Biografía de Wolfgang Amadeus Mozart | Compositor austriaco.
Genio extraordinariamente precoz, la prematura muerte del compositor austriaco dio lugar a un cúmulo de leyendas.
El Tratado para una escuela violinística básica,
de Leopold Mozart
Su hemana Maria Anna Mozart
Mozart en Verona (óleo de Saverio dalla Rosa, 1770)
Mozart (al clavicordio) con el violinista
Linley en Florencia, 1770
El arzobispo Colloredo (óleo de F. X. Koenig, 1772)
La madre de Mozart, Anna Maria Pertl
Constance Weber (óleo de Joseph Lange, 1782)
Wolfgang Amadeus Mozart
Fotograma de Amadeus (1984), de Milos Forman
Mozart componiendo el Réquiem
Mozart
Instrumentos de Mozart en su casa
natal, hoy convertida en museo
Mozart a los 11 años
Mozart hacia 1780
Considerado por muchos como el mayor genio
musical de todos los tiempos, Wolfgang Amadeus Mozart compuso una obra
original y poderosa que abarcó géneros tan distintos como la ópera bufa,
la música sacra y las sinfonías. El compositor austriaco se hizo
célebre no únicamente por sus extraordinarias dotes como músico, sino
también por su agitada biografía personal, marcada por la rebeldía, las
conspiraciones en su contra y su fallecimiento prematuro. Personaje
rebelde e impredecible, Mozart prefiguró la sensibilidad romántica. Fue,
junto con Händel, uno de los primeros compositores que intentaron vivir
al margen del mecenazgo de nobles y religiosos, hecho que ponía de
relieve el paso a una mentalidad más libre respecto a las normas de la
época. Su carácter anárquico y ajeno a las convenciones le granjeó la
enemistad de sus competidores y le creó dificultades con sus patrones.
Wolfgang Amadeus Mozart nació el 27 de
enero de 1756, fruto del matrimonio entre Leopold Mozart y Anna Maria
Pertl. La madre procedía de una familia acomodada de funcionarios
públicos; el padre era un modesto compositor y violinista de la corte
del príncipe arzobispo de Salzburgo, autor de un útil manual de
iniciación al arte del violín, publicado en 1756. Mozart era el séptimo
hijo de este matrimonio, pero de sus seis hermanos sólo había
sobrevivido una niña, Maria Anna. Wolferl y Nannerl, como se llamó a los
dos hermanos familiarmente, crecieron en un ambiente en el que la
música reinaba desde el alba hasta el ocaso, ya que el padre era un
excelente violinista que ocupaba en la corte del príncipe-arzobispo
Segismundo de Salzburgo el puesto de compositor y vicemaestro de
capilla.
El Tratado para una escuela violinística básica,
de Leopold Mozart
Por aquel entonces, Salzburgo empezaba a
recuperarse de los desastres humanos y económicos de las guerras civiles
del siglo XVII, pero aun así la vida cultural y económica giraba casi
exclusivamente en torno a la figura feudal del arzobispo, al tiempo que
empezaban a circular ideas ilustradas entre una naciente burguesía
urbana, todavía ajena a los centros sociales de prestigio y poder. Una
atmósfera que cabe recordar para, en su momento, hacerse cargo de la
mentalidad de Mozart padre, así como de la rebeldía juvenil del hijo.
Leopold, en efecto, educó a sus hijos desde
una tempranísima edad como a músicos capaces de contribuir al sustento
de la familia y de convertirse lo antes posible en servidores a sueldo
del príncipe de Salzburgo. Una aspiración lógica y común en su tiempo.
Nannerl, cinco años mayor que Wolfgang, ya daba clases de piano a los
diez años de edad, y uno de sus alumnos fue su propio hermano. El
interés y las atenciones de Leopold se concentraron al principio en la
formación de la dotadísima Nannerl, sin percatarse de la temprana
atracción que el pequeño Wolferl sentía por la música: a los tres años
se ejercitaba con el teclado del clavecín, asistía sin moverse y con los
ojos como platos a las clases de su hermana y se escondía debajo del
instrumento para escuchar a su padre componer nuevas piezas.
El más precoz de los genios
Pocos meses después, Leopold se vio
obligado a dar lecciones a los dos y quedó estupefacto al contemplar a
su hijo de cuatro años leer las notas sin dificultad y tocar minués con
más facilidad con que se tomaba la sopa. Pronto fue evidente que la
música era la segunda naturaleza del precoz Wolfgang, capaz a tan tierna
edad de memorizar cualquier pasaje escuchado al azar, de repetir al
teclado las melodías que le habían gustado en la iglesia y de apreciar
con tanto tino como inocencia las armonías de una partitura.
Un año más tarde, Leopold descubrió
conmovido en el cuaderno de notas de su hija las primeras composiciones
de Wolfgang, escritas con caligrafía infantil y llenas de borrones de
tinta, pero correctamente desarrolladas. Con lágrimas en los ojos, el
padre abrazó a su pequeño "milagro" y determinó dedicarse en cuerpo y
alma a su educación. Bromista, sensible y vivaracho, Mozart estaba
animado por un espíritu burlón que sólo ante la música se transformaba;
al interpretar las notas de sus piezas preferidas, su sonrosado rostro
adoptaba una impresionante expresión de severidad, un gesto de firmeza
casi adulto capaz de tornarse en fiereza si se producía el menor ruido
en los alrededores. Ensimismado, parecía escuchar entonces una
maravillosa melodía interior que sus finos dedos intentaban arrancar del
teclado.
El orgullo paterno no pudo contenerse y
Leopold decidió presentar a sus dos geniecillos en el mundo de los
soberanos y los nobles, con objeto tanto de deleitarse con las
previsibles alabanzas como de encontrar generosos mecenas y protectores
dispuestos a asegurar la carrera de los futuros músicos. Renunciando a
toda ambición personal, se dedicó exclusivamente a la misión de conducir
a los hermanos prodigiosos hasta la plena madurez musical. Aunque el
niño era a todas luces un genio, cabe observar que su talento fue
educado, espoleado y pulido por la diligencia del padre, al que sólo
cabe achacar haber expuesto a un niño de salud quebradiza a los
constantes rigores de unos viajes ciertamente incómodos. La iconografía
de Mozart niño no nos ofrece un retrato fiel de su aspecto, pero los
testimonios coinciden en una palidez extrema, casi enfermiza.
Así, los hermanos Mozart se convirtieron en
concertistas infantiles en giras cada vez más ambiciosas; contaban con
el beneplácito del príncipe, sin el cual no habrían podido abandonar la
ciudad. De 1762 a 1766 realizaron varios viajes por Alemania, Francia,
Gran Bretaña y los Países Bajos. En 1762, un año después de la primera
composición escrita de Mozart, los hermanos daban conciertos en los
salones de Munich y Viena. En el mismo año viajaron a Frankfurt, Lieja,
Bruselas y París.
Su hemana Maria Anna Mozart
En Versalles, aquel niño mimado por el
aplauso de todos, pero niño al fin y al cabo, saltó en un arrebato a las
faldas de la emperatriz para abrazarla, y le propuso a la futura reina
María Antonieta, entonces niña de su misma edad, casarse con él, además
de hacer un público desplante a madame de Pompadour por negarse a
besarlo. De allí marcharon a Londres, donde tocaron en el palacio de
Buckingham y conocieron a Johann Christian Bach, el hijo predilecto de
Johann Sebastian, cuyas composiciones sedujeron al niño. En sólo seis
semanas Wolfgang fue capaz de asimilar su estilo y componer versiones
personales de su música.
Sin embargo, no todos los viajes estaban
alfombrados de éxito y beneficios. Los conciertos, en ocasiones
similares a números de circo, no daban todo lo esperado. El monedero del
padre Mozart se encontraba vacío con demasiada frecuencia. Como la
memoria de los grandes es escasa y caprichosa, algunas puertas se
cerraron para ellos; además, la delicada salud del pequeño les jugó
diversas veces una mala pasada. El mal estado de los caminos, el precio
de las posadas y los viajes interminables provocaban mal humor y
añoranza, lágrimas y frustraciones.
La primera gira concluyó en 1766. De 1767 a
1769 dieron conciertos por Austria, y desde esta fecha hasta 1771 por
Italia, donde recibió la protección de Martini, que gestionó su ingreso
en la Accademia Filarmonica. Leopold reconoció que pedía demasiado a su
hijo y en varias ocasiones volvieron a Salzburgo para poner fin a la
vida nómada. Pero la ciudad poco podía ofrecer a Wolfgang, aunque
recibiría a los trece años el título honorífico de Konzertmeister
de la corte salzburguesa; Leopold quiso que Wolferl continuase
perfeccionando su educación musical allí donde fuese preciso, y continuó
su peregrinar de país en país y de corte en corte. Wolfgang conoció
durante sus giras a muchos célebres músicos y maestros que le enseñaron
diferentes aspectos de su arte y las nuevas técnicas extranjeras.
Mozart en Verona (óleo de Saverio dalla Rosa, 1770)
El muchacho se familiarizó con el violín y
el órgano, con el contrapunto y la fuga, la sinfonía y la ópera. La
permeabilidad de su carácter le facilitaba la asimilación de todos los
estilos musicales. También comenzó a componer en serio, primero minués y
sonatas, luego sinfonías y más tarde óperas, encargos medianamente bien
pagados pero poco interesantes para sus aspiraciones, aceptados debido a
la necesidad de ganar el dinero suficiente para sobrevivir y seguir
viajando. A menudo se vio también obligado a dar clases de clavecín a
estúpidos niños de su edad que le irritaban enormemente.
Entretanto, el padre se sentía cada vez más
impaciente. ¿Por qué no había conseguido todavía la gloria máxima su
hijo, que ya sabía más de música que cualquier maestro y cuya genialidad
era tan visible y evidente? Ni sus conciertos para piano ni sus sonatas
para clave y violín, y tampoco los estrenos de sus óperas cómicas La tonta fingida y Bastián y Bastiana
habían logrado situarle entre los más grandes compositores. Sólo en
1770 Leopold considerará que al fin su hijo goza de un éxito merecido:
el Papa Clemente XIV le otorga la Orden de la Espuela de Oro con el
título de caballero, la Academia de Bolonia le distingue con el título
de compositore y los milaneses acompañan su primera ópera seria, Mitrídates, rey del Ponto, con frenéticos aplausos y con gritos de "¡Viva il maestrino!"
Mozart (al clavicordio) con el violinista
Linley en Florencia, 1770
El 16 de diciembre de 1771 los Mozart
regresaban a Salzburgo, aureolados por el triunfo conseguido en Italia
pero siempre a merced de las circunstancias. Aquel afamado adolescente
de quince años ya tenía en su haber la escritura de más de cien
composiciones (conciertos, sinfonías, misas, motetes y óperas) y lucía
con orgullo la Espuela de Oro del papa. Ese mismo año, sin embargo,
había fallecido el arzobispo de Salzburgo, y las ideas y el carácter del
nuevo mitrado, el conde Gerónimo Colloredo, alteraron el rumbo de la
vida de Mozart.
En Salzburgo
Contra lo que pueda parecer, la atmósfera
en la Austria católica era menos rígida y puritana que en la Alemania
protestante, sobre todo en Viena, y el nuevo arzobispo no era un señor
feudal a la antigua usanza, sino todo un reformista ilustrado, que
convirtió a los siervos y criados de su corte en funcionarios públicos.
En esta operación, sin embargo, Colloredo actuó con la rigidez de un
déspota, y para el joven Mozart, equiparado administrativamente a los
jardineros de palacio, la modernización de la corte le resultó más
humillante y gravosa que el trato benevolente y paternal, aunque
arbitrario, de su antiguo señor. La corte salzburguesa estaba, además,
impregnada de clericalismo e intrigas en la tradición vaticana, y el
vitalismo y cosmopolitismo de Mozart ansiaba la vida de Viena, por la
intensidad de su apertura y curiosidad musical y la animación artística
de sus teatros.
El arzobispo Colloredo (óleo de F. X. Koenig, 1772)
Sólo su naturaleza alegre y despreocupada
salvó al joven de la apatía o la rebelión y le permitió crear en esta
época más y mejor que nunca. Era el fin del niño prodigio y el comienzo
de la madurez musical. En sus conciertos rompía con las concepciones
tradicionales alcanzando un verdadero diálogo entre la orquesta y los
solistas. Sus sinfonías, de brillantes efectos instrumentales y
dramáticos, eran excesivamente innovadoras para los perezosos oídos de
sus contemporáneos. Mozart resultaba para todos a la vez nuevo y
extraño. Pero tampoco su siguiente ópera, La jardinera fingida,
en la que fundía por primera vez audazmente drama y bufonada,
constituyó un éxito, aunque había tratado de seguir al pie de la letra
las reglas de la moda y los convencionalismos. El joven se sentía
frustrado, deseaba componer con libertad y huir del marco estrecho y
provinciano de su ciudad natal. Nuevas y breves visitas a Italia y Viena
aumentaron sus ansias de amplios horizontes.
Durante este período su producción de
encargo fue básicamente sacra, aunque Mozart compuso además varias
óperas cortesanas, cuartetos de cuerda, sonatas y divertimentos. Tras
una estancia en Munich, en enero de 1775, para representar ante el
elector Maximiliano III La jardinera fingida, Mozart
consiguió finalmente autorización de Colloredo para una nueva gira.
Acompañado esta vez de su madre, partió de Salzburgo, feliz de abandonar
su «salvaje ciudad natal» y con la esperanza de revivir sus éxitos
infantiles en París. Pero primero se detuvo largos meses de l 777 en
Munich, Augsburgo y Mannheim, entre otras ciudades. En la última trabó
amistad con Ramm, Wendling y Cannabich y escribió el Concierto para piano que fue la número 271 de sus composiciones.
El 23 de marzo de 1778 llegó a París, donde
conoció la primera de sus más amargas experiencias: la ciudad le
ignoraba; había crecido; ya no era, por su edad, un fenómeno de la
naturaleza que pudiera ser exhibido en los salones, unos salones contra
los que Mozart escribió durísimas palabras por la frivolidad e
insensibilidad musical ante su obra. Sus condiciones de subsistencia se
hicieron extraordinariamente precarias, lo que sin duda contribuyó a
minar la ya precaria salud de su madre. Anna Maria falleció el 3 de
julio, y esta muerte contribuyó a incrementar los malentendidos y tensas
relaciones entre padre e hijo.
La madre de Mozart, Anna Maria Pertl
Derrotado, antes de regresar a Salzburgo,
Mozart recaló en el hospitalario refugio de la familia Weber en
Mannheim. Durante su viaje de ida se había enamorado de Aloysia Weber
que, a su corta edad, presagiaba una prometedora carrera de cantante. Si
esperaba entonces encontrar consuelo en ella, ésta sería su tercera
experiencia de dolor. En su ausencia, Aloysia había triunfado y le hizo
saber claramente que no uniría su vida a un músico sin un futuro
asegurado como él.
Los dos años siguientes los pasó en
Salzburgo, languideciendo en su «esclavitud episcopal», hasta que le
llegó un encargo de Munich: la composición de una ópera, Idomeneo,
en la que Mozart, aun dentro del esquema cortesano de Gluck, superaría
sus anteriores composiciones para la escena. En 1781 Mozart y la familia
Weber coincidieron en Viena. Él, como miembro de la corte de Colloredo,
trasladada a la capital; la familia Weber, para seguir los
acontecimientos musicales de la temporada. Surgió entonces el amor por
la hermana de Aloysia, Constance.
Entretanto, las relaciones con el arzobispo
se encresparon. Mozart, para desesperación de Leopold, no era ningún
modelo de diplomacia y, pese a su carácter risueño y bondadoso,
reaccionaba con acritud instantánea cuando se sentía atacado o
humillado. A primeros de mayo, Mozart recibió la orden, a través de un
lacayo de Colloredo, de abandonar inmediatamente Viena, al parecer, para
llevar un paquete a Salzburgo, en donde se le indicó que debía
permanecer. Mozart presentó su carta de dimisión al arzobispo, quien la
aceptó de inmediato. Libre de patrones, Mozart residiría en Viena el
resto de su vida.
En Viena
Mozart prefiguraba así el artista moderno del romanticismo, muy en consonancia con el espíritu rebelde del Sturm und Drang
y la sensibilidad wertheriana que conmocionaba a la juventud alemana de
la época; un artista que quería liberarse de la servidumbre feudal, que
se resistía a insertarse en las filas del funcionariado cultural, y
pretendía sobrevivir a sus solas expensas. Mozart habría de pagar muy
cara su ejemplar osadía; pero, por el momento, se sintió feliz y libre.
Comenzó a dar lecciones de piano y a componer sin descanso. Muy pronto
la suerte se puso de su lado: recibió el encargo de escribir una ópera
para conmemorar la visita del gran duque de Rusia a Viena. Como por
aquel entonces estaban de moda los temas turcos, exponentes del exotismo
oriental con ciertos toques levemente eróticos, Mozart abordó la
composición de El rapto del serrallo, que, estrenada un
año más tarde, se convirtió en su primer éxito verdadero, no solamente
en Austria sino también en Alemania y otras ciudades europeas como
Praga.
El 4 de agosto de 1782, poco después de este gran triunfo, Mozart se casó con Constance Weber, a quien dedicó la serenata Nachmusik
(K. 388). Mucho han discutido los biógrafos los motivos de esta boda.
¿Auténtico amor? ¿Debilidad ante las maniobras casamenteras de la madre
de Constance? ¿Necesidad de afirmarse en su nueva independencia frente a
las presiones de Leopold? Posiblemente hubiera de todo un poco. La
genialidad musical de Mozart no tenía por qué coincidir con la madurez
del carácter.
En general se tiende a creer que la señora
Weber, que había soñado alguna vez con convertir al prometedor joven en
su yerno, intentó despertar el interés de Mozart por su hija menor,
Constance, de catorce años. No sería difícil: Wolfgang no pudo ni quiso
resistirse a la dulce presión y se prometió a la muchacha, que era
bonita, infantil, alegre y cariñosa, aunque quizás no iba a ser la
esposa ideal para el caótico compositor. Constance tenía aún menos
sentido práctico que él, todo le resultaba un juego y no podía ni
remotamente compartir el profundo universo espiritual de su marido,
enmascarado tras las bromas y las risas. Pero aunque era una joven de
poca finura espiritual, su vitalismo tenía que agradar e incluso
fascinar al rebelde Mozart. Y Mozart se consideró el hombre más
afortunado del mundo el día de su boda, y continuó creyendo que lo era
durante los nueve años siguientes, hasta su muerte. Parece injusto
afirmar que Constance fuera la sola causa de su ruina y quebrantos. No
es seguro que le fuera fiel (algunas de las cartas del marido a la
esposa son extremadamente patéticas, en sus ruegos de que sepa «guardar
las apariencias») , pero tampoco lo es que Mozart se lo fuera a ella en
todo momento.
Constance Weber (óleo de Joseph Lange, 1782)
Lo indudable es que, al igual que su joven
esposo, Constance no era la administradora que la delicada situación de
un artista independiente hubiera requerido, y parece ser que derrochaba
con la misma alegría que Wolfgang Amadeus: el hogar vienés de los Mozart
recibía diariamente la visita de peluquero y otros servidores; en los
momentos de mayor penuria, Mozart se las ingeniaba para aparecer en
público impecablemente vestido y mostrarse liberal y obsequioso. Sólo
tras su muerte, sus amigos, muchos de ellos en envidiable situación
económica, se enterarían con sorpresa de la magnitud de su
endeudamiento.
El matrimonio se instaló en Viena en un
lujoso piso céntrico que se llenó pronto de alegría desbordante, fiestas
hasta el amanecer, bailes, música y niños. Era un ambiente enloquecido,
anárquico y despreocupado, muy al gusto de Mozart, que en medio de
aquel caos pudo desarrollar su enorme impulso creador. Una sombra en
estos años fue la poca salud de su mujer, debilitada con cada embarazo;
en los nueve años de su matrimonio dio a luz siete hijos, de los que
sólo sobrevivieron dos: Karl Thomas y Franz Xaver (nacido cuatro meses
antes de la muerte de Mozart y futuro pianista). Constance se vio
obligada a seguir curas de reposo, gravosísimas para la endeble economía
familiar.
Todo en Mozart era, por tanto,
derroche: de facultades, de vitalismo, de proyectos, de obras y de
sentimientos. No se acercó a la francmasonería en 1784 en busca de una
ayuda económica que nunca, por orgullo, solicitó de sus amigos, sino por
saciar un ansia de universal fraternidad y espiritualidad que Mozart,
como muchos católicos austriacos, sacerdotes incluidos, encontró en los
símbolos y los ritos masones antes que en la pompa clerical de la
Iglesia. Una simbología que más adelante sabría plasmar musicalmente en
la composición de La flauta mágica.
Los nueve años que separan su matrimonio de
su muerte pueden dividirse en dos períodos. Hasta 1787, y sobre todo a
partir de los éxitos vieneses de 1784, Mozart disfruta de unos años que
pueden ser calificados de «felices». Durante este primer período, su
producción fue ingente en todos los géneros: conciertos para piano,
tríos, cuartetos, quintetos... De 1783 es la Misa en do menor, a la vez solemne y exultante; de 1784 datan sus más célebres Conciertos para piano; en 1785 dedicará a Haydn los Seis cuartetos:
todas ellas son obras magistrales, pero el público sigue mostrándose
consternado ante una música que no acaba de entender y que por lo tanto
le ofende.
De 1786 data la ópera Las bodas de Fígaro,
con libreto de Lorenzo da Ponte a partir de la obra de Beaumarchais. La
elección del tema era arriesgada, pues la obra original estaba
prohibida; pero en esta misma elección se puso de manifiesto el arrojo
liberal del compositor al participar de la crítica suave, pero en el
fondo corrosiva, que de los privilegios nobles había llevado a cabo
Beaumarchais. Mozart espera con impaciencia el día del estreno de su
nueva ópera: los mejores artistas habían sido contratados y todo parecía
anunciar un triunfo absoluto, pero después de algunas representaciones
los vieneses no volvieron al teatro y la crítica descalificó la obra
tachándola de excesivamente audaz y difícil.
El ocaso
Viena empezó a cerrarle inexplicablemente
sus puertas y e inició así un período gris y doloroso que duraría hasta
su muerte. Los biógrafos hablan de su excesivo tren de vida, de las
costosas enfermedades de Constance y de las maquinaciones de los músicos
vieneses, envidiosos no de su fortuna pero sí de su genio. En la casa
de los Mozart se instaló de pronto la mala suerte. El dinero faltaba,
los encargos escasearon y el desprecio de los vieneses se redobló.
Mozart se enfrentó a la amenaza de la miseria sin saber cómo detenerla.
El matrimonio cambió de casa diversas veces
buscando siempre un alojamiento más barato. Sus amigos les prestaron al
principio con gesto generoso sumas suficientes para pagar al carnicero y
al médico, pero al darse cuenta de que el desafortunado músico no iba a
poder devolverles lo prestado, desaparecieron uno tras otro. Si la
pareja seguía bailando en salas de dimensiones cada vez más reducidas
durante los largos e inclementes inviernos de Viena no era por su
alegría festiva sino para que la sangre circulase por sus heladas
piernas. La salud de Constance empeoraba y Mozart tuvo que enviarla,
pese a sus deudas, a un sanatorio. Era la primera vez que los esposos se
separaban y el compositor sufrió enormemente; nunca dejó de escribirle
cada día apasionadas cartas, como si su amor continuara tan vivo como el
día de la boda.
Wolfgang Amadeus Mozart
Para sobrevivir, el genio se vio obligado
al recurso de las clases particulares, que no siempre encontró. La
ausencia de Constance, la humillación de sentirse injustamente relegado,
las penurias económicas, la experiencia del dolor, en suma, no agriaron
su carácter; es más, se acrecentó y afinó su inspiración musical en una
fecunda serie de obras maestras en el ámbito de la sinfonía, del
concierto, de la música de cámara y de la ópera. Las composiciones de
esta época nos hablan de un Mozart tierno, ligero y casi risueño, aunque
con algunos toques de melancolía. La Pequeña música nocturna y su célebre Sinfonía Júpiter son buena muestra de ello.
Mientras Constance está internada, Mozart recibirá desde Praga el encargo de una ópera. El resultado será Don Giovanni,
estrenada apoteósicamente el 29 de octubre de 1787. Praga, enamorada
del maestro, le suplicó que permaneciese allí, pero Wolfgang rechazó la
atractiva oferta, que seguramente hubiera mejorado su posición, para
estar más cerca de su esposa. Al fin y al cabo, Viena le atraía como el
fuego a la mariposa que ha de quemarse en él.
En 1790 se estrenó en la capital austriaca su ópera Così fan tutte y al año siguiente La flauta mágica.
Inesperadamente, ambas fueron recibidas con entusiasmo por el público y
la crítica. Parecía que los vieneses apreciaban al fin su genio sin
reservas y deseaban mostrarle su gratitud teñida de arrepentimiento,
aunque fuese tarde. Pero su salud se quebró: sabemos que el día del
estreno de La flauta mágica, el 30 de septiembre de
1791, en Viena, ya no pudo asistir al gran triunfo popular de la más
optimista y querida de sus composiciones. El maestro comenzó a padecer
fuertes dolores de cabeza, fiebres y extraños temblores.
Un Réquiem para su propia muerte
Mucho se ha escrito sobre la muerte de
Mozart. La idea romántica de que fue envenenado tenía incluso un
protagonista: Antonio Salieri, músico de éxito de la época al que la
leyenda dibuja como un artista mediocre que supo, como ninguno en su
época, comprender el original genio de Mozart y, muerto de envidia, no
pudo soportar la idea de que un hombre aniñado tuviera semejante don. El
paroxismo llegó al extremo de creer que Mozart fue enterrado en una
fosa común para borrar las huellas del homicidio. Hasta tal punto se
extendió esta historia que se convirtió en el argumento de la ópera Mozart y Salieri de Rimski-Kórsakov, de una obra de teatro del célebre escritor ruso Alexandr Pushkin y el drama Amadeus
de Peter Shaffer (texto en el que se basa la exitosa película homónima
de Milos Forman, estrenada en 1984 y protagonizada por Tom Hulce). No
existe ningún referente histórico que pueda corroborar dicha versión.
Fotograma de Amadeus (1984), de Milos Forman
La realidad es que en julio de 1791, cuando
Mozart ya sufría los síntomas de la enfermedad que le resultaría
mortal, posiblemente uremia, recibió la visita de un personaje «delgado y
alto que se envolvía en una capa gris», que le encargó la realización
de un réquiem. La leyenda romántica pretende que Mozart vio en el
anónimo personaje la encarnación de su propia muerte. Desde 1954 se
conoce, por un retrato, el aspecto físico del visitante, que no era otro
que Anton Leitgeb, cuya catadura era ciertamente siniestra; le enviaba
el conde Franz von Walsegg, y la misa de réquiem era por la
recientemente fallecida esposa del conde.
El hecho de que altos personajes encargaran
secretamente composiciones a músicos famosos y las presentaran en
público como obras propias no era algo infrecuente por aquel entonces, y
no podía sorprender a Mozart, quien, en cualquier caso, aceptó el
dinero del encargo. Pero la ominosa coincidencia del siniestro aspecto
del mensajero, la condición fúnebre del encargo y la conciencia de la
propia debilidad de sus fuerzas tuvo que impresionar profundamente la
sensibilidad del músico, quien no ocultó a sus amigos su creencia de
estar componiendo su propio réquiem.
En cualquier caso, está fuera de lugar la
calumniosa hipótesis de una alevosa trama o de un envenenamiento urdido
por Salieri o algún otro músico rival. Mozart nunca fue diplomático con
sus colegas de inferior talla artística, pero precisamente Salieri no
escatimó sus alabanzas a Mozart, y fue uno de los entristecidos
asistentes a su funeral. Hoy en día sólo un dudoso interés novelesco
puede ignorar las razones y la identidad, perfectamente establecida, que
se ocultaba tras el encargo del réquiem. Si bien se mira, las
coincidencias reales del azar son más inquietantes que la maliciosa
fantasía de los fabuladores.
Mozart componiendo el Réquiem
Mozart acertó en su intuición de que moriría antes de terminar su Réquiem.
Como en las otras obras de este último período, su estilo es más
contrapuntístico y su escritura melódica más depurada y sencilla, pero
ahora con protagonismo de unos muy sombríos clarinetes tenores y
fagotes. A la muerte de Mozart, Joseph Eyble recibió la partitura para
su terminación, que no llevó a cabo, recayendo esta tarea en Süssmayer.
Éste pretendió haber orquestado completamente los movimientos del Réquiem, desde el «Dies irae» hasta el «Hostias», pretensión sobre la que no existen pruebas fehacientes.
La mañana del 4 de diciembre de 1791, Mozart todavía trabajó en el Réquiem,
preparando el ensayo que sus amigos músicos habrían de realizar por la
tarde en su alcoba. Hacía ya una semana que los médicos le habían
desahuciado. Aquella tarde, durante el ensayo del «Lacrimosa», Mozart
lloró y le dijo a su cuñada Sophie, llegada para ayudar a Constance:
«Ah, querida Sophie, qué contento estoy de que hayas venido. Tienes que
quedarte esta noche y presenciar mi muerte». A la noche, con gran
serenidad, dio sus últimas instrucciones para después de su
fallecimiento y entró en coma. Murió a las pocas horas, en la madrugada
del 5 de diciembre.
Su amigo el conde Deym le hizo una
mascarilla fúnebre, lamentablemente perdida, pues habría podido
clarificar el enigma de su aspecto físico, tan contradictorio en sus
varios retratos. A continuación tuvo lugar un funeral en una nave
lateral de la catedral de Salzburgo, al que asistieron, pese a la
fortísima tormenta de nieve y granizo desencadenada, un nutrido número
de músicos, francmasones y miembros de la nobleza local. El dato es
significativo, porque desmiente la leyenda sobre la indiferencia que
rodeó su muerte y entierro. Es cierto, sin embargo, que nadie acompañó
el cadáver al cementerio de San Marx, donde fue enterrado sin ataúd.
Pero éstas eran las normas dictadas por José II en su curioso afán de
«modernizar» la salubridad pública, normas que, incluso después de ser
abolidas, fueron respetadas por numerosos librepensadores y
francmasones.
Cronología de Wolfgang Amadeus Mozart
1756 | Nace el Salzburgo, Austria, el 27 de enero. |
1761 | Escribe su primera composición. |
1762-66 | Primera gira como concertista con su hermana por Alemania, Francia, Gran Bretaña y Países Bajos. |
1767-71 | Nueva gira por Austria e Italia. |
1769 | Es designado concertino del príncipe-arzobispo de Salzburgo. |
1770 | Éxito en el estreno de su ópera Mitrídates, rey del Ponto. |
1771-81 | Permanece en Salzburgo, aunque realiza algunos viajes. Compone preferentemente música religiosa. Sus relaciones con su nuevo protector, el príncipe-arzobispo de Salzburgo Gerónimo Colloredo, se deterioran progresivamente. |
1778 | Estancia en París. Muere su madre. |
1781 | Ruptura con el arzobispo Colloredo. Se establece definitivamente en Viena. |
1782 | Se estrena con gran éxito la ópera El rapto del serrallo. Contrae matrimonio con Constance Weber. |
1784 | Ingresa en la masonería. |
1786 | Estrena en Viena la ópera Las bodas de Fígaro, recibida con frialdad. |
1787 | Su ópera Don Giovanni triunfa en su estreno en Praga, pero Mozart prefiere permanecer en Viena. |
1790 | Triunfa de nuevo en Viena con la ópera Così fan tutte. |
1791 | Gran éxito de La flauta mágica, su última ópera, a cuyo estreno no puede asistir por su debilitada salud. Compone el Réquiem. Fallece en Viena el 5 de diciembre. |
Musica de Wolfgang Amadeus Mozart
Mozart y el clasicismo
El clasicismo, como etapa de la estética
musical, fue ciertamente breve pero de vital trascendencia. Se dejó
sentir con particular intensidad aproximadamente entre 1770 y 1805,
supuso una notable evolución de los estilos musicales y tuvo en las
figuras de Haydn y Mozart a sus dos mayores representantes, sin olvidar
una parte importante de la primera producción de Beethoven, vinculada a
los preceptos clásicos. En la historia de la música occidental, el
clasicismo corresponde a la etapa que en las demás artes recibe el
nombre de neoclasicismo. Durante este periodo, las restantes artes toman
como modelo el arte griego y romano; la música carecía de dichos
modelos, pero, al igual que en las otras artes, se percibe en las
composiciones de este periodo una búsqueda de lo bello y lo equilibrado.
El clasicismo surge como resultado de un
conjunto de tendencias musicales que empiezan a desarrollarse hacia 1740
y que reaccionan contra la música barroca. El agotamiento a mediados
del siglo XVIII de las formas barrocas hizo nacer entre los compositores
un deseo de renovación, que conllevó el cultivo de un estilo más
sencillo y equilibrado, deslindado de lo que algunos consideraban
"excesos barrocos".
Mozart
La búsqueda del equilibrio y de la
transparencia, es decir, de un lenguaje natural, condujo a maestros como
Johann Christian Bach (1735-1782) a formular una música desprovista de
la severa arquitectura de sus antecesores. Fue el modo de dejar atrás la
última de las etapas barrocas, el Rococó, cuyo intimismo, algo
afectado, respondía todavía a un mundo formalista.
En las obras de Johann Christian y de otros
contemporáneos, como su hermano Karl Philipp Emmanuel Bach (1714-1788),
Johann Stamitz (1717-1757) y Johann Christian Cannabich (1731-1798)
-los dos últimos fueron artífices de la conocida escuela de Mannheim,
tan importante para Mozart-, se advierte ese intento de fluidez
estilística y de crear un lenguaje refinado a la vez que ágil. La
sensibilidad de los movimientos lentos, siempre meditativos, fue una
característica del denominado "estilo galante", y respondía a una nueva
forma de concebir la realidad, condicionada por los aires de la
Ilustración. La Razón llevó a construir las obras musicales con la
lógica de la prosodia, lo que musicalmente equivale a decir que las
partituras presentaban una clara estructura de frases y una única y
destacada melodía, que discurría sobre una base armónica que ya no tenía
su punto de apoyo en el bajo continuo.
Viena, capital de la nueva música
Si fue en Alemania donde comenzó a
detectarse este cambio musical, el punto más importante de elaboración e
irradiación del estilo clásico fue Viena, ya que en esa ciudad
trabajaron los músicos más señalados del momento. Aunque Joseph Haydn
(1732-1809) prestaba sus servicios en la corte de Esterháza, bastante
lejos de Viena, estuvo muy vinculado a esta ciudad, sobre todo a partir
de 1780, momento en que estableció mayor relación con los editores
musicales vieneses.
Al año siguiente Mozart se estableció en la
capital, cuando su estilo musical, ya maduro, empezaba a producir obras
de la dimensión de El rapto del serrallo y de la Sinfonía núm. 35, "Haffner".
No mucho después, en 1787, el todavía joven Ludwig van Beethoven
(1770-1827) marchó a Viena para conocer a los célebres maestros y
estudió con Haydn tras la muerte Mozart. Beethoven ya no dejaría Viena.
Si tenemos en cuenta que Christoph Willibald Gluck (1714-1787), que ya
en 1762 con su Orfeo y Eurídice impulsó el nuevo estilo
operístico, residió en Viena desde su adolescencia, será fácil deducir
la importancia musical que adquirió dicha ciudad. En ella vivieron
también músicos tan notables como Johann Georg Albrechtsberger
(1736-1809) y Antonio Salieri (1750-1825), que fuera maestro de
Beethoven, y posteriormente de Schubert, otro insigne vienés, y Liszt.
Joseph Haydn
A Joseph Haydn se le considera el principal
artífice de la evolución estilística del clasicismo, al menos hasta la
llegada de las obras de madurez de Mozart. El avance más significativo
emprendido por Haydn fue en la sinfonía, que le sirvió de excelente
campo experimental y en el que mostró una desbordante inventiva. No en
vano se le conoce como "el padre de la sinfonía", pues contribuyó a su
desarrollo en tal modo que le confirió una nueva fisonomía con respecto a
las de Johann Christian Bach y Stamitz. Su mayor duración, la inclusión
de pasajes solistas, el regular incremento del metal, el diálogo más
intenso entre las secciones instrumentales, el uso del minuetto
(agregado a los tres movimientos) y su consiguiente desarrollo, el
acentuado cromatismo, las extensas codas y los repentinos cambios
tonales son algunos de los rasgos que encontramos en el espléndido
catálogo sinfónico de Haydn.
Haydn llevó esa misma evolución al ámbito
del cuarteto de cuerda, para el que fijó los ahora habituales cuatro
movimientos y la disposición invariable de dos violines, una viola y un
violonchelo, a los cuales concedió la misma importancia, de modo que los
instrumentos más graves, rompiendo la tradición, dejaron de ejercer una
función de acompañamiento. La profusión de motivos y diseños, y la
interlocución cada vez más acentuada de los instrumentos, cosa que se
evidencia sobre todo a partir de sus Cuartetos de cuerda,
op. 30, hicieron que el ilustre escritor alemán Goethe comparara el
cuarteto de cuerda clásico con una conversación mantenida por cuatro
personas inteligentes.
Mozart
"Su hijo es el mayor compositor que jamás
haya conocido." Éstas fueron las palabras que Haydn dirigió a Leopold
Mozart, padre del compositor. También Goethe, después de la muerte del
músico, comentó a Eckermann en sus Conversaciones que "Mozart es inalcanzable en el terreno de la música, y Shakespeare lo es en el de la poesía".
Instrumentos de Mozart en su casa
natal, hoy convertida en museo
En 1772 un hecho iba a condicionar la
trayectoria de Mozart: la llegada del príncipe-arzobispo Colloredo al
trono de Salzburgo, con quien mantuvo una relación tensa, violenta a
veces, y que terminaría con el afincamiento de Mozart en Viena en 1781.
Sin embargo, mientras estuvo en la casa paterna escribió bellísimas
obras, como los cinco conciertos para violín (1775), la Serenata "Haffner" (1776) y, sobre todo, el Concierto para piano núm. 9 "Jeune homme",
considerado como la primera obra plenamente "clásica" del músico. Esta
producción la alternaba con viajes constantes a Munich, Viena, Augsburgo
y Mannheim, en cuya corte conoció a los más avanzados músicos del
momento, miembros de una famosa orquesta que sirvió de modelo para toda
Europa. Mozart aprendió mucho del estilo de aquellos maestros, y siempre
acarició la posibilidad de formar parte del insigne conjunto orquestal.
Este ir y venir (cabe recordar que en 1778
emprendió de nuevo el camino hacia París) colmó la paciencia de
Colloredo, y en 1781 las desavenencias propiciaron la definitiva marcha
del maestro a Viena. Allí se casó en 1782 con Constance Weber e inició
una etapa febril, decisiva para la historia de la música, pues fue
entonces cuando consolidó el lenguaje del clasicismo y llevó a mayores
extremos los preceptos de su estimado Haydn. Debe considerarse que desde
su llegada a la capital hasta su muerte, período en el que no
transcurrieron más de diez años, escribió alrededor de trescientas
obras, entre las que hay composiciones capitales como los conciertos
para piano (sobre todo, los núms. 17, 19, 20, 21, 23, 25, 26 y 27), las
sonatas para el mismo instrumento, el Concierto para clarinete,
las sinfonías (de las que subrayamos las relacionadas con los núms. 35,
36, 38, 40 y 41), los cuartetos de cuerda (de los que destaca una
bellísima serie dedicada a Haydn), el Quinteto para clarinete y diversas óperas, cada una de las cuales habría bastado para granjearle la fama universal: Las bodas de Fígaro, Don Giovanni, Così fan tutte, La clemencia de Tito y La flauta mágica. Su última partitura es de carácter sacro: se trata de una de sus páginas más legendarias, el Réquiem
(del que dejó muchas partes inacabadas), que el propio Mozart creyó que
escribía para sí, dada su precaria salud, en nada favorecida por los
excesos de la vida disipada que llevó y por el denodado esfuerzo que
supuso tan sublime y copiosa producción.
La obra de Mozart
Son muchos los aspectos que hay que tener
en cuenta a la hora de valorar la obra de Mozart. Compositor sumamente
prolífico, llama la atención en primer lugar la gran variedad de estilos
que componen su repertorio. Puede afirmarse que es el único de los
grandes maestros de la historia de la música culta que cultivó todos los
géneros de su época con el mismo interés. Otro aspecto es la pasión por
la composición que le acompañó toda su vida. Fue un compositor tan
precoz que traspasó los límites de lo que se entiende por un niño
prodigio. El nivel de su producción, además, no decayó a lo largo de su
vida (lo más habitual es que los niños tan aventajados pierdan del todo
el interés al llegar a la pubertad). La intensidad de su trabajo era
además compatible con una personalidad alegre y desenfadada. Sus
contemporáneos le describen como un hombre de mundo, apasionado y
degustador de los placeres de la vida, consumado bailarín y de amplias
relaciones sociales. Así se creó a su alrededor la idea de que el Mozart
mundano nada tenía que ver con el Mozart que se sentaba al piano, como
si un ser superior se apoderase del hombre distraído y bromista que
conocieron sus cercanos.
Si al Mozart mundano no se le prestaba
especial atención, su música no despertaba tampoco el suficiente
interés. Los músicos contemporáneos, centrados más en satisfacer los
gustos del momento (con menos talento, por supuesto) que en desarrollar
un nuevo lenguaje musical, fueron alabados y agasajados abiertamente; en
Mozart, los momentos de olvido o menosprecio superaron a los de gloria.
No sería verdaderamente hasta La flauta mágica, una
obra casi póstuma, cuando el gran público comenzó a fijarse en él; con
anterioridad sólo había tenido éxito en la alta sociedad. No mucho
tiempo después, Mozart se convertiría en el ídolo de los jóvenes
románticos, y el reconocimiento a su obra pasaría en poco tiempo a
convertirse en el culto que todavía hoy se le profesa.
Para comprender el universo musical de
Mozart hay que tener en cuenta, por un lado, la ciudad donde nació.
Salzburgo era encrucijada de influencias artísticas, a medio camino
entre los grandes centros italianos y alemanes y Viena, la "capital
europea de la música" en época de Gluck y Salieri. Y por otro, la sólida
formación cultural y musical de su padre, Leopold, que sobre todo le
familiarizó con los compositores del sur de Alemania. A ello hay que
añadir los viajes que Mozart realizara y que le pusieron en contacto con
los grandes maestros del momento, en especial los cercanos al otro gran
centro musical del momento, París. Además, Mozart fue un consumado
maestro del arte de la imitación, y supo sacar lo mejor de cada maestro
(Eberlin, Adlgasser o Haydn entre los germánicos, y Schobert, Eckardt y
Honauer entre los del círculo parisino) para utilizarlo luego en su
propio provecho. Si a eso sumamos su inmenso talento y su capacidad de
trabajo (hasta la propia extenuación), podemos llegar a comprender el
inmenso legado que dejó tras su muerte.
Primera etapa: infancia y adolescencia
Mozart escribió más de seiscientas
composiciones, entre las que se encuentran cuarenta y seis sinfonías,
veinte misas, ciento setenta y ocho sonatas para piano, veintisiete
conciertos para piano, seis para violín, veintitrés óperas, otras
sesenta composiciones orquestales y otros cientos de obras más. Sus
obras fueron recopiladas en 1862 por Ludwig Von Köchel; de ahí la letra
"K" seguida de un número que se utiliza siempre para catalogar sus
composiciones.
Su abundante producción suele agruparse en
tres periodos, el primero de los cuales abarcaría su infancia repleta de
viajes y giras de concertista prodigio y finalizaría aproximadamente
cuando, en 1771, terminan sus giras y permanece preferentemente en
Salzburgo. En sus primeras piezas, simples frases cortas realizadas
entre los 5 y los 7 años, no se dejan todavía ver las cualidades del
Mozart que vino después, pero dan una idea de la precocidad de su genio.
Sus primeras composiciones completas, fundamentalmente sonatas en
varios movimientos para piano, dejan ver las influencias de su primer
viaje a París, sobre todo la estructura melódica de Johann Christian
Bach.
Mozart a los 11 años
Con apenas nueve años Mozart ya componía
sinfonías (llegaría a crear un total de treinta y cuatro), lo que
muestra su afán por aparecer ante los ojos del mundo musical de la época
no sólo como un intérprete virtuoso, sino como un verdadero compositor.
Además de componer obras de géneros más cercanos a él, como serenatas o
divertimentos, también se atrevió con formas que empezaban a
desarrollarse en esa época, como los cuartetos de cuerda, en los que se
puede observar la línea italianizante que también pesa en sus primeras
composiciones.
Otro corpus importante de su primera época
como compositor es la música religiosa, que se enmarca dentro de la
tradición salzburguesa. Así, escribió cinco misas, dos "Regina Coeli",
dos letanías y un gran número de obras de menor entidad, además de seis
sonatas para la epístola. Sin embargo, la pujante composición italiana
del momento hizo también mella en el joven creador, que imprimió a sus
obras un lenguaje cercano a la ópera, con líneas melódicas exaltadas y
una orquesta que ejerce de mero acompañante, todo ello sin dañar la
dignidad armoniosa de sus composiciones.
A ello deben añadirse los primeros intentos en géneros de los que luego se convertirá en maestro, como el singspiel, la ópera bufa o la ópera seria. En este campo deben destacarse Apolo y Jacinto, Bastián y Bastiana y La tonta fingida. Dentro de la ópera seria, pertenecen a esta etapa Mitrídates, Rey del Ponto (1770), Ascanio en Alba (1771), El sueño de Escipión (1772) y Lucio Silla (1772).
La juventud en Salzburgo
El segundo periodo correspondería a la
etapa en la que, pese a algunos viajes, permaneció en Salzburgo al
servicio de Colloredo, y terminaría con la ruptura definitiva con el
arzobispo (1771-1781). En este momento producirá fundamentalmente música
religiosa e instrumental. La ópera, género por el que Mozart demostró
mucha inclinación, apenas pudo desarrollarse en esta etapa por la falta
de encargos. Sin embargo, la obra más destacada de esta etapa sería
precisamente una ópera: Idomeneo, rey de Creta
(estrenada en 1781). Características propias del universo musical
mozartiano, como la introspección armónica y melódica, la riqueza
formal, el colorido instrumental y la profundidad en la interpretación
del texto estuvieron ya presentes en esta obra, y fueron un adelanto del
Mozart maduro de su etapa vienesa. No obstante, la intensidad dramática
no es la misma en Idomeneo que en sus grandes óperas posteriores.
En este período compuso innumerables arias
para concierto, las cuales alcanzaron una intensa expresión tanto por la
amplitud de su concepción como por el carácter apasionado. La música
religiosa, por su parte, continúa a medio camino entre el estilo antiguo
y el estilo moderno. Esto puede comprobarse en las doce misas de este
período, donde Mozart comienza a dar forma musical a los largos textos
del "Gloria" o el "Credo", particularmente en la KV 317 y 337.
En cuanto a las obras sinfónicas, Mozart se
esforzó en este período en definir el carácter de los diferentes
movimientos y equilibrarlos en el conjunto de la obra, como puede
comprobarse en las KV 183 y 201, que están cuidadosamente acabadas. La
influencia de la música parisina, que está muy presente en las obras
sinfónicas de este período, puede comprobarse en la Sinfonía "parisina" KV 297, que es más pomposa.
Donde, sin embargo, el talento de Mozart
alcanzó su verdadera dimensión como artista en esta época fue en sus
divertimentos y serenatas. Esta música, alejada del boato y la seriedad
de las obras religiosas y sinfónicas y de las óperas, y mucho más
indiferente y alegre, fue muy del agrado de la sociedad de Salzburgo.
Movimientos de carácter sinfónico, danzas populares y otras obras
muestran su inventiva y su libertad compositiva. Algo similar ocurrió en
el campo del concierto, desde su primer Concierto para piano
KV 175, donde se muestra ya la riqueza musical de su arte, hasta las
sonatas para piano, que se enmarcan en la misma línea de las obras
anteriores, aunque con más amplitud en cuanto a su exigencia técnica.
Por otro lado, los cuartetos de cuerda se inspiran en los de Haydn, y se
alejan de los primeros cuartetos italianizantes del período anterior.
La madurez vienesa
Este tercer y último período se asocia con
su establecimiento definitivo en Viena (1781-1791) y tiene como primera
característica un descenso sintomático en la composición de obras
religiosas. También se redujeron las serenatas y sinfonías. No obstante,
la producción escasa de este tipo de obras no está reñida con un
perfeccionamiento y un cuidado exquisito por parte del compositor.
Serenatas y sinfonías darán paso a conciertos para piano, donde se
registra la música más "mundana" de la producción mozartiana. El valor
dado a las óperas y a la música de cámara en este período es mucho
mayor, casi excluyente, aunque Mozart también tuvo interés en componer
obras de circunstancias, arias, conjuntos y coros, lieder y cánones.
En el clima artístico de la capital el
estilo de Mozart llega a su suprema madurez, despojándose de todo
localismo: disminuida la producción de música religiosa, de serenatas y
entretenimientos, surgen las formas clásicas de la sinfonía, del
cuarteto y del concierto. Se establece con Haydn un fecundo y recíproco
intercambio de influencias, especialmente en la producción de cuartetas.
Un ilustrado melómano vienés, el barón Van Swieten, revela a Mozart la
grandeza de Bach y de Haendel, y su arte se fortalece con la solidez del
contrapunto. Por lo que se refiere a la música de piano no dejó de
ejercer influencia sobre el estilo de Mozart el agridulce torneo de
habilidad ejecutiva en el que fue su oponente Muzio Clementi, de paso
por la corte de Viena en 1781.
Mozart hacia 1780
Pero aunque Mozart partiera de las piezas
de su amigo Joseph Haydn y del estudio de las obras de Bach y Haendel,
si por algo se caracteriza este período es por la apropiación de las
fuentes, que son modificadas y moldeadas para acoplarse por completo a
los deseos del compositor, creando un lenguaje musical completamente
original y único. Del estudio de Haydn parten piezas como los seis
cuartetos de cuerda KV 387, 421, 428, 458, 464 y 465. En cuanto a la
influencia de Bach y Haendel, se concreta en numerosas fugas y
fantasías; la huella de El Mesías, Acis y Galatea o la Oda a Santa Cecilia están presentes en sus dos grandes obras religiosas de este período, la Misa en do menor KV 427 y el Réquiem, ambas inacabadas.
La práctica ausencia de serenatas y
divertimentos da una idea del escaso interés de Mozart por la música de
simple entretenimiento y el deseo de centrarse en una música de cámara
espiritualizada, como puede comprobarse en las serenatas KV 361, 375 y
388, y especialmente en la Pequeña música nocturna KV
525. Por su parte, en las seis últimas sinfonías se aprecia el interés
de Mozart por la obra sinfónica de Haydn y su evolución en el trabajo
contrapuntístico y temático. Mozart amplía además la sonoridad sinfónica
y dota a las últimas de una profunda introspección, llevando este tipo
de composición hacia una expresión más profunda que la que tenía hasta
entonces. Buenas prueba de ello son la Sinfonía Haffner KV 385, la Sinfonía "Linz" KV 425 y la Sinfonía "Júpiter" KV 551.
Mozart dedicó en este último periodo mucho
más tiempo a la composición de conciertos. Compuso en esta etapa
diecisiete conciertos para piano. Algunos se hallan en la línea de los
anteriores; otros se acercan más a su trabajo para música de cámara (KV
449, 453 y 456), mientras que en otros la brillantez y la frescura son
las notas dominantes (KV 450, 451 y 459). La sonoridad está
especialmente cuidada en los conciertos KV 482, 488 y 491, alcanzando
cotas a las que Mozart no había llegado hasta entonces, sublimes ya en
el KV 537, que contrasta con el Concierto "de la coronación" KV 537 y el Concierto en Si Bemol
KV 595, donde está más presente la seriedad de la ocasión, que se
aprecia en cierta ausencia de contrastes. Además de estos conciertos
para piano, Mozart escribió cuatro para corno y un concierto para
clarinete.
Mozart fue el primero en hacer de la música
de cámara para piano un género independiente. Compuso en esta etapa
cinco tríos para violín, piano y violonchelo; el trío "Kegelstatt" para
clarinete, viola y piano KV 498; dos cuartetos para violín, viola,
violonchelo y piano; y el quinteto para cuatro instrumentos de viento y
piano KV 452. La principal característica de estas piezas es el estilo
sobrio y cuidado, con una temática simple pero cargada de gran
intensidad. En ellas, a pesar de ser el piano el que domina, las cuerdas
adquieren una mayor importancia. Algo similar ocurre en el divertimento
KV 563, el quinteto con clarinete KV 581 y en los últimos cuatro
quintetos de cuerda KV 515, 516, 593 y 614; en todos ellos se conjugan
la majestuosidad, la delicadeza y la extrema sobriedad de las últimas
composiciones de Mozart, también presentes en las numerosas arias de
concierto y los lieder de este período.
Las óperas vienesas
Las óperas del período vienés figuran, sin
duda, entre las piezas más célebres de la obra de Mozart; constituyen la
culminación de los singspiel alemanes, las óperas bufas y
las óperas serias que ya había cultivado en su juventud. Del primero de
estos géneros destaca la obra que inició este periodo, El rapto del serrallo
(estrenada en 1782), donde la diversidad estilística supera el corsé
histórico del género. Es, además, la primera obra en la que Mozart
intervino decisivamente en la elaboración del libreto, tomando por tanto
un papel decisivo no sólo como músico, sino también como autor
dramático. Destacan sus aportaciones en las delicadas melodías en el
canto de los enamorados, y en las alegres conversaciones entre criados.
Todo ello alcanzó su plenitud en Las bodas de Fígaro
(1785, estrenada en 1786). En parte, la evolución de Mozart como
compositor operístico emblematiza el derrotero mismo de su vida personal
y estética. En Las bodas de Fígaro (primero de los tres libretos que Da Ponte escribió para él) prevalece el concepto de opera buffa
atenido, como señalarían algunos historiadores del arte, a la modalidad
del encargo, y sometida a las reglas que el mecenazgo exigía (respeto
de las convenciones, sometimiento del genio al oficio). A pesar de que
se trataba en un principio de una ópera bufa, la alejan de este género
el desarrollo de los caracteres de los personajes, que alcanzan un
componente humano impensable en obras anteriores.
Don Giovanni
(Don Juan, 1787) introduce, por su parte, otros niveles de
dramatización, al sumar a los caracteres humanos otros de índole
sobrenatural. Considerada actualmente la más trágica y perfecta de sus
obras, fue concebida por Da Ponte y el mismo Mozart como un drama al
estilo fijado por Carlo Goldoni para el teatro italiano: un drama
«jocoso», donde los enredos y la ligereza de las andanzas del seductor y
su criado Leporello están contrapunteados por una partitura llena de
oscuros presagios y amenazantes barruntos demoníacos: el retorno de los
muertos y las puertas del Infierno que se abren ante el pecador
irredento. La expresión musical abarca entonces mayores matices, pues de
las bufonadas de Leporello se pasa a la altivez y al desprecio por las
leyes de don Juan. El terror de don Juan en sus últimos instantes
contrasta con la escalofriante aparición del espectro del Comendador, en
una de las escenas de mayor intensidad dramática de la ópera realizada
hasta entonces.
Così fan tutte (Así hacen todas, 1789, estrenada
en 1790), sin embargo, lleva la trama al puro juego. La armonía en los
cantos y en los numerosos conjuntos de personajes que, realmente, sólo
son marionetas con una ligera caracterización, alcanzan una resonancia
como en ninguna otra obra de Mozart. Puede decirse que es la pieza en la
que más se aleja de la realidad para entregarse al puro arte por el
arte. A un argumento y una trama enteramente pertenecientes a la
tradición buffa impone Mozart una música de tal complejidad (propia de su último estilo o Spätstil)
que convierte a la leve historia en el andamiaje de una grandiosa
realización estética: tanto los sentimientos como la música están a
enorme distancia del ligerísimo libreto, lo cual le permite incorporar
tonos irónicos y paródicos, oponiendo acentuados y excelsos momentos de
elevada expresión a risas y comentarios entre dientes de los actores y
cantantes secundarios. El efecto es sorprendente: en parte, puede ser
visto como la manifestación, en Mozart, de una tensión que sólo
encontraría su definitiva resolución en Beethoven: la tensión entre el
artesano y el genio. Para Beethoven, la música y su argumento provenía
enteramente de su interior. Mozart, en cambio, debía equilibrar su
propio arrebato a las exigencias históricas de su función al servicio de
la corte.
Todo ello contrasta con La clemencia de Tito,
obra anacrónica y denostada en la que, sin embargo, pueden encontrarse
los elementos propios del Mozart en la madurez de su arte. Quizá el
motivo del encargo, la coronación de Leopoldo II, pesara en el
compositor a la hora de crearla, y le llevara a poner en escena una
ópera mucho más "pesada" y pomposa que las anteriores. Con La flauta mágica
(1791) cerró un ciclo vital. En ella, Mozart se centra en una idea
masónica de la humanidad hacia la que convergen todos los personajes,
por lo que puede decirse que es una obra más preocupada por las ideas
que por la caracterización de éstos. La extrema simplicidad tonal de
muchos pasajes de la obra le confieren una espiritualidad sin parangón
hasta ese momento.