Biografía de Mahoma | Profeta. Narraciones que forman la tradición musulmana.

Las revelaciones recibidas por el Profeta, que quedaron recogidas en el Corán, se convertirían en el fundamento de la civilización islámica.
El estudio de la vida de Mahoma se basa en los hadices (narraciones que forman la tradición musulmana) que, reunidos en la Sira de Ibn Ishak (mediados del siglo VIII) y modificados por Ibn Hisan a comienzos del siglo IX, constituyen la biografía oficial del Profeta. El Corán ofrece datos interesantes para conocer su pensamiento, pero es muy pobre en lo referente a su vida. Al igual que ocurre con otros fundadores de grandes religiones (Buda, Jesús, Confucio), sólo se conocen a grandes rasgos las etapas anteriores al momento de iniciar la predicación de su doctrina. No hay duda de que Mahoma nació en La Meca, en aquellos tiempos una pequeña localidad rodeada de desierto en la parte occidental de la península Arábiga, a pocos kilómetros del mar Rojo. Pertenecía al clan Hasim, de la tribu de los Quraish, y su padre, Abd Allah, murió antes de que él naciera, por lo que el huérfano fue acogido por su abuelo Abd al-Mutalib, jefe de los Hasim.

Retrato imaginario de Mahoma
Los primeros años los pasó con su madre, Amina, una mujer de otro clan que, siguiendo la costumbre, y para salvaguardarlo de los rigores del verano de La Meca, lo mandó al desierto, donde lo crió una nodriza beduina. Estas nodrizas se acercaban a La Meca dos veces al año, en primavera y otoño, para criar a los recién nacidos de familias ricas. Mahoma fue criado por Halima, esposa de un pastor saudita, que sintió pena al verlo tan desvalido; el niño quedó huérfano de madre a los seis años de edad. Pronto le faltó también el abuelo y recibió el amparo de su tío Abú Talib, mercader y guardián de la Kaaba que disfrutaba de rango sacerdotal. Mahoma tuvo a su primo Alí como compañero de sus juegos de infancia.
Contaba doce años de edad cuando se enroló por primera vez en la caravana de su tío, tomando a su cargo el cuidado de los camellos. En su primer viaje a Damasco tuvo ocasión de contactar con los cristianos nestorianos, secta condenada en el Concilio de Éfeso por negar el dogma de la Santísima Trinidad y el carácter divino de la maternidad de María. Según la leyenda, el monje Bahira descubrió en el niño los indicios de la profecía y previno a sus familiares para que lo protegieran de los judíos.
Con su tío, Mahoma llegó a adquirir gran experiencia en la conducción de caravanas por el desierto, pero la falta de recursos le impidió independizarse. A los veinticinco años se casó con Jadicha, una viuda rica que, antes de contraer matrimonio, le puso a prueba enviándole con una de sus caravanas a Siria. Jadicha tenía alrededor de cuarenta años y le dio cuatro niñas y dos niños. Los varones murieron de forma prematura. Algunos autores ven en este hecho la causa de la simpatía de Mahoma hacia los niños, con los que solía jugar.
Gracias a este matrimonio, pudo dedicarse a su oficio y hacer buenos negocios; Jadicha, por su parte, se distinguió también por ser una formidable compañera. Mientras vivió Jadicha, Mahoma no tomó a más mujeres como esposas; más tarde contaría incluso con un harén, aunque en todos los casos se trató de matrimonios por razones políticas. De los quince años que siguieron a esta unión no se sabe nada. Fue un periodo durante el cual fue conocido como un hombre recto y fiel, dedicado a sus negocios, pero excluido de los principales círculos comerciales.

Las revelaciones

Hacia el año 610 Mahoma tuvo las primeras revelaciones. Tenía por costumbre retirarse a orar y a meditar en una cueva del monte Hira, y en ocasiones solía pernoctar allí una o dos noches. En una de las primeras ocasiones tuvo la visión de un ser glorioso que en un primer momento identificó como Dios, y en otra visión posterior pensó que se trataba del arcángel Gabriel. Este ser glorioso le conminó a escribir el Corán. Las revelaciones divinas se repetirían a lo largo de su vida con cierta frecuencia, y tanto Mahoma como sus discípulos se las aprendían de memoria.
Como el soporte material de la escritura era raro en la zona, se cuenta que, tras la muerte del profeta, su secretario encontró pasajes del Corán escritos en trozos de papel, hojas de palma, piedras, omóplatos, costillas y pedazos de cuero. La versión definitiva que se conoce del Corán, es decir, la que reúne la totalidad de revelaciones que recibió Mahoma, es posterior al año 650, veinte años después de la muerte del profeta. Algunas veces las revelaciones le producían ciertas reacciones físicas: sentía dolor y percibía un fuerte sonido, como de repicar de campanas; a veces, en días de frío, los acompañantes veían cómo gruesas gotas de sudor caían por su frente, mientras tenía lugar la revelación.

El arcángel Gabriel y Mahoma
Mahoma empezó a predicar su doctrina tres años más tarde, hacia el 613. Entretanto se habían producido las primeras conversiones. Su mujer Jadicha fue la primera y le apoyó en los momentos de crisis al experimentar las primeras visiones; ella y particularmente Waraqa le convencieron del carácter profético de tales experiencias. Algunos testimonios dicen que el primer varón converso fue el liberto Zaid ibn Harita, mientras que otros apuntan que fue su primo Alí. Entre los primeros que se convirtieron se contaba su amigo y también mercader de La Meca Abu Bakr, quien prestó gran ayuda al Islam, especialmente cuando ya se había constituido el Estado islámico. En las listas que se conservan de los primeros seguidores de Mahoma se puede ver que la mayoría eran jóvenes pertenecientes a las familias más influyentes de La Meca. Sin embargo, cuando Mahoma empezó a divulgar su doctrina, estas familias habían sido desplazadas por una nueva clase social surgida de la prosperidad comercial de la ciudad, que plantearía una viva oposición al profeta.
En sus predicaciones, Mahoma se inclinaba hacia un monoteísmo basado en la creencia en un Dios lleno de bondad y todopoderoso, que juzgará a cada uno según su actuación; el hombre debe mostrar gratitud a Dios y reconocer su dependencia respecto a él. El reconocimiento de la omnipotencia divina se contrapone a la actitud de los grandes mercaderes, convencidos de que su riqueza se lo permite todo; para Mahoma la vida del hombre había de basarse en hacer lo necesario para alcanzar el paraíso. La generosidad y el respeto a los débiles eran los puntos esenciales en que insistían sus primeras predicaciones.
Inicialmente, pues, el islamismo se presentó como una continuación del cristianismo y del judaísmo, religiones que Mahoma conocía. Con la predicación pública se iniciaron las críticas hacia el monoteísmo profesado por Mahoma, y pronto tuvo lugar una primera confrontación con los árabes politeístas. El Dios único de Mahoma se podía adorar en la Kaaba (edificio de La Meca construido, según el Corán, por Abraham, y que contiene la piedra negra que Gabriel le dio a Isaac), pero no así en otros tres santuarios consagrados a otros dioses y diosas en los alrededores de la ciudad. Pero no parece cierto, como se ha afirmado, que la oposición a Mahoma partiera de los grandes mercaderes por miedo a que, al desaparecer los ídolos, decayera la actividad comercial. La Kaaba, el santuario de La Meca, seguía siendo el santuario por antonomasia y la desaparición de los ídolos no habría perjudicado más que a un reducido grupo de mercaderes que se habían instalado en las proximidades de la ciudad y habían creado allí nuevos santuarios, cuyos cultos fueron condenados expresamente por Mahoma.

Predicación de Mahoma en La Meca
Las razones de la enemistad creciente de la oligarquía comercial de La Meca hacia el Profeta hay que buscarlas en los ataques de Mahoma al modo de vida de los ricos, en la negación de su omnipotencia y, sobre todo, en la posibilidad de que la predicación diera a Mahoma una personalidad política suficiente para ponerle al frente de la ciudad en un futuro más o menos próximo. Ello podría perjudicar a los principales mercaderes que, de hecho, imponían sus puntos de vista y gobernaban la ciudad gracias a su riqueza, a su experiencia comercial y a su pertenencia a los clanes superiores, a pesar de que La Meca estuviese regida por una asamblea integrada por los jefes de todos los clanes. La creciente importancia de Mahoma ponía en peligro sus prebendas. De ahí que Abu Chahl, uno de sus más feroces enemigos, intuyera el peligro político que suponía Mahoma.
En un principio, las presiones de Abu Chahl consistieron en no pagar deudas legítimas a aquellos musulmanes que no gozaban de la protección de ningún clan o pertenecían a clanes débiles; más tarde intentó que Abu Talib, tío de Mahoma y jefe del clan al que pertenecía el profeta, prohibiera a Mahoma la proclamación de la nueva fe. Abu Talib no aceptó porque habría sido deshonroso para su clan negar la protección a uno de los suyos y porque la nueva fe estaba de acuerdo en líneas generales con su política, contraria a los monopolios comerciales establecidos por los ricos mercaderes surgidos al calor de la nueva prosperidad comercial.
En el año 619 murieron su tío y protector Abu Talib y su fiel esposa Jadicha. Su segunda esposa fue Sawda, viuda que se contaba entre las primeras conversas. Parece ser que Mahoma contrajo este matrimonio para evitar que Sawda lo hiciera con alguien de fuera del grupo. La jefatura del clan de los Hasim fue ocupada por el otro tío de Mahoma, Abu Lahab, que por intereses personales, y al parecer también por presiones de Abu Chahl, terminó retirando la protección al profeta.
Mahoma hubo de buscar refugio en la vecina ciudad de Al-Ta'if, e intentó poner a sus habitantes en contra de La Meca. No alcanzó su objetivo, e incluso fue apedreado por la multitud. Regresó a La Meca clandestinamente y obtuvo la protección de uno de los clanes, pero sus actividades proselitistas se vieron limitadas. Durante ese tiempo, Mahoma intentó aliarse con varias tribus nómadas que por aquel entonces se hallaban en las cercanías de La Meca con motivo de alguna fiesta religiosa, pero tampoco tuvo éxito en sus negociaciones.

La Hégira

Con motivo de la peregrinación a la Kaaba del año 620, Mahoma entró en contacto con seis ciudadanos de Medina que quedaron impresionados por su personalidad y pensaron que podría serles útil. Se dice que, al año siguiente, estos mismos peregrinos, que representaban a la mayor parte de clanes de Medina, prometieron a Mahoma aceptarle como profeta y obedecerle. Este acontecimiento fue bautizado con el nombre de Primer Juramento de Al-Aqaba. Mahoma envió por delante a uno de sus hombres para que predicara su doctrina y a la vez le informara de la situación política en aquella ciudad. La emigración (hégira) a Medina se efectuó por grupos escalonados para no llamar la atención. Los últimos en partir fueron Mahoma, su amigo Abu Bakr, su primo Alí y algunos de sus familiares. El calendario islámico cuenta los años a partir del 16 de julio de 622, fecha de la hégira.
En los primeros meses de su estancia se redactó la Constitución de Medina. Sus partidarios de La Meca y los miembros de ocho clanes de Medina, convertidos al islamismo, formaron una comunidad dirigida por Mahoma, que impuso en ella algunas de las normas tradicionales de la vida nómada: solidaridad, venganza de la sangre, aceptación de las decisiones del Profeta en materias reveladas y entrega a éste de un quinto del botín. Lograr que la identidad de creencias estuviese por encima de la tribu fue el primer éxito de Mahoma, éxito que tendrá profundas repercusiones políticas por cuanto la nueva comunidad no se conformará con las leyes, costumbres y tradiciones urbanas impuestas por la aristocracia, sino que se dará sus propias normas emanadas de Alá, el Dios único, a través de su profeta Mahoma, que de la condición de enviado a una tribu o grupo particular, La Meca, ha pasado a Profeta y dirigente de una comunidad en la que tienen cabida cuantos acepten la fe.
En abril de 623 Mahoma consumó el matrimonio, celebrado dos años antes en La Meca, con la hija de Abu Bakr, Aisha, de nueve años de edad. Ese mismo año se iniciaron las correrías contra las caravanas mequíes. En el mundo árabe de aquel entonces era muy frecuente y estaba considerado casi como un deporte y también como un medio de vida. Se trataba de un simple acto de pillaje en el que no había derramamiento de sangre, salvo en contadas ocasiones; para evitar la violencia se solía pagar una indemnización. Sin embargo, en 624 hubo ya un primer muerto en el bando mequí, durante el mes sagrado de la peregrinación, cuando se observaba una rigurosa tregua.

El arcángel Gabriel y Mahoma en la batalla de Badr
La escaramuza más importante tuvo lugar el 15 de marzo de 624 en la batalla de Badr. Trescientos hombres de Mahoma derrotaron a una gran caravana, custodiada por novecientos hombres, en la que tenían intereses la mayoría de comerciantes de La Meca. En la refriega pereció Abu Chahl y otros jefes principales de La Meca. Se cobraron, además, importantes rescates por los prisioneros, aunque Mahoma perdonó a aquellos que no podían satisfacerlos. La historia oficial elevaría hechos como éstos a la categoría de victoriosas batallas.
Los éxitos militares de los creyentes terminaron por anular el comercio de La Meca, y sus dirigentes aceptaron a Mahoma para salvaguardar sus intereses mercantiles. Las tribus de beduinos se sometieron igualmente a una doctrina que coincidía con las costumbres por ellos practicadas. Mahoma se apoderó de La Meca en el año 631, destruyó los ídolos y decretó una amnistía general. Tras sucesivas batallas logró someter a toda Arabia en el 632. Al paso de las tropas se producían conversiones masivas más o menos sinceras. Mahoma había convertido a las belicosas y dispersas tribus árabes en un pueblo unido que tras su muerte se embarcaría en una expansión sin precedentes.

Última peregrinación de Mahoma a La Meca
Ese mismo año Mahoma en persona dirigió la peregrinación a La Meca, que se había convertido ya en un rito exclusivamente musulmán. El 15 de marzo del 632, aquejado de fiebres y fuertes dolores de cabeza, murió con el rostro apoyado en las rodillas de su joven esposa Aisha. Su suegro y amigo, Abu Bakr, sucedería al profeta en el califato.

El estado islámico

Los códigos elaborados durante los años pasados en Medina se ampliarían con las revelaciones de tipo socioeconómico y político necesarias para regir y administrar la comunidad de los creyentes y a cuantos, sin convertirse a la nueva fe, aceptaron a Mahoma como jefe. Muchas de las disposiciones respondieron a situaciones específicas y adquirieron valor general siempre que Mahoma las considerase aptas para la comunidad. Entre estas normas abundan las de carácter igualitario y las destinadas a proteger a los débiles, que no se limitan a declarar iguales a todos los creyentes y a formular la necesidad de atender a los necesitados, sino que aportan soluciones concretas a los problemas.
Durante la estancia en Medina, los emigrados (con este nombre se conoce a los partidarios de Mahoma huidos de La Meca) carecían de recursos y para atender a sus necesidades se instituyó la limosna legal (zakat). Esta limosna, medio práctico de nivelar a los que nada poseen con los que disponen de bienes suficientes, se transformó más adelante en impuesto obligatorio y único para los musulmanes; los no convertidos (sólo se acepta como tales en los territorios dominados por la comunidad a los cristianos y judíos) pagarían además un impuesto personal y otro territorial. Otra de las fuentes de ingresos del Islam procede del botín, del que se reserva la quinta parte el jefe de la comunidad, que dispone igualmente de las tierras conquistadas por los creyentes durante la guerra santa.
El origen de la última práctica es complejo: Mahoma considera que él ha sido elegido por el Dios único, Alá, no para predicar una nueva fe, sino para restablecer, como último de los profetas, la pureza de la religión dada a Abraham; el Islam no se opone por tanto ni al judaísmo ni al cristianismo, sino que a su criterio las supera. Esta actitud religiosa, unida al hecho de que en Medina existían poderosos clanes judíos (el número de los cristianos era exiguo), hizo que Mahoma intentara atraerse a los judíos e hiciera concesiones tales como ordenar que la plegaria fuera hecha mirando hacia Jerusalén. Pero sus planes conciliadores fracasaron, los hebreos se opusieron a la comunidad, tanto en lo religioso como en lo político, y colaboraron con los habitantes de La Meca, hasta que Mahoma decidió expulsarlos de Medina, entregar sus tierras a los emigrados y ordenar que la plegaria fuese hecha desde entonces en dirección a La Meca, donde se hallaba el santuario construido por Abraham; a partir de este momento, se consideró que las tierras conquistadas pertenecían al dirigente de la comunidad, que podía establecer en ellas a quien deseara.

Mahoma dirigiendo la destrucción de los ídolos
de la Kaaba tras apoderarse de La Meca
El contenido de la fe se basaba en la creencia en Alá como Dios único, todopoderoso y eterno, creador y dueño de todas las cosas. La creencia en Alá va acompañada de la creencia en los profetas (de los que Mahoma es el último), en los ángeles, en los libros sagrados (de los que el Corán es el último y el único necesario), en la resurrección y en la predestinación. Los que pertenecen al Islam deben hacer la profesión de fe, recitar las plegarias cinco veces al día, pagar la limosna legal, cumplir la peregrinación a La Meca una vez en la vida y ayunar durante el mes de Ramadán. Otra de las obligaciones del musulmán, la guerra santa, no es aceptada por los juristas, pero sí será ampliamente utilizada por el poder civil basándose en las expediciones y guerras dirigidas por Mahoma durante su estancia en Medina.
El carácter muchas veces "local" o de "circunstancias" de las revelaciones contenidas en el Corán lo hacía insuficiente para regular las numerosas cuestiones de gobierno, administración y justicia planteadas a los musulmanes tras la muerte de Mahoma, por lo que las revelaciones del libro sagrado se completaron, no en el aspecto religioso, pero sí en los demás, con la Sunna, o conjunto de tradiciones relativas a la conducta del Profeta; juntos, el Corán y la Sunna forman la ley religiosa que está en la base del derecho, de la organización, de la vida social y de la vida económica de los musulmanes. La aceptación de una u otra lectura del Corán, o de determinados relatos de la Sunna, y el modo de interpretar una y otros, tienen por tanto una gran importancia en la historia de los musulmanes, en la que religión y política, en su sentido más amplio esta última, están íntimamente unidas, al menos durante los primeros siglos del Islam.

Mahoma y el Corán

El Corán

El libro sagrado del Islam es el Corán; en él se expresa su credo y se incluye su ley. Su esencia y apariencia improfanables y trascendentales residen, para la fe musulmana, en contener la palabra de Alá revelada a su enviado o mensajero (rasul) Mahoma, quien la iba transmitiendo ("en lengua árabe clara", como dice el mismo Corán) a las personas de su alrededor como mensaje de salvación. Tales revelaciones tuvieron lugar de forma espaciada desde el año 610 de la era cristiana hasta el 632, en que murió. El nombre castellano procede directamente del árabe al-quran, palabra que significa "recitación" o, por extensión, "texto sagrado que se recita". Es un término emparentado con el siríaco, lengua en la que, todavía hoy, se designan las lecturas litúrgicas del rito maronita con la palabra qeryono. También se le conoce como Alkitab (El Libro), Furquan ("liberación", "salvación"), Kitab-ul-lah (Libro de Dios) y Al-tanzil (La Revelación).
Mahoma predicaba los textos que recibía por revelación, recitándolos y haciéndolos recitar a sus fieles, que los retenían de memoria y a veces los copiaban por escrito. Para ello se usaron soportes de toda clase: hojas de palma, fragmentos de hueso, pieles de animales, omóplatos de camellos, ostracas o cualquier otro objeto similar para escribirlas. Pertenecientes a una cultura de tradición oral, no sería difícil para los fieles de la nueva religión memorizar textos breves, bien rimados y rítmicos; sin duda quedarían grabados en la memoria con facilidad.

Mahoma
A la muerte de Mahoma, los musulmanes empezaron a reunir en manuscritos el conjunto de los textos coránicos existentes, suscitándose divergencias que fueron paliadas por la iniciativa del califa Utmán (644-656) de proceder a una redacción oficial, constituida como vulgata, con un texto consonántico característico que, sin embargo, no eliminó la posibilidad de que se produjesen diferentes "lecturas" (qiraat), cuyas variantes (no trascendentales) son compatibles con el texto consonántico de Utmán, y se concretan en ciertas divergencias de puntuación y vocalización. El texto consonántico de Utmán fue refundido en tiempos del califa omeya Abd al-Malik (685-705), y precisado con vocales y signos gráficos auxiliares, posiblemente durante el siglo VIII, pues Malik, el famoso alfaquí de Medina (muerto en el 795), sólo admitía tales signos en los ejemplares utilizados para la enseñanza.
El texto coránico se distribuye en 114 capítulos o azoras (suras), que, a su vez, están formados por versículos o aleyas (al-aya). Cada azora tiene un título, más o menos alusivo; la primera es la Fatiha o "apertura", breve oración, frecuentemente recitada, con tan sólo siete aleyas: "¡En el nombre de Dios, el compasivo, el misericordioso! Alabado sea Dios, señor del universo, el compasivo, el misericordioso, amo del día del juicio. Te adoramos, te pedimos ayuda. Condúcenos por la vía recta, la vía de aquellos a quienes das tu gracia, no la de quienes incurren en tu enfado ni la de quienes yerran". A esta azora inicial siguen las 113 restantes, dispuestas de mayor a menor longitud: así, la segunda azora (titulada "La vaca") tiene 286 aleyas, algunas extensas, y la última azora ("Los hombres") tiene sólo seis breves aleyas.

La primera azora del Corán
El título que encabeza cada una de las azoras está tomado o bien de uno de los temas tratados en ella o bien de una palabra u oración que en ella figure. A continuación se indica el lugar en que fue revelada, el número de aleyas o versículos de que consta y, finalmente, el basmalá ("En el nombre de Dios, Clemente y Misericordioso"), fórmula de invocación que inicia todas las azoras, excepto la nueve. Al principio de algunas azoras aparecen unas letra llamadas fawatih ("iniciales") o al-huruf al-muqatta ("letras cortadas"), de las que no se conoce su significado exacto; algunos investigadores, como Loth, consideran que son abreviaturas de apelativos divinos, mientras que otros, como Nöldeke, Hirschfeld y Buhlcreen, creen que se trata de la letra inicial o final del nombre de aquellos compañeros del profeta que todavía en vida de éste constituyeron sus propios corpus, lo que parece poco probable. Otros, como Zaki Mubarak, opinan que puede tratarse de notaciones musicales. Estas letras también se han interpretado desde perspectivas que intentan justificar y probar el carácter milagroso del Corán, como es el caso del erudito musulmán Baydawi.
Al estar colocados los 114 capítulos del Corán según la longitud de los mismos, el libro no sigue en sus materiales un orden temático, de modo que las referencias sobre una misma cuestión o aspecto se encuentran muchas veces dispersas entre varias azoras y aleyas, y ha de recurrirse a todas ellas para calibrar el conjunto de la doctrina coránica al respecto. Los textos del Corán tampoco están ordenados cronológicamente, siguiendo el curso temporal de la vida del Profeta en que se fueron sucediendo las revelaciones, con sus sucesivas estancias en La Meca y Medina. Desde muy pronto se realizaron propuestas de clasificación cronológica de las diversas azoras, sobre todo por el interés de distinguir los textos antiguos de los posteriores, ya que a veces hay desacuerdos entre unos y otros, y el contenido de un pasaje antiguo puede ser cambiado en otro revelado después. Ello dio lugar al procedimiento técnico de fijar los textos abrogados por otros ulteriores abrogantes.
Las azoras o capítulos suelen agruparse en cinco periodos. En el primer periodo mequí, que abarca cuarenta azoras, hay una presencia clara de la rima y del ritmo. En este periodo la presencia de Dios hace desaparecer al hombre. Dios no pretende dar un código de actuación sino restaurar un culto. Se insta a admirar la cosas creadas como signos del poder de Dios y se recuerdan los castigos que recibieron otros pueblos del pasado que no escucharon a sus profetas. El día del Juicio aparece como último argumento. En el segundo periodo, con 21 azoras, se empieza a jurar por el Corán en lugar de hacerlo por el sol, la luna, el cielo y otros entes naturales, y se desarrolla la historia de los antiguos profetas hebreos. A partir de este segundo periodo, también mequí, empiezan a encontrarse influencias judías que entraron por vía directa. En el tercer periodo, con 21 azoras, la argumentación se dirige a la generación que pide milagros para creer, sin saber ver que éstos se encuentran por todas partes.

Páginas de un Corán del siglo XIII
Los textos revelados en el cuarto periodo, considerado ya del periodo mediní, con 24 azoras, difieren en gran medida de los textos del periodo mequí. Mahoma es aquí un hombre de estado que se dirige a un grupo de creyentes. Su función es ahora enseñar y no convencer. El estilo pierde en ligereza y se vuelve difuso a lo largo de versículos muy largos. Por último, las azoras 2, 4, y 5 tratan fundamentalmente de la organización de la nueva sociedad y buena parte de su historia. Es una parte con una clara influencia hebrea.
Tanto en su contenido cuanto en su forma, el Corán, en tanto que palabra divina, es considerado perfecto. Su texto es también apreciado estéticamente, hecho que se manifiesta en el arte de su recitación, con sus diversas y melódicas interpretaciones, que pueden arrebatar al auditorio, y con el arte de su caligrafía, también estimable. Como pieza literaria sublime llegó a constituirse entre los musulmanes el dogma de su inimitabilidad. Para los fieles, el estilo del Corán es milagrosamente bello e imposible de imitar: cualquier traducción del Corán a otra lengua no puede sino desfigurar el texto. Tras largos debates, la mayoría de los teólogos musulmanes terminaron aceptando que las traducciones eran legítimas en la medida en que permitían acercarse a las "ideas" del Corán. Salvo en casos muy especiales, la ley prohíbe el empleo litúrgico de un Corán traducido. El Corán se encuentra así rodeado, en su fondo y en su forma, de un halo de respeto, fervor y esmero extraordinarios, presente siempre en la vida entera del musulmán, que procura preservarlo, centrando en él sus ideales y vivencias, y recurriendo a su lectura tanto de forma cotidiana como en ocasiones solemnes. El Corán aglutina y marca de forma primordial la civilización islámica, como gran eje de la misma.

El credo islámico

El Corán define las creencias del Islam y expresa su marco normativo esencial, siendo base principal de la regulación de la vida del creyente. La fe islámica se centra en creer en Alá, único dios, "sin asociado", todopoderoso, sabio, misericordioso, creador, remunerador en la otra vida y en el juicio final con la resurrección de los muertos. Estas creencias son las que principalmente se contienen y detallan en las azoras de La Meca, mientras que en las del período de Medina los contenidos suelen ser más normativos, dirigidos a la comunidad que allí regía el Profeta.
El Corán recuerda al ser humano su pequeñez frente a las maravillas de la naturaleza, obra de Dios, cuya grandeza y magnanimidad debe ser reconocida y adorada. El mensaje, en esencia, es que hay un solo Dios, creador de todas las cosas, que es el único al que hay que servir practicando un culto y observando una conducta correcta. Dios, siempre misericordioso, se ha dirigido a la humanidad para que le venere a través de múltiples profetas, a los que ha enviado para predicar su mensaje y que han sido rechazados de forma reiterada. El Corán confirma en varios pasajes la existencia de ángeles, demonios y genios (chinn). Junto a ello, el Corán recoge todo un conjunto de preceptos y recomendaciones éticas y morales, advertencias sobre la llegada del último día y del juicio final, historias sobre profetas anteriores a Mahoma y sobre los pueblos a los que fueron enviados, y preceptos relativos a la religión y a otras materias sociales, como el matrimonio, el divorcio o la herencia.

Página de un Corán de 1594 (Biblioteca
del Monasterio del Escorial)
Los temas generales del Corán y muchas de las historias ilustrativas comparten elementos y contenidos con las escrituras cristianas (como la leyenda de los siete durmientes) y judías, aunque a menudo se desarrollan de forma diferente. Son numerosos los detalles de las historias sobre los primeros profetas que se asemejan más a las versiones que se encuentran en los apócrifos judíos y cristianos que a las versiones encontradas en la Biblia. El mismo Corán afirma que ha venido a confirmar la aportación de las Sagradas Escrituras anteriores y menciona la Torá, los Salmos y el Evangelio, además de aludir también a unas "Hojas de Abraham". El monoteísmo coránico está en la misma tradición que el del judaísmo, y son muy numerosas las imágenes y expresiones que pueden encontrarse en el Corán y en la tradición bíblica. De hecho, los contemporáneos del Islam primitivo consideraban a éste como una secta más de las derivadas del tronco bíblico.
En general, el Corán se sitúa en el marco de la vida de los beduinos, pero también de los comerciantes, los navegantes y los pescadores, y no faltan, a pesar de la sobriedad y el estilo sucinto del Corán, alusiones a las caravanas de invierno y verano que los caravaneros de La Meca conducían a Adén o a Siria. La atmósfera propiamente árabe se puede identificar en cuestiones como la existencia de seres misteriosos llamados genios o la exaltación de la generosidad, de la bravura y de la solidaridad familiar. Son también características propias de los árabes la alta estima que profesan a la elocuencia y al estilo árabe. Ritos como el de la peregrinación a La Meca y las siete vueltas alrededor de la Kaaba dejan traslucir, igualmente, el aspecto propiamente árabe, dado el singular interés que las piedras y el número siete tienen en los cultos semitas.
Las prohibiciones relativas a territorios sagrados y a los animales que en ellos viven son también aspectos semitas que el Corán ha preservado, purificando los elementos incompatibles con el monoteísmo. Proceden también de la tradición árabe los meses sagrados, durante los cuales no estaban permitidas las hostilidades, así como los fragmentos más antiguos del Corán en los que aparecen pasajes de frases cortas terminadas siempre en la misma sílaba, seguramente una especie de oráculos al estilo árabe, que provocaron que los oponentes de Mahoma le acusaran de mago o adivino.
Excepto para el caso de la guerra santa, el Corán deja a los hombres en el marco de su vida cotidiana, exigiéndoles sólo que obren bien se encuentren donde se encuentren, que no cometan excesos, que utilicen mesuradamente los bienes que Dios les concede, y que sean capaces de desprenderse de su egoísmo para ayudar a los pobres o a la comunidad. Para los musulmanes el Corán, en tanto que palabra de Dios tal como fue revelada al profeta Mahoma para que sirviera de guía a todos los humanos, es la fuente fundamental de toda norma jurídica. Las normas jurídicas contenidas en el Corán son unas doscientas y están expuestas en diversas aleyas. Pese al corto número de normas, la labor de exégesis e inducción metodológica de las cuatro escuelas teológico-jurídicas (hanefí, malikí, chafeí y hambalí) darían lugar durante los siglos VII y VIII al sistema jurídico islámico. Una de las características del Corán que tiene su reflejo en toda la normativa del sistema jurídico islámico es la unicidad entre religión, moral y derecho. Los preceptos religiosos y morales e incluso determinados usos sociales forman una misma norma con el mismo efecto vinculante. Se hace difícil, pues, separar unas de otras.

Exégesis del Corán

El Corán se acepta entre la mayoría de los musulmanes como la palabra literal de Dios, y por eso es el centro en torno al que gravita el mundo islámico; su valor es comparable al que los judíos conceden a la Torá o al que la figura de Jesús tiene para los cristianos. Entre las obligaciones religiosas de todo buen musulmán se incluye, junto a la oración diaria obligatoria, el recitar pasajes completos del Corán; asimismo, la educación seglar exige el aprenderlo de memoria. Los musulmanes consideran el texto del Corán como una de las fuentes principales de la cultura islámica, junto al Hadiz (tradición que recoge el comportamiento y prácticas del Profeta) y, para los chiítas, las enseñanzas de los imanes.
Hay en el Corán pasajes de compleja y divergente interpretación, lo cual se advierte incluso en la azora III, aleya 7: "Él [Alá] es Quien ha revelado la Escritura. Algunas de sus aleyas son unívocas y constituyen la Escritura Matriz; otras son equívocas. Los de corazón extraviado siguen las equívocas, por espíritu de discordia y por ganas de dar su propia interpretación. Pero nadie sino Dios conoce su interpretación". La importancia de la fijación y del correcto entendimiento del texto coránico constituyó la "ciencia del Corán" como materia clave de la cultura islámica, desarrollándose, entre otros aspectos, la disciplina de su interpretación, desde las bases gramaticales y léxicas hasta las dogmáticas y jurídicas. Son numerosos los comentarios del Corán, producidos desde todas las tendencias ortodoxas o sunníes (con sus diversas escuelas), chiíes y jariyíes; las exégesis sufíes toman proyecciones alegóricas. Estas obras de comentario e interpretación (tafsir) pueden ser reducidas o abarcar muchos volúmenes, como la de al-Tabari, que comprende treinta tomos.

Corán del siglo XII hallado en Tombuctú
Aunque algunos creyentes consideren que el Corán resume todo el Islam y que éste no puede encontrarse fuera de este texto sagrado, lo cierto es que la compleja realidad del mundo islámico se extiende más allá de sus páginas. Tampoco es posible afirmar, sin falsear la realidad, que el Corán represente el verdadero Islam sin tener en consideración las numerosas ampliaciones y glosas hechas al margen, juzgadas como corruptas por los más ortodoxos, y que se encuentran contenidas entre las enseñanzas musulmanas tradicionales. No es posible entender el Corán sin tener en cuenta la tradición exegética y de interpretación que se ha desarrollado en torno a él. Esta tradición resuelve y ayuda a comprender las complejas ambigüedades del Corán. Es esta tradición, incluso, la que da cuerpo a la creencia de que el Corán contiene una serie de revelaciones hechas a Mahoma.
La interpretación del Corán (tafsir), campo de investigación dentro del Islam que perdura todavía hoy desde sus inicios ya en la época del establecimiento del texto, en época de Utmán, ha dado a luz numerosos libros y tratados. Los distintos enfoques que se han producido en el intento por desentrañar el verdadero sentido del texto dieron lugar a tratados exegéticos de distinta naturaleza y perspectiva. Así, al-Tabari (muerto en 923) se basó en la tradición; al-Baydawí (muerto hacia 1291) y Nasafí (muerto en 1310) desarrollaron una exégesis lingüística; al-Razi (muerto en 1209) elaboró racionalmente los elementos anteriores. El hispanoárabe Abu Hayyan (muerto en 1345) también redactó un monumental tratado exegético sobre el Corán. Al-Talabí (muerto en 1038) analiza por orden en su obra sobre profetas todos los versículos del Corán que se refieren al tema.
El trabajo de al-Tabari analiza el Corán verso a verso y ofrece las diferentes opiniones que estudiosos de la época daban sobre la vocalización, la gramática, la lexicografía, la interpretación ética y moral, así como las relaciones del texto sagrado con la vida de Mahoma. Los diferentes puntos de vista están recogidos sin ningún tipo de comentario, aunque es frecuente que al-Tabari indique cuál de ellos goza de su predilección. Este exhaustivo procedimiento de al-Tabari ha sido seguido por numerosos comentarios posteriores, aunque otros han preferido seguir criterios de simplicidad y brevedad, escogiendo para comentarlos sólo algunos versos, o eligiendo un único tema para su estudio, como puede ser el vocabulario del Corán, tema de una considerable complejidad y dificultad debido a sus implicaciones de carácter teológico, además de la dificultad que le es propiamente intrínseca. En general, el texto sagrado del islam se considera en relación con el contexto de la vida del Profeta, y se le concede, a partir de esta premisa, un alcance universal y atemporal.
Los pasajes relacionados con la vida de Mahoma se entiende que fueron revelados en conexión con incidentes específicos de su vida o para resolver problemas concretos a los que se enfrentaba. Algunos investigadores fuera del ámbito musulmán han señalado el procedimiento de tipo midrásico conforme al cual determinados aspectos de la vida de Mahoma se han creado a partir de algunos pasajes del texto sagrado. Según esta corriente interpretativa, este procedimiento guarda bastante semejanza con el modo en que la tradición judía fabricó las historias del Midrás a partir de personajes bíblicos, mientras se componía el texto bíblico. De ser así, el explicar el Corán mediante referencias a la biografía del Profeta sería un modo de razonamiento circular, considerado en términos científicos como una seria amenaza a la validez del argumento.

Corán del siglo XI (British Museum, Londres)
Las interpretaciones del Corán reflejan con frecuencia las divergencias y distintas tendencias que se dan en el seno de la comunidad musulmana. Es especialmente llamativa la diferencia entre la interpretación chiíta de algunos versos en concreto y la interpretación sunnita, pues los chiítas encuentran en los versos coránicos referencias al estatuto especial de Alí ibn Abu Talib y los imanes, mientras que los sunnitas no encuentran tales referencias. Según los chiíes, el califa Utmán suprimió del Corán los fragmentos que hacían referencia a Alí y a sus derechos a suceder a Mahoma en sus tareas políticas y religiosas, acusación que no parece fundamentada.
La naturaleza de palabra de Dios increada y eterna que se atribuye al Corán, frente a la consideración del mismo como algo creado en el tiempo, fue uno de los más encendidos temas de discusión en los orígenes del islam. Esta discusión incluía cuestiones de teología con graves y serias consecuencias en el campo político referentes a la autoridad relativa de los califas y los estudiosos de la religión (ulemas). Aunque ha prevalecido la consideración del Corán como algo no creado, los chiítas se han opuesto a ella. Estas divergencias han llevado a que tanto reformistas como fundamentalistas interpreten el texto de manera partidista, de modo que éste se amolde adecuadamente a sus (en muchas ocasiones) contradictorios puntos de vista. Dentro de las corrientes interpretativas no faltan quienes llegan a afirmar que el Corán se ajusta a muchas de las ideas que defiende la ciencia moderna, e incluso a asegurar que en realidad las predice. La misma naturaleza oscura del texto coránico propicia, sin duda, la aparición de este tipo de interpretaciones tan distintas, divergentes y, a menudo, contradictorias.

Mahoma y el Islám


El Islam

Con los nombres de Islam, islamismo o religión musulmana se conoce a la religión monoteísta fundada por Mahoma. De acuerdo con la tradición, los preceptos esenciales de la religión le fueron transmitidos por la mediación de un ángel, Gabriel, que le hizo sucesivas revelaciones. Estas revelaciones fueron recogidas en el Corán, libro sagrado de los musulmanes. Las doctrinas de Mahoma, propagadas en un principio entre los nómadas de Arabia en el siglo VII, constituyen, en la actualidad, una de las más importantes religiones del mundo y la base de la civilización musulmana. El Islam, además de una religión, es también una ley que regula la vida del musulmán, tanto en lo que respecta a su comportamiento religioso individual como en el plano social o político.
El credo islámico es estricto: Alá es el único Dios, creador del mundo, todopoderoso, al que se debe obediencia y devoción (islam significa sumisión, y musulmán, aquel que se somete a Dios). El verdadero creyente sigue los dictados de Alá; a los infieles les aguarda el juicio final y los tormentos del infierno, y a los fieles se les promete un paraíso lleno de placeres. En cuanto a la creencia en un único Dios, el islamismo es análogo al judaísmo y al cristianismo; de hecho, Mahoma se inspiró en la Biblia e integró en su credo a los profetas del Antiguo Testamento. Considera a Cristo un profeta más, y a Mahoma, en tanto que receptor de las revelaciones de Dios a través del arcángel Gabriel, como el mayor de entre ellos.

Mahoma
Las obligaciones religiosas del creyente (complemento y nunca sustitutivas de la fe) son cinco: la profesión de fe ("No hay más dios que Alá, y Mahoma es su profeta") que se recita en momentos solemnes; la plegaria ritual cinco veces al día, orientada hacia La Meca, en estado de purificación y con unos ademanes y términos prefijados; el ayuno anual en el mes del Ramadán, consistente en abstenerse de consumir alimentos y bebidas y tener relaciones sexuales desde la salida hasta la puesta del Sol; la limosna legal o zakat, como fórmula de purificación religiosa de la riqueza y contribución al sostén de la comunidad; y la peregrinación a La Meca una vez en la vida. La participación en la guerra santa, para defensa y expansión de la fe, no constituye una obligación, pero es un acto grato a Alá, que concede el paraíso a quien muera en combate, perdonando sus faltas y pecados.
Además de estas obligaciones, el Islam establece otras normas de rango menor que deben ser observadas por el buen musulmán: la prohibición de comer carne de cerdo o sangre de animales, o de beber vino u otros líquidos embriagadores; la conveniencia de practicar la caridad con los desfavorecidos; el respeto a la vida y a las propiedades ajenas; el veto al préstamo con usura; la equidad y justicia en las transacciones comerciales.
En este sentido, debe recalcarse que el Corán regula no sólo aspectos religiosos y comportamientos ético-morales, sino también la organización de la vida ordinaria, terreno en el que acepta algunas costumbres de la Arabia preislámica. Así, por ejemplo, se consolida el concepto patriarcal de la familia y el papel de la mujer queda en un plano inferior al ser considerada jurídicamente como menor de edad, aunque el Corán insiste repetidamente en el deber de tratar respetuosamente a las mujeres y concede a las esposas el derecho al divorcio en caso de malos tratos. La poligamia se admite sin más limitación que el número de esposas (no se puede sobrepasar la cifra de cuatro), pero el de concubinas es ilimitado, de forma que los medios económicos del individuo fijan el número de mujeres que puede tener. En cualquier caso, no se debe olvidar que el Islam nació en un ambiente concreto (el de Arabia a comienzos del siglo VII) y que la valoración actual del mismo debe tener en cuenta esta circunstancia, so pena de cometer un grave error.

Teología y ética

El Islam rechaza de modo rotundo el politeísmo, e incluso la posibilidad de un ser humano de participar de algún modo en la divinidad: Dios, Alá, es único y omnipotente. Como primordial acto de misericordia, Alá creó el mundo y el hombre, y dotó a cada ser de su propia naturaleza y de leyes que rigen su comportamiento. El resultado es un cosmos ordenado y armónico; ese orden y armonía es la prueba principal de la existencia y unidad de Dios. La naturaleza fue creada al servicio de la humanidad, que puede explotarla en beneficio propio. Pero la humanidad, a su vez, existe para servir a Dios: debe construir un orden social justo, guiado por principios éticos, y adorar a Dios.
La misericordia de Dios no sólo se manifiesta en la creación de una naturaleza al servicio del hombre, sino también en su comunicación con los hombres a través de los profetas. Aunque el ser humano posee el conocimiento del bien y el mal, necesita una guía espiritual. Los enseñanzas de todos los profetas proceden de una misma fuente divina, y por ello las diversas religiones son, en esencia, una sola, aunque adquieran formas, ritos o instituciones diferentes. Los profetas son meramente humanos, pero, en la medida en que sus enseñanzas proceden de Dios, no es posible rechazar a unos y aceptar a otros: siempre habrá que acatar sus enseñanzas. La particularidad de Mahoma es la de ser el último mensajero de la voluntad de Dios; por ello la revelación fijada en el Corán es la última y la más perfecta, y debe imponerse sobre las anteriores.
Dios, después de crear el cielo y la tierra, creó al hombre en la persona de Adán, le enseñó los nombres de todos los seres y le encargó que fuera su vicario en la tierra. Desde los albores de la historia de la humanidad, la religión deseada por Dios fue el Islam, pero como los hombres lo olvidaron, Dios envió a profetas para recordárselo. Estos profetas-enviados podían tener además otra misión, la de promulgar una legislación temporal que se injertara en la religión inmutable. De este modo, la historia de la humanidad se entiende como la de sucesivos envíos de profetas a los distintos pueblos. Unos fueron enviados a los pueblos de Arabia, y otros, a los hebreos. El penúltimo de los enviados fue Jesús, criatura simple, enviada únicamente a los hijos de Israel. Al final, cuando se cumplió el tiempo, Mahoma fue enviado a los árabes primero y luego a toda la humanidad. Después de él no será enviado ningún profeta; la legislación promulgada en el Corán será válida hasta el día de la Resurrección.
El Corán censura como principales defectos del ser humano el orgullo e inconsciencia de su insignificancia, el egoísmo y la estrechez de miras. Los hombres viven pendientes de lo terrenal, olvidan al creador y sólo vuelven a Él cuando la naturaleza les falla. En su miopía, los hombres creen no obtener nada de la caridad o de la ayuda a sus semejantes, ignorando que Dios los premiará con la prosperidad. El Corán exhorta al individuo a trascender y superar tales defectos. Con ello se desarrollará su rectitud, su "atención" moral o taqiyya (cuya traducción más precisa es "precaución o defensa ante el peligro", aunque suele traducirse como "temor de Dios") y podrá examinar juiciosamente, sin autoengaños, el valor moral de sus acciones. El fin último de la conducta humana ha de ser el bien de la humanidad y no los placeres y ambiciones egoístas.

Representación del juicio final
El mundo terminará el día del juicio final: la humanidad será reunida y los individuos serán juzgados por sus acciones. Los “elegidos” irán al Jardín (el paraíso) y los “perdedores” irán al infierno, aunque Dios es misericordioso y perdonará a los que sean merecedores de ello. El Corán reconoce además otra clase de providencia divina, que afecta a la historia de los pueblos y naciones. Al igual que las personas, pueden ser corrompidas por la riqueza o el orgullo, y si no se reforman serán castigadas con la destrucción o su sometimiento a naciones más virtuosas.

Los preceptos del Islam

Las importancia de las cinco obligaciones religiosas del creyente antes citadas se refleja en el nombre con que son conocidas: "los cinco pilares del islam". La primera es la profesión de fe (shahada): “No hay más dios que Alá, y Mahoma es su profeta”. Debe ser hecha pública por cada musulmán al menos una vez en su vida “de forma verbal y con total asentimiento de corazón”, y supone el ingreso del individuo en la comunidad.
La segunda, el salat, es la obligación de realizar cinco oraciones al día: antes de la salida del sol, al mediodía, entre las tres y las cinco de la tarde, después de la puesta del sol y antes de la medianoche. En tales momentos del día, el almuédano (de al-mu'addin, "el que llama a oración") hace una llamada pública desde un minarete de la mezquita. Antes de la oración, el devoto debe hacer las abluciones pertinentes. La plegaria, efectuada en dirección a la Kaaba, empieza de pie; luego se hace una genuflexión a la que siguen dos postraciones; finalmente, los fieles se sientan. En cada posición se recitan determinadas oraciones y fragmentos del Corán. Por ser el día santo del Islam, los viernes tienen lugar oraciones especiales de carácter comunitario, precedidas por el sermón del imán.

Musulmanes orando en la Gran
mezquita de Srinagar (India)
El tercer precepto fundamental es dar el zakat o limosna. El zakat fue al principio un impuesto exigido por Mahoma (y después por los estados musulmanes) a los miembros más pudientes de la comunidad, sobre todo para ayudar a los pobres, aunque también se utilizó para otras necesidades humanitarias o para financiar la yihad o guerra santa. Sólo si se ha entregado el zakat se consideran legítimas y purificadas las propiedades o riquezas del creyente. En la actualidad, aunque su pago sigue siendo una obligación, se ha convertido en una limosna voluntaria sobre la que los gobiernos no intervienen.
El cuarto pilar es el ayuno o saum que todo musulmán debe realizar durante el mes del Ramadán: deberá abstenerse de comer, beber, fumar y mantener relaciones sexuales desde el amanecer hasta la puesta del sol, y evitar todo pensamiento o acto pecaminosos. Quienes pueden permitírselo deben, además, dar de comer como mínimo a un pobre. Por último, el hach o peregrinación a la Kaaba, en La Meca, constituye también una obligación para todo musulmán adulto que disponga de bienes suficientes y no esté físicamente incapacitado. Debe efectuarse durante los primeros diez días del último mes del año lunar y exige que los fieles se encuentren en estado de absoluta pureza. Los peregrinos deben dar siete vueltas a la Kaaba y correr por siete veces a paso ligero entre los dos túmulos próximos al santuario. Con ello cumplen con la llamada “peregrinación mayor”. La “peregrinación menor” incluye la visita a los lugares próximos de Mina y Arafat y diversos ritos, como la lapidación con siete piedrecillas de tres puntos que evocan las tres veces que Abraham fue tentado por el demonio.

La sociedad y el derecho islámico

Para el Islam, todas los ámbitos de la vida (espiritual, social y político) constituyen una unidad indivisible que debe regirse por los valores islámicos. Así, el concepto de sociedad del Islam es esencialmente teocrático; la sociedad y todo lo humano deben organizarse conforme a la voluntad de Dios. Este ideal inspira también conceptos como el derecho islámico y el estado islámico, y explica el acentuado énfasis del Islam en las obligaciones sociales. Los deberes religiosos fundamentales establecidos en los cinco pilares tienen ya en sí mismos claras implicaciones para la vida de la comunidad. Pero también la sharia o ley islámica fija las pautas morales de la comunidad. En la sociedad islámica, el derecho abarca un campo más amplio que en la cultura de Occidente, ya que incluye imperativos morales además de legales. Por ello no todo el derecho islámico puede ser formulado como norma legal ni impuesto por los tribunales; depende en gran medida de la conciencia.
La ley islámica se fundamenta en cuatro fuentes. La primera de ellas es, naturalmente, el Corán, al que sigue, como segunda fuente documental, la tradición representada por la Sunna y el Hadiz. La tercera fuente es la ijtihad ("opinión individual responsable") y con ella se dirimen cuestiones problemáticas no tratadas en el Corán o en el Hadiz, aunque el jurista se apoya en tales fuentes para, mediante un razonamiento analógico (qiyás), llegar a una conclusión. Tales razonamientos fueron ya utilizados por teólogos y juristas islámicos cuando, en los países conquistados, tuvieron que hacer frente a la necesidad de armonizar las leyes y costumbres locales con el credo islámico. La cuarta fuente es el consenso de la comunidad (ijma), que descarta gradualmente ciertas opiniones y acepta otras. Puesto que el Islam carece de una autoridad dogmática oficial, es un proceso que requiere largo tiempo.

El estado islámico

El Islam dio forma a una institución política, el estado islámico, cuyas bases quedaron definidas en un documento del año 622, el primer año de la era islámica o hégira: la "constitución de Medina". En él, el Profeta regulaba las actividades de su comunidad, de esa umma al principio reducida y que se extendió en menos de un siglo desde la India hasta el Atlántico. En su medio tribal, Mahoma implantó una ley suprema y verdadera como la más conveniente para todos los hombres.
El Corán contiene una neta ideología política, por el reconocimiento obligatorio de un principio de autoridad y de la distinción entre rectitud y error. Alá, todopoderoso y único, tiene lugartenientes de su poder en el mundo, explícitamente nombrados en el texto coránico, aunque no se llegue a precisar la forma como ha de gobernarse la comunidad islámica tras la desaparición del Profeta, aspecto que tuvo que ser complementado por una posterior elaboración jurídico-religiosa. Los hadices desarrollaron también la doctrina de la necesidad de reconocer a un soberano, califa o imán de toda la comunidad musulmana, recogiendo dichos del Profeta tales como "Quien me obedece, a Dios obedece; quien me desobedece, desobedece a Dios. Quien obedece a su jefe, a mí me obedece, y quien le desobedece, me desobedece a mí".
El orden político islámico establece como ideal la existencia de una comunidad de fieles unida con su rector, en armonía, algo que ocurrió durante poco tiempo. Mahoma era a la vez "profeta y hombre de Estado", como reza el título de un conocido libro del estudioso británico William Montgomery Watt; en Mahoma concluyó la profecía, y tras su muerte, acaecida en el año 632, sus sucesores improvisaron una monarquía electiva que recayó en cuatro de sus allegados, los "califas ortodoxos", hasta que en el 661 la dinastía omeya se hizo con el poder, que en el 750 le fue arrebatado por la dinastía abasí.
Pronto se fragmentó la unidad del estado islámico, debido a los conflictos que estallaron en torno a la cuestión de quién debía dirigirlo: los chiíes sólo aceptaban a descendientes directos de Mahoma para desempeñar esa función; los jariyíes no requerían como condición para ello un determinado linaje, sino ciertas cualidades personales del candidato, y para el Islam "ortodoxo" o sunní la soberanía sólo podían ejercerla los pertenecientes a la tribu de Quraish, la del Profeta. Varios conflictos prácticos quebraron la unidad inicial de la comunidad islámica, e incluso en el siglo X coexistieron, como si de un cisma se tratase, tres califatos a la vez: el de los abasíes de Bagdad, el de los fatimíes de Tunicia (que luego se trasladaron a El Cairo) y el de los omeyas de Córdoba.

La expansión del Islam

La rápida expansión del Islam se debió a la situación de debilidad interna en que se encontraban los imperios bizantino y sasánida, agotados por sus continuos enfrentamientos; por otra parte, ninguno de los dos concedió mucha importancia a las expediciones árabes, y cuando quisieron reaccionar fue demasiado tarde. También hay que tener en cuenta la superioridad militar de los invasores, que disfrutaban de gran movilidad merced a un armamento ligero formado por sables, arcos y lanzas, mientras sus enemigos se veían paralizados por pesados equipos. Además, su dominio de las rutas ancestrales les permitió colocar campamentos en lugares estratégicos. A sus éxitos también contribuyeron la capacidad directiva de algunos califas que contaron con jefes militares brillantes, así como el sentimiento religioso del pueblo árabe (que facilitó el triunfo sobre adversarios que se mostraron débiles y desunidos) y una relativa tolerancia para con las poblaciones conquistadas.
En tanto que apóstol de Dios, Mahoma no tenía prevista su sucesión. Estaba convencido de que él era el enlace entre Dios y los hombres, y pensaba que el portador real de su autoridad no era, de hecho, él mismo, sino la comunidad como un todo y la ley divina que la guiaba. Esta imprecisión trajo consigo los primeros problemas en el seno de la umma tras la muerte del Profeta, acaecida en el 632.
La desaparición de Mahoma estuvo a punto de destruir el edificio político y social que había empezado a construir. Las horas que siguieron a su muerte fueron las más críticas de la historia del Islam, debido a la rivalidad entre los miembros de su familia y la aristocracia quraishí a la hora de decidir quién debía reemplazarle como jefe de la umma. Fue el grupo más íntimo de sus discípulos el que resolvió la situación, eligiendo para sucederle a Abu Bakr, suegro y amigo del Profeta, que recibió el título de califa (jalifa rasul Allah), es decir, "sucesor del enviado de Dios". De esta manera, tan vaga en sus funciones y tan imprecisa en sus atribuciones y en la forma de elección o nombramiento, nació la institución del califato.

Mahoma y los cuatro califas ortodoxos
Abu Bakr (632-634) fue reconocido como el nuevo jefe de la comunidad, con la excepción de algunas tribus beduinas que iniciaron un movimiento de secesión o de "apostasía" (ridda). Junto con Umar (634-644), Utmán (644-656) y Alí (656-661), forma el grupo de los llamados califas ortodoxos (rasidun), compañeros de Mahoma y que habían conocido personalmente al Profeta. Bajo su gobierno se produjo la primera expansión del Islam, en especial durante el califato de Umar, quien poseía una capacidad militar y organizativa sobresaliente.

El califato ortodoxo

Tras la muerte de Mahoma, el principal objetivo era lograr la unidad en Arabia, sometiendo a las tribus rebeldes, y afirmar, con ello, la supremacía del Islam, asunto que en menos de un año resolvería Abu Bakr al vencer las resistencias locales e imponer el dominio del Islam en casi toda Arabia, lo que permitió iniciar la expansión por Siria, Palestina, Mesopotamia, Persia y Egipto.
Siguiendo la ruta utilizada en otro tiempo por los árabes en sus movimientos hacia tierras más ricas, los musulmanes llegaron a los confines de Palestina, donde su victoria sobre los bizantinos en Aynadayn (634) les permitió conquistar toda Siria en poco tiempo (en el 635 tomaron Damasco). Un nuevo triunfo en Yarmuk (636) facilitó la ocupación de Jerusalén (638), que fue considerada desde entonces como la segunda ciudad santa del Islam, después de La Meca. La debilidad del imperio bizantino y la existencia en Palestina y Siria de grupos árabes que proporcionaron ayuda a los musulmanes favorecieron estas conquistas.
Los ejércitos árabes penetraron en la alta Mesopotamia, y posteriormente llegaron hasta Armenia, permitiendo a sus príncipes locales mantener cierta autonomía a cambio del pago de tributos. Desde allí realizaron diversas incursiones hasta la actual Ankara, sin lograr, por el momento, asentarse en esa zona. A comienzos del siglo VIII, el avance árabe se detuvo en las montañas del Taurus.

Expansión del Islam bajo el califato ortodoxo
Las primeras expediciones contra el imperio sasánida las llevaron a cabo tribus árabes instaladas en la baja Mesopotamia, en ayuda de las cuales acudieron más tarde los ejércitos árabes. En el año 633 se apoderaron de Hira, la antigua capital de los lakmíes, y, tras la decisiva batalla de Qadisiya (637), ocuparon Ctesifonte, la capital sasánida. En su avance por Mesopotamia, llamada Irak a partir de entonces, los musulmanes no se limitaron a apoderarse de ciudades ya existentes, sino que también fundaron bases militares (amsar) como Basora y Kufa, al sur de la antigua Babilonia, desde donde emprendieron la conquista del oeste y el centro de Persia.
Más rápida fue la conquista de Egipto, pues la población, en su mayoría copta, era objeto de fuertes exacciones por parte de los gobernantes bizantinos dirigidos por el patriarca de Alejandría, a quien el emperador Heraclio I (610-641) confió la resistencia frente a los musulmanes. Allí, al igual que ocurrió en Siria, la llegada de éstos fue recibida con agrado. Además, el ejército bizantino no pudo acudir a frenar el avance del ejército musulmán dirigido por Amr ibn al-As, quien en poco tiempo se adueñó de las ciudades más importantes y fundó el campamento fortificado de Fustat (641), origen del viejo El Cairo. Con ello se consolidó la dominación árabe en Egipto y concluyó la primera fase de la expansión musulmana.

La organización del califato

No debió de ser tarea fácil la organización del recién creado imperio musulmán, pues no existía en el Corán ninguna reglamentación sobre el modo en que debían ser tratados los pueblos vencidos, por lo cual se recurrió al ejemplo dado por Mahoma. A los musulmanes les interesaba mantener en su puesto a la población que dominaban, ya que representaba una fuente de ingresos importante, pues sus tributos suponían valiosas contribuciones a la vida económica de la comunidad.
La distribución de las tierras conquistadas no se realizó de modo uniforme, pues se tuvo en cuenta el modo en que se había producido la rendición. En Siria y en Egipto se respetó la situación existente y se permitió a los propietarios conservar sus tierras a cambio del pago del impuesto territorial (jaray), ya que la rendición fue fruto de un acuerdo. No sucedió lo mismo en Irak, donde las tierras fueron confiscadas en su mayor parte debido a que la resistencia fue muy fuerte, y la capitulación, incondicional. De manera similar se procedió en las tierras del imperio bizantino que habían pertenecido al estado o a propietarios que habían huido, las cuales fueron confiscadas y pasaron a formar parte de los bienes del estado musulmán.
Correspondió al califa Umar proceder a la organización de las tierras conquistadas y a la reforma efectiva de la administración del imperio. En un primer momento, el botín de guerra se repartió de acuerdo con lo establecido en el Corán, de tal forma que una quinta parte se destinaba a Alá, a su Profeta o a los sucesores del mismo, y el resto se distribuía entre los combatientes. Pero pronto se vio la necesidad de regular un sistema administrativo general que acumulase todos los ingresos en el tesoro público y, de acuerdo con ello, elaborase la lista de los combatientes y estableciese los correspondientes pagos y sueldos fijos.
Los califas velaron por mantener el orden en los territorios recién conquistados, y para ello consideraron de interés fomentar la emigración de musulmanes fuera de Arabia, otorgándoles tierras para tal fin, con lo cual se creó un grupo de nuevos propietarios que, lógicamente, les serían fieles. Al mismo tiempo se crearon bases militares en los límites del desierto, que servían, a su vez, de centros comerciales. De esta manera se fue procediendo en la distribución y ocupación de las tierras conquistadas. La extensión del imperio musulmán hizo necesario crear cargos específicos que se ocupasen directamente del gobierno de las distintas provincias; no obstante, en algunos lugares, como en Egipto, se respetó la administración bizantina y los funcionarios siguieron en sus puestos.
Así, mediante los principios establecidos por Mahoma y las instituciones y tradiciones locales de los pueblos dominados, se fue organizando el estado musulmán, especialmente durante el gobierno de Umar. Dotado de una excepcional sabiduría política, de una voluntad tenaz y de una energía vigorosa, preocupado, sobre todo, por servir a los intereses del Islam, este califa fue el auténtico organizador del estado musulmán: impulsó la conquista, creó ciudades nuevas, hizo donaciones territoriales, puso en marcha la administración, organizó el ejército, afianzó la autoridad central y promovió otras muchas iniciativas mediante las cuales el Islam empezó a transformarse en una sociedad regida por el orden y la jerarquía.
Sin embargo, a su muerte comenzaron a aparecer los primeros síntomas de división en el seno de la comunidad musulmana. Su sucesor, Utmán, perteneciente al clan de los omeyas (miembros de la tribu de Quraish, y de la aristocracia de La Meca), se preocupó más de favorecer a los miembros de su familia que de atender al bien de los musulmanes, lo que provocó numerosas revueltas. A ello se sumó el descontento de parte de la población por haberse frenado las conquistas y no poder obtener los ricos botines del pasado, malestar acrecentado porque, cuando Utmán accedió al poder, Arabia atravesaba una grave crisis financiera y tenía importantes dificultades económicas.
No obstante, hay que destacar que durante su gobierno prosiguió el avance en el norte de África, se conquistó el Jurasán y se realizaron importantes expediciones marítimas, que permitieron la conquista de Chipre (649) y de otras islas del Mediterráneo oriental, lo que puso fin a la hegemonía bizantina en esa zona. Su asesinato, en el 656, creó un enorme malestar entre los omeyas, que trataron de vengar su muerte, iniciándose un período de discordias que acabaron por dividir a la comunidad musulmana.

El fin del califato ortodoxo

En la fase de desconcierto que siguió a la muerte de Utmán, la población de Medina nombró califa a Alí, primo y yerno del Profeta (se había casado con su hija Fátima), de dudosas cualidades como hombre de Estado. No hubo acuerdo en la elección, y los mequíes mostraron su disconformidad por esta designación, pues deseaban que fuese elegido un miembro de la familia omeya.
Alí debió afrontar la oposición tanto de los seguidores del difunto califa, agrupados en torno al omeya Muawiya, gobernador de Siria y primo de Utmán, como de los seguidores de Aisha, viuda de Mahoma, que no podía aceptar que Alí (a quien ya se había enfrentado en otras ocasiones) se hubiese beneficiado de un crimen. El primer choque armado se produjo en las proximidades de Kufa, en el 656, y es conocido como la "batalla del camello", animal que Aisha montaba y en torno al cual se combatió; este encuentro marca el inicio de los enfrentamientos entre miembros de la comunidad musulmana. El triunfo de Alí afianzó su poder, pero sólo en Irak, ya que ni Amr ibn al-As en Egipto ni Muawiya en Siria reconocían su autoridad.
En el 657 se produjo un nuevo enfrentamiento entre musulmanes en la llanura de Siffin, a orillas del Eúfrates, donde tuvo lugar uno de los acontecimientos más célebres de la historia del Islam: cuando Muawiya estaba a punto de ser derrotado, Amr, su aliado, tuvo la idea de colocar hojas del Corán en la punta de las lanzas, como símbolo de apelación al juicio de Alá; con ello evitó la derrota, pues todos depusieron las armas. Algunos seguidores de Alí mostraron su desacuerdo por esta actitud y quisieron volver a la lucha, pero ante la negativa del califa a reemprender el combate le abandonaron y se retiraron. La historia musulmana dio a este grupo el nombre de jariyíes, "los que se salen"; Alí les combatió, y murió asesinado por uno de ellos en el 661.
El califato de Alí fue un completo fracaso, pues se perdió la unidad del mundo musulmán, que, a su muerte, quedó escindido en tres grupos: los jariyíes, los chiíes y los sunníes, que disentían en cuanto a la fuente de la legitimidad del poder. Los jariyíes mantenían que cualquier musulmán piadoso podía acceder al califato. Los chiíes (miembros del "partido de Alí", xi'at Alí) consideraban ilegítimos tanto a Muawiya como a los califas anteriores, por cuanto sostenían que la sucesión en el califato sólo era legítima por línea consanguínea; se agruparon en torno a la esposa de Alí, Fátima, y a sus hijos Hasan y Husayn. Los sunníes aceptaban la autoridad de Muawiya, y consideraban que el califato no se transmitía por línea sanguínea directa, sino que debían ejercerlo miembros de la tribu del Profeta.
Con la muerte de Alí concluyó el régimen teocrático que tenía por base el Corán y, como modelo, el comportamiento del Profeta. Desde entonces fue necesario recurrir a sabios exégetas o a piadosos tradicionalistas para aclarar o rellenar lagunas de las prescripciones del Corán o de la Sunna (el conjunto de dichos y hechos atribuidos a Mahoma). La propia expansión del imperio, la evolución de la sociedad o el desarrollo de la economía obligarían a los sucesivos califas a adaptar las estructuras del estado a los problemas del momento.

El califato omeya

A pesar de que Hasan, hijo de Alí, fue reconocido como sucesor de su padre, renunció a sus derechos en favor de Muawiya (661-680). Ello significaba la instauración de la dinastía omeya al frente de la comunidad musulmana, cuyos destinos iba a dirigir por un período de casi un siglo, y el triunfo de la aristocracia quraishí sobre los compañeros de Mahoma. El primer objetivo de Muawiya fue sentar las bases de una dinastía arraigada en Siria, donde él mismo se había establecido desde los primeros momentos de la conquista, e intentar consolidar y fortalecer la autoridad califal en una época en que estaba latente la guerra civil y empezaban a manifestarse movimientos separatistas.
Muawiya imprimió una orientación nueva al califato, dando prioridad absoluta a la centralización gubernamental, con el objetivo de que todo el poder recayese en el califa. Promovió hábitos preislámicos al rodearse de un organismo consultivo o sura de nobles, en el que también participaban delegaciones de tribus árabes que daban su aprobación a las decisiones del califa. Implantó, así mismo, el principio de superioridad autocrática del califa, frente al estado teocrático legado por Mahoma y mantenido por los dos primeros califas, y aseguró el procedimiento dinástico, imponiendo la transmisión hereditaria, al designar sucesor en vida a su hijo, como habían hecho los bizantinos, decisión ratificada por la sura. A través de esta consulta, la comunidad musulmana reconocía la autoridad de la persona elegida y se comprometía a obedecerla.
En la organización del gobierno central y de la administración de las provincias se inspiró en los modelos de la antigua administración bizantina, que conocía bien por el tiempo que fue gobernador de Siria, y trasladó la capital de la nueva dinastía a Damasco, abandonando Medina y La Meca como centros políticos, hecho que causó un profundo malestar entre algunos grupos de musulmanes.
Gracias a su habilidad y a su prestigio personal, Muawiya pudo superar las dificultades y problemas internos y mantener la paz en el extenso imperio que gobernaba. Durante su mandato y el de sus sucesores Abd al-Malik (685-705) y al-Walid (705-715) prosiguió el avance musulmán en tres direcciones: Constantinopla y Asia Menor, norte de África y península Ibérica, y Asia Central.
En Asia Menor continuaron las guerras de conquista frente a los bizantinos, pero en esta zona los ejércitos árabes encontraron un obstáculo insalvable: las montañas del Taurus, por lo que los territorios situados en torno a las mismas fueron objeto de permanente disputa entre musulmanes y bizantinos. Por otra parte, los árabes asediaron Constantinopla varias veces, tanto por tierra como por mar (668-669, 674-680, 716-718), pero la capital bizantina resistió denodadamente sus ataques.
Tras la conquista de Egipto, los árabes continuaron su ofensiva en el norte de África. Entre sus logros cabe destacar la fundación, en el 670, de un campamento en al-Qayrawan (Kairuán), que protegía la ruta hacia Egipto y servía de base para enfrentarse a las tribus beréberes del oeste de Ifriqiya (Tunicia); la toma de Cartago (698); el sometimiento de las tribus del centro y oeste del Magreb, y la conquista de la península Ibérica (711-715).

El califato omeya
En Oriente, los ejércitos musulmanes tomaron Afganistán (698-700) y la Transoxiana (desde 650), poniendo mucho interés en islamizar los territorios conquistados. Tal fue el caso de Bujara y Samarcanda (conquistadas en el 709 y el 712, respectivamente), que se convirtieron en dos grandes centros musulmanes de Asia Central. Poco después invadieron el Turquestán chino y penetraron en la India, en el 711.
Durante los noventa años de gobierno de la dinastía omeya, el imperio musulmán alcanzó los límites extremos de su expansión: se extendía desde la India a la península Ibérica. Pero, a pesar de sus esfuerzos, las numerosas revueltas que se produjeron en su interior debilitaron a los omeyas de tal manera que no fueron capaces de detener el empuje abasí. El año 750 marcó el fin de la dinastía omeya en Oriente, pues sólo uno de sus miembros, el príncipe Abd al-Rahman, escapó de la matanza de los abasíes; fue él quien, en el 756, instauró la dinastía omeya en al-Ándalus.

El califato abasí

Con la llegada de los abasíes (descendientes de al-Abbas, tío del Profeta) el Islam sufrió una nueva transformación. En primer lugar, la guerra civil entre ambas dinastías perjudicó durante un corto espacio de tiempo la unidad del imperio. En segundo lugar, el enfrentamiento puso de manifiesto la decadencia de un tipo de gobierno que se había mostrado impotente para frenar los movimientos adversos (jariyíes, chiíes). En tercer lugar, era necesario adoptar medidas que calmaran el descontento social y económico que reinaba entre los muwallad, la población no árabe convertida al Islam.
Esta nueva dinastía árabe dirigió los destinos del imperio musulmán desde el 750 hasta 1258, año en que los mongoles tomaron la ciudad de Bagdad; pero, de manera efectiva, el imperio de los abasíes sólo duró hasta finales del siglo IX, cuando comenzaron a fragmentarse sus dominios. Uno de los primeros cambios que llevaron a cabo fue el traslado de la sede del gobierno a Irak, donde en el 762 el califa al-Mansur (754-775) fundó Bagdad, la nueva capital. Con ello se perseguía asentar su poder en un territorio turbulento y satisfacer a iraquíes e iranios, olvidados por los omeyas. Sin embargo, el alejamiento de la capital respecto del occidente musulmán favorecería los movimientos independentistas en esta última zona.
Los califas abasíes mostraron una actitud muy diferente a la de los omeyas. Éstos eran jefes de la tribu y de la comunidad, y reyes árabes cuya fuerza descansaba en el ejército. Los historiadores de época abasí reprocharon a los omeyas el haber quebrantado la organización propuesta por los califas rasidun para establecer en su lugar un reino profano. Por su parte, los abasíes dieron preferencia a su prestigio religioso: el califa era el imán, el jefe espiritual y temporal, un soberano absoluto cuyo poder estaba regulado en la ley islámica; aún más, era el "representante de Dios" en la Tierra, y no sólo el sucesor del Profeta. Esta idea les engrandeció y les llevó a alejarse de sus súbditos, con los que rara vez tenían contacto, pues normalmente vivían recluidos en lujosos palacios. Su poder se refleja también en el ámbito temporal, donde ostentaban toda autoridad. Muy pocos fueron los califas que gobernaron personalmente, pues, a semejanza de la administración persa, solían delegar los asuntos de Estado en un visir, cuyo poder era grande. Este cargo se hizo hereditario, por lo que surgieron verdaderas dinastías de visires, como la familia iraní de los Barmakíes.

El califato abasí
Los principios administrativos no se modificaron de manera especial. Las oficinas de la administración (diwan), muy perfeccionadas, constituían verdaderos ministerios. Se transformó, sin embargo, la forma de gobierno, pues en ella se dejó sentir la influencia del personal reclutado entre los muwallad iraníes, ya que los árabes, aunque no fueron excluidos del poder, no ocuparon los puestos más relevantes de la administración. Por otra parte, el ejército había perdido su función conquistadora, y en esa época debía velar por mantener y aplicar la ley dentro del imperio; sus miembros fueron reclutados primero entre los jurasaníes, y, desde el siglo IX, entre los turcos.

La desmembración del califato abasí

De entre los califas abasíes merecen una mención especial Harum al-Rashid (786-809) y al-Mamun (813-833). Con al-Rashid el califato vivió uno de sus momentos de mayor esplendor; este personaje fue conocido en Occidente por las relaciones que mantuvo con la emperatriz bizantina Irene y con Carlomagno. Sin embargo, fue él quien dio comienzo a la desmembración del califato, al conceder a Ibrahim ibn Aglab, gobernador de Ifriqiya, una autonomía muy próxima a la independencia.
Entretanto, en al-Ándalus se había constituido un emirato omeya independiente, y en Marruecos habían surgido varios poderes locales: la dinastía de los rustemíes del Tahert (776-911, fundada por el jariyí Ibn Rustum) y la de los idrisíes (788-974, fundada por el chií Idris I). No obstante, a comienzos del siglo IX, el imperio abasí era la mayor potencia política y económica del momento. Durante el gobierno de al-Mamun, la civilización abasí alcanzó su apogeo: Bagdad se convirtió en un gran centro cultural, de donde surgían las normas sociales y culturales seguidas en los demás países musulmanes.
Durante la segunda mitad del siglo IX comenzó el declive del imperio abasí, motivado, en buena parte, por la crisis económica y por la proliferación de movimientos secesionistas. En su expansión, el Islam había aglutinado un conjunto de pueblos y razas muy diversos entre sí; tales diferencias deshicieron en pocos siglos los lazos que les unían al único gobierno, hasta el momento admitido, de la comunidad musulmana. Fueron varios los motivos que impulsaron los movimientos secesionistas: la lejanía de la metrópoli, el aislamiento de ciertas zonas, la idea de raza y, de manera especial, el deseo de enriquecimiento a través de las armas. De este modo, a mediados del siglo X había ya tres califas en el mundo musulmán: el abasí en Bagdad, el omeya en Córdoba y el fatimí en El Cairo.
Extraido con permiso del website: Biografías y Vidas
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