Biografía de Julio César : Su vida y logros.
Julio César
La biografía de Julio César tuvo todos los ingredientes
para convertirlo en una figura mítica. César fue un hábil estratega y un
militar valeroso, cuyas victorias permitieron extender el territorio
romano; fue un político sagaz, cuyas medidas populistas le granjearon el
afecto de grandes estratos de la población. De la misma manera, destacó
como un literato excepcional, cuyos escritos, como La guerra de las Galias,
se cuentan entre los más logrados del latín clásico. Las conquistas de
César permitieron que gran parte de Europa adoptase costumbres y modelos
latinos. Igualmente, las medidas que adoptó como jefe del Estado romano
(entre las que se incluían reformas en la legislación agraria y en el
calendario) impulsaron cambios irreversibles en Europa.
Cayo
Julio César nació el 13 de julio del año 100 antes de Cristo (según la
fecha más comúnmente aceptada) en un barrio no muy aristocrático de
Roma, cercano a la actual vía Cavour. Se sabe poco de su infancia,
transcurrida en el seno de una familia patricia, la gens Julia,
que pretendía descender de Eneas (a quien se consideraba hijo de Venus),
y en la cual, en algún momento, se había insertado una rama que agregó
el nombre de César. Los miembros de la familia habían vivido al margen
de la lucha continua por los cargos que permitían hacer carrera pública
hasta llegar al consulado, la aspiración máxima.
La
infancia y la primera juventud eran breves en aquellos tiempos. Desde
los diez años, César fue puesto al cuidado de Marco Antonio Gnifón,
ilustre maestro, especialista en literatura griega y romana, para que se
ocupase de su educación. Aprendió a leer y escribir en la traducción de
la Odisea hecha por Livio Andrónico. Seguramente sus dotes
naturales le permitieron aprovechar al máximo las enseñanzas de su
maestro, de modo que fue perfeccionando su lenguaje y aprendiendo los
rudimentos de la oratoria, fundamentales para una carrera política.
Julio César
Si
bien su familia no había ocupado altos cargos, las inclinaciones del
grupo le volcaban hacia el partido popular. Julia, una hermana del padre
de César, se había casado con Cayo Mario, plebeyo de origen pero hombre
muy poderoso por su capacidad militar. La familia ingresó,
probablemente a través de Mario, en los círculos del partido popular. El
padre de César no pudo sino acceder al segundo cargo de mayor
importancia del Estado, la pretura. Ostentaba dicho cargo cuando su
hijo, de quince años, debió asistir a la ceremonia por la que se
abandonaban las vestiduras infantiles orladas de púrpura y se recibía la
toga viril.
A los quince años, en aquel 85 en el que
moriría su padre, César era un hombre. Inmediatamente tomó por esposa a
Cornelia, hija de Cinna, uno de los dirigentes máximos (junto con Cayo
Mario) del partido popular y hombre todopoderoso en Roma. Con esta
decisión, la gens Julia terminó por asociarse en forma definitiva
con los intereses del pueblo, enfrentándose al corrompido patriciado
romano. Todo esto debió de resultar algo duro para César, que era un
joven que llevaba una vida libre de prejuicios, liberado ya de la
rigidez de su maestro e inclinado hacia todo tipo de lecturas, incluido
el teatro.
Para casarse con Cornelia tuvo que romper
un compromiso anterior, lo que provocó tensiones en el seno de la
familia. César tuvo con ella una hija, Julia, a la que estuvo vinculado
toda su vida y por la que siempre sintió un profundo afecto, a pesar de
que su relación matrimonial con Cornelia fue casi circunstancial. Al
iniciarse su vida matrimonial, César debió de ingresar en el círculo de
hombres importantes de los que se rodeó su tía Julia, viuda ya de Mario.
En esa época fue designado flamen dialis, es decir, sacerdote de Júpiter, el más importante de los dioses romanos.
En
el 82, Sila, que había vencido a Mitrídates, haciéndole retroceder a
las primitivas fronteras de su reino en el Ponto, regresó victorioso a
Roma y, como era habitual, tomó cumplida venganza sobre sus adversarios
«populares»; los asesinó, proscribió el ascenso a cargos públicos de sus
descendientes, incautó sus bienes e instauró una nueva forma de estado,
inaugurando un tipo de dictadura absoluta por tiempo indefinido,
concepto jurídico que César no olvidaría en el futuro. Pero de momento
Sila, que tuvo algunas consideraciones con las familias patricias
inclinadas hacia el populismo, exigió a César que repudiara a Cornelia.
César respondió al mensajero de Sila con un famosa frase: "dile a tu amo
que en César sólo manda César" y optó por el exilio en Asia.
Nada
de esto fue fácil; César fue perseguido y se puso precio a su cabeza.
Tuvo que comprar su libertad a un soldado que le había encontrado, y
finalmente, por ruegos de familiares cercanos al dictador y la
intermediación de sacerdotisas de la diosa Vesta, Sila indultó «al joven
de la toga suelta», epíteto que aludía a la costumbre de César de no
ajustarse el cinturón de su toga, que caía así libremente, según un uso
que entonces se consideraba poco viril. Fue un perdón a regañadientes.
Sila había columbrado el temible porvenir del muchacho cuando afirmó,
según Suetonio, que Caesari multos Marios inesse (en César hay
muchos Marios), queriendo significar con esa frase el peligro que
entrañaba su resuelta personalidad. César, no obstante, no se abrevió a
regresar a Roma y pasó al servicio del propretor Termes, el cual, por
ser César hijo de un miembro del Senado, le confirió el grado de
oficial. Participó así en la toma de Mitilene de Lesbos, ciudad aliada
con Mitrídates, y su comportamiento militar le valió una condecoración.
Termes
decidió entonces enviarlo a la corte de Nicomedes, rey de Bitinia, un
reino en la costa sur del mar Negro y el mar de Mármara, a fin de
afianzar relaciones. Entre Nicomedes y César se trabó una íntima amistad
que fue objeto de rumores, algo muy habitual de la época, por otra
parte. El hecho es que César volvió un par de veces a Bitinia y que, a
la muerte de Nicomedes, el reino sería incorporado a Roma como una
provincia más, pasando todos sus habitantes a ser «clientes» de César.
Éste ya era dictador absoluto de Roma, y aun en las grandes
celebraciones (una curiosa muestra de la libertad de la que algunos
gozaban en la Roma de aquellos días) sus propios soldados cantaban
coplas en las que burlonamente se referían a sus probables relaciones
homosexuales con Nicomedes. Sus enemigos le recordarían a menudo este
oprobioso episodio, llegando a bautizarle con el infamante sobrenombre
de Bithynicam reginam (reina de Bitinia).
El ascenso al poder
Muerto
Sila, César regresó a Roma en el 78. En su corta vida había ya
adquirido bastante experiencia en los negocios públicos y había
ejercitado su capacidad de mando. Sin duda César pensó que la muerte de
Sila le permitiría un rápido progreso entre los populares, pero se
equivocaba. Sila había dejado todo bien atado, y el poder de los
conservadores optimates ("hombres excelentes"), que dominaban el
Senado, detenía al partido popular. Julio César, político nato (y así
hay que entenderlo siempre para comprender el sentido de muchos de sus
actos), se propuso profundizar en la comprensión del laberinto de la
cosa pública. Consideró que su formación aún no había sido completada y
viajó a Rodas para estudiar retórica con Apolonio de Molón, un brillante
y renombrado maestro quien encontró en su discípulo excelentes
cualidades innatas para la elocuencia. Sólo Cicerón, que también había
recibido lecciones de Apolonio, le superó entre sus contemporáneos en el
arte de la oratoria.
El emperador Julio César, de Rubens
En
el viaje fue raptado por los piratas que asolaban el Mediterráneo y que
vivían del rescate que exigían por sus víctimas. La historia ha sido
sin duda exagerada, pero el temor y el respeto que, según se ha
repetido, los piratas llegaron a sentir por él, son ilustrativos de la
arrogancia de César y de su capacidad para fascinar incluso a sus
enemigos. Una vez libre reunió un pequeño ejército, fletó barcos y
arremetió contra los piratas, a los que venció, quedándose él y sus
soldados con todo cuanto poseían. Los supervivientes de la aventura
fueron finalmente crucificados en Mileto, y César emprendió una
inmediata campaña contra Mitrídates, que volvía a levantarse contra el
imperio. Desconocía entonces el testamento de Nicomedes, hecho de
singular importancia para él, ya que el rey de Bitinia le dejaba un
legado que, junto con el botín de los piratas, saneaba su situación
económica, siempre maltrecha.
No obstante, la campaña
contra Mitrídates fue confiada a otras manos, porque la muerte en el 74
de su tío Aurelio Cota dejaba vacante un cargo en el Colegio de
Pontífices de Roma, cargo que solicitó y que le fue concedido, como
también, al año siguiente, el de tribuno militar. Estas designaciones no
hicieron más que acelerar la carrera política de César. En el 68 era
cuestor y viajó a la Hispania Ulterior. Se cuenta que César lloró ante
la estatua de Alejandro Magno, erigida en la ciudad de Cádiz, pensando
en qué poco podía parangonarse su carrera con la del conquistador de
Oriente y cuánto deseaba emular en su fuero interno al invencible
general macedonio. En cierta ocasión quedó trastornado por un sueño en
el que aparecía violando a su propia madre, pero los adivinos le
profetizaron por ello buenos augurios, puesto que interpretaron que la
madre simbolizaba la Tierra, madre de todas las cosas, y ello
significaba que se adueñaría del mundo. Y lo cierto es que,
vertiginosamente, fue acumulando dignidades en los años sucesivos. En el
65 fue designado edil curul; en el 63 murió el presidente del Colegio
de Pontífices, y César, con veintisiete años, presentó su candidatura
enfrentado a Catulo, dirigente de los optimates.
César
sabía que emprendía una aventura económica (la lucha por el poder
exigía siempre dinero) y que si perdía sería implacablemente perseguido.
Pero la elección mostró la popularidad de que gozaba entre el pueblo, y
fue nombrado pontifex maximus. La pretura, el peldaño
inmediatamente anterior al consulado, llegó en el 62, y fue enviado como
propretor a Hispania Ulterior, territorio que ya conocía muy bien,
donde no sólo hizo sólidas amistades, sino que enriqueció el erario
público, con gran satisfacción de Roma, y fortaleció notablemente su
pecunia personal y su capacidad de mando sobre un gran ejército,
condición indispensable para el éxito político en Roma. Cuando en el año
60 regresó a la Ciudad Eterna, el camino estaba abierto para la gran
aventura.
El triunvirato y la guerra de las Galias
El
paso a la condición máxima de cónsul lo dio en el año 59. Consciente de
las fuerzas del Senado (dominado siempre por los conservadores), en el
que César se había librado inteligentemente de sus desafortunadas
vinculaciones con el rebelde Catilina, comprendió que sólo una alianza
entre poderosos podía neutralizar a los équites. Propuso entonces a su
viejo amigo y valedor, Craso, constituir, juntamente con Pompeyo, una
sociedad de defensa mutua que los obligara a actuar siempre por
unanimidad (institución luego conocida como «triunvirato»). La alianza
fue efectiva y César, en compañía de Calpurnio Bíbulo (un candidato de
los équites), fue designado cónsul.
El triunvirato se
fortaleció, además, con el matrimonio de Pompeyo con Julia, la hija de
César. César, a su vez, se casó con Calpurnia. Había repudiado por
infidelidad a Pompeya, su segunda esposa, en el 62, después de un
escandaloso episodio: durante los misterios de la Bona Dea, una fiesta
nocturna exclusiva para mujeres que tenía lugar en casa del propio Julio
César, una de las sirvientas descubrió la presencia de un intruso
disfrazado de mujer, Publio Clodio, lo que provocó la indignación de las
asistentes. Se acusó a Pompeya de ser amante de Clodio, extremo éste
que nunca pudo probarse. César no quiso dar crédito a la denuncia y
absolvió a ambos del delito de adulterio en el que se habían visto
inculpados. Todo el mundo se asombró de que aun así repudiara a su
esposa, pero él contestó con una frase que se ha hecho famosa: "la mujer
de César no sólo debe ser casta, sino parecerlo".
La
legislación progresista de César tenía una base agraria. Hizo votar
leyes de reparto de tierras a los veteranos y de asentamiento de colonos
en tierras conquistadas, práctica que luego se extendió a toda Italia,
concediendo además a los colonos la plena nacionalidad romana. Bíbulo,
ante la imposibilidad de oponerse a César, optó por el retiro. El
tribuno de la plebe, Publio Vatinio, antiguo amigo y asociado de César, a
fin de evitar el juicio de César por los conservadores después de su
consulado, propuso una ley que el Senado no pudo sino aprobar, por la
que se le concedían en calidad de procónsul (lo que impedía su juicio
posterior), y por el término de cinco años, tres legiones, las
provincias de las Galias cisalpina y transpadana y la Iliria. Estas
concesiones fueron renovadas por cinco años más en abril del 56, en la
reunión de Lucca, a la que asistieron los «triunviros».
Craso,
mientras tanto, seguía destinado en Siria, donde dirigió la guerra
contra los partos y en la que murió en el 53, y Pompeyo continuaba en el
proconsulado de Hispania. Estas condiciones permitieron que César se
hiciera con todo el poder. Para ello todo medio podía ser útil: como pontifex maximus
autorizó a Clodio, antiguo amante de su esposa Pompeya, a que fuese
adoptado por un plebeyo, para poder así, a pesar de su condición
original de patricio, acceder al cargo de tribuno de la plebe. Y así fue
como el agradecido Clodio se ocupó de limpiar de enemigos el camino de
César.
Campamento romano
Ya
en su provincia de la Galia, César parecía decidido a no intervenir en
problemas bélicos, pero lo hizo cuando así lo pidieron sus habitantes.
Los eduos comenzaban a sentir la amenaza de los helvecios, los cuales a
su vez buscaban nuevos territorios, empujados por la invasión de los
germanos acaudillados por Ariovisto. Las legiones de César acudieron en
ayuda de los eduos, y vencieron a helvecios y suevos. Esto marcó el
comienzo de la ocupación sistemática de la Galia por las fuerzas de
César, ayudado por sus lugartenientes Labieno y Craso.
Fue
una lucha prolongada en la que el país fue literalmente saqueado, un
tercio de su población murió luchando y otro tercio probablemente fue
vendido como esclavo. Sucesivamente, en acciones en las que César
conoció también la derrota, fueron sometidos todos los pueblos galos. En
medio de esta lucha, entre los años 55 y 54, César desembarcó en
Inglaterra y peleó hasta más allá del Támesis, pero finalmente tuvo que
retirarse. Al año siguiente (invierno del 54-53), volvió a agitarse la
Galia. Se sublevaron eburones y trevinos, y finalmente todos los pueblos
galos, bajo el caudillaje de Vercingetórix. Los romanos conocieron el
desastre en la batalla de Gergovia, pero las fuerzas de Vercingetórix
fueron sitiadas largo tiempo y finalmente vencidas en Alesia. La
rendición de los belovacos (belgas) en Uxellodunum (51) puso punto final
a la dominación de las Galias, aunque el sometimiento total sólo se
logró en el invierno de diciembre del 51 a febrero del 52, tras reducir
pertinaces focos de resistencia.
Los soldados romanos
salieron enriquecidos de estas campañas; los oficiales, naturalmente,
aún más. César saneó sus finanzas, enriqueció las arcas del Estado, fue
largamente generoso con sus amigos y hasta reservó una importante cifra
para el futuro. Inundó con tanto oro la ciudad de Roma, que el noble
metal se depreció en por lo menos un treinta por ciento. La guerra de
las Galias fue registrada en De bello gallico, una de las dos
obras conservadas de César, escrita en 52-51, que no sólo es el
documento más valioso para el conocimiento de aquel hecho, sino que
también debe ser considerada como una pieza maestra del latín clásico.
La guerra civil
La otra obra conservada de Julio César, De bello civili,
literariamente inferior a la primera, tal vez porque no tuvo siquiera
tiempo de revisar sus manuscritos, se refiere a los hechos que cubren la
guerra civil entre los años 49 y 45. El inmenso poder acumulado por
César provocó el pánico del partido senatorial, sus enemigos de siempre.
Por otra parte, muchos republicanos vieron en este poder el más grave
peligro para la república. Y además, circunstancias internas tenían
convulsionada a la ciudad. El Senado designó en el 52 a Pompeyo como
cónsul único, y cuando el bando senatorial volvió a sentirse fuerte,
entre el 51 y el 50, Pompeyo (ahora enemigo de César) le pidió que
licenciara a sus legiones y regresara a Roma.
En esa
tesitura, vacilante e indeciso, Julio César se hallaba frente al pequeño
río Rubicón, que separa la Galia Cisalpina de Italia, cuando, según
unos por su proverbial osadía y según otros por imperativo de los hados,
fue presa de un impulso irrefrenable y arrastró sus tropas tras de sí
exclamando Alea jacta est (¡la suerte está echada!). Esta acción
desencadenaría la guerra civil: ocupó Picenas, Umbría y Etruria, se
dirigió a Brindisi a interceptar el paso a Pompeyo, aunque no lo
consiguió, y volvió sobre sus pasos para entrar en Roma, convocó al
Senado e impuso sus condiciones.
César cruza el Rubicón
La
batalla definitiva tendría lugar en Farsalia, epopeya cantada por
Lucano en versos inmortales. El poeta describe a Pompeyo "en el declinar
de sus años hacia la vejez", como "sombra de un gran nombre", y a César
como "fogoso e indomable", un hombre que acudía a actuar "dondequiera
que le llamara la esperanza o la cólera". Allá se encontraron "enseñas
leonadas frente a enseñas iguales y hostiles, idénticas águilas frente a
frente y picas amenazando idénticas picas". César venció y Pompeyo huyó
a Alejandría, donde murió el 28 de septiembre del año 48 a.C. a manos
de soldados de Ptolomeo, quien mantenía un contencioso con su hermana y
esposa, Cleopatra, sobre el trono de Egipto. César llegó a Egipto y al
enterarse del trágico final de Pompeyo lloró su muerte.
César en Egipto
César
llegó a Egipto acompañado por dos legiones, la décima y la duodécima;
en total, unos seis mil hombres. Tras acomodar a sus hombres en el
palacio real, se dispuso a poner orden en la difícil situación interna
del país del Nilo, dividido por el enfrentamiento entre los dos hermanos
y esposos reinantes, Ptolomeo XIII y Cleopatra VII. César y Cleopatra
mantuvieron una intensa y famosa relación amorosa que daría como fruto
un hijo: Cesarión. César dio el trono a Cleopatra (47 a.C.), lo que,
unido a la presencia de las tropas romanas en el palacio de los faraones
y a la deposición de Ptolomeo XIII, hizo que el pueblo, dirigido por
los consejeros fieles al rey, se amotinase y tratase de tomar el
palacio.
Durante cuatro meses, César resistió
atrincherado en el palacio frente a los sesenta mil hombres del egipcio
Aquiles. Finalmente, cuando llegaron los refuerzos dirigidos por
Mitridates de Pérgamo, César protagonizó una de sus geniales acciones
militares y logró atravesar el cerco egipcio para reunirse con
Mitridates, tras lo cual las fuerzas combinadas de ambos destrozaron a
las tropas egipcias en una sangrienta batalla en la que falleció
Ptolomeo XIII. Cleopatra se trasladó después a Roma, donde vivió hasta
la muerte del dictador.
Aquella guerra entre romanos
no había terminado aún. César desempeñaba su tercer consulado cuando
tuvo que volver a luchar contra las fuerzas senatoriales en Tapso, en
abril del 46, y contra las últimas fuerzas de los hijos de Pompeyo en
Manda, en marzo del 45, cuando ya era cónsul por cuarta vez. En términos
guerreros no quedaba prácticamente nada por hacer. Incluso en medio de
la guerra civil, en el 47, había derrotado definitivamente a Farnaces,
el eterno enemigo rey del Ponto. Cinco días después de llegar, le
presentó batalla y en unas cuantas horas devastó las tropas enemigas.
Inmediatamente cursó al Senado romano una célebre y lacónica relación de
los hechos: veni, vidi, vici, (llegué, vi, vencí). Jamás fue derrotado personalmente en ningún combate que entablase, aunque sí lo fueran sus generales.
El asesinato
César
fue, pues, dueño absoluto de la república romana y del mundo
mediterráneo. Se había cumplido el sueño de su juventud: la totalidad
del poder, dentro del marco legal de la república. César era imperator
y dictador. Como tal, volvió a ejercer su típica clemencia con sus
enemigos; no olvidó su política agraria y de asentamiento de colonos;
aumentó el número de fiestas populares, aunque cuidándose de no incurrir
en gastos ruinosos para el Estado; dispuso normativas económicas y
financieras que protegían a los menos fuertes, trató de morigerar el
lujo de los poderosos y limitó los gastos en banquetes; diseñó profundas
transformaciones políticas, dictó leyes que ampliaban la ciudadanía
romana a capas más vastas de la población, y comenzó a pensar en un
mundo distinto al hasta entonces conocido dentro de los límites de la
ciudad romana.
César estaba convencido de que, para
mantener el dominio en Oriente y poder llevar a cabo con éxito la
expedición final contra los partos (la única amenaza para el imperio),
necesitaba ser rey absoluto fuera de los confines territoriales de Roma.
Y éste fue el detonante. Unos sesenta miembros de familias importantes,
casi todos senadores, se conjuraron para eliminar a César y restaurar
la legitimidad y legalidad de la república, temerosos de que la
abrumadora acumulación de cargos y privilegios que recaían en su persona
terminase por darle la puntilla a la desvencijada República y César se
proclamase a sí mismo rey.
De hecho, algunos
comentaristas ponen en su boca estas jactanciosas y desafiantes
palabras: "La República no es nada, es sólo un nombre sin cuerpo ni
figura". Pero para muchos de ellos fue sin duda un pretexto que
disimulaba sórdidos resentimientos y apetitos. Dirigían la conjura
Casio, Bruto y Casca. Bruto era hijo de Servilia, la más famosa de las
amantes de César, y el propio Julio César lo había acogido como hijo
adoptivo y colmado de honores. Casio había luchado junto a César siempre
en busca de botín, por lo que no fue difícil comprarlo. Casca, por
último, era un tradicional enemigo de Julio César. Probablemente, otros
conjurados no tenían otro objetivo que el de eliminar al dictador y se
comprometieron, como impuso Bruto, a respetar a su lugarteniente Marco
Antonio.
César concurrió al Senado el día 15 (los
idus de marzo) a la sesión que discutiría la expedición contra los
partos. Fue al Senado a pesar de los ruegos de Calpurnia en el sentido
de que no lo hiciera, ya que durante la noche había tenido sueños
premonitorios. Alguien retuvo a Marco Antonio en la antesala del Senado.
Cuando César se hubo sentado, lo rodearon y lo atacaron con sus puñales
y dagas. Según la tradición, ante la puñalada de Bruto, César exclamó kai su teknon, frase en griego que posteriormente se latinizó en la famosa ¡tu quoque, fili mi! (¡tú también, hijo mío!). César emitió un quejido a la primera puñalada, luego se mantuvo en silencio.
Muerte de Julio César (Vincenzo Camuccini, 1798)
Había
recibido 23 puñaladas; posiblemente una sola de ellas había sido
mortal. Mientras los aterrorizados senadores huían (hecho que no entraba
en el plan de los conjurados), César, envuelto en su toga, caía al pie
de la estatua de Pompeyo. La sanguinaria escena, augurada por los
adivinos y que desataría una nueva guerra fratricida, acredita,
siguiendo la descripción de Suetonio, la postrera elegancia del héroe:
"Entonces, al darse cuenta de que era el blanco de innumerables puñales
que contra él se blandían de todas partes, se cubrió la cabeza con la
toga, y con la mano izquierda hizo descender sus pliegues hasta la
extremidad de las piernas para caer con más dignidad." El hombre que
había ganado un mundo y había contribuido a modificar irreversiblemente
el destino de Occidente y de buena parte de Oriente era ya nada más que
un despojo sangrante.
El 17 de marzo el Senado se
reunió de forma urgente para tratar la crítica situación del estado a
raíz del asesinato de César. Se aprobaron medidas de compromiso entre
los dos bandos opuestos: los tiranicidas no eran castigados y, a su vez,
no se condenaba ni la persona ni la obra de César. El poder recayó en
Marco Antonio, que en ese momento ocupaba el consulado junto con César.
El testamento de César legaba 300 sestercios a cada ciudadano necesitado
de Roma y entregaba sus jardines del Trastevere al pueblo romano, lo
que estimuló la devoción popular por su figura hasta extremos
impresionantes; se pidió la ejecución de los tiranicidas y se rechazó el
compromiso de Marco Antonio con los asesinos de César, lo que a la
larga le costaría el poder. Al no tener César herederos varones, en su
testamento quedó establecido que su sobrino nieto, Octavio, se
convirtiera en su sucesor. Octavio llevaría a cabo las reformas de César
y se convertiría en el primer emperador de Roma, con el nombre de
Augusto.
Cronología de Julio César
100 a.C. | Nace en Roma en el seno de la gens Julia, familia de ilustre linaje vinculada al líder de los populares, Cayo Mario, tío de Julio César. |
84 a.C. | Contrae matrimonio con Cornelia. Es nombrado flamen dialis o sacerdote de Júpiter, lo que le proporciona un escaño en el senado. |
82 a.C. | Dictadura de Sila. Persecución de los populares. |
81 a.C. | Se niega a cumplir la orden de Sila de separarse de Cornelia. Parte a Asia Menor al servicio del gobernador Marco Minucio Thermo. Fuerte amistad con el rey Nicomedes IV de Bitinia. |
78 a.C. | Fallece Sila. Julio César regresa a Roma. |
74 a.C. | Amplia sus conocimientos de retórica en Rodas. Es capturado por unos piratas, de los que toma venganza tras ser liberado. |
73 a.C. | Regresa a Roma. Inicia su carrera política. |
68 a.C. | Fallece su esposa Cornelia y contrae matrimonio con Pompeya, nieta de Sila. |
65 a.C. | Rápidos progresos en su carrera política, gracias al apoyo económico de Craso. |
62 a.C. | Repudia a Pompeya por supuesto adulterio. |
60 a.C. | Primer triunvirato de César, Craso y Pompeyo. |
59 a.C. | Contrae matrimonio con Calpurnia. Es elegido cónsul. |
58-51 a.C. | Es nombrado procónsul de las Galias. Durante los siete años siguientes dirige las campañas militares conocidas como la guerra de las Galias. |
56 a.C. | Renovación de triunvirato en la reunión de Lucca. |
53 a.C. | Fallece Craso. Crisis del triunvirato. |
52 a.C. | Victoria decisiva de Julio César en las Galias al lograr aplastar la rebelión de los galos acaudillados por Vercingetórix. Pompeyo es nombrado cónsul sine colega, lo que unido a sus otros poderes le sitúa por encima de César. |
50 a.C. | El senado ordena a Julio César que licencie sus tropas y obedezca a Pompeyo. |
49 a.C. | El senado declara a César enemigo de Roma. Julio César cruza el Rubicón con sus tropas y marcha hacia Roma: inicio de la guerra civil. |
48 a.C. | Vence a Pompeyo en Farsalia, Tesalia. Pompeyo huye a Egipto, donde es asesinado. Julio César se traslada a Alejandría. Conoce a Cleopatra. |
47 a.C. | Derrota a los partidarios de Ptolomeo y coloca a Cleopatra en el trono de Egipto. Retorno a Roma, con poderes absolutos. |
44 a.C. | Muere asesinado. |
Legado de Julio César
Julio César fue el gran protagonista del último periodo
de la historia de la Roma republicana. Espléndido orador y escritor
brillante, destacó sobre todo como insigne general y político, genial,
ambicioso, generoso, impulsivo y, al mismo tiempo, resuelto y sutil.
Poseedor de una vasta y refinada cultura y de una memoria excepcional,
conoció tan bien las doctrinas de los filósofos de la política como la
historia de los grandes imperios orientales y sintió asimismo afición a
los problemas lingüísticos y gramaticales.
Siendo
Julio César aún muy joven, Sila reconoció en él "la madera de muchos
Mario". En realidad, fue hasta cierto punto el heredero y continuador de
la actividad desplegada por aquel antiguo jefe político, tío suyo, como
ocurrió con Pompeyo respecto de Sila: también César se apoyó en el
pueblo y fundó en el propio prestigio militar la lucha contra la facción
senatorial, que procuró siempre debilitar.
La reforma del estado
Las
victorias militares de Julio César habían incrementado de forma notable
la extensión de los territorios sometidos a Roma, y la conquista del
poder enfrentó a César con la difícil tarea de reordenar el Estado,
atacando con energía los múltiples problemas que pesaban sobre Roma y su
imperio.
Busto de Julio César (Museo Arqueológico de Nápoles)
Con
todo el poder de la República en sus manos, César se lanzó a un
ambicioso proyecto de reformas y de lucha contra la corrupción
administrativa. César definió su programa con la famosa frase "crear
tranquilidad para Italia, paz en las provincias y seguridad en el
Imperio". Para restaurar la paz en las provincias, César no recurrió a
medidas revolucionarias, sino que favoreció a las clases dirigentes al
tiempo que realizó algunas concesiones al resto de la sociedad. Esta
doble política le provocó la enemistad incluso de sus seguidores, que no
llegaron a comprender la labor de César, el cual lentamente se fue
aislando.
En contraste con la múltiple actividad del
dictador en el campo social y administrativo, no existió una regulación
institucional de su papel sobre el estado, que culminó en el ejercicio
de un poder totalitario. Precisamente fueron su aislamiento y los
indicios de que aspiraba a crear sobre las ruinas del orden tradicional
una posición monocrática los que favorecieron la conspiración, hasta el
extremo de que el día de su asesinato sólo dos senadores trataron de
defenderle, frente a la total pasividad del resto.
El
gobierno de César, tras sus campañas militares, fue realmente de breve
duración, de apenas dos años. Durante ese tiempo mantuvo nominalmente
las instituciones republicanas romanas, pero adaptándolas a sus
planteamientos políticos. Su programa, que intentaba abarcar la
totalidad de problemas del Estado, consistía en establecer la seguridad
en todo el mundo romano bajo su égida, para lo cual procuró garantizar
la paz social, eliminando las bandas armadas, que funcionaban como collegia políticos, sin tomar medidas de represalia contra sus enemigos.
Dos
de sus grandes logros fueron la política colonizadora (con la creación
de colonias fuera de Italia, sobre todo en Hispania, Galia y África, en
las que instaló a veteranos del ejército y a muchos plebeyos urbanos) y
la concesión de la ciudadanía romana con la que premió a las personas
leales a su causa. Muchas ciudades provinciales pasaron a convertirse en
municipa de derecho romano o latino, según los casos. Los
soldados percibieron como sueldo el doble de lo hasta entonces cobrado,
con lo cual se evitaban posibles descontentos. Con ellos estructuró un
ejército de 32 legiones.
Entre sus reformas políticas
debe señalarse el aumento del número de senadores, que pasó a ser de
novecientos (algunos originarios de la Cisalpina y de la Bética), con lo
que tal institución perdía parte de su poder. Las asambleas fueron
manejadas según su criterio personal, aunque se guardaron las
formalidades republicanas, y las magistraturas se convirtieron, en la
práctica, en un cuerpo ejecutivo, con magistrados nombrados en parte por
el propio César. Modificó los tribunales, ordenando que se endurecieran
las penas a los culpables y publicó una lex Iulia de provinciis
por la que se acortaba el mandato temporal de los gobernadores
provinciales. Acuñó moneda de oro, dejando para el senado la emisión de
las piezas de plata y de cobre. Finalmente, es de destacar la reforma
del calendario que efectuó en el 46 a.C., acompasándolo al año solar. En
el campo cultural, encargó a Varrón la organización de bibliotecas.
Su obra literaria
Como
escritor, César está considerado como uno de los pilares fundamentales
de la literatura romana. Sus mejores aportaciones son sus famosos Comentarios a la guerra de las Galias y Comentarios sobre la Guerra Civil,
escritos durante las pausas invernales de sus campañas militares. En la
primera obra, compuesta por siete libros, describió sus guerras
anexionistas con descripciones detalladas sobre las expediciones,
conquistas, sublevaciones y derrotas que experimentó en las Galias entre
los años 58 y la rendición de Ariovisto en el 52; y en la segunda
reflejó en tres libros los hechos acontecidos en el 49 y el 48, con la
clara intención de justificar la necesidad del enfrentamiento civil que
lo llevó a la cima del poder.
El significado de su
obra histórica es complejo. Recogió la tradición de los hombres públicos
que, para difundir su discurso y afianzar electores, utilizaban la
publicación de crónicas bélicas, memorias o panfletos; pero fue original
porque añadió el lenguaje técnico y el léxico conciso aprendido de la
tradición militar helena. Utilizó un estilo sencillo, y un lenguaje
desprovisto de adornos, breve y austero.
Una edición de 1783 de los Comentarios
En los Comentarios a la guerra de las Galias
difundió su papel de estratega y líder militar, y no necesitó tanto
justificar sus acciones porque los romanos le apoyaban. Se trataba de
mostrar, en una versión oficial dirigida contra las interpretaciones
hostiles, que la conquista de la Galia (con la cual, en realidad, Julio
César había rebasado los límites de su cargo de gobernador de la
provincia Narbonense) fue provocada por la actitud amenazadora de los
mismos galos. Sin embargo, en los Comentarios sobre la Guerra Civil cambió
de objetivos y elaboró un conjunto de sutiles justificaciones para
ocultar su responsabilidad en los inicios del conflicto que dividió a
Roma y achacar al Senado la responsabilidad de la guerra civil; y
utilizó todos sus recursos narrativos y retóricos para consolidar el
poder y honor conseguidos.
Ya los propios coetáneos alabaron la claridad y precisión de los Comentarios,
así como su estilo, "sermo imperatorius", que tiende directamente a su
objeto con la rapidez propia del hombre de acción. El estilo de los Comentarios a la guerra de las Galias
fue elogiado por Cicerón como "sobrio, sin artificio, elegante", "como
un cuerpo que se hubiera despojado de su vestidura". Sin embargo, no
puede tampoco negarse a ambos textos el espíritu polémico y el carácter
tendencioso que, hábilmente disimulados mediante el silencio guardado
acerca de algunos detalles y la presentación de otros bajo la luz más
favorable al autor, perjudican su objetividad, por lo demás
desacostumbrada en las memorias de personajes políticos. Con todo, las
dos obras constituyen una valiosa fuente de información respecto a
acontecimientos decisivos para la historia de Roma. Su prosa resulta
sugestiva, a pesar de cierta monotonía debida al empleo de los discursos
indirectos en un tono propio de parte de guerra, generalmente
indiferente (aunque no siempre) a los pasajes oratorios propios de lo
escrito con intenciones artísticas.
También escribió otros textos de los cuales se conservan sólo fragmentos, como algunos discursos y poemas, y De analogía,
obra compuesta originalmente por dos libros dedicados a Cicerón, a
quien pese a las diferencias políticas consideró como una figura
fundamental de la elocuencia latina. Los dos Anticatones, obras
propagandísticas de finales de la República, fueron muy conocidos en su
época pero no se conservaron y sólo se les conoce por las citas de sus
contemporáneos.
Extraido con permiso del website: Biografías y Vidas
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