los afanes de Siddharta.
Partió entonces para Sena, una aldea junto al río Nairanjana, lugar de encuentro de ascetas. Estas prácticas estaban perfectamente reglamentadas: incluían el control de la mente, la suspensión de la respiración, el ayuno total y una dieta muy severa, disciplinas todas ellas penosas y dolorosas. Por los relatos se sabe que Siddharta no se arredró ante su dureza y que, en alguna ocasión, quienes le rodeaban creían que había muerto. En aquellos tiempos los alumnos avanzados practicaban ayunos de hasta dos meses, y se sabe que nueve discípulos de Nigantha Nataputta, fundador del jainismo, se dejaron morir de hambre para alcanzar la liberación final.
Tras años de austeridades y mortificaciones que no le procuraron la iluminación, Siddharta resolvió abandonar el ascetismo, recibiendo, por el paso dado, las críticas de sus cinco compañeros. Para empezar, se bañó en el río Nairanjana para librarse de la suciedad que había acumulado en el curso del largo proceso seguido. Al parecer, se hallaba tan débil que apenas pudo salir del agua. Recobró las fuerzas gracias a la comida que le ofreció una muchacha llamada Sajata. Según diversas leyendas, esta joven era hija del jefe de la aldea de Sena; el alimento que le dio al asceta era una sopa de arroz hervido en leche. Poco tiempo después, ya restablecido, Siddharta alcanzaría la iluminación.

La iluminación

Según todos los indicios, esto habría ocurrido en la ciudad de Gaya, cerca de Sena. Más tarde se llamaría a esta ciudad BodhGaya, y en ella se levantaría un templo en honor de Buda. Siddharta pasaba largas horas de meditación a la sombra de una higuera sagrada que más tarde sería bautizada con el nombre de Bodhi o «Árbol de la Iluminación». Según las leyendas, Gautama se sentó un día bajo la higuera y dijo: "No me moveré de aquí hasta que sepa." El malvado dios Mara, comprendiendo la gravedad y el peligro que encerraba tal desafío, le envió una cascada de tentaciones, la más importante en forma de un trío de libidinosas odaliscas que agitaron histéricamente sus vientres ante la cabeza inclinada de Siddharta; cuando éste levantó sus ojos hacia ellas, el fulgor de su mirada las convirtió en torpes ancianas de repugnante apariencia.

Las tentaciones de Mara
Al caer la noche entró en trance, y la luz acudió en su auxilio, permitiéndole ver con radiante claridad toda la intrincada cadena de las causas y los efectos que regulan la vida, y el camino para alcanzar la salvación y la gloria. En la llamada primera vigilia de la noche le fue otorgado el conocimiento de sus existencias anteriores. En la segunda fue provisto del tercer ojo o visión divina. Al despuntar el alba penetró en el saber omnisciente y el entero sistema de los diez mil mundos quedó iluminado. Despertó embriagado de saber.
Siddharta había comprendido que los sufrimientos humanos están íntimamente ligados a la naturaleza de la existencia, al hecho de nacer, y que para escapar a la rueda de las reencarnaciones era necesario superar la ignorancia y prescindir de pasiones y deseos. La caridad era una forma de desear la salvación de todos los hombres y la de uno mismo.
En los primeros momentos tuvo sus dudas acerca de si debía predicar la verdad que había alcanzado. Su primer sermón tuvo lugar al cabo de un mes en Sarnath, cerca de Benarés, donde residían sus cinco antiguos compañeros. Al parecer, éstos le recibieron muy fríamente, y Siddharta les reprendió por las maneras que tenían de dirigirse a un iluminado. Finalmente, los cinco formaron el núcleo inicial de una secta que, dada la sencillez del nuevo mensaje, creció con rapidez. El discípulo número seis fue Yasa, hijo de un rico comerciante de Benarés; insatisfecho con su vida sensual y de lujos, su vida presentaba cierto paralelismo con la del propio Siddharta. A través de Yasa se convirtió toda su familia.

Predicación de Buda
Cuando consideró que sus discípulos estaban convenientemente preparados, los mandó a predicar la nueva verdad por toda la India. Debían ir solos, y Siddharta regresó a Uruvela. Entre sus seguidores más importantes e influyentes se encontraba el rey Bimbisara, que donó a Buda y a sus seguidores una parcela de tierra (el «Bosque de Bambúes») para que les sirviera de refugio. Sin embargo, los discípulos pasaban la mayor parte del tiempo mendigando y predicando, y sólo regresaban a la finca durante la estación lluviosa.
Buda continuó predicando durante cuarenta y cinco años. Visitó varias veces su ciudad natal y recorrió el valle del Ganges, levantándose cada día al amanecer y recorriendo entre veinticinco y treinta kilómetros por jornada, enseñando generosamente a todos los hombres sin esperar recompensa ni distinción alguna. No era un agitador y jamás fue molestado ni por los brahmanes, a los que se oponía, ni por gobernante alguno. Las gentes, atraídas por su fama y persuadidas de su santidad, salían a recibirle, se agolpaban a su paso y sembraban su camino de flores.

El atentado de Devadatta
Una de las conversiones que más fama le procuró fue la de su primo Devadatta, hombre ambicioso que le detestaba tanto como para urdir un plan que acabara con su vida. Confabulado con unos cuantos secuaces, y sabiendo que Buda atravesaría un desfiladero, se apostó en lo alto del mismo junto a un peñasco medio desprendido; en el momento preciso en que Buda transitaba por debajo, la gran piedra fue movida y cayó con estrépito; se oyeron gritos y se temió por la vida del maestro, pero Buda emergió indemne de la polvareda, con su sonrisa beatífica en los labios.
En los últimos años de su vida, Siddharta sufrió duros reveses. El rey Bimbisara fue destronado por su propio hijo y el trono de los sakyas fue usurpado por Vidudabha, hijo del rey Pasenadi, protector también del budismo. Parece que intentaba retornar a su ciudad natal cuando le sobrevino la muerte. Tenía ochenta y un años de edad y se encontraba muy débil, pero siguió predicando su doctrina hasta los últimos momentos. Por las descripciones hechas de la enfermedad infecciosa que contrajo, se cree que la causa última de su muerte, acaecida en la ciudad de Kusinagara, pudo ser una disentería. Su cuerpo fue incinerado a los siete días de haber fallecido y sus cenizas repartidas entre sus seguidores.
El ascetismo de Buda provenía de las antiguas religiones, pero es evidente que su propósito no era tranquilizar a sus semejantes presentándoles una nueva deidad o renovando ritos anteriores, sino hacer a cada uno consciente de su radical soledad y enseñarle a luchar contra los males de la existencia. Al sustituir las liturgias y sacrificios por la contemplación del mundo, Buda otorgó una importancia suprema a algo muy parecido a la oración individual y privada, valorando por encima de todo la meditación, ensalzando el recogimiento y situando el corazón del hombre en el centro del Universo.
Otra de las causas de su éxito fue, sin duda, su asombrosa tolerancia. No existe ningún dogma budista y, por lo tanto, ningún budista es perseguido por hereje. Al volver la vista atrás, entre siglos preñados de violencia y fanatismo, lo que más sorprende de Buda es el sereno llamamiento que hace a la razón y a la experiencia de cada hombre: "No creas en cualquier cosa porque te enseñen el testimonio escrito de un viejo sabio. No creas en cualquier cosa porque provenga de la autoridad de maestros y sacerdotes. Cualquier cosa que esté de acuerdo con tus propias experiencias y que después de una ardua investigación se manifieste de acuerdo con tu razón, y conduzca a tu propio bien y al de todas las cosas vivientes, acéptala como la verdad y vive de acuerdo a ello."

Cronología de Buda

558 a.C.Probable año de su nacimiento en Kapilavastu (Nepal). Hijo de Suddhodana, rey de Sakya, su madre fallece a los pocos días de nacer y es criado por su tía materna Mahaprajapati.
542 a.C.Contrae matrimonio con su prima Yasodhara, con la que tendrá un hijo, Rahula. Lleva una vida lujosa en palacio.
529 a.C.Los llamados «cuatro encuentros» le revelan el dolor de la existencia y le impulsan a la vida ascética. Abandona a su familia, renuncia a sus responsabilidades como príncipe y se traslada Rajagaha, capital de Magadha, donde conoce al rey Bimbisara.
529-523 a.C.Sigue las enseñanzas de los maestros de yoga Alara Kalama y Uddaka Ramaputa. Insatisfecho, se traslada a Sena, donde se entrega inútilmente a rigurosas prácticas ascéticas.
523 a.C.Abandona el ascetismo y se repone de sus excesos. Tras larga meditación al pie de una higuera, cerca de la ciudad de Gaya, alcanza la iluminación. En Sarnath, cerca de Benarés, pronuncia ante cinco antiguos compañeros su primera prédica sobre las Cuatro Verdades Nobles. Con al protección del rey Bimbisara, dedicará a la predicación itinerante el resto de su vida.
485 a.C.Intento de asesinato de su primo Devadatta, que acaba convirtiéndose.
477 a.C.Probable año de su fallecimiento en Kusinagara.

Buda: Una nueva filosofía

Una nueva filosofía

La naturaleza de las doctrinas de Buda manifiesta, en primer lugar, una extraordinaria e independiente capacidad especulativa. A partir de una posición tradicional y ortodoxa, en su sistema se aprecia cómo se van deshojando y destruyendo las bases de esas posturas tradicionales con la fuerza del raciocinio, y se forja un sistema religioso en el que no figura divinidad alguna: algo sin duda anómalo y herético en un ambiente como el indio, tan invadido por el sentimiento de lo divino. Buda vivió en una fase de la ideología indostánica durante la cual, y debido a nuevas concepciones doctrinales (la primera de ellas la creencia en la trasmigración), la antigua religión védica, con su culto a las divinidades y la exaltación del sacrificio como acto meritorio y omnipotente en sus efectos, había perdido todo valor, por cuanto la única realidad inexorable, pavorosa y terrible capaz de asustar al hombre era el eterno morir y renacer a través de una interminable sucesión de existencias, más o menos afortunadas según los méritos o deméritos adquiridos, pero siempre efímeras, pasajeras y acabadas todas ellas con el dolor que acompaña a la muerte.

Buda
La interrupción del ciclo de las reencarnaciones y la evasión definitiva del océano infinito de las vidas mortales constituían el fin último anhelado por toda criatura viviente, la felicidad suprema y eterna, diversamente concebida por las distintas especulaciones desarrolladas en el período de intensa y fecunda investigación filosófica y religiosa que precedió y acompañó la aparición del budismo. Pero incluso en la historia de la India aparece Buda como una figura excepcional, y no sólo por su realidad histórica (en contraste con las formas meramente legendarias bajo las que la tradición cultural indígena presentaba a fundadores religiosos, filósofos y autores eminentes de todos los tiempos), sino también debido a las particularidades que caracterizan (diferenciándolo de otros movimientos espirituales coetáneos) su camino hacia la iluminación.
La penitencia, y las mortificaciones y sufrimientos corporales consiguientes, eran ya entonces un método muy empleado por los sabios de la India. Buda lo experimentó también, pero sin éxito; por esta razón, lo abandonó muy pronto y reconoció con realista intuición los vínculos indisolubles existentes entre el vigor y las facultades del espíritu y del intelecto y la salud y la fuerza material del organismo corpóreo. Una vez logrado el perfecto equilibrio y la justa correlación entre la energía intelectual y la de carácter físico, Buda empezó a caminar en pos de la verdad, que se le reveló, finalmente, una noche, mientras estaba meditando profundamente al pie de una higuera.
En la base de toda la estructura doctrinal budista figura una concepción desolada y pesimista de la existencia: las alegrías de la juventud, la salud y la vida son efímeras, por cuanto la vejez, la enfermedad y la muerte se ciernen sobre las primeras de manera inexorable. Cualquier existencia aparece dominada por el dolor, que subsiste eternamente en la continua peregrinación de una a otra vida. Por ello, la aniquilación del dolor sólo puede obtenerse con la del deseo ("nirvana"); la ignorancia y el afán de placeres, o sea el apego a la existencia, provocan la reencarnación.

Icono de Buda en Twang, India
El criterio de Buda sobre el misterio que rodea al hombre se halla resumido en las memorables palabras que parece haber pronunciado la noche de la iluminación : "He recorrido el ciclo de muchas vidas buscando sin descanso el constructor de la casa (es decir, la causa de la reencarnación): constructor de la casa, has sido descubierto; no elevarás ya ningún otro edificio, porque tus vigas están rotas y destruido el techo de la casa. El corazón, ya libre, ha extinguido cualquier deseo".
El testamento espiritual comprendido en las breves y solemnes recomendaciones dirigidas por Buda, moribundo, a sus discípulos, constituye una conmovedora y al mismo tiempo realista síntesis de todas sus enseñanzas. Las últimas palabras suponen un aliento a una tranquila resignación en pos de la indiferencia y a una ferviente actividad en el camino de la liberación: "Yo os exhorto, pues, mis discípulos: cuanto existe se halla sujeto a la muerte; atended a vuestra salvación". La persona de Buda, tan amada por sus seguidores, no era en aquellos momentos sino una tenue sombra; los vivos rasgos humanos a los que tales vínculos de afecto y devoción les unían iban extinguiéndose ya para siempre. Explícitamente lo atestigua el maestro en el supremo tránsito a los fieles que, afligidos y llorosos, tenía junto a sí, al pedir conscientemente a la posteridad ignorancia y olvido de su propia persona. Como única herencia, dejaba su doctrina de salvación.

La doctrina de Buda

La doctrina de Buda se transmitió primero de forma oral, y luego se recogió en una inmensa producción literaria escrita en diversas lenguas indias (sánscrito, pali, pracrito) y extraindias (tibetano, chino, tocarico). En todo caso, esos escritos no fueron compilados hasta el siglo I a.C., e incluyen textos de distintos géneros: prédicas, diálogos, máximas o poemas. De entre las numerosas escrituras canónicas, poseemos íntegramente el llamado Canon Pali o Tipitaka (tres cestos o canastas). Pitaka es una palabra pali que significa cesto; en ellos se guardaban los libros o textos, como se hace aún hoy día en los templos tibetanos. El Tipitaka comprende el Vinaya Pitaka o Cesto de la disciplina (escritos que se refieren a la comunidad de los monjes), el Sutra Pitaka o Cesto de los sermones o discursos (enseñanzas en forma de diálogo) y el Abhidhamma Pitaka o Cesto de la doctrina superior (tratados filosóficos y escolásticos).

Buda reclinado del templo de Gal Vihara
en Sri Lanka (siglo XII)
La doctrina de Buda se resume en las llamadas Cuatro Verdades Nobles. La primera alude al dukkha (literalmente, "sufrimiento") y afirma que la vida es sufrimiento. Este aserto no significa que en la vida predominen los dolores frente a los placeres, sino que la existencia humana es dolorosa por naturaleza desde el nacimiento hasta la muerte. En realidad, el sufrimiento ni siquiera se extingue al morir, ya que, de acuerdo con las enseñanzas del hinduismo, la muerte es simplemente el paso previo a una nueva reencarnación. El concepto es más fácil de comprender si en lugar de "sufrimiento" utilizamos un término como "insatisfacción": aunque depare satisfacciones, la vida humana es esencialmente insatisfactoria.
Según la segunda noble verdad, la causa del sufrimiento es el tanha. Literalmente, tanha significa "sed" y es una obvia designación metafórica del deseo. El deseo provoca el sufrimiento, y ello se debe a que el hombre, al ignorar la verdadera naturaleza de la realidad, siente ansiedad y codicia y se apega a las cosas materiales. El ser humano desea algo permanente, ignorante de que en el mundo no existe la permanencia.
Existe, sin embargo, una posibilidad de escapar al sufrimiento. La tercera verdad noble afirma simplemente esto, la existencia de un nirodha ("final"). Es posible conseguir la anulación del deseo y con ello poner fin al sufrimiento; para ello, el hombre debe superar su ignorancia e ir más allá de las ataduras mundanas.
La cuarta noble verdad, por último, establece que existe un marga o camino para acabar con el sufrimiento. Tal camino es conocido como la Óctuple Senda o Camino de las Ocho Etapas, y exige tener una adecuada visión de las cosas, buenas intenciones, un modo de expresión correcto, realizar buenas acciones, llevar un estilo de vida adecuado, esforzarse de forma positiva, tener buenos pensamientos y dedicarse de forma conveniente a la contemplación. Planteados como preceptos, podrían enumerarse como rectitud de visión, rectitud de intención, rectitud de palabra, rectitud de acción, rectitud de vida, rectitud de esfuerzo, rectitud de pensamiento y rectitud en la meditación. Generalmente, estos ocho puntos se agrupan en tres categorías: conducta ética (sila), disciplina mental (samadhi) y sabiduría (prajna).

Monjes budistas en un templo de Laos
Estas Cuatro Verdades Nobles son de hecho el corolario de toda una filosofía que parte de un análisis de la existencia humana. El ser humano es la integración de un conjunto de cinco realidades o skandhas: el cuerpo material, los sentimientos, las percepciones, la predisposición ante las cosas (es decir, las tendencias kármicas) y la conciencia. Cada persona es simplemente una combinación efímera de estos cinco aspectos, que a su vez están sometidos a cambios constantes. Ninguna de estos aspectos se mantiene idéntico en dos momentos sucesivos.
De ahí que el budismo niegue que este conjunto de cinco realidades, tomadas individual o conjuntamente, pueda ser considerado como una alma (atmán), es decir, como una entidad permanente e independiente de su entorno. Es, pues, erróneo concebir que exista alguna unidad permanente que sea un elemento constitutivo del hombre. Buda sostuvo que es precisamente la creencia en un supuesto yo permanente lo que provoca que el ser humano sea egoísta, parezca ansiedad y, por lo tanto, sufra. Este yo, desde nuestro nacimiento, ha sido adscrito a un nombre, una casa, una familia, una religión, una cultura; ha sido cargado con un enorme bagaje de pautas sociales y rodeado de objetos y propiedades que intentan detener y congelar la realidad siempre cambiante y sujeta a trasformaciones constantes. Y en nuestra ansia por poseer las cosas, nos aferramos a los placeres y rechazamos el dolor, cuando unos y otros son también transitorios. Esta especie de frustración existencial es nuestro dukkha. Por ello enseñó Buda la doctrina de anatmán o negación de la existencia de un alma permanente. De hecho, los rasgos definitorios de la existencia humana son el anatmán (la ausencia de alma), la anitya (la transitoriedad, el cambio constante, que es común a todo lo existente) y el dukkha (el sufrimiento).
La doctrina de anatmán hizo necesario que Buda reinterpretara el samsara, la creencia hindú en el ciclo de las reencarnaciones. Para ello, Buda desarrolló la idea del origen condicionado de la existencia (pratityasamutpada). Según esta doctrina, existe una cadena de doce causas que muestran cómo el haber sido ignorante en la vida anterior provoca que la persona tienda a desarrollar cierto conjunto de rasgos que determinará la actuación de la mente y los sentidos. El resultado de ese actuar será la ansiedad y el apego a la existencia, y ello conducirá a un nuevo ciclo de nacimiento, vida y muerte. A través de esta cadena de causas, por lo tanto, se vincula cada vida a la siguiente. Se llega así a un fluir de nuevas vidas más que a un existencia permanente que se transfiera de una vida a otra; de hecho, es la creencia en una reencarnación sin trasmigración.

El dios Mara hace girar la rueda de las
reencarnaciones (escultura del siglo XII o XIII)
La doctrina del karma se encuentra estrechamente relacionada con esta particular visión de la reencarnación. El karma se origina en las acciones de la persona y en las consecuencias morales que se desprenden de sus actos. Las acciones determinan la reencarnación posterior: las buenas acciones son recompensadas y las malas son castigadas. El budismo sostiene que no hay placeres inmerecidos ni castigos injustificados, sino que todo es más bien el resultado de una justicia universal. Ahora bien, el proceso kármico actúa por medio de una ley moral natural; es casi como un abstracto principio de causalidad, sin que intervenga en él un sistema de justicia de origen divino. El karma de cada individuo determina aspectos como su apariencia física, su nivel de inteligencia, su longevidad, su salud y su clase social. De acuerdo con las enseñanzas de Buda, y en función de la naturaleza de su karma, el individuo se reencarnará en un ser humano, en un animal, en un fantasma, en un ser infernal o incluso en algún dios de la religión hindú.
El budismo no niega la existencia de dioses, pero tampoco les concede ninguna importancia especial. Aunque su vida en el cielo sea larga y apacible, los dioses están sujetos a las mismas leyes y principios que cualquier otra criatura; pueden morir y reencarnarse en un estado de existencia inferior. Los dioses no crearon el mundo ni influyen en el destino de la humanidad, de modo que rezar o dedicarles ofrendas o sacrificios carece de utilidad. De hecho, de entre las distintas modalidades de reencarnación, se considera que la humana es la mejor, porque los dioses viven tan absortos en sus placeres que olvidan la necesidad de esforzarse para conseguir la redención.
El objetivo final de la Óctuple Senda es lograr liberarse del sufrimiento inherente a la existencia fenoménica. Ello se logra al alcanzar el nirvana, estado de iluminación en el que se extingue el fuego de todos los deseos y se superan la codicia, el odio y la ignorancia. Tal estado no debe confundirse con una aniquilación; una vez ha alcanzado el nirvana, el iluminado puede seguir viviendo y eliminar cualquier residuo de karma que pueda quedar, hasta entrar, en el instante de su muerte, a un último estado de nirvana absoluto, llamado parinirvana. En realidad, el nirvana es un estado de conciencia que no puede describirse con palabras y que está más allá de cualquier definición. Cuando se intenta describir, se incurre en negaciones y paradojas. Buda aludió a él con estas palabras (Udana 8.1): "Hay, monjes, algo sin tierra, ni agua, ni fuego, ni aire, sin espacio ilimitado, sin conciencia ilimitada, sin nada, sin estado de percepción; algo sin este mundo ni otro mundo, sin luna ni sol; esto, monjes, yo no lo llamo ni ir ni venir, ni estar, ni nacer, ni morir; no tiene fundamento, duración o condición. Esto es el fin del sufrimiento."

Templo de Mahathat (Sukhothai, Tailandia)
Sin restar importancia a los demás preceptos de la Óctuple Senda, que funcionan como imprescindibles fundamentos, es preciso subrayar el último de ellos, la meditación, como la ciertamente difícil técnica cuya práctica correcta y continuada permite purificar la mente y ascender en sucesivos estados de conciencia hasta la iluminación. La meditación no es otra cosa que el cultivo de los cuatro fundamentos de la atención: el monje se sienta con las piernas cruzadas, mantiene el cuerpo erguido y su atención alerta y practica la observación del cuerpo, la de la mente, la de las sensaciones y la de los contenidos mentales.
Éste sería un primer paso de la meditación, pero algo aparentemente tan simple implica ya trastocar el funcionamiento de la mente. El meditador debe evitar que la mente se enfoque en el mundo exterior o en las propias fantasías o imágenes mentales para fijarse en la respiración, en las sensaciones o en otros objetos según sea el tipo de meditación que siga. Así se ve inmerso en un mundo sin reacción y sin palabras, alejado y ajeno al abanico perceptual cotidiano que nos atrapa con sus mil facetas ilusorias; y la primera y fundamental ilusión es precisamente la de un yo inmutable. El meditador va tomando conciencia del cambio y fluir que caracterizan la existencia, de la constante y continua sucesión de percepciones y pensamientos, de la imposibilidad de algo permanente.
Cualquier persona puede alcanzar el nirvana, aunque en la práctica se considera que es un objetivo accesible solamente para los miembros de una comunidad monástica, que dedican a ello su vida. En el budismo Theravada, quien alcanza la iluminación tras haber seguido la Óctuple Senda es llamado arhat (aquél que vale mucho). Los que no sean capaces de llegar al objetivo final deben procurar obtener una mejor reencarnación a través del perfeccionamiento de su karma. Normalmente es ésta la aspiración de los budistas laicos, cuyo principal propósito y esperanza es llegar, a través de mejores reencarnaciones, a una vida en la que alcancen la iluminación final.
Extraido con permiso del website: Biografías y Vidas
Biografías de personajes históricos y famosos