Napoleón Bonaparte : Su vida y logros.
Genio militar y estadista clarividente, su imperio se
extendió por casi toda Europa antes de ser derrotado en Waterloo.
Un joven Napoleón Bonaparte
Napoleón en la campaña de Egipto (Antoine Jean Gros)
Napoleón, Primer Cónsul (Óleo de Antoine Jean Gros)
Napoleón coronado emperador (Cuadro de J. A. D. Ingres)
Napoleón con sus hijos
Napoleón en la batalla de Eylau (cuadro de A. J. Gros)
La batalla de Friedland (cuadro de Carle Vernet)
Batalla de Wagram (cuadro de Carle Vernet)
Napoleón nació el 15 de agosto de 1769 en Ajaccio,
capital de la actual Córcega, en una familia numerosa de ocho hermanos,
la familia Bonaparte o, con su apellido italianizado, Buonaparte. Cinco
de ellos eran varones: José, Napoleón, Lucien, Luis y Jerónimo. Las
niñas eran Elisa, Paulina y Carolina. Al amparo de la grandeza de
Napolione -así lo llamaban en su idioma vernáculo-, todos iban a
acumular honores, riqueza, fama y a permitirse asimismo mil locuras. La
madre, María Leticia Ramolino, era una mujer de notable personalidad, a
la que Stendhal eligió por su carácter firme y ardiente.
Carlos
María Bonaparte, el padre, siempre con agobios económicos por sus
inciertos tanteos en la abogacía, sobrellevados gracias a la posesión de
algunas tierras, demostró tener pocas aptitudes para la vida práctica.
Sus dificultades se agravaron al tomar partido por la causa nacionalista
de Córcega frente a su nueva metrópoli, Francia; congregados en torno a
un héroe nacional, Paoli, los isleños la defendieron con las armas. A
tenor de las derrotas de Paoli y la persecución de su bando, la madre de
Napoleón tuvo que arrostrar durante sus primeros alumbramientos las
incidencias penosas de las huidas por la abrupta isla; de sus trece
hijos, sólo sobrevivieron aquellos ocho. Sojuzgada la revuelta, el
gobernador francés, conde de Marbeuf, jugó la carta de atraerse a las
familias patricias de la isla. Carlos Bonaparte, que religaba sus
ínfulas de pertenencia a la pequeña nobleza con unos antepasados en
Toscana, aprovechó la oportunidad, viajó con una recomendación de
Marbeuf hacia la metrópoli para acreditarlas y logró que sus dos hijos
mayores entraran en calidad de becarios en el Colegio de Autun.
Los
méritos escolares de Napoleón en matemáticas, a las que fue muy
aficionado y que llegaron a constituir una especie de segunda naturaleza
para él -de gran utilidad para su futura especialidad castrense, la
artillería-, facilitaron su ingreso en la Escuela Militar de Brienne. De
allí salió a los diecisiete años con el nombramiento de subteniente y
un destino de guarnición en la ciudad de Valence.
Juventud revolucionaria
A
poco sobrevino el fallecimiento del padre y, por este motivo, el
traslado a Córcega y la baja temporal en el servicio activo. Su agitada
etapa juvenil discurrió entre idas y venidas a Francia, nuevos
acantonamientos con la tropa, esta vez en Auxonne, la vorágine de la
Revolución, cuyas explosiones violentas conoció durante una estancia en
París, y los conflictos independentistas de Córcega. En el agitado
enfrentamiento de las banderías insulares, Napoleón se creó enemigos
irreconciliables, entre ellos el mismo Paoli, al romper éste con la
Convención republicana y decantarse el joven oficial por las facciones
afrancesadas. La desconfianza hacia los paolistas en la familia
Bonaparte se fue trocando en furiosa animadversión. Napoleón se alzó
mediante intrigas con la jefatura de la milicia y quiso ametrallar a sus
adversarios en las calles de Ajaccio. Pero fracasó y tuvo que huir con
los suyos, para escapar al incendio de su casa y a una muerte casi
segura a manos de sus enfurecidos compatriotas.
Un joven Napoleón Bonaparte
Instalado
con su familia en Marsella, malvivió entre grandes penurias económicas
que a veces les situaron al borde de la miseria; el horizonte de las
disponibilidades familiares solía terminar en las casas de empeños, pero
los Bonaparte no carecían de coraje ni recursos. María Leticia, la
madre, se convirtió en amante de un comerciante acomodado Clary, el
hermano José se casó con una hija de éste, Marie Julie, si bien el
noviazgo de Napoleón con otra hija, Désirée, no prosperó. Con todo, las
estrecheces sólo empezaron a remitir cuando un hermano de Robespierre,
Agustín, le deparó su protección. Consiguió reincorporarse a filas con
el grado de capitán y adquirió un amplio renombre con ocasión del asedio
de Tolón, en 1793, al sofocar una sublevación contrarrevolucionaria
apoyada por los ingleses; el plan de asalto propuesto a unos
inexperimentados generales fue suyo, la ejecución también y el éxito
infalible.
En reconocimiento a sus méritos fue
ascendido a general de brigada, se le destinó a la comandancia general
de artillería en el ejército de Italia y viajó en misión especial a
Génova. Esos contactos con los Robespierre estuvieron a punto de serle
fatales al caer el Terror jacobino, el 9 Termidor, y verse encarcelado
por un tiempo en la fortaleza de Antibes, mientras se dilucidaba su
sospechosa filiación. Liberado por mediación de otro corso, el comisario
de la Convención Salicetti, el joven Napoleón, con veinticuatro años y
sin oficio ni beneficio, volvió a empezar en París, como si partiera de
cero.
Encontró un hueco en la sección topográfica del
Departamento de Operaciones. Además de las tareas propiamente técnicas,
entre mapas, informes y secretos militares, esta oficina posibilitaba
el acceso a las altas autoridades civiles que la supervisaban. Y a
través de éstas, a los salones donde las maquinaciones políticas y las
especulaciones financieras, en el turbio esplendor que había sucedido al
implacable moralismo de Robespierre, se entremezclaban con las lides
amorosas y la nostalgia por los usos del Antiguo Régimen.
Allí
encontró a la refinada Josefina Tascher de la Pagerie, de reputación
tan brillante como equívoca, quien colmó también su vacío sentimental.
Era una dama criolla oriunda de la Martinica, que tenía dos hijos,
Hortensia y Eugenio, y cuyo primer marido, el vizconde y general de
Beauharnais, había sido guillotinado por los jacobinos. Mucho más tarde
Napoleón, que declaraba no haber sentido un afecto profundo por nada ni
por nadie, confesaría haber amado apasionadamente en su juventud a
Josefina, que le llevaba unos cinco años. Entre sus amantes se contaba
Barras, el hombre fuerte del Directorio surgido con la nueva
Constitución republicana de 1795, quien por entonces andaba a la
búsqueda de una espada, según su expresión literal, a la que manejar
convenientemente para el repliegue conservador de la república y
hurtarlo a las continuas tentativas de golpe de estado de realistas,
jacobinos y radicales igualitarios. La elección de Napoleón fue
precipitada por una de las temibles insurrecciones de las masas
populares de París, al finalizar 1795, a la que se sumaron los
monárquicos con sus propios fines desestabilizadores. Encargado de
reprimirla, Napoleón realizó una operación de cerco y aniquilamiento a
cañonazos que dejó la capital anegada en sangre. La Convención se había
salvado.
Asegurada la tranquilidad interior por el
momento, Barras le encomendó en 1796 dirigir la guerra en uno de los
frentes republicanos más desasistidos el de Italia, contra los
austríacos y piamonteses. Unos días antes de su partida se casó con
Josefina en ceremonia civil, pero en su ausencia no pudo evitar que ella
volviera a entregarse a Barras y a otros miembros del círculo
gubernamental. Celoso y atormentado, terminó por reclamarla
imperiosamente a su lado, en el mismo escenario de batalla.
Militar exitoso
Aquel
general de veintisiete años transformó unos cuerpos de hombres
desarrapados hambrientos y desmoralizados en una formidable máquina
bélica que trituró el Piamonte en menos de dos semanas y repelió a los
austríacos más allá de los Alpes, de victoria en victoria. Sus campañas
de Italia pasarían a ser materia obligada de estudio en las academias
militares durante innúmeras promociones. Tanto o más significativas que
sus victorias aplastantes en Lodi, en 1796, en Arcole y Rívoli, en 1797,
fue su reorganización política de la península italiana, que llevó a
cabo refundiendo las divisiones seculares y los viejos estados en
repúblicas de nuevo cuño dependientes de Francia. El rayo de la guerra
se revelaba simultáneamente como el genio de la paz. Lo más inquietante
era el carácter autónomo de su gestión: hacía y deshacía conforme a sus
propios criterios y no según las orientaciones de París. El Directorio
comenzó a irritarse. Cuando Austria se vio forzada a pedir la paz en
1797, ya no era posible un control estricto sobre un caudillo alzado a
la categoría de héroe legendario.
Napoleón en la campaña de Egipto (Antoine Jean Gros)
Napoleón
mostraba una amenazadora propensión a ser la espada que ejecuta, el
gobierno que administra y la cabeza que planifica y dirige, tres
personas en una misma naturaleza de inigualada eficacia. Por ello, el
Directorio columbró la posibilidad de alejar esa amenaza aceptando su
plan de cortar las rutas vitales del poderío británico -las del
Mediterráneo y la India- con una expedición a Egipto. Así, el 19 de mayo
de 1798 embarcaba rumbo a Alejandría, y dos meses después, en la
batalla de las pirámides, dispersaba a la casta de guerreros mercenarios
que explotaban el país en nombre de Turquía, los mamelucos, para
internarse luego en el desierto sirio. Pero todas sus posibilidades de
éxito se vieron colapsadas por la destrucción de la escuadra francesa en
Abukir por Nelson, el émulo inglés de Napoleón en los escenarios
navales.
El revés lo dejó aislado y consumiéndose de
impaciencia ante las fragmentarias noticias que recibía de Europa. Allí
la segunda coalición de las potencias monárquicas había recobrado las
conquistas de Italia y la política interior francesa hervía de conjuras y
candidatos a asaltar un Estado en el que la única fuerza estabilizadora
que restaba era el ejército. Por fin se decidió a regresar a Francia en
el primer barco que pudo sustraerse al bloqueo de Nelson, recaló de
paso en su isla natal y nadie se atrevió a juzgarle por deserción y
abandono de sus tropas, mientras subía otra vez de Córcega a París,
ahora como héroe indiscutido.
Primer Cónsul
En
pocas semanas organizó el golpe de estado del 18 Brumario (según la
nueva nomenclatura republicana del calendario: el 9 de noviembre) con la
colaboración de su hermano Luciano, el cual le ayudó a disolver la
Asamblea Legislativa del Consejo de los Quinientos en la que figuraba
como presidente. Era el año de 1799. El golpe barrió al Directorio, a su
antiguo protector Barras, a las cámaras a los últimos clubes
revolucionarios, a todos los poderes existentes e instauró el Consulado:
un gobierno provisional compartido en teoría por tres titulares, pero
en realidad cobertura de su dictadura absoluta, sancionada por la nueva
Constitución napoleónica del año 1800.
Napoleón, Primer Cónsul (Óleo de Antoine Jean Gros)
Aprobada
bajo la consigna de «la Revolución ha terminado», la nueva Constitución
restablecía el sufragio universal que había recortado la oligarquía
termidoriana, sucesora de Robespierre. En la práctica, calculados
mecanismos institucionales cegaban los cauces efectivos de participación
real a los electores, a cambio de darles la libertad de que le
ratificasen en entusiásticos plebiscitos. El que validó su ascensión a
primer cónsul al cesar la provisionalidad, arrojó menos de dos mil votos
negativos entre varios millones de papeletas. Pero Napoleón no se
contentó con alargar luego esta dignidad a una duración de diez años,
sino que en 1802 la convirtió en vitalicia. Era poco todavía para el
gran advenedizo que embriagaba a Francia de triunfos después de haber
destruido militarmente a la segunda coalición en Marengo, y emprendía
una deslumbrante reconstrucción interna.
Napoleón, Emperador
La
heterogénea oposición a su gobierno fue desmantelada mediante drásticas
represiones a derecha e izquierda, a raíz de fallidos atentados contra
su persona; el ejemplo más amedrentador fue el secuestro y ejecución de
un príncipe emparentado con los Borbones depuestos, el duque de Enghien,
el 20 de marzo de 1804. El corolario de este proceso fue el
ofrecimiento que le hizo el Senado al día siguiente de la corona
imperial. La ceremonia de coronación se llevó a cabo el 2 de diciembre
en Notre Dame, con la asistencia del papa Pío VII, aunque Napoleón se
ciñó la corona a sí mismo y después la impuso a Josefina; el pontífice
se limitó a pedir que celebrasen un matrimonio religioso, en un sencillo
acto que se ocultó celosamente al público. Una nueva Constitución el
mismo año afirmó aún más su autoridad omnímoda.
Napoleón coronado emperador (Cuadro de J. A. D. Ingres)
La
historia del Imperio es una recapitulación de sus victorias sobre las
monarquías europeas, aliadas en repetidas coaliciones contra Francia y
promovidas en último término por la diplomacia y el oro ingleses. En la
batalla de Austerlitz, de 1805, abatió la tercera coalición; en la de
Jena, de 1806, anonadó al poderoso reino prusiano y pudo reorganizar
todo el mapa de Alemania en la Confederación del Rin, mientras que los
rusos eran contenidos en Friendland, en 1807. Al reincidir Austria en la
quinta coalición, volvió a destrozarla en Wagram en 1809.
Nada podía resistirse a su instrumento de choque, la Grande Armée
(el 'Gran Ejército'), y a su mando operativo, que, en sus propias
palabras, equivalía a otro ejército invencible. Cientos de miles de
cadáveres de todos los bandos pavimentaron estas glorias guerreras.
Cientos de miles de soldados supervivientes y sus bien adiestrados
funcionarios, esparcieron por Europa los principios de la Revolución
francesa. En todas partes los derechos feudales eran abolidos junto con
los mil particularismos económicos, aduaneros y corporativos; se creaba
un mercado único interior, se implantaba la igualdad jurídica y política
según el modelo del Código Civil francés, al que dio nombre -el Código
Napoleón, matriz de los derechos occidentales, excepción hecha de los
anglosajones-; se secularizaban los bienes eclesiásticos; se establecía
una administración centralizada y uniforme y la libertad de cultos y de
religión, o la libertad de no tener ninguna. Con estas y otras medidas
se reemplazaban las desigualdades feudales -basadas en el privilegio y
el nacimiento- por las desigualdades burguesas -fundadas en el dinero y
la situación en el orden productivo-.
La obra
napoleónica, que liberó fundamentalmente la fuerza de trabajo, es el
sello de la victoria de la burguesía y puede resumirse en una de sus
frases: «Si hubiera dispuesto de tiempo, muy pronto hubiese formado un
solo pueblo, y cada uno, al viajar por todas partes, siempre se habría
hallado en su patria común». Esta temprana visión unitarista de Europa,
quizá la clave de la fascinación que ha ejercido su figura sobre tan
diversas corrientes historiográficas y culturales, ignoraba las
peculiaridades nacionales en una uniformidad supeditada por lo demás a
la égida imperialista de Francia. Así, una serie de principados y reinos
férreamente sujetos, mero glacis defensivo en las fronteras, fueron
adjudicados a sus hermanos y generales. El excluido fue Luciano
Bonaparte, a resultas de una prolongada ruptura fraternal.
A
las numerosas infidelidades conyugales de Josefina durante sus
campañas, por lo menos hasta los días de la ascensión al trono, apenas
había correspondido Napoleón con algunas aventuras fugaces. Éstas se
trocaron en una relación de corte muy distinto al encontrar en 1806 a la
condesa polaca María Walewska, en una guerra contra los rusos;
intermitente, pero largamente mantenido el amor con la condesa,
satisfizo una de las ambiciones napoleónicas, tener un hijo, León. Esta
ansia de paternidad y de rematar su obra con una legitimidad dinástica
se asoció a sus cálculos políticos para empujarle a divorciarse de
Josefina y solicitar a una archiduquesa austriaca, María Luisa,
emparentada con uno de los linajes más antiguos del continente.
Napoleón con sus hijos
Sin
otro especial relieve que su estirpe, esta princesa cumplió lo que se
esperaba del enlace, al dar a luz en 1811 a Napoleón II -de corta y
desvaída existencia, pues murió en 1832-, proclamado por su padre en sus
dos sucesivas abdicaciones, pero que nunca llegó a reinar. Con el
tiempo, María Luisa proporcionó al emperador una secreta amargura al no
compartir su caída, ya que regresó al lado de sus progenitores, los
Habsburgo, con su hijo, y en la corte vienesa se hizo amante de un
general austriaco, Neipperg, con quien contrajo matrimonio en segundas
nupcias a la muerte de Napoleón.
El ocaso
El
año de su matrimonio con María Luisa, 1810, pareció señalar el cenit
napoleónico. Los únicos Estados que todavía quedaban a resguardo eran
Rusia y Gran Bretaña, cuya hegemonía marítima había sentado de una vez
por todas Nelson en Trafalgar, arruinando los proyectos mejor concebidos
del emperador. Contra esta última había ensayado el bloqueo
continental, cerrando los puertos y rutas europeos a las manufacturas
británicas. Era una guerra comercial perdida de antemano, donde todas
las trincheras se mostraban inútiles ante el activísimo contrabando y el
hecho de que la industria europea aún estuviese en mantillas respecto
de la británica y fuera incapaz de surtir la demanda. Colapsada la
circulación comercial, Napoleón se perfiló ante Europa como el gran
estorbo económico, sobre todo cuando las mutuas represalias se
extendieron a los países neutrales.
El bloqueo
continental también condujo en 1808 a invadir Portugal, el satélite
británico, y su llave de paso, España. Los Borbones españoles fueron
desalojados del trono en beneficio de su hermano José, y la dinastía
portuguesa huyó a Brasil. Ambos pueblos se levantaron en armas y
comenzaron una doble guerra de Independencia que los dejaría destrozados
para muchas décadas, pero fijaron y diezmaron a una parte de la Grande
Armée en una agotadora lucha de guerrillas que se extendió hasta 1814,
doblada en las batallas a campo abierto por un moderno ejército enviado
por Gran Bretaña.
La otra parte del ejército, en la
que había enrolado a contingentes de las diversas nacionalidades
vencidas, fue tragada por las inmensidades rusas. En la campaña de 1812
contra el zar Alejandro I, Napoleón llegó hasta Moscú, pero en la
obligada retirada perecieron casi medio millón de hombres entre el frío y
el hielo del invierno ruso, el hambre y el continuo hostigamiento del
enemigo. Toda Europa se levantó entonces contra el dominio napoleónico, y
el sentimiento nacional de los pueblos se rebeló dando soporte al
desquite de las monarquías; hasta en Francia, fatigada de la
interminable tensión bélica y de una creciente opresión, la burguesía
resolvió desembarazarse de su amo.
La batalla
resolutoria de esta nueva coalición, la sexta, se libró en Leipzig en
1813, la «batalla de las Naciones», una de las grandes y raras derrotas
de Napoleón. Fue el prólogo de la invasión de Francia, la entrada de los
aliados en París y la abdicación del emperador en Fontainebleau, en
abril de 1814, forzada por sus mismos generales. Las potencias
vencedoras le concedieron la soberanía plena sobre la minúscula isla
italiana de Elba y restablecieron en su lugar a los Borbones, arrojados
por la Revolución, en la figura de Luis XVIII.
Su
estancia en Elba, suavizada por los cuidados familiares de su madre y la
visita de María Walewska, fue comparable a la de un león enjaulado.
Tenía cuarenta y cinco años y todavía se sentía capaz de hacer frente a
Europa. Los errores de los Borbones, que a pesar del largo exilio no se
resignaban a pactar con la burguesía, y el descontento del pueblo le
dieron ocasión para actuar. Desembarcó en Francia con sólo un millar de
hombres y, sin disparar un solo tiro, en un nuevo baño triunfal de
multitudes, volvió a hacerse con el poder en París.
Pero
fue completamente derrotado en junio de 1815 por los vigilantes Estados
europeos -que no habían depuesto las armas, atentos a una posible
revigorización francesa- en Waterloo y puesto nuevamente en la
disyuntiva de abdicar. Así concluyó su segundo período imperial, que por
su corta duración se ha llamado de los Cien Días (de marzo a junio de
1815). Se entregó a los ingleses, que le deportaron a un perdido islote
africano, Santa Elena, donde sucumbió lentamente a las iniquidades de un
tétrico carcelero, Hudson Lowe. Antes de morir, el 5 de mayo de 1821,
escribió unas memorias, el Memorial de Santa Elena, en las que se
describió a sí mismo tal como deseaba que le viese la posteridad. Ésta
aún no se ha puesto de acuerdo sobre su personalidad mezcla singular del
bronco espadón cuartelero, el estadista, el visionario, el aventurero y
el héroe de la antigüedad obsesionado por la gloria.
Cronología de Napoleón Bonaparte
1769 | Nace en Ajaccio (Córcega). |
1784 | Cadete en la Escuela Militar de Brienne. |
1785 | Termina sus estudios en la Escuela Militar de París. |
1789 | Participa en la insurrección de Córcega. |
1793 | Obtiene el ascenso a general de brigada, por sus méritos de guerra. |
1795 | Salva a la Convención Nacional (el gobierno revolucionario republicano francés) de una insurrección parisina. |
1796 | Nombrado general en jefe del ejército de Italia, obtiene numerosas victorias. Se casa con Josefina de Beauharnais. |
1798-99 | Campañas de Italia y Egipto. |
1799 | Fracasa en la conquista de Siria y regresa a Francia. Toma el poder en Francia mediante un golpe de estado. Es nombrado Primer Cónsul, con lo que pasaba a ser el principal gobernante de Francia, con poderes dictatoriales. |
1800 | Vence a Austria en la batalla de Marengo y consolida sus conquistas en el norte de Italia. Nueva Constitución. |
1802 | Es nombrado en Cónsul Vitalicio. |
1804 | Coronado emperador de los franceses en Notre Dame. |
1805 | Derrota a Austria y a Rusia en la batalla de Austerlitz. |
1806 | Establece la Confederación del Rin y pasa a controlar Polonia. Crea el Sistema Continental, destinado a bloquear y arruinar el comercio inglés. |
1807 | Invade Portugal. |
1808 | Nombra rey de España a su hermano, José I. Guerra de Independencia de España y Portugal, que se prolongará seis años. |
1809 | Se anexiona Roma y los Estados Pontificios. Anulación de su matrimonio con Josefina. |
1810 | Matrimonio con la archiduquesa María Luisa de Austria, hija del emperador Francisco I. |
1812 | Desastrosa campaña en Rusia. |
1814 | Abdica como emperador y se exilia en la isla de Elba. |
1815 | Escapa de Elba, regresa a Francia y toma el poder. Las coaliciones europeas consiguen vencerle en Waterloo. Es deportado a la isla africana de Santa Elena. |
1821 | Muere en la isla de Santa Elena. |
Batallas de Napoleón Bonaparte
Las batallas libradas desde 1799 hasta 1815 entre Francia y varias naciones europeas son ya históricamente conocidas como las Guerras Napoleónicas.
Estos enfrentamientos militares fueron una continuación de las guerras
mantenidas por Francia en Europa durante la Revolución Francesa
(1789-1799). En ellas brilló el talento estratega de Napoleón Bonaparte.
Durante los años que había pasado en guarniciones de provincias
(Valence y Auxonne), había aprovechado su tiempo para ampliar su
preparación militar (profundizó en sus estudios de matemáticas,
artillería y táctica militar); entró entonces, además, en conocimiento
de los pensadores políticos clásicos (en especial Maquiavelo y
Montesquieu) y descubrió su pasión por la historia (le deslumbraron las
biografías de Alejandro, de Julio César y en especial la de Federico
II).
La Primera Coalición
Durante
la guerra de la Primera Coalición (1793-1797), Francia luchó contra la
alianza formada por Austria, Prusia, Gran Bretaña, España, las
Provincias Unidas (actuales Países Bajos) y el reino de Cerdeña. El
gobierno francés —el Directorio— confió a Napoleón la dirección de las
operaciones militares contra las tropas austriacas en el norte de Italia
en 1796. En menos de un año, Napoleón había vencido a las fuerzas de
Austria, superiores en número. En 1798, se le asignó el mando de una
expedición que tenía como objetivo conquistar Egipto para cortar la ruta
británica a la India. La invasión fracasó tras la batalla del Nilo y
Napoleón regresó a Francia. Aunque ambas campañas se produjeron durante
el régimen del Consulado, antes de la asunción del poder por Bonaparte,
suelen ser consideradas como la primera fase de las Guerras
Napoleónicas. Fue en ellas donde el líder francés desplegó por primera
vez a gran escala su talento como jefe militar.
La segunda coalición
La
victoria de Napoleón en la campaña contra los austriacos en el norte de
Italia puso fin a la Primera Coalición. No obstante, durante su
estancia en Egipto se formó la Segunda Coalición (24 de diciembre de
1798) integrada por Rusia, Gran Bretaña, Austria, el reino de Nápoles,
Portugal y el Imperio otomano. Las batallas principales de la guerra de
la Segunda Coalición, que se inició a finales de 1798, tuvieron lugar en
el norte de Italia y en Suiza al año siguiente. Los austriacos y los
rusos, dirigidos por el general Alexandr Suvórov, vencieron a los
franceses en el norte de Italia en las batallas de Magnano (5 de abril
de 1799), Cassano (27 de abril), el Trebbia (17-19 de junio) y Novi (el
15 de agosto). La Coalición también tomó Milán; abolió la República
Cisalpina, que se había constituido bajo los auspicios del gobierno
francés en 1797; ocupó Turín y privó a Francia de sus anteriores
conquistas en Italia.
Napoleón en la batalla de Eylau (cuadro de A. J. Gros)
El
resultado de la lucha en Suiza fue más favorable para los franceses.
Tras ser derrotados en Zurich (7 de junio) por Carlos de Habsburgo,
archiduque de Austria, las fuerzas francesas dirigidas por el general
André Masséna vencieron a las tropas rusas del general Alexander
Korsakov el 26 de septiembre. Suvórov y sus fuerzas abandonaron el norte
de Italia atravesando los Alpes para unirse a Korsakov en Suiza, donde
sus tropas se habían dispersado tras ser vencidas. El ejército de
Suvórov hubo de refugiarse en las montañas del cantón de los Grisones,
donde quedó diezmado a causa del frío y el hambre. Los rusos se
retiraron de la Segunda Coalición el 22 de octubre alegando como motivo
la falta de cooperación de los austriacos.
Cuando
Napoleón regresó a Francia procedente de Egipto en octubre de 1799, pasó
a ser el líder del Consulado y ofreció la paz a los aliados. La
Coalición rechazó esta propuesta y Napoleón planeó una serie de ataques
contra Austria para la primavera de 1800. Bonaparte se adentró en Italia
cruzando los Alpes con un nuevo ejército formado por 40.000 hombres y
venció a los austriacos en la batalla de Marengo el 14 de junio.
Mientras tanto, las tropas francesas del general Jean Victor Moreau
habían penetrado en el sur de Alemania atravesando el Rin y tomando
Munich. Moreau también había derrotado a las fuerzas austriacas del
archiduque de Austria Juan de Habsburgo en la batalla de Hohenlinden,
que tuvo lugar en Baviera el 3 de diciembre, y se había aproximado a la
ciudad de Linz (Austria).
Las victorias francesas
obligaron a firmar a Austria el Tratado de Lunéville el 9 de febrero de
1801, por el que Austria y sus aliados alemanes cedían la orilla
izquierda del río Rin a Francia y reconocían a las repúblicas Bátava,
Helvética, Cisalpina y Ligur, además de realizar otras concesiones.
Asimismo, este tratado marcó la disolución de la Segunda Coalición. El
único aliado que continuó la lucha contra Francia fue Gran Bretaña. Las
tropas británicas se habían enfrentado sin éxito contra las francesas en
territorio holandés en 1799, pero habían conquistado algunas posesiones
francesas de Asia y otros lugares. Gran Bretaña firmó el 27 de marzo de
1802 la Paz de Amiens con Francia.
No obstante, esta
paz resultó ser una mera suspensión de las hostilidades. En 1803 se
produjo una disputa entre ambos países a propósito de la cláusula del
acuerdo que establecía la restitución de la isla de Malta a la orden de
los Caballeros de San Juan de Jerusalén. Gran Bretaña se negó a entregar
la isla, por lo que estalló una nueva guerra contra los franceses. Una
importante consecuencia de este conflicto fue que Napoleón abandonó su
proyecto de establecer un gran imperio colonial francés en Norteamérica,
al verse obligado a concentrar sus recursos en Europa. Así pues, vendió
Luisiana a Estados Unidos. En 1805, Austria, Rusia y Suecia se unieron
al conflicto en apoyo del bando británico, y España se alió con Francia;
este fue el inicio de la guerra de la Tercera Coalición.
La Tercera Coalición
Napoleón
se apresuró a tomar medidas contra la nueva alianza. Había ejercido una
gran presión sobre Gran Bretaña desde 1798 al mantener a un ejército
concentrado en Boulogne —a orillas del canal de la Mancha—, que hacía
pensar a los británicos que se preparaba una invasión de Inglaterra.
Bonaparte aumentó considerablemente el número de fuerzas destacadas en
Boulogne cuando comenzaron las disensiones que hicieron estallar la
guerra en 1803. Tras la formación de la Tercera Coalición contra
Francia, sus tropas abandonaron Boulogne para enfrentarse a los
austriacos, que habían invadido Baviera con un ejército dirigido por
Fernando III, el gran duque de la Toscana, y el general Karl Mack von
Leiberich. Varios estados alemanes, entre los que se contaban Baviera,
Württemberg y Baden, se aliaron con Francia. Napoleón derrotó a las
fuerzas de Austria en Ulm, capturó a 23.000 prisioneros y, a
continuación, marchó con sus tropas a lo largo del Danubio y conquistó
Viena.
Los ejércitos rusos, liderados por el general
Mijaíl Kutúzov y Alejandro I, emperador de Rusia, respaldaron a los
austriacos, pero Bonaparte venció a las fuerzas austro-rusas en la
batalla de Austerlitz, también denominada de los Tres Emperadores.
Austria se rindió nuevamente y firmó el Tratado de Presburgo el 26 de
diciembre de 1805. Una de las cláusulas del acuerdo estipulaba que
Austria debía entregar a Francia la zona del norte de Italia y a Baviera
parte del propio territorio austriaco; asimismo, Austria reconoció a
los ducados de Württemberg y Baden como reinos.
La Confederación del Rin
Dado
que las tropas del general Masséna habían derrotado al ejército
austriaco mandado por Carlos de Habsburgo en Italia, Napoleón aprovechó
esta situación para nombrar a su hermano, José I, rey de Nápoles en
1806; asimismo, nombró a otro de sus hermanos, Luis I Bonaparte, rey de
Holanda (la antigua República Bátava); el 12 de julio estableció la
Confederación del Rin, constituida finalmente por todos los estados
alemanes a excepción de Austria, Prusia, Brunswick y Hesse.
La
formación de esta entidad política puso fin al Sacro Imperio Romano
Germánico y casi toda Alemania quedó bajo el control de Bonaparte. No
obstante, los éxitos en el continente quedaron contrarrestados en gran
medida por la derrota que el almirante británico Horatio Nelson infligió
a la fuerza conjunta de la flota francesa y española frente a las
costas del cabo de Trafalgar el 21 de octubre de 1805. Napoleón implantó
en 1806 el denominado Sistema Continental por el que los puertos
de toda Europa quedaban cerrados al comercio británico. La superioridad
naval de los británicos dificultó la aplicación del Sistema Continental
e hizo fracasar la política económica europea de Bonaparte.
La Cuarta Coalición
Prusia,
ante el incremento de poder de Francia en Alemania, se unió a la Cuarta
Coalición compuesta por Gran Bretaña, Rusia y Suecia en 1806. Bonaparte
aplastó a las tropas prusianas en la batalla de Jena el 14 de octubre
de ese mismo año y tomó Berlín. A continuación, derrotó a los rusos en
la batalla de Friedland y obligó a firmar la paz a Alejandro I.
La batalla de Friedland (cuadro de Carle Vernet)
De
acuerdo con las principales condiciones del Tratado de Tilsit, Rusia
tuvo que entregar sus posesiones polacas y aliarse con Francia, mientras
que Prusia perdió casi la mitad de su territorio, tuvo que hacer frente
a cuantiosas indemnizaciones y se le impusieron severas restricciones
al tamaño de su ejército permanente. Rusia y Dinamarca emprendieron una
acción militar contra Suecia que obligó a su monarca, Gustavo IV Adolfo,
a abdicar en favor de su tío, Carlos XIII, a condición de que éste
nombrara como su heredero al general Jean Baptiste Jules Bernadotte, uno
de los mariscales de Napoleón. Bernadotte fue coronado en 1818 con el
nombre de Carlos XIV Jean-Baptiste Bernadotte y fue el fundador de la
dinastía actual sueca.
El Nacionalismo antinapoleónico
En
1808, Napoleón dominaba toda Europa, a excepción de Rusia y Gran
Bretaña. Las principales razones del posterior declive fueron el
surgimiento del espíritu nacionalista en varias de las naciones europeas
derrotadas y la persistente oposición de Gran Bretaña, que, a salvo ya
de una invasión gracias a la superioridad de su armada, no cesó de
organizar y financiar nuevas coaliciones contra Napoleón.
España
fue la primera nación en la que Bonaparte tuvo que hacer frente a las
insurrecciones nacionalistas que provocaron su caída. El emperador
francés, después de haber destronado al rey Carlos IV de España, nombró a
su hermano José Bonaparte rey de este país en 1808. Los españoles se
rebelaron y expulsaron al nuevo gobernante de Madrid. Se desató la
guerra de la Independencia española (1808-1814) entre los franceses, que
intentaban restaurar a José I Bonaparte en el trono, y los españoles,
apoyados por las fuerzas británicas mandadas por Arthur Colley
Wellesley, duque de Wellington.
Batalla de Wagram (cuadro de Carle Vernet)
Los
franceses fueron derrotados, y el número de bajas que sufrieron
perjudicó seriamente a Napoleón cuando se vio obligado a hacer frente a
sus nuevos enemigos del este y el norte de Europa. Su primera oponente
era Austria, que se unió a Gran Bretaña para formar la Quinta Coalición
en 1809. El emperador francés derrotó a los austriacos en Wagram (julio
de 1809) y les obligó a firmar el Tratado de Viena, por el cual Austria
perdió Salzburgo, parte de Galitzia y grandes áreas de sus territorios
del sur de Europa. Asimismo, se divorció de su primera mujer y contrajo
matrimonio con la hija de Francisco II de Austria, con la vana esperanza
de que este país no participara en nuevas coaliciones contra él.
La derrota de Napoleón
En
1812, Francia y Rusia entraron en guerra porque Alejandro I se negaba a
aplicar el Sistema Continental. Dado que gran parte de sus hombres se
encontraban en España, Napoleón invadió Rusia sólo con 500.000 hombres.
Derrotó a los rusos en Borodino y conquistó Moscú el 14 de septiembre de
1812. Los rusos invadieron la ciudad, impidiendo así a las tropas
francesas establecer allí cuarteles de invierno. Abandonaron Rusia y se
adentraron en Alemania, pero la mayoría de los hombres murieron a lo
largo del camino a causa del frío, el hambre y los ataques de la
guerrilla rusa.
El Imperio Ruso se unió entonces a
la Quinta Coalición, de la que también formaban parte Prusia, Gran
Bretaña y Suecia. Prusia, en un estallido de fervor nacionalista
provocado por las reformas políticas y económicas que se habían
implantado desde la derrota de Jena, inició la guerra de Liberación
contra Napoleón en 1813. Éste consiguió su última victoria importante en
la batalla de Dresde, donde el ejército francés derrotó a las fuerzas
conjuntas de Austria, Prusia y Rusia el 27 de agosto de 1813. Sin
embargo, durante el mes de octubre, Napoleón se vio forzado a replegarse
sobre el Rin tras la batalla de Leipzig, quedando liberados los estados
alemanes. Los ejércitos rusos, austriacos y prusianos invadieron
Francia desde el norte al año siguiente y tomaron París en marzo de
1814; Napoleón abdicó y hubo de exiliarse en la isla de Elba, situada en
el mar Mediterráneo.
Los miembros de la Quinta
Coalición se reunieron en el Congreso de Viena para restaurar a las
monarquías que Napoleón había derrocado en Europa. Sin embargo, mientras
trazaban el nuevo mapa europeo, Bonaparte consiguió escapar de Elba, se
dirigió a Francia, donde se apresuró a formar un ejército; tras vencer
en Ligny y fracasar en Quatre-Bras, el 18 de junio de 1815 fue
definitivamente derrotado en la batalla de Waterloo, que puso fin a las
Guerras Napoleónicas.