Cuentos y Costumbres Tradicionales del Mundo

Cuéntos Árabes: Las historias de Nasrudin

El derecho a comer

En cierta ocasión Nasrudín se estaba volviendo tan popular, que fue invitado a cenar en el palacio más elegante de la ciudad. Nasrudín llegó vestido con sus ropas de siempre, que eran pobres y viejas. Al llegar a las puertas del palacio por más que protestó los guardias no le dejaron entrar tomándole por un mendigo.
Muy enfadado, pero con el deseo de poder comer bien, pidió prestado al sastre de su barrio una camisa y unos pantalones nuevos. Después se lavó, se peino y perfumó y se vistió con la ropa nueva. Esta vez los guardias le hicieron grandes reverencias al llegar y el dueño del palacio en cuanto lo vio llegar lo instaló en uno de los lugares de honor.
Cuando empezó a llegar la comida, Nasrudín antes de de comer, mojaba las mangas de su camisa en cada plato, mientras decía: -Come, bonita, come que esta muy rico, anda come… El dueño del palacio se quedo muy extrañado y acabó por preguntarle: Pero Nasrudín, ¿porque metes las mangas de la camisa en tu plato? Puesto que las atenciones que recibo y la comida que se me dan tiene que ver con mi ropa y no con mi persona, creo que es justo que mi ropa pueda también recibir su parte y probar la comida.

Nasrudín y el sabio

En cierta ocasión Nasrudín que se encontraba trabajando de barquero, transportaba en su barca a un gramático.
En medio del viaje, el gramático le pregunto a Nasrudín.
-¿Conoce usted la gramática? -No tengo ni idea de gramática respondió Nasrudín El gramático replicó entonces con desdén -Pues si no conoce la gramática, permítame decirle que ha perdido usted la mitad de su vida.
Un poco más tarde, se levanta una gran tempestad, que hace hundirse la barca. Justo antes de naufragar, Nasrudín pregunta a su pasajero.
-Señor matemático, -¿Sabe usted nadar? -¡No!- responde este último aterrado -¡Pues bien, permítame que le diga que si no sabe nadar, usted ha perdido su vida entera!

Nasrudín se cayó de una escalera

Nasrudín se cayó de una escalera y se hizo mucho daño. A pesar de los emplastos y de las pociones y de los cuidados de su madre, el dolor le hacía sufrir terriblemente. Sus amigos fueron a consolarle: -¡Hubiera podido ser mucho peor!-dijo uno.
-Después de todo, no te has roto nada –dijo otro.
-Pronto te repondrás –dijo un tercero.
Nasrudín que estaba teniendo gran dolores, empezó a dar grandes gritos mientras decía: -¡Salid todos de aquí ¡ ¿Abandonad esta habitación en el acto. Madre, no dejes entrar a nadie a menos que se haya caído alguna vez de una escalera.

El vaso de leche

Nasrudín se dirige al lechero con un vasito y le dice: -¡Ponme un litro de leche de vaca en este vaso! -¡Pero si aquí no cabe un litro de leche de vaca! exclamó el lechero estupefacto.
-¡Pues, en ese caso, me llevaré un litro de leche de oveja!

Cuentos de Japón

Las semillas de habichuela

Introducción

Japón es un archipiélago formado aproximadamente por 1.800 islas. Su superficie varía de año en año, puesto que hay islas que se erosionan fácilmente y otras que aparecen debido a erupciones volcánicas. Sobre la superficie del archipiélago viven cerca de 128 millones de personas, tres veces más que en España. La asignatura favorita de los niños japoneses es las matemáticas.
Hace mucho tiempo, los kunis (1) japoneses estaban en guerra y apenas quedaban jóvenes en todo el imperio. Por eso, cuando Yuko, la hija del Daimio (2) más poderoso de todo el Japón, se hizo una mujer, su padre envió bandos a todos los jóvenes del imperio para que se presentaran ante él y conocieran su belleza. El día en que los cerezos estuvieron en flor, el Daimio dio una hermosa fiesta y todos los jóvenes que querían casarse con Yuko acudieron a su palacio. Vinieron de todas las regiones y se quedaron mudos al ver a la joven, pues era la más hermosa de la tierra. A la fiesta del Sakura (3) acudió también Minannoko, un muchacho huérfano y tímido al que toda su aldea había criado desde que nació. En cuanto la vió, Minnanoko se enamoró de ella. Todos tenían la esperanza de conseguir la mano de Yuko, por eso escucharon con atención las palabras de su padre: “Mi hija necesitará de los cuidados de un corazón noble. Así que entregaré a cada uno una semilla de habichuela que plantará en una maceta.
Dentro de un año, acudiréis de nuevo a palacio para que podamos ver cómo la habéis cuidado y cuánto ha crecido”.
Todos los jóvenes tomaron su semilla y se marcharon. Y así también lo hizo Minannoko.
Al llegar a su casa la plantó cuidadosamente y todos los días la regaba, la ponía al sol y hasta le cantaba canciones. Sin embargo, el corazón de Minannoko estaba cada día más triste, porque la semilla no germinaba. Pasó un año y el día en que volvieron a florecer los cerezos, una anciana de la aldea encontró a Minannoko sentado a la orilla del río, con la maceta vacía entre las manos. “¿No es hora de que te pongas en camino hacia palacio?”, le preguntó. “No voy a ir, respondió Minannoko, porque no he podido hacer crecer la habichuela que me dio el Daimio. Y me da mucha vergüenza”. La mujer le contestó: “Tú has cuidado de la planta y te has preocupado mucho por ella. Si una maceta vacía es todo lo que has conseguido, debes ir allí sin avergonzarte”.
Y Minannoko se puso en camino, aunque fuera sólo para ver una vez más a Yuko.
Cuando llegó, había miles de jóvenes en los jardines del palacio. Y todos portaban grandes macetas con las habichuelas más grandes y más verdes que Minannoko hubiera visto en su vida. Cuando le llegó el turno de pasar ante la princesa, mostró su maceta vacía y bajó los ojos llenos de tristeza. Apenas el último muchacho hubo mostrado a Yuko su maceta, el Daimio pidió silencio y comenzó a hablar.
“Sólo uno de vosotros merece casarse con mi hija, y ése es Minannoko”. Todos los demás empezaron a protestar y a gritar que era injusto, mientras Minannoko no salía de su asombro.
Por eso, el Daimio tomó nuevamente la palabra y dijo: “Es justo que sea él quien se case con Yoko, porque a todos dí una semilla estéril de la que ninguna planta ha podido crecer.
Minannoko es el único que no ha pretendido engañarme”. Y dicho esto, entregó la mano de su hija al joven huérfano y juntos vivieron felices el resto de sus vidas.

Diccionario

(1) Kuni: Cada uno de los feudos en que se dividía el imperio del Japón durante la edad Media
(2) Daimio: Señor Feudal que hacía las veces de Rey en cada Kuni
(3) Sakura: Fiesta tradicional del Japón que tiene lugar el primer día de floración de los cerezos y consiste en que todas las familias salen al campo y comen bajo un cerezo en flor para celebrar la llegada de la primavera.

Kamisibai

El Kamisibai es una forma de narración oral que usaron antaño los trovadores japoneses y que en el siglo XVII estaba extendido por todo el archipiélago. Estaba dedicado especialmente al público infantil. Es semejante a nuestros cuentos de cordel, pero resuelve de una forma original el esfuerzo de aprender los cuentos de memoria.
Consiste en un doble marco de madera en la que van colocándose pergaminos con dibujos de colores llamativos que ilustran la historia.
Cada viñeta, tiene en su parte trasera el texto que explica la ilustración, de manera que el público ve el dibujo al tiempo que el narrador interpreta o dramatiza su contenido, leyendo su reverso. El doble marco de madera está soldado por tres partes, dejando una libre para insertar y sacar las viñetas. El truco radica en su colocación:
La viñeta 1 lleva en su cara posterior el texto de la viñeta 6
La viñeta 2 lleva en su cara posterior el texto de la viñeta 1
La viñeta 3 lleva en su cara posterior el texto de la viñeta 2
La viñeta 4 lleva en su cara posterior el texto de la viñeta 3
La viñeta 5 lleva en su cara posterior el texto de la viñeta 4
La viñeta 6 lleva en su cara posterior el texto de la viñeta 5
De forma que sacando cada vez la que está en último lugar y poniéndola en primer término sobre el marco, se da continuidad a la historia.
El tutor podría estar encargado de fabricar el doble marco en tamaño DIN A3 para que sirva a toda la clase. Cada niño podría solicitar en su casa, a sus padres o abuelos una sencilla historia de tradición oral de su lugar de origen y hacer 6 dibujos sencillos que la ilustren, en tamaño DIN A3, al tiempo que escribiría por detrás el contenido del cuento que explica cada viñeta. Una vez a la semana, un niño tendría la oportunidad de dramatizar o leer el cuento recopilado con ayuda de su familia, contribuyendo a divulgar la tradición oral de su país de una forma divertida tal y como lo hicieron los juglares japoneses.
Al final, podrían juntarse todos los trabajos en un gran volumen ilustrado que se llamara “Cuentos de mi tierra”.

Ikebana

El Ikebana es el arte de arreglar ramos y flores cortados en un recipiente. Para los japoneses es un arte y una tradición que sirve para crear belleza y está en íntima relación con la naturaleza. El Ikebana presta atención a la armonía de las formas, los colores y la inclinación de las ramas o tallos. Para los japoneses es tan importante el resultado final como el proceso de colocación, porque en él subyace la intención de hacer bien y armónicamente las cosas y sirve a la perfección de uno mismo. La religión oficial en Japón es el sintoísmo y en todos los templos hay árboles y fuentes. Suelen estar situados en entornos naturales de especial belleza.
Todas las cualidades de un corazón noble son merecedoras del amor de la princesa. Cada niño debe pensar en una virtud que tiene y en una virtud que le gustaría cultivar. El profesor podría dedicar una clase a generar un debate sobre las distintas cualidades y ayudarle a elegir aquélla que le caracteriza (contribuyendo a generar un clima de autoestima y conciliación con uno mismo). Además, cada niño reflexionaría sobre otras cualidades que otros pueden tener y que a ellos les falte. Una vez elegidas por cada niño dos cualidades (la que posee y la que le gustaría cultivar) se les invitaría a traer una flor y una rama o tallo (que el niño relacionara con las dos cualidades elegidas) para depositarlas en un recipiente circular de suficiente diámetro para que todas cupiesen.
Cuando todos los niños hayan traído flores o ramas, comenzaría el Ikebana. Su proceso tendría lugar en dos vueltas: una primera vuelta, por turnos, para colocar las flores y ramas en un lugar y otra para recolocarlas y ordenarlas armónicamente en su conjunto. Con ello, no sólo se hace consciente el cuidado de las cualidades que cada uno posee y puede conseguir, sino que contribuye a la creación de un resultado armónico colectivo.
Fuente: Tradición oral Japonesa.

Cuento de México

Introduccion

México es un país situado en el Norte del continente americano que hace frontera con los Estados Unidos por un lado y con Guatemala por otro. México tiene una superficie cuatro veces más grande que España, dónde viven 100 millones de habitantes. Cuenta con 32 Estados (lo que en España llamamos provincias) Su ciudades mas importantes son la capital, conocida como México D.F (distrito federal) con 20 millones de habitantes (5 veces mas que Madrid), Monterrey en el Norte y Guadalajara por el centro. Cuentan que la gente de México es cálida, amable y gentil y que sus niñas y niños son muy vivos e inquietos.

La Sopa de Piedras

Cuentan que había una vez un caminante que viajaba por todo el país de México porque quería recorrerlo entero, de Norte a Sur y de Este a Oeste. Cuando necesitaba comer, buscaba trabajo y con el dinero que conseguía podía alimentarse varios días. Para dormir no tenía problemas, porque solía hacerlo debajo de un árbol protegido por una manta. Pero en cierta ocasión, las cosas le fueron mal y no conseguía trabajo, así que llevaba varios días sin comer y con un hambre de mil demonios. Le daba vergüenza ir mendigando comida a la gente, pero tenía ya tanta hambre, que empezó a pensar en alguna manera de conseguir comida.
Llegó a la plaza de un pueblo, donde estaban jugando unas chamaquitas* y unos chamaquitos y entonces el caminante comenzó con su plan.
De su mochila sacó una cazuela y una larga cuchara de madera. Llenó la cazuela con agua de la fuente. Hizo fuego con unas ramitas y colocó encima la cazuela esperando que empezase a hervir el agua. Y cuando el agua comenzó a hervir, el soldado echó unas piedras en el agua.
A los niños y niñas les sorprendió el asunto, así que terminaron por acercarse con curiosidad y preguntarle.
-Señor ¿nos podría decir qué esta haciendo? Y el soldado respondió: -Estoy haciendo una riquísima sopa de piedras.
Los niños se quedaron muy asombrados y decidieron quedarse mientras preparaba aquella sopa.
El caminante les dijo: - Va a salir una sopa riquísima, pero aún sería mas rica si tuviera unos jitomates*, unas cebollas y unas zanahorias., pero… Entonces, una chamaquita se levanto para decir: -Mis padres tienen una huerta, yo traeré las hortalizas- Regreso al cabo de poco tiempo y el caminante con una sonrisa, partió las verduras y las echó a la sopa. Pasado un rato el caminante probó la sopa y dijo: -La cosa va mejorando, pero aun mejoraría mas si pudiéramos alegrar esta sopa con un poquito de mole*, unas pizquitas de sal y un manojito de hierbas de olor* Las chamaquitas y chamaquitos se miraron entre sí y repartiéndose la tarea, salieron como balas y regresaron en apenas cinco minutos con el mole, la sal y las hierbas. Con mucho mimo, el caminante lo echó todo a la sopa y revolvió y revolvió con su cuchara.
Al cabo de un rato volvió a probar la sopa para decir: -Uhmm, esto está casi a punto, pero tengo que deciros una cosa. No estamos haciendo una auténtica sopa de piedras, porque la sopa de piedras siempre necesita un trocito de chorizo, una puntita de tocino de puerco* y un buen pedazo de carne de res*.
-Yo me encargo-dijo entonces uno de los chamaquitos-. Mi padre es carnicero y… EL muchachito no tardo en regresar con el chorizo, el tocino y un buen pedazo de carne de res. Y el caminante los echó a la cazuela, revolvió con su cuchara, dejo pasar unos minutos, la probó con su cuchara y mientras retiraba la sopa del fuego dijo: - Íjole*. Esto ya esta listo. Creo que es la sopa de piedras mas rica que jamás he comido y todo gracias a vuestra ayuda.
El caminante la dio a probar a todas las chamaquitas y chamaquitos y a todos les gustó mucho. Después se comió poco a poco la sopa y al terminar los muchachitos y muchachitas vieron que en la cazuela sólo quedaban las piedras.
Uno de ellos le preguntó al soldado: -Pero, ¿y las piedras?
El soldado se levantó sonriendo y sin decir nada. Lavó con cuidado la cazuela, la cuchara y las piedras y reuniendo a las chamaquitas y chamaquitos les dijo: -Por haberme ayudado os quiero regalar mi cazuela, mi cuchara y estas piedras, para que vosotros y vosotras podáis preparar otra sopa de piedras cuando queráis. Y después abrazando uno por uno a todos los chamaquitos y chamaquitas se despidió de ellos para continuar su viaje por todo México.

Cuento de Somalia

¿Por qué el cielo está tan lejos?

Cuentan que en el principio de los tiempos, el Cielo estaba tan cerca de la tierra que la gente no tenía más que levantar la mano para tocarlo. La gente vivía muy contenta porque además el cielo protegía a los seres humanos y a los animales del viento frío y del calor del sol.
Pero un día, dos mujeres que querían preparar la comida se pusieron a moler grano con un bastón grueso y largo en un gran mortero de piedra. Los bastones eran tan largos que a menudo golpeaban al cielo, agujereándolo y causándole gran dolor. El cielo enfadado protestó a las mujeres: -¡Eh, vosotras! Dejad de golpearme. Me estáis haciendo daño y llenándome de agujeros. Si seguís así, ya no podré seguir protegiéndoos del viento y del calor.
Pero las mujeres estaban tan concentradas en su trabajo que no prestaron atención a las palabras del cielo y siguieron moliendo su grano y golpeando de tanto en tanto al cielo.
El cielo aguantó todo lo que pudo, pero le hacían tanto daño, que poco a poco fue alejándose de la tierra para que no le alcanzaran con los bastones y se quedó donde está hoy, así que las gentes perdieron la protección del cielo y desde entonces sufren el frío viento y el calor. Es por esto que en Somalia llaman al cielo Daldaloole, el que está agujereado.
Cuentan también en Somalia que las nubes son una hermosa muchacha que lleva a su casa un cántaro lleno de agua que saca de un pozo. Cuando la muchacha camina de regreso a su casa, el cántaro se bambolea y el agua se derrama por todas las partes, cayendo hacia la tierra por los agujeros del cielo. Esa agua es lo que llamamos lluvia.

Cuento de Nueva Zelanda

Introducción:

Los Mahoríes eran polinesios que en el siglo XIV se asentaron en Nueva Zelanda (Oceanía) y lo poblaron por primera vez. En la actualidad, la población de este país alcanza los 4 millones de habitantes, de los que un 18% son población aborigen. En la región central de Nueva Zelanda, existe un inmenso lago llamado ROTORUA, cuyas orillas son las más fértiles de todo el país. Se contaba que alrededor de ROTORUA estaba el paraíso. En su interior existe una isla de origen volcánico que se llamaba MOKOIA (hoy deshabitada) cuyos primeros pobladores fueron los miembros de una tribu mahorí llamada TARAWA.
La primera colonización de Nueva Zelanda por tribus polinesias se hizo de forma pacífica, repartiéndose el territorio equitativamente de manera que todas las tribus tuvieran su tierra y pudieran aprovechar sus recursos (eran cazadores y recolectores y desconocían la agricultura) sin entrar en enfrentamientos. Cuando los Tarawa llegaron al país, él único lugar que quedaba libre era la isla de Mokoia. En ella se asentaron y debido a su limitación orográfica, fue la primera tribu que comenzó a cultivar la tierra. En la región central de Nueva Zelanda, cuyo corazón es este lago, los mahoríes conforman el 40% de la población. La mayoría de los neozelandeses hablan dos lenguas: el inglés y el mahorí.
Los mahoríes acostumbran a celebrar encuentros entre tribus diferentes. Son largas fiestas en que participa toda la comunidad. Las fiestas comienzan con una bienvenida para la tribu invitada. En esta bienvenida, los mahoríes acostumbran a descorar su cuerpo, especialmente el rostro, en su frente y su barbilla y preparan una la plancha con madera de Ponga (una especie incombustible) sobre la que se colocan piedras de río. El pescado a la plancha sobre la Ponga es su comida tradicional. Los recién llegados suelen aportar regalos. Durante las fiestas se baila y se canta, traduciendo palabras de la canción en gestos que puedan ser entendidos por los miembros de todas las tribus. El gesto, para los mahoríes es un lenguaje común.

Una Capa Para Hinamoa

En Nueva Zelanda hay un lago inmenso llamado Rotorua. Hace mucho tiempo, en medio del lago, había una isla donde vivían los Arawa. Y alrededor del lago, extendidos a lo largo de su orilla, vivían los Torowa. Ambas tribus eran amigas y los Awara atravesaban muchas veces el lago para llegar a tierra firme y visitar a parientes que se habían casado con algún Torawa. Los Awara eran agricultores y pescadores. Los Towara recolectaban plantas y cazaban. Pero tenían costumbres parecidas: todas las noches, hombres, mujeres y niños se reunían en torno al fuego para cantar (1).
El día en que Nasurai, príncipe de los Awara, fue coronado rey, el rey de los Torawa preparó una fiesta en su honor. Los Awara atravesaron el lago y desembarcaron en tierra firme. A lo largo de la playa, Tutanaki, rey de los Torawa, había organizado una hermosa bienvenida con grandes fuegos y abundante comida. Sin embargo, lo primero que Nasurai vio al llegar a la orilla no fueron los fuegos ni los sabrosos asados. Sino a una muchacha vestida de blanco que le pareció la más hermosa que hubiera visto nunca. La muchacha, que estaba preparando para el nuevo rey una corona de flores, al verlo, pensó también que era el más hermoso rey que hubiera visto jamás. Se habían enamorado y ni siquiera se habían dicho una sola palabra.
Tutanaki vino a recibirle y cuando los dos reyes se saludaron (2), la fiesta comenzó. Y como Tutanaki notara que Nasurai no hacía sino mirar a la muchacha de blanco, la llamó. “Esta es la princesa Hinamoa, mi hija, y ha preparado para ti una corona de flores”.
Con ojos encendidos ella le dio la corona de flores y él la tomó como le regalo más precioso que nunca hubiera recibido.
Fue entonces cuando Tutanaki le dijo: “Nasuarai, quiero que me ayudes a luchar contra las tribus vecinas. Con ello, crecerán nuestros territorios y tendremos más animales que cazar y más plantas que comer”. Pero Nasurai contestó: “Nuestra isla es pequeña y cultivándola tenemos lo suficiente para alimentarnos. No quiero ayudarte en ninguna guerra.
¿Cómo es posible que tú, con una extensión mucho mayor, quieras apropiarte de la tierra de otras tribus?”.Pero Tutanaki no le contestó. En lugar de ello, y habiendo notado el amor que sentía por su hija, quiso vengarse de Nasurai: “Vete de mis tierras, regresa a tu isla y que nadie de los de tu tribu vuelva nunca a atravesar el lago para pisar tierra firme”.
Entonces, los Arawa subieron en sus pequeñas barcas y se alejaron lago adentro. Pero Nasurai no dejó de pensar en Hinamoa, ni Hinamoa dejó una noche de soñar con Nasurai. Todas la noches, Nasurai sacaba su flauta, buscaba orientación hacia la aldea de Hinamoa, y se ponía a tocar para que ella supiera que la amaba. Pero ella no sabía cómo contestarle y le escuchaba llena de tristeza. Nasurai tenía prohibido atravesar el lago y Hinamoa temía que él se cansase de tocar para ella y encontrara en su tribu una mujer con la que casarse.
Por ello, una noche, se le ocurrió una idea. Reunió cuatro calabazas y, vaciándolas, las ató alrededor de su cuerpo para poder flotar sobre el lago. Después se quitó sus ropas y se sumergió en el agua para llegar a nado hasta la isla de Mokoia (3). Era invierno y le costaba mucho nadar en las frías aguas del lago. Pero al fin consiguió llegar a la orilla. Toda la tribu dormía, arropada por el fuego de los hogares, dentro de sus cabañas. Estaba a punto de morir de frío, cuando descubrió unas pozas de aguas termales.
Se sumergió desnuda en el agua caliente y esperó a que los huesos se le desentumecieran. Fue entonces, cuando en medio de la oscuridad, apareció un guardián del palacio de los Awara. Y como la reconociera de inmediato, fue a avisar a Nasurai para que bajase a las pozas. Cuando Nasurai bajó, alumbrado por una antorcha, descubrió a la joven dentro del agua. Y como notara que Hinamoa no llevaba ropa alguna, se despojó de su capa de rey para ofrecérsela.
Todas las tribus mahoríes observan una ley común: sólo las reinas pueden portar una capa real. Por eso, cuando Nasurai cubrió a Hinamoa con su capa, todos los mahoríes entendieron que debía casarse con ella. Así lo entendió también Tutanaki, cuyo deseo de emprender la guerra contra otras tribus fue vencido por el amor de la joven pareja.

Costumbres Mahoríes

(1) Los mahoríes cantan con la voz y con el cuerpo.
Muchas de las palabras cantadas se traducen en gestos codificados para darles expresividad y para que, incluso los sordos puedan entenderlas y los mudos cantarlas. Los mahoríes prestan especial reconocimiento a las personas discapacitadas. Por ello, a los ancianos, los débiles o los enfermos se les reserva la segunda fila en todos los ritos o representaciones culturales (la segunda fila es la fila de honor, ya que la primera puede ser peligrosa por la común escenificación de batallas y danzas arriesgadas).
(2) Siempre que el jefe de una tribu recibe la visita de otro, trata de asustarle con gestos feroces y tatuajes de guerra. Además, muestran sus armas al recién llegado con gestos amenazadores. Si el visitante conserva la calma y no trata de atacar, la tribu se asegura de que no trae malas intenciones ni carece, por otra parte, del valor que caracteriza a los guerreros nobles.
(3) Se cuenta que las mujeres mahoríes no podían utilizar remos (eran instrumentos tabúes que sólo podían ser usados por hombres) y que esa era la razón por la que no pudo viajar en canoa hasta el corazón del lago.

Cuento de Piratas

El Capitán Calabrote

Había sido el más terrible de todos los piratas. Sus aventuras se contaban en todos los puertos del mundo. Después de una vida llena de abordajes y saqueos, Calabrote vivía retirado en una pequeña isla perdida en medio del inmenso océano. Cultivaba un pequeño huerto, asaba pescado, paseaba y, sobre todo, cuidaba el cofre en el que guardaba su tesoro.
Lo que más le gustaba era desenterrarlo y pasar horas mirando joyas y doblones. Después lo enterraba en otro lugar y, sentado a la puerta de su cueva, dibujaba un nuevo plano del tesoro.
Por las noches, a la luz de la luna, se tumbaba en su hamaca, sacaba su pipa y se ponía a fumar, recordando abordajes, batallas, peleas y fiestas con ron, mientras murmuraba viejas canciones piratas.
Una tarde, mientras paseaba por la playa, vió un pequeño barco de vela que se acercaba a la isla.
Entonces se escondió tras una roca y, muy extrañado, se puso a observar.
El barco llegó a la orilla y de él salió un hombre, lleno de tatuajes y cicatrices, con cinco o seis dientes de oro. Arrastró el barco hasta la arena, descargó un cofre enorme, un pico y una pala, y se internó en el bosque.
Calabrote había estado siempre solo en la isla y, aunque tenía muchas ganas de hablar con alguien, el aspecto de aquel visitante le daba un poco de miedo -“Otro pirata ha escogido mi isla para esconder su tesoro”- pensó.
Al llegar a un claro del bosque, el recién llegado se detuvo. Miró a su alrededor, fijándose en cada árbol, y empezó a cavar un hoyo muy profundo. Cuando terminó de cavar, metió el cofre dentro y lo tapó bien, pisando la tierra con sus enormes pies. Luego regresó a la playa, contando sus pasos y haciendo anotaciones en un cuaderno.
Cuando llegó a la playa, estaba anocheciendo.
Encendió una hoguera y sacó una manta de su barco.
“Va a quedarse aquí”, pensó Calabrote mientras regresaba a su cueva.
Calabrote se acostó, pero no pudo dormir: a su memoria llegaba recuerdos de aventuras pasadas, olor a pólvora y estruendo de batalla. De repente se levantó, se vistió deprisa y, cogiendo una pala, corrió hacia el bosque. Sus ojos habían recuperado un brillo olvidado, y en su cara se dibujaba una sonrisa feroz.
Cuando llegó al bosque, tan rápido como pudo, Calabrote desenterró el cofre del otro pirata y después se sentó encima, jadeante, pero feliz.
¡Su corazón volvía a sentirse joven! Arrastró el tesoro hasta su cueva y lo escondió.
“Mañana lo enterraré y dibujaré el plano”, pensó.
De un viejo arcón sacó su sable y sus pistolas. De otra caja, sacó una casaca, unas botas, un sombrero y la bandera que ondeaba en el palo mayor de su barco. Calabrote estuvo toda la noche remendando, engrasando y sacando brillo. Cuando ya amanecía, se vistió lentamente.
Estaba dispuesto a echar al intruso de su isla y a quedarse con su tesoro.
¡Seguía siendo un pirata! Con paso firme caminó hasta el bosque y esperó sentado tras un árbol. El tiempo pasaba lentamente y su sonrisa fue desapareciendo. Después de una noche tan agitada, estaba cansado y recordaba el aspecto terrible del otro pirata. Ya estaba pensando en volver a enterrar el tesoro cuando oyó que alguien se acercaba a grandes zancadas y silvando una canción.
Calabrote se encogió para no ser visto y esperó a oír las maldiciones y juramentos de su rival al ver que donde había enterrado su tesoro ahora no había más que un agujero.
Pero no oyó nada.
Después de mucho pensar, Calabrote asomó la cabeza. El otro pirata estaba arrodillado ante el agujero que antes ocupaba su cofre.
“Parecía a punto de llorar”.
Su mirada era tan triste que Calabrote no pudo evitar avergonzarse al verse armado hasta los dientes ante un viejo pirata cansado al que había robado todos sus ahorros.
Calabrote no supo qué hacer. Se sentía culpable, algo que nunca le había pasado. Murmuró una maldición pirata. Miró su sable, sus pistolas, su cuchillo y, de pronto, tuvo una idea que le hizo sonreír.
“No hay que ser valiente sólo para pelear”, se dijo mientras se levantaba.
Se acercó al intruso por la espalda y, suavemente, le puso la mano sobre el hombro.
Desde aquel día en una pequeña isla en el inmeso océano, hay dos tesoros. Y por las noches, dos viejos piratas de aspecto terrible se tumban en sus hamacas a la luz de la luna, sacan sus pipas y se ponen a fumar.
Y se cuentan abordajes, peleas y fiestas con ron, mientras entonan viejas canciones piratas.