Biografía de Adolf Hitler | Máximo dirigente nazi.

La política expansionista del máximo dirigente nazi condujo a Europa a la Segunda Guerra Mundial, la más mortífera de la historia.
La Primera Guerra Mundial había dejado una Alemania derrotada política y económicamente, en un frustrado proceso por implantar la democracia liberal que reemplazara anteriores monarquías. Ello, unido al arraigo de su tradición militar y del nacionalismo romántico según el cual el Estado era la encarnación del espíritu del pueblo, así como ciertos hábitos autoritarios de la sociedad alemana, constituía un excelente caldo de cultivo para cualquier nacionalsocialismo, tan en boga en la época.
Adolf Hitler añadió con maestría el elemento del racismo para formar la mezcla explosiva y paranoica que galvanizaría a toda una nación. Consiguió el apoyo de un ejército herido en su honor; de los industriales enfrentados a los sindicatos y al temor de la ideología marxista; de una frustrada clase media y del proletariado «víctima de los sindicatos y de los partidos políticos». Supo concitar en todos el odio a los judíos, como elemento cohesionador, y proponerles la superioridad de la raza aria como única válida para dominar el mundo.

Adolf Hitler
Su obra Mein Kampf (Mi lucha) se convirtió en evangelio de masas, sin ser tratado de política, y en libro santo de la vida e ideas del jefe supremo, sin ser ninguna confesión del autor, a pesar del título. Según lo expuesto en él, la raza aria es superior por naturaleza; el Estado es la unidad de «sangre y suelo»; el Fürher es la encarnación del Estado y por tanto del pueblo... Nada nuevo. Pero sí el arma más eficaz para la más cruel derrota del pueblo que la utilizó, el mayor genocidio de la historia y la destrucción de Europa.

Lazos de sangre

La búsqueda de unos antecedentes familiares que pudieran justificar el desequilibrio de Hitler indujo a la construcción de diversas historias acerca de sus orígenes. La oscuridad de los pocos datos reales y la escasa fiabilidad de algunos de los vertidos por él en su libro Mein Kampf, contribuyeron a suscitarlas. Así, se ha especulado sobre el posible alcoholismo de su padre, sobre que éste murió confinado en un manicomio, o que su madre fue una prostituta y tuvo un abuelo judío. Ninguna de estas hipótesis ha podido probarse y sólo se puede afirmar con absoluta certeza que Adolf Hitler nació el 20 de abril de 1889 en Braunau del Inn, pueblo fronterizo de la Alta Austria, y que fue el tercer hijo de un matrimonio formado por el inspector de aduanas Alois Hitler y su tercera esposa, Klara Pólzl.
Se supone que su abuelo fue Johann-Georg Hiedler, molinero de la Baja Austria que en 1842 se casó con una campesina, Maria Anna Schicklgruber, quien ya tenía un hijo natural de cinco años, Alois, cuyo padre no era otro, al parecer, que el propio Hiedler, aunque no le dio su apellido. Casi cuarenta años más tarde, en 1876, Johann-Nepomuk Hiedler, hermano del anterior, se presentó con Alois ante el párroco de Dóllersheim y le pidió que borrase del registro la palabra «ilegítimo» y lo inscribiera como Alois Hiedler por deseo expreso del padre. Johann-Georg llevaba veinte años enterrado y su madre treinta, pero el cura accedió. Alois, al año siguiente de su legitimación, cambió su apellido Hiedler, de origen checo, por el de Hitler, de grafía similar a su fonética.
Alois Hitler había ingresado a los dieciocho años en el Servicio Imperial de Aduanas y hasta 1895 trabajó como oficial en distintos pueblos de la frontera austrobávara. Había contraído matrimonio con Anna Glass en 1864, mucho mayor que él, que murió sin descendencia en 1883. Un mes después se casaba con Franziska Matzelberger, quien ya le había dado un hijo, Alois, y tres meses después de la boda le dio una hija, Angela, la única con quien Adolf había de mantener relación durante toda su vida, y de cuya hija Geli Raubal llegó a enamorarse. Esta segunda esposa fallecía también poco más tarde de una tuberculosis. En enero de 1885 Alois se casó con Klara Pólzl, en terceras nupcias. En mayo nacía Gustav. Tanto éste como una hija nacida en 1887 murieron en su infancia. En 1889 nacía Adolf y más tarde Paula.
Adolf Hitler tenía seis años cuando su padre se jubiló. La familia dejó entonces Passau, su último destino, se mudó a Hafeld-am-Traun, luego a Lambach y por último compraron una casa en Leonding, aldea en las afueras de Linz. Allí pasaría Hitler su infancia y por ese motivo es considerada la «ciudad natal del Führer» y por lo tanto centro de peregrinación nazi. Su padre murió el 3 de enero de 1903 dejando una pensión a su viuda. Dos años después su madre vendió la casa por diez mil coronas y se establecieron en Linz.

Un joven Hitler
En el verano de 1905 Adolf concluye sus estudios por obligación, pues su mediocre rendimiento en la Realschule le había valido la expulsión sin conseguir título alguno. Cuando su madre murió, en 1907, se trasladó a Viena con el dinero de la herencia. Dibujaba por afición y esperaba convertirse en un pintor académico. Se inscribió para las pruebas de acceso en la Academia de Artes Plásticas, pero fracasó en el examen de ingreso. Al año siguiente reunió la mayor cantidad de sus dibujos y volvió a la academia, pero la institución, tras observarlos, esta vez ni siquiera lo admitió a examen.
Fue entonces, a finales del año 1908, cuando entró en contacto con el antisemitismo mediante las teorías de Liebenfels. En ellas se vislumbra ya el germen de su ideología posterior: Liebenfels llamaba Arioheroiker ('héroes arios') a la raza rubia de los señores y los enfrentaba a los seres inferiores, los Affingen ('simiescos'), para concluir que la necesidad de diezmar a estos últimos era biológicamente justificada, pues acabaría con el engendro del mestizaje.
Durante todo el año siguiente Hitler consumió cantidades de esos panfletos racistas. Ya entonces vivía miserablemente, había agotado su herencia y no trabajaba; se alojaba en una residencia para hombres indigentes y pasaba hambre en sus vagabundeos por Viena. Además, no se presentó a los reiterados llamamientos para cumplir el servicio militar y, a los veinticuatro años -edad a la que cesaba la obligación de ingresar a filas-, cruzó la frontera alemana, instalándose en Munich.

El germen

Las autoridades austríacas averiguaron su paradero y le obligaron a comparecer en su consulado en Munich y luego ante la comisión de reclutamiento de Salzburgo. Allí, dado su débil estado físico, fue declarado no apto e inútil para la milicia. El 16 de agosto de 1914 se presentó como voluntario al ejército alemán: la Primera Guerra Mundial había comenzado. Herido y gaseado en el frente, fue condecorado con sendas cruces de hierro al mérito militar de segunda y de primera clase, honor este último muy raro para un sargento, como él era.

Hitler aclamado por la multitud
Según testimonios, fue un soldado valiente y se ganó pronto la simpatía de sus superiores gracias a su marcado antisemitismo. Fue nombrado oficial de propaganda del Reichswehr, el ejército regular, y se dedicó a predicar el ideal nacionalista y la lucha contra los bolcheviques entre sus camaradas, dando numerosas conferencias. El 12 de septiembre de 1919 fue comisionado a asistir a una asamblea del incipiente Partido Obrero Alemán (DAP) con el objeto de recabar información sobre dicha asociación. Hitler intercambió impresiones con el presidente del DAP, Anton Drexler, y todo habría terminado allí, quizá, si no hubiese recibido poco después una tarjeta postal en que la dirección del partido (entonces no contaba con más de cincuenta afiliados) le comunicaba su ingreso en el mismo.
En marzo del año siguiente abandonó la milicia para dedicarse por entero a su actividad política; fue entonces cuando el partido añadió a su denominación Nacionalsocialista, convirtiéndose en el Nationalsozialistische Deutsche Arbei-terpartei (de cuya abreviatura surgiría la palabra nazi), y Hitler se convirtió en su jefe de propaganda. Como tal consiguió reclutar a personajes destacados de la sociedad muniquesa, esencialmente nacionalistas y, en menor medida, a trabajadores, cuyo número fue disminuyendo a medida que el NSDAP se engrandecía, y él se hacía con la presidencia, tras eliminar a Drexler.
En noviembre de 1923, siguiendo el ejemplo de Mussolini en Italia, intentó un golpe de estado, conocido como el putsch de 1923. Los dos cabecillas de la intentona, Hitler y Ludendorff, fueron detenidos y juzgados; su fracaso le valió una condena de cinco años de prisión, de los que sólo cumplió nueve meses debido a la presión de sus camaradas. De esa estancia en la prisión de Landsberg surgió la primera redacción de Mein Kampf, dictada a Rudolf Hess.

Hitler y Ludendorff, protagonistas del putsch
La crisis económica de 1929 permitió al partido nazi un desarrollo más que considerable. En 1932 se presentó a las elecciones presidenciales, y si bien fue derrotado, obtuvo trece millones y medio de votos. En enero de 1933 ocupó la cancillería con el conservador Von Papen. Hitler disolvió el parlamento, inició una campaña financiada por los magnates del Ruhr (Von Thyssen, Otto Wolff, Voegeler) marcada por la violencia de las Schutz Staffel, las SS, la policía militarizada del partido nazi, y el incendio del Reichstag de Berlín, el 27 de febrero, hecho que utilizó en su favor atribuyendo su autoría a la subversión comunista y que le dio pie para instituir el estado de excepción.
Fueron los pasos necesarios para acabar con sus oponentes. Primero promulgó una ley destinada vagamente a restablecer «el funcionamiento de carrera», pero que sirvió en realidad para depurar a los judíos y marxistas de los servicios del Estado, y en general de todo aquel que ocupase un puesto codiciado por los nuevos jefes nazis. Tras su primer encuentro con Mussolini, el 14 de junio de 1934 en Venecia, Hitler y la jefatura del nacionalsocialismo (Goebbels, Göring, Heydrich y Heinrich Himmler) se deshicieron de su otrora apreciado Ernst Röhm y otros opositores al régimen: Gregor Strasser, Schleicher, Kahr, a la cabeza de un centenar, todos ejecutados a quemarropa en la que fuera llamada «Noche de los cuchillos largos» (30 de junio de 1934). Von Papen se libró de la quema gracias a la protección del mariscal Von Hindenburg, todavía presidente del Reich; pero por las dudas se aprestó a dimitir de su cargo de vicecanciller, se fue a Viena como embajador y más tarde siguió sirviendo a Hitler en Ankara.

Con el mariscal Von Hindenburg
El 2 de agosto de 1934 murió el anciano Paul von Hindenburg, presidente del Reich, y Hitler, gracias a una ley promulgada en el mismo instante por él, se convirtió en jefe supremo del Estado, unificó ambos ministerios (Estado y cancillería) y el ejército juró fidelidad al «Führer y canciller Adolf Hitler». En ese momento las SS contaban con más de cien mil hombres dirigidos por un ex agricultor fanático que, según algunos, superó en temeridad al propio Führer: Himmler.

El III Reich

Bajo la finta del culto al deber y la jerga prusiana, el nuevo Estado reflejaba los rasgos de su creador: eficaz, pero desordenado, enérgico y centralizado. Hitler fue fiel a sus costumbres vienesas: se levantaba a las doce, y amparado por un gran número de secretarios privados con rango ministerial que filtraban a sus visitantes, recibía sólo a quien le apetecía y sólo por un par de minutos. Su vitalidad aparecía durante la noche, cuando su terror a la soledad le conducía a mantener extensos monólogos hasta la madrugada.
No existían reuniones de gobierno. Las leyes se promulgaban mediante sus escuetas órdenes y más tarde sólo bastaría con una observación caprichosa. Sus incondicionales anotaban todas sus ocurrencias espontáneas y las transmitían a la nación como órdenes del Führer. Existe una anécdota a este respecto que, fundada o no, resulta sin duda ilustrativa: Hitler dice a sus acompañantes, frente a la iglesia de San Mateo de Munich, que la próxima vez no quiere ver esa pila de piedras. Él se refería a un montón de adoquines que estaban apilados cerca de la entrada, pero su observación se interpreta como una alusión a la iglesia y ésta es demolida sin más al día siguiente.
Así funcionaban los mecanismos de gobierno de una nación de setenta millones de habitantes, y a pesar de todo, funcionaban; gracias a su intuición, a su olfato, a su elección sistemática de soluciones viables. Su política social surtía un efecto extraordinario sobre las masas. Ordenaba obras que, según él, contraponían al «socialismo teórico» el «socialismo de los hechos»: préstamos «al matrimonio» que impulsaban la creación de nuevas familias; protección y descanso a las madres; envío masivo de niños (el primer año 370.000) a colonias de vacaciones; casas-cuna, guarderías; obras con denominaciones tan extrañas como «de socorro invernal», «del hogar», «fortaleza mediante la alegría» y campañas con títulos como «buena iluminación», «zonas verdes en la empresa», «educación popular», «departamento del ocio», o «belleza del trabajo», todas ellas pensadas con una estratégica visión de futuro y para un pueblo que salía de la miseria.
Entre tanto, Himmler recluía a medio millón de personas en los veinte campos de concentración y los ciento sesenta campos de trabajo, y eso sin incluir a los millones de judíos, polacos, prisioneros de guerra soviéticos, sospechosos de semitismo y subversivos que pasaron por los campos y perecieron en las cámaras de gas o fueron aniquilados por el trabajo. Primero de forma clandestina, luego más abierta, el exterminio respondía a los objetivos expuestos en Mein Kampf. Y también su política exterior; como Mussolini, Hitler ayudó a Franco en su lucha contra la república. Luego camufló, con el nombre de «lucha contra el bolchevismo», la alianza con los dictadores. Al adherirse Japón, pudo amenazar la retaguardia de la Unión Soviética, que, con Francia, eran sus mayores amenazas.

Hitler y Mussolini
A fines de 1937 decidió reunir todos los países de lengua alemana antes de que las potencias occidentales acabasen de rearmarse. Ante la alarma del ala más conservadora del ejército, hostil a las SS, se deshizo de Blomberg, Von Neurath y destituyó al comandante en jefe de la Wehrmacht, Von Fritsch, acusándolo de homosexual, y al jefe del estado mayor Beck, asumiendo él mismo el mando.
Seguro de la adhesión del Duce, en marzo de 1938 se apoderó de Austria. En septiembre, con el miedo a la guerra a su favor y el anticomunismo occidental, obtuvo la firma del Acuerdo de Munich, con lo cual ganó una cuarta parte de Checoslovaquia. El 15 de marzo de 1939, ya organizada la secesión eslovaca, puso bajo su protección a Bohemia-Moravia y ocupó Memel. A partir de abril reclamó los distritos alemanes de Polonia, reforzó su alianza con Italia mediante el Pacto de Acero del 22 de mayo y firmó el Pacto de Neutralidad germano-soviética. El 1 de septiembre invadió Polonia, desencadenando la Segunda Guerra Mundial.

Adiós a Berlín

La dominación de Hitler se extendió pronto por toda Europa. El 22 de junio de 1941 atacó la Unión Soviética y el fracaso frente a Moscú lo condujo a tomar él mismo el mando del ejército de tierra. Aún a fines de 1942 su empresa era exitosa. Ese año ya se había anunciado, aunque veladamente, la «solución final a la cuestión judía», y se sucedían los asesinatos masivos de judíos en toda Europa. En Polonia se acaban de construir nuevos campos: Auschwitz-Birkenau, Chelmno, Majdanek, Treblinka, Sobibor, Belzec. Incluidos los judíos rusos, los cálculos menos pesimistas estiman las víctimas en más de cuatro millones.
El 10 de septiembre se había conseguido la expansión máxima de los alemanes en la Unión Soviética. La guerra se vio estancada y el adversario obligó a Alemania a defenderse. En noviembre las fuerzas aliadas desembarcaban en Marruecos y Argelia, y en enero de 1943 la Conferencia Angloamericana de Casablanca exigía la capitulación incondicional. Un mes después, el ejército alemán debía rendirse en Stalingrado. Goebbels declaró entonces la «guerra total».
Durante los meses siguientes, sin embargo, el poder alemán fue decayendo abrumado por diferentes acontecimientos. En abril y mayo la resistencia se rebeló en el gueto de Varsovia y el Afrika-Korps italo-germano capituló en Túnez. En julio los aliados entraron en la fase de bombardeos masivos sobre Hamburgo y destruyeron gran parte de la ciudad; el día 10 los ingleses y norteamericanos desembarcaron en Sicilia y el 25 cayó Mussolini. Italia declaró entonces la guerra a Alemania. El 1 de diciembre Roosevelt, Churchill y Stalin, reunidos en la Conferencia de Teherán, plantearon la conveniencia de desmembrar Alemania. En junio de 1944 los aliados desembarcaron en Normandía.

Tras el atentado de Rastenburg (julio de 1944)
Hitler, acosado, sufrió además un atentado planeado por un grupo de oficiales cuando se encontraba en su cuartel general de Rastenburg (Prusia Oriental) y resultó con heridas leves. En venganza, hizo ajusticiar por lo menos a doscientos resistentes de la élite político-militar, y Kluge y Rommel se suicidaron. El 25 de septiembre hizo un llamamiento a las fuerzas populares como último intento de resguardar «el imperio». Desgastado por las derrotas, ya era sólo un enfermo mental. No obstante, creía todavía en el triunfo mediante las armas secretas en preparación y aun supervisó la última ofensiva alemana en las Ardenas. Luego regresó al búnker de la cancillería.
En abril de 1945 Adolf Hitler, totalmente aislado, salvo una ya reducida corte de aduladores y su amante Eva Braun y Goebbels, contempló cómo sus otrora fieles servidores intentaban abandonarlo: Göring, que trataba de acelerar el inevitable final; Himmler, que incluso intentó contactar con el enemigo... Fiel a sí mismo, como expresó en 1939, jamás pronunciaría la palabra «capitulación». El día 13 brindó con Göring por la muerte de su despreciado Roosevelt. El 20 volvió a brindar con sus pocos adeptos por su quincuagésimo sexto aniversario. Las tropas rusas, mientras tanto, proseguían su inexorable avance hacia Berlín.
En la madrugada del 29 de abril ordenó que se presentase ante él un funcionario del registro civil y contrajo enlace con Eva Braun, su «fiel alumna» que había conocido cuando era empleada de la tienda de Hoffmann, su fotógrafo, en 1932, pocos meses después de que su primer amor, Geli Raubal, la hija de su hermanastro, se suicidara en el domicilio particular de Hitler en Munich. Hitler y Eva Braun ya tenían previsto quitarse la vida cuando decidieron su unión. El Führer acababa de recibir hacía unas horas la noticia de la ejecución de Benito Mussolini frente al lago Como. Luego había ordenado que envenenasen a Blondi, su pastor alemán. Al acabar la ceremonia dictó testamento político nombrando al almirante Dönitz como su sucesor. Al día siguiente, hacia las tres de la tarde se oyeron dos disparos: Hitler y Eva Braun habían muerto.

Hitler hacia el final de la guerra
Mientras los dos cadáveres eran consumidos por las llamas en el jardín del búnker, Bormann comunicó por radio a Dönitz que Hitler lo había designado su sucesor, pero ocultó la muerte del Führer aún veinticuatro horas más. En ese lapso, él y Goebbels intentaron una nueva negociación con los soviéticos; pero fue un esfuerzo inútil. Entonces telegrafiaron otra vez a Dönitz comunicándole la muerte. La noticia se dio por la radio el 1 de mayo con fondo de Wagner y Bruckner, dando a entender que el Führer había sido un héroe que había caído luchando hasta el fin contra el bolchevismo. Esa noche se llevó a cabo una huida masiva y fueron muchos los que lograron fugarse de Berlín. Goebbels prefirió envenenar a sus hijos, luego mató a su mujer de un balazo y se suicidó de un tiro. El 7 de mayo de 1945 se firmó la capitulación en Reims y el día 9 se repitió la firma en Berlín. Ese mismo día se suspendieron todas las hostilidades en los frentes europeos. El III Reich había sobrevivido a su creador exactamente siete días.

Adolf Hitler y el Nazismo

Al empezar el siglo aparecieron los principios de una ideología que años más tarde cristalizó en el nacionalsocialismo, doctrina conocida también con el nombre de nazismo. Los principios del nacionalsocialismo, reforzados por la teoría de la superioridad de la raza aria, se caracterizan por su antisemitismo, su apología de la acción y de la violencia y el autoritarismo.
Partidario de estas teorías, Adolf Hitler se unió en Munich al Partido Obrero Alemán tras la Primera Guerra Mundial. En 1920, dicho partido adoptó el nombre de Partido Nacionalsocialista Alemán del Trabajo y, al año siguiente, Hitler se convirtió en su líder. En el libro Mi lucha (Mein kampf) Adolf Hitler describe el programa del movimiento, al que añadió algunas vagas ideas socialistas y anticapitalistas, que fueron, posteriormente, abandonadas. El nacionalsocialismo reclutó a sus seguidores principalmente entre los oficiales desmovilizados, soldados y también miembros de la clase media baja.

Cartel del Partido Nacionalsocialista
con la leyenda ¡Viva Alemania!
El partido tenía unidades organizadas militarmente, las Sturmabteilungen (SA), más conocidas popularmente por los "camisas pardas" debido al color de sus uniformes. Junto a éstas, las Schutzstaffeln (SS), unidades de élite ligadas al propio Hitler mediante juramento, tenían a su cargo la seguridad interior del estado. Argumentando que el partido había de ser regido por un único líder, el Führer, Adolf Hitler se erigió en jefe indiscutible del mismo. La esvástica o cruz gamada fue elegida como emblema y, en 1926, se introdujo el saludo con el brazo derecho levantado y la exclamación "Heil Hitler".
El movimiento creció con insospechada rapidez, debido en gran parte a la inteligente utilización propagandista del sueño de una patria recuperada, libre de las limitaciones impuestas por el Tratado de Versalles; creció también por el temor al comunismo y las tensiones sociales originadas por la depresión económica y el desempleo. Los nazis utilizaron la violencia para eliminar a sus oponentes y, gracias a una propaganda atractiva y una táctica hábil, Hitler asumió el poder legalmente al ser nombrado canciller del III Reich (1933), comenzando entonces la dictadura del partido. Las masas fueron cautivadas por los espectaculares desfiles militares, perfectamente organizados; por los sugestivos ritos de las asambleas del partido y por efectivos lemas acerca de la grandeza del país. Todos los ciudadanos eran minuciosamente controlados por la Gestapo, la temida policía secreta.

Concentración nazi en Nuremberg (1934)
Hitler no fue el teórico del nazismo (se lo habría impedido su limitada cultura), y la ruda filosofía vitalista de la que se erigió en portador derivaba más bien de corrientes irracionales y autoritarias que ya habían aparecido en la tradición alemana y europea de los últimos siglos (desde Bobineau hasta H. S. Chamberlain o desde Spengler al verdadero teórico del racismo nazi, Alfred Rosenberg). En cambio, sí fue el despiadado y eficientísimo organizador, del movimiento nazi en primer lugar, y del Estado alemán, después.
Sus convicciones y sus intereses políticos triunfaron gracias al rigor con que aplicó siempre las leyes de la violencia, y a la absoluta falta de respeto a cualquier género de oposición, incluso la interna, como lo demuestra el dramático episodio de La noche de los cuchillos largos, el 30 de junio de 1934, cuando todos los líderes nazis con veleidades de independencia fueron aniquilados junto con sus seguidores. Supo ser intérprete de la frustración y de las contradicciones de una sociedad destrozada por la guerra, situación agravada por la falta de clarividencia de los vencedores y la presión de las condiciones que éstos habían impuesto.
El nazismo ocultó su naturaleza despiadada y antidemocrática tras una confusa filosofía en la que se mezclaban las evocaciones a la tradición romántica de una Alemania "bárbara" pero vital, el culto y la exaltación de la fuerza como manifestación, el desprecio por los ideales democráticos, vistos como señal evidente de debilidad y de escasa virilidad, la exaltación racista del pueblo alemán, destinado a destruir y a sustituir a las otras razas, inferiores y decadentes, y temas políticos más concretos como la polémica en torno al Tratado de Versalles, la militarización de la economía y de toda la vida nacional mediante la introducción en todos los niveles del Führerprinzip (principio jerárquico), y la necesidad de una inmensa expansión industrial como única solución ante la crisis económica.
La idea de la superioridad de la raza aria condujo al genocidio: seis millones de judíos y miembros de otras razas (denominadas "inferiores" por los nazis, entre ellos gitanos) fueron asesinados en los campos de concentración. Es uno de los crímenes contra la Humanidad más monstruosos que jamás se han producido en la Historia universal.

Mi lucha

Aunque sea de segunda mano, Hitler expresó personalmente estos principios en su autobiografía espiritual, Mi lucha (Mein Kampf, 1925) de la cual, en 1961, se publicó una parte inédita de carácter más teórico-programático. La obra fue escrita en 1924 (durante los nueve meses de prisión que pasó en la fortaleza de Landsberg, por el putsch de Munich de 1923) y publicada también en Munich los años 1925 y 1927, en dos volúmenes, que alcanzaron enorme difusión al subir al poder el régimen nazi (cuatro millones de ejemplares hasta 1939).
La primera parte de Mi lucha es de carácter autobiográfico y reconstruye su juventud en Austria y, en particular, el período de Viena (hasta 1912), cuando en la mente inquieta de Hitler germinaron los sueños de grandeza alemana y de odio antisemita; el período de Munich; la participación en la guerra, a la que Hitler se incorporó como voluntario en un regimiento de Baviera; la acción activista en la "Deutsche Arbeiterpartei", de extrema derecha, con su bagaje formado de revanchismo, racismo, superioridad germánica; la fundación del partido nazi.
De aquí en adelante, los datos autobiográficos y la predicación propagandista, los escorzos de una absurda filosofía de la historia y la mística de la raza se mezclan de tal manera que constituyen el manual del nazismo. Especialmente, el principio racial y de la superioridad alemana. "El que habla de una misión del pueblo alemán en la tierra, debe de saber que ésta sólo puede consistir en la formación de un estado que considere, como supremo objetivo suyo, la conservación y desarrollo de los elementos más nobles y más íntegros de nuestra estirpe ("Volkstum"), ante toda la humanidad... "
Al contrario de la concepción burguesa y judeomarxista, la filosofía del Volk afirma que la importancia de la humanidad está vinculada a los elementos fundamentales de la raza. Esta concepción ve en el hombre sólo un medio para alcanzar un fin: la conservación de la sustancia racial del hombre. Por lo tanto, no cree en la igualdad de las razas, sino que, junto a sus diferencias, reconoce una jerarquía de valores y favorece la victoria del mejor y del más fuerte. De estas premisas derivaba ya en forma explícita toda la exaltación "aria" y el genocidio que tuvo lugar más tarde. No se trataba sólo de afirmar: "hay que transformar a todo alemán y hacer de él un tipo nuevo de hombre", o de "fustigar a las masas para lanzarlas adelante aunque fuese con histérica violencia", sino de establecer que "sólo quien está sano puede procrear, que es escandoloso engendrar hijos malsanos o defectuosos".

Parada militar
El antisemitismo ocupa el centro de toda esta doctrina: hay que destruir al "insecto", prohibir el matrimonio mixto que engendra "monstruos mitad hombres y mitad monos" y acabar con la semilla hebrea en la tierra alemana. Por otra parte, el principio antidemocrático y jerárquico de los mejores desemboca en la exaltación de la personalidad "única", es decir, del jefe; por lo tanto, el Führerprinzip: "no hay decisiones de la mayoría, sino sólo personas responsables. Cada hombre tiene a su lado consejeros, pero la decisión es asunto de un hombre solo. Sólo él tendrá la autoridad y el derecho de mandar: el parlamento se limitará a dar consejos, pero ninguna cámara podrá decidir por votación. Este principio, que asocia la autoridad absoluta con la absoluta responsabilidad, creará progresivamente una élite de jefes".
Y así como se afirma la jerarquía interna de los más puros y fuertes, así también el pueblo alemán ejercerá, como ario puro, su dominio sobre todos los demás, después de haber destruido al enemigo interno, el judío. De aquí también la teoría del "espacio vital" como necesario para la expansión del predominio germánico y, en primer lugar, para la plena unificación del mundo de lengua alemana. La misma presunción de una misión divina está en esta superioridad del alemán, y en la persecución de los judíos ("Luchando contra el judío, defendiendo la obra del Señor").
El desarrollo de Mi lucha suponía un programa político más inmediato. Desde la previsión apocalíptica, Hitler descendía hasta la exigencia de la revisión radical del tratado de Versalles y a la humillación de Francia. Sin embargo, ya desde entonces Hitler preveía que la expansión de Alemania tendría lugar hacia las llanuras del Este mejor que en la sumisión de Oocidente.

Cartel invitando a enrolarse en la marina
El libro, escrito en condiciones de total excitación propagandista, desafia todo sentido crítico, es decir, no se razona ningún principio o afirmación. Cada propuesta vale por su ruda violencia, cada idea no tiene más antecedentes culturales que los de la publicidad nacionalista y racista más reciente (desde Spengler a Moeller y a Feder de Die Juden, que es el único autor de esta "tradición" recordado por Hitler) y una gran admiración por Nietzsche y Wagner malamente interpretados; sin ninguna finura ni originalidad, como no sea la del odio sin medida y la de la mística racial más inmediata.
Tal vez hayan sido precisamente la cruda violencia, el dogmatismo de la repetición inexhausta y el simplicismo primitivo los que han constituido la fuerza de penetración y la inhumana propagación de sus fórmulas. Todo lo que el dictador puso en práctica diez años más tarde se encontraba perfectamente expuesto en este libro, pero a pesar de ello nadie se sintió tan amenazado como para intentar detener, antes de que fuera demasiado tarde, al peligroso fanático que se anunciaba en sus páginas.

Adolf Hitler y la II Guerra Mundial


Para entender las causas que provocaron la Segunda Guerra Mundial hay que comprender cómo se desarrollaron las relaciones internacionales en el período de Entreguerras (1919-1939), etapa marcada por las consecuencias del Tratado de Versalles y por la crisis económica de 1929. Fue principalmente en Alemania donde se dieron una serie de circunstancias económicas y sociales que favorecieron el desarrollo del fascismo alemán. Todos los países establecieron, a raíz de la crisis económica del 29, políticas de intervención del Estado en sus economías. Pero fue en los regímenes totalitarios, por razones de desarrollo demográfico, y en especial en Alemania, donde el espacio vital se vio vinculado al sentimiento ultranacionalista. Este hecho es consecuencia clara del tratado de Versalles que, con el tiempo, desembocó en la política expansionista alemana que provocó la Guerra.
Los historiadores están de acuerdo en el protagonismo de Hitler como causante de la guerra. No hay que olvidar que el Führer hizo uso del poder que le daba su constitución para actuar como jefe de las Fuerzas Armadas (Wehrmach) y organizar un Alto Mando de las Fuerzas Armadas sobre el que mandaba. Hitler logró la unión con Austria (Anschluss) y la adquisición de los Sudetes, lo cual fue admitido por las democracias occidentales en la conferencia de Munich (1938), negociaciones que fueron objeto de muchas críticas por parte de los países europeos, especialmente dirigidas a Chamberlain, primer ministro británico. El siguiente paso, la ocupación del llamado corredor de Dantzig, fue el acontecimiento que provocó la Segunda Guerra Mundial.

Los ejércitos

Las democracias occidentales no habían firmado alianzas formales que las unieran ante el peligro alemán, aunque existieron pactos tras la llegada de Hitler al poder como el malogrado pacto de Stressa. Cada uno de los futuros aliados contra el Eje (Roma-Tokio-Berlín), había desarrollado de forma radicalmente distinta sus medios bélicos: Francia mejoró y desarrolló su sistema de trincheras (la famosa línea Maginot), previendo una guerra de posiciones como en la Primera Guerra Mundial, pero este sistema de trincheras no iba más allá de Holanda y Bélgica, pues confiaba en su neutralidad.

Hitler en un desfile
Por lo que respecta a Gran Bretaña, no desarrolló un arma que se convertiría en vital (como, por ejemplo, fue el portaaviones), pero acertó en dos armas fundamentales: el radar y la aviación. La URSS, por su parte, contaba con sus enormes recursos humanos; el otro gigante mundial, Estados Unidos de América, al comienzo de la guerra no mantenía una gran capacidad militar, pero enfocó su producción industrial a la fabricación de armas, entre ellas, portaaviones, acorazados y bombarderos.
En el caso alemán, los términos del tratado de Versalles exigían la desmilitarización del país, lo que hizo que se deshicieran del armamento antiguo; por ello, cuando Hitler vio en el ejército y la industria de guerra el medio para incentivar la producción, absorber el paro y favorecer su política anexionista, orientó la política económica de Alemania hacia la producción de armas modernas, especialmente tanques y aviación. Aunque desechó la fabricación de portaaviones y otros barcos de superficie, construyó una enorme flota de submarinos. No hay que olvidar que Alemania contaba con un gran desarrollo económico y un importante potencial técnico, tanto en la metalurgia como en la industria química y eléctrica, de gran aplicación en la industria de guerra. Sin embargo, el punto débil de Alemania y decisivo en el desarrollo de la guerra fue su falta de ciertas materias primas indispensables, entre otras, el hierro.

La invasión de Polonia y de Europa occidental

Una vez que Alemania firmó el pacto de no-agresión con la URSS de Stalin, Hitler se vio con fuerzas para continuar con su política expansionista, anexionándose el corredor de Dantzig que separaba los territorios de Prusia del resto de Alemania. Tras esta invasión del territorio polaco (septiembre de 1939), Alemania ocupó Posnania, la Alta Silesia y, más tarde, el resto del territorio polaco.

Hitler anuncia la invasión de Polonia en el Reichstag
En esta invasión se llevó a cabo un nuevo sistema táctico conocido a partir de entonces como Guerra relámpago: en ella se empleaban importantes recursos armamentísticos, sobre todo divisiones de tanques, que impedían una respuesta rápida y efectiva del enemigo. Entretanto, la URSS, de acuerdo con una cláusula secreta del tratado germano-soviético, ocupó la zona oriental de Polonia, territorio que había pertenecido a la Rusia zarista.
Tras la ocupación de Polonia, Alemania recibió un ultimátum de Francia y Gran Bretaña. En el tratado de Munich sobre la cuestión de los Sudetes se habían comprometido a defender a los polacos de una agresión similar, la cual era previsible según el programa político nazi. Al no aceptarlo Alemania, los aliados le declararon la guerra. En ese momento, yendo más allá del pacto con Alemania, Rusia comenzó la ocupación de los territorios del Báltico y Finlandia, con gran recelo por parte de Hitler.
Alemania, antes de comenzar la guerra y pensando en los efectos de un bloqueo similar al llevado a cabo por los aliados durante la Primera Guerra Mundial, se afanó en fomentar la autarquía económica (autosuficiencia y poca dependencia del exterior). Pero no podía crear todos los productos por sustitución y, por ejemplo, el hierro era un material imprescindible para su industria de guerra. Dependía del hierro escandinavo, por lo que comenzó la ocupación de Dinamarca y Noruega a partir de 1940, al mismo tiempo que se iniciaba la campaña occidental: invadió Francia a través de Bélgica y Holanda, haciendo inútil la línea defensiva francesa (línea Maginot), pues la acción se llevaba a cabo mediante una maniobra envolvente con uso masivo de divisiones de tanques (Panzer) y unidades especializadas como la aviación (Lufftwaffe) y paracaidistas que destruían puntos claves.
Los gobiernos de los países ocupados se trasladaron a Londres. Hitler puso en su lugar gobiernos proalemanes (colaboracionistas) y estableció un nuevo método de administración y ocupación. Así, pues, las tropas alemanas lograron llegar hasta el Canal de la Mancha pero, inexplicablemente, se detuvieron durante dos días en su avance, dando tiempo a que franceses e ingleses pudieran reembarcar sus efectivos hacia Gran Bretaña.
Más tarde, Alemania logró ocupar la parte norte de Francia, momento en el que el mariscal Pétain se hizo con el poder de Francia y pactó con Hitler un armisticio. De esta forma, Francia quedó dividida en dos: una zona ocupada, que daba a Hitler el control de toda la fachada atlántica y de la capital, y una zona de jurisdicción francesa que tuvo su sede de gobierno establecida en Vichy. Mientras tanto, el general Charles de Gaulle, que no aceptó este pacto, organizó desde Londres la resistencia interior a través de la radio, lanzando consignas de un Comité Nacional de franceses libres.

Hitler y Mussolini
Con la claudicación de Francia tan sólo quedaba Gran Bretaña, a cuyo frente se colocó un gobierno de coalición presidido por Churchill, que prometió resistir a costa de sangre, sudor y lágrimas. La invasión de las islas por parte de Alemania (la batalla de Inglaterra) fue imposible, pues los aliados contaban con el uso de un arma fundamental: el radar. Alemania no poseía ni una marina poderosa ni, ahora tampoco, el dominio del espacio aéreo. Mientras tanto, aprovechando la campaña alemana en el oeste, la URSS consiguió recuperar todos los territorios que cedió el gobierno en la paz de Brest-Litovsk de 1918.

La guerra en el norte de África y la invasión de los Balcanes

Una vez que Francia firmó el armisticio, Mussolini decidió que Italia entrara en la guerra para satisfacer sus ambiciones territoriales en los Balcanes y el norte de África. En Otoño, Italia ocupó Grecia desde Albania, pero griegos y británicos lograron rechazarles. En el norte de África trató de ocupar Egipto desde su colonia de Libia, pero fueron igualmente rechazados.
Hitler, que ya pensaba en el ataque a la URSS, tuvo que desviar parte de sus tropas y medios en ayuda de su desastroso aliado. En el norte de África, Rommel, jefe de los Africa Korps (tropas mecanizadas del desierto), logró llegar a la ciudad egipcia de El Alamein, donde las tropas del británico Montgomery lograron rechazarles debido a la inferioridad en tanques y a la escasez de combustibles y alimentos. En los Balcanes, las tropas alemanas trataron de solucionar los problemas italianos y ocuparon la zona para asegurarse el suministro de petróleo rumano. Las naciones balcánicas (Rumania, Bulgaria, Hungría) decidieron adherirse al Pacto Tripartito, firmado entre Alemania, Italia y Japón en 1940 y conocido como el eje Roma-Tokio-Berlín. Alemania culminó la ocupación de los Balcanes con la invasión de Creta en 1941.

La invasión de Rusia

A pesar de que Alemania y la URSS tenían un pacto de no-agresión, las anexiones efectuadas por Stalin molestaron enormemente a Hitler. Alemania no quería renunciar a su espacio vital y, a la vez, veía como su mayor enemigo al sistema bolchevique; por ello, Hitler preparó concienzudamente la Operación Barbarroja para conquistar la URSS y, más tarde, abatir el poderío británico en Oriente Medio. En julio de 1941 se inició la campaña de Rusia, a la que fueron enviados tres cuerpos de ejércitos: hacia el norte (Leningrado), hacia el centro (Moscú), y hacia el sur (Ucrania). Los rusos firmaron un acuerdo con los británicos y al mismo tiempo trasladaron su industria hacia el interior para que no cayera en manos alemanas.

Pearl Harbour: Estados Unidos entra en la guerra

Los americanos, que en un primer momento quisieron mantenerse estrictamente neutrales, comenzaron paulatinamente a servir a los intereses de los aliados, hecho que se hizo patente cuando Roosevelt, presidente de Estados Unidos de América, logró que el Congreso aprobase la ley de Préstamo y Arriendo que permitió a los Aliados surtirse de todo tipo de materiales y armas sin tener que pagar en el momento de la compra. Se estaba ayudando con todos los medios económicos a la lucha contra Alemania.
Por otra parte, Japón comenzó a ocupar las colonias británicas, francesas y holandesas en el Pacífico y Oriente con apoyo, en muchos casos, de nacionalistas indígenas. Japón necesitaba espacio vital pero también precisaba de los suministros que Estados Unidos le negaba al apoyar a China, país que estaba en conflicto contra el imperio del Sol Naciente. La intervención de Estados Unidos parecía inminente, pero Japón quiso dar un golpe sorpresa y, sin previa declaración de guerra, bombardeó la base naval de Pearl Harbour (Hawaii). Los nipones contaban con un pacto anterior de no-agresión con Rusia y comenzaron a ocupar, sin mayores problemas las islas del Pacífico (Filipinas, Tailandia, Birmania...), que se añadían a las anteriores conquistas de Indochina e Indonesia.
Debido a ello, Estados Unidos declaró la guerra a Japón y, poco después, a Italia y Alemania, universalizándose definitivamente el conflicto. La entrada en guerra de los norteamericanos marcó la diferencia: no sólo era la mayor potencia económica e industrial sino que no tenía que gastar dinero en defender su territorio. Fabricó para la guerra 86.000 tanques y 300.000 aviones.

La contraofensiva de los aliados

Hasta mediados de 1942 los alemanes llevaron la iniciativa en las campañas bélicas pero, a partir de 1943, comenzaron las primeras victorias aliadas: en el Pacífico, los ataques japoneses a las bases americanas de Midway y Guadalcanal fueron detenidos, mientras en el Atlántico la producción de barcos y submarinos de los aliados aventajaba el esfuerzo alemán.
En el norte de África, las tropas de Rommel fueron derrotadas por el desembarco de Eisenhower en Marruecos y Argelia y por la ofensiva de Montgomery en Egipto, que inició, acto seguido, el desembarco en Italia. En el frente soviético, las tropas alemanas fueron derrotadas en Stalingrado a pesar de contar con las mejores tropas.
El peso de la ofensiva recayó sobre las tres grandes potencias: URSS, Estados Unidos de América y Gran Bretaña. Los frentes orientales y el Pacífico quedaron reservados a los rusos y americanos respectivamente; mientras, en Europa occidental y en África, americanos y británicos se pusieron de acuerdo sobre la estrategia a llevar a cabo y se impuso finalmente la de aquéllos por la superioridad de sus efectivos. La iniciativa de ataque en Europa fue americana, y en el norte de África, británica.

Batalla de Stalingrado
Tras ser derrotado en 1943 el Africa Korps, se produjo el desembarco de los franceses en Sicilia para pasar a la península italiana desde el sur y hacia el norte. A continuación, fue hecho prisionero Mussolini, se transformó el sistema político e Italia declaró la guerra a Alemania. Por entonces, los aliados comenzaron el bombardeo sistemático de Alemania para desmoralizar y destruir puntos vitales.
Pero el ataque decisivo se produjo desde Inglaterra, con el desembarco de Normandía, mientras los soviéticos hacían retroceder a los alemanes y liberaban Europa oriental y central con el apoyo de las guerrillas de resistencia. Occidentales y soviéticos confluyeron en Berlín, pero la entrada en la ciudad fue reservada para las tropas de Stalin, que en mayo de 1945 tomaron la capital, días después del suicidio de Hitler.
En el Pacífico, la ofensiva contra Japón fue dirigida por los generales MacArthur y Nimitz, que conquistaron posiciones en la zona haciendo frente a la resistencia que opusieron los japoneses y sus kamikazes. La entrada en la guerra contra Japón por parte de la URSS produjo el lanzamiento de la bomba atómica en Nagasaki e Hiroshima, como medio para lograr la capitulación de Japón. La firma se produjo en el buque norteamericano Missouri, ante MacArthur. La guerra terminó el 2 de Septiembre de 1945.

Un nuevo orden

Poco después de que estallara la guerra, los beligerantes comenzaron a preparar la paz: los del Eje según sus proyectos imperialistas y autoritarios y los occidentales de acuerdo a unos principios democráticos y de libertad de los pueblos. Entre las conferencias preparatorias destaca la Carta del Atlántico (agosto de 1941), donde Churchill y Roosevelt definieron sus objetivos comunes: paz justa y destrucción de la tiranía nazi. Igualmente, las Conferencias de Yalta y Potsdam hablaban de estos fines, cediendo la zona liberada por los soviéticos a éstos mientras la occidental quedaba bajo la influencia de los Aliados. Alemania quedaría dividida en cuatro partes administradas, respectivamente, por Inglaterra, la URSS, Estados Unidos y Francia.
La consecuencia no prevista de estas conferencias fue la creación de dos grandes potencias, Estados Unidos y la URSS, que comenzaron a dominar los asuntos mundiales a costa de Gran Bretaña y, en general, de toda Europa. Por otro lado, la guerra provocó el movimiento descolonizador y la división del mundo en dos bloques, establecidos por el hecho de decantarse los nuevos países por la influencia occidental o la soviética. Los grandes derrotados comenzaron a recibir la ayuda política y económica de los aliados y fueron integrándose en el bloque occidental.
Extraido con permiso del website: Biografías y Vidas
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