Biografía de Charles Darwin | La Teoría de la Evolución

Su viaje científico alrededor del mundo le llevó a formular la teoría de la evolución, que chocó frontalmente con los conceptos de la época.
La revolución científica del Renacimiento estableció una nueva astronomía en la que la Tierra dejaba de ser el centro de la creación; su defensa valió a Galileo un proceso inquisitorial. Cuando, en el siglo XIX, el naturalista británico Charles Darwin formuló sobre bases científicas la moderna teoría de la evolución en su obra El origen de las especies (1859), también las más airadas reacciones procedieron de los estamentos eclesiásticos: el modelo evolutivo cuestionaba el origen divino de la vida y del hombre. Una vez más (y en ello reside la trascendencia histórica de la obra de Darwin), los avances científicos socavaban convicciones firmemente arraigadas, dando inicio a un cambio de mentalidad de magnitud comparable al de la revolución copernicana.

Charles Darwin
Charles Robert Darwin nació en Sherewsbury el 12 de febrero de 1809. Fue el segundo hijo varón de Robert Waring Darwin, médico de fama en la localidad, y de Susannah Wedgwood, hija de un célebre ceramista del Staffordshire, Josiah Wedgwood, promotor de la construcción de un canal para unir la región con las costas y miembro de la Royal Society. Su abuelo paterno, Erasmus Darwin, fue también un conocido médico e importante naturalista, autor de un extenso poema en pareados heroicos que presentaba una alegoría del sistema linneano de clasificación sexual de las plantas, el cual fue un éxito literario del momento; por lo demás, sus teorías acerca de la herencia de los caracteres adquiridos estaban destinadas a caer en descrédito por obra, precisamente, de su nieto.
Además de su hermano, cinco años mayor que él, Charles tuvo tres hermanas también mayores y una hermana menor. Tras la muerte de su madre en 1817, su educación transcurrió en una escuela local; en su vejez recordaría su experiencia allí como lo peor que pudo sucederle a su desarrollo intelectual. Ya desde la infancia dio muestras de un gusto por la historia natural que él consideró innato y, en especial, de una gran afición por coleccionar cosas (conchas, sellos, monedas o minerales), el tipo de pasión «que le lleva a uno a convertirse en un naturalista sistemático, en un experto, o en un avaro».

Vocación y formación

En octubre de 1825 Darwin ingresó en la Universidad de Edimburgo para estudiar medicina por decisión de su padre, al que siempre recordó con cariño y admiración, y con un respeto no exento de connotaciones psicoanalíticas; la hipocondría de Darwin en su edad adulta combinaría siempre la desconfianza en los médicos con la fe ilimitada en el instinto y los métodos de tratamiento de su padre.
El joven Charles, sin embargo, no consiguió interesarse por la carrera; a la repugnancia por las operaciones quirúrgicas y a la incapacidad del profesorado para captar su atención, vino a sumarse el creciente convencimiento de que la herencia de su padre le iba a permitir una confortable subsistencia sin necesidad de ejercer una profesión como la de médico. De modo que, al cabo de dos cursos, su padre, dispuesto a impedir que se convirtiera en un ocioso hijo de familia, le propuso una carrera eclesiástica. Tras resolver los propios escrúpulos acerca de su fe, Darwin aceptó con gusto la idea de llegar a ser un clérigo rural y, a principios de 1828, después de haber refrescado su formación clásica, ingresó en el Christ's College de Cambridge.
En Cambridge, como antes en Edimburgo y en la escuela, Darwin perdió el tiempo por lo que se refiere al estudio, a menudo descuidado para dar satisfacción a su pasión por la caza y por montar a caballo, actividades que ocasionalmente culminaban en cenas con amigos de las que Darwin conservó un recuerdo (posiblemente exagerado) como de auténticas francachelas. Con todo, su indolencia quedó temperada por la adquisición de sendos gustos por la pintura y la música, de los que él mismo se sorprendió más tarde, dada su absoluta carencia de oído musical y su incapacidad para el dibujo (un «mal irremediable» que, junto con su desconocimiento práctico de la disección, representó una desventaja para sus trabajos posteriores).

Charles Darwin (retrato de George Richmond, 1840)
Más que de los estudios académicos que se vio obligado a cursar, Darwin extrajo provecho en Cambridge de su asistencia voluntaria a las clases del botánico y entomólogo John Henslow, cuya amistad le reportó «un beneficio inestimable» y que tuvo una intervención directa en dos acontecimientos que determinaron su futuro: la expedición a Gales y, sobre todo, el viaje del Beagle. Al término de sus estudios en abril de 1831, el reverendo Henslow lo convenció de que profundizase en la geología, materia por la que las clases recibidas en Edimburgo le habían hecho concebir verdadera aversión, y le presentó a Adam Sedgwick, fundador del sistema cambriano, quien inició precisamente sus estudios sobre el mismo en una expedición al norte de Gales realizada en abril de ese mismo año en compañía de Darwin (treinta años más tarde, Henslow se vería obligado a defender al discípulo común ante las violentas críticas dirigidas por Sedgwick a las ideas evolucionistas).
Pero la importancia decisiva de la figura del reverendo en la vida de Darwin se mide ante todo por el hecho de que fue Henslow quien le proporcionó a Darwin la oportunidad de embarcarse como naturalista con el capitán Robert Fitzroy y acompañarle en el viaje que éste se proponía realizar a bordo del Beagle alrededor del mundo. En un principio su padre se opuso al proyecto, manifestando que sólo cambiaría de opinión si «alguien con sentido común» era capaz de considerar aconsejable el viaje.
Ese alguien fue su tío (y futuro suegro) Josiah Wedgwood, quien intercedió en favor de que su joven sobrino participase en la expedición; entretanto, el propósito de viajar se había consolidado en Darwin desde meses antes, cuando la lectura de las obras del naturalista alemán Alejandro Humboldt suscitó en él un deseo inmediato de visitar Tenerife y empezó a aprender castellano y a informarse acerca de los precios del pasaje.

La expedición del Beagle

El 27 de diciembre de 1831 el Beagle zarpó de Davenport con Darwin a bordo, dispuesto a comenzar la que él llamó su «segunda vida» tras dos meses de desalentadora espera en Plymouth, mientras la nave era reparada de los desperfectos ocasionados en su viaje anterior, y después de que la galerna frustrara dos intentos de partida. Durante ese tiempo, Darwin experimentó «palpitaciones y dolores en el corazón» de origen más que probablemente nervioso, como quizá también lo habrían de ser más tarde sus frecuentes postraciones. Sin saberlo, Darwin había corrido el riesgo de ser rechazado por Robert Fitzroy, ya que el capitán, convencido seguidor de las teorías fisiognómicas del sacerdote suizo Johann Caspar Lavater, estimó en un principio que la nariz del naturalista no revelaba la energía y determinación suficientes para la empresa.
El objetivo de la expedición dirigida por el capitán Fitzroy era el de completar el estudio topográfico de los territorios de la Patagonia y la Tierra del Fuego, el trazado de las costas de Chile, Perú y algunas islas del Pacífico y la realización de una cadena de medidas cronométricas alrededor del mundo. El periplo, de casi cinco años de duración, llevó a Darwin a lo largo de las costas de América del Sur, para regresar luego durante el último año visitando las islas Galápagos, Tahití, Nueva Zelanda, Australia, Mauricio y Sudáfrica.

El viaje del Beagle
Durante ese período el talante de Darwin experimentó una profunda transformación. La antigua pasión por la caza sobrevivió los dos primeros años con toda su fuerza, y fue él mismo quien se encargó de disparar sobre los pájaros y animales que pasaron a engrosar sus colecciones; poco a poco, sin embargo, esta tarea fue quedando encomendada a su criado a medida que su atención resultaba cada vez más absorbida por los aspectos científicos de su actividad.
El estudio de la geología fue, en un principio, el factor que más contribuyó a convertir el viaje en la verdadera formación de Darwin como investigador, ya que con él entró inexcusablemente en juego la necesidad de razonar. Darwin se llevó consigo el primer volumen de los Principios de geología de Charles Lyell, autor de la teoría llamada de las causas actuales y que habría de ser su colaborador en la exposición del evolucionismo; desde el reconocimiento de los primeros terrenos geológicos que visitó (la isla de Santiago, en Cabo Verde), Darwin quedó convencido de la superioridad del enfoque preconizado por Lyell.
En Santiago tuvo por vez primera la idea de que las rocas blancas que observaba habían sido producidas por la lava derretida de antiguas erupciones volcánicas, la cual, al deslizarse hasta el fondo del mar, habría arrastrado conchas y corales triturados comunicándoles consistencia rocosa. Hacia el final del viaje, Darwin tuvo noticia de que Adam Sedgwick había expresado a su padre la opinión de que el joven se convertiría en un científico importante; el acertado pronóstico era el resultado de la lectura por el reverendo Henslow, ante la Philosophical Society de Cambridge, de algunas de las cartas remitidas por Darwin.

El Beagle en Tierra del Fuego
De entre los logros científicos obtenidos por Darwin durante el viaje, el primero en ver la luz (1842) sería la teoría sobre la formación de los arrecifes de coral por el crecimiento de éste en los bordes y en la cima de islas que se iban hundiendo lentamente. Junto a esta hipótesis y al establecimiento de la estructura geológica de algunas islas como Santa Elena, es preciso destacar el descubrimiento de la existencia de una cierta semejanza entre la fauna y la flora de las islas Galápagos con las de América del Sur, así como de diferencias entre los ejemplares de un mismo animal o planta recogidos en las distintas islas, lo que le hizo sospechar que la teoría de la estabilidad de las especies podía ser puesta en entredicho. Fue la elaboración teórica de esas observaciones la que, años después, resultó en su enunciado de las tesis evolutivas.

Los frutos de un viaje

Darwin regresó a Inglaterra el 2 de octubre de 1836; el cambio experimentado en esos años debió de ser tan notable que su padre, «el más agudo observador que se haya visto, de natural escéptico y que estaba lejos de creer en la frenología», dictaminó al volverlo a ver que la forma de su cabeza había cambiado por completo. También su salud se había alterado; hacia el final del viaje se mareaba con más facilidad que en sus comienzos, y en el otoño de 1834 había estado enfermo durante un mes. Se ha especulado con la posibilidad de que, en marzo de 1835, contrajera una infección latente de la llamada enfermedad de Chagas como consecuencia de la picadura de un insecto.
De todos modos, desde su llegada hasta comienzos de 1839, Darwin vivió los meses más activos de su vida, pese a las pérdidas de tiempo que le supuso el sentirse ocasionalmente indispuesto. Trabajó en la redacción de su diario del viaje (publicado en 1839) y en la elaboración de dos textos que presentaban sus observaciones geológicas y zoológicas. Instalado en Londres desde marzo de 1837, se dedicó a «hacer un poco de sociedad», actuando como secretario honorario de la Geological Society y tomando contacto con Charles Lyell.

Charles Darwin (detalle de un retrato de John Collier, 1881)
En julio de ese año empezó a escribir su primer cuaderno de notas sobre sus nuevos puntos de vista acerca de la «transmutación de las especies», que se le fueron imponiendo al reflexionar acerca de sus propias observaciones sobre la clasificación, las afinidades y los instintos de los animales, y también como consecuencia de un estudio exhaustivo de cuantas informaciones pudo recoger relativas a las transformaciones experimentadas por especies de plantas y animales domésticos debido a la intervención de criadores y horticultores.
Sus investigaciones, realizadas sobre la base de «auténticos principios baconianos», pronto le convencieron de que la selección era la clave del éxito humano en la obtención de mejoras útiles en las razas de plantas y animales. La posibilidad de que esa misma selección actuara sobre los organismos que vivían en un estado natural se le hizo patente cuando en octubre de 1838 leyó «como pasatiempo» el Ensayo sobre el principio de la población de Thomas Malthus.
Dispuesto como se hallaba, por sus prolongadas observaciones sobre los hábitos de animales y plantas, a percibir la presencia universal de la lucha por la existencia, se le ocurrió al instante que, en esas circunstancias, las variaciones favorables tenderían a conservarse, mientras que las desfavorables desaparecerían, con el resultado de la formación de nuevas especies. Darwin estimó que, «al fin, había conseguido una teoría con la que trabajar»; sin embargo, preocupado por evitar los prejuicios, decidió abstenerse por un tiempo de «escribir siquiera el más sucinto esbozo de la misma». En junio de 1842 se permitió el placer privado de un resumen muy breve (treinta y cinco páginas escritas a lápiz), que amplió hasta doscientas treinta páginas en el verano del año 1844.
Darwin había contraído matrimonio el 29 de enero de 1839 con su prima Emma Wedgwood. Residieron en Londres hasta septiembre de 1842, cuando la familia se instaló en Down, en el condado de Kent, buscando un género de vida que se adecuase mejor a los frecuentes períodos de enfermedad que, a partir del regreso de su viaje, afligieron constantemente a Darwin. Por lo demás, los años de Londres fueron, por lo que a vida social se refiere, el preludio de un retiro casi total en Down, donde vivió hasta el final de sus días. El 27 de diciembre de 1839 nació el primer hijo del matrimonio, y Darwin inició con él una serie de observaciones, que se prolongaron a lo largo de los años, sobre la expresión de las emociones en el hombre y en los animales. Tuvo diez hijos, seis varones y cuatro mujeres, nacidos entre 1839 y 1856, de los que dos niñas y un niño murieron en la infancia.

Emma Wedgwood
Durante los primeros años de su estancia en Down, Darwin completó la redacción de sus trabajos sobre temas geológicos y se ocupó también de una nueva edición de su diario de viaje, que en un principio había aparecido formando parte de la obra publicada por Fitzroy sobre sus expediciones; en las notas autobiográficas que redactó en 1876 (reveladoramente tituladas Recollections of the Development of my Mind and Character), Darwin reconoció que «el éxito de este mi primer retoño literario siempre enardece mi vanidad más que el de cualquier otro de mis libros».
De 1846 a 1854, Darwin estuvo ocupado en la redacción de sus monografías sobre los cirrípodos, por los que se había interesado durante su estancia en las costas de Chile al hallar ejemplares de un tipo que planteaba problemas de clasificación. Esos años de trabajo sirvieron para convertirlo en un verdadero naturalista según las exigencias de su época, añadiendo al aprendizaje práctico adquirido durante el viaje la formación teórica necesaria para abordar el problema de las relaciones entre la historia natural y la taxonomía. Además, sus estudios sobre los percebes le reportaron una sólida reputación entre los especialistas, siendo premiados en noviembre de 1853 por la Royal Society, de la que Darwin era miembro desde 1839.

La teoría de la evolución

A comienzos de 1856, Charles Lyell aconsejó a Darwin que trabajara en el completo desarrollo de sus ideas acerca de la evolución de las especies. Darwin emprendió entonces la redacción de una obra que, aun estando concebida a una escala tres o cuatro veces superior de la que luego había de ser la del texto efectivamente publicado, representaba, en su opinión, un mero resumen del material recogido al respecto.
Pero cuando se hallaba hacia la mitad del trabajo, sus planes se fueron al traste por un suceso que precipitó los acontecimientos: en el verano de 1858 recibió un manuscrito que contenía una breve pero explícita exposición de una teoría de la evolución por selección natural, que coincidía exactamente con sus propios puntos de vista. El texto, remitido desde la isla de Ternate, en las Molucas, era obra de Alfred Russel Wallace, un naturalista que desde 1854 se hallaba en el archipiélago malayo y que ya en 1856 había enviado a Darwin un artículo sobre la aparición de especies nuevas con el que se sintió ampliamente identificado.
En su nuevo trabajo, Wallace hablaba, como Darwin, de «lucha por la existencia», una idea que, curiosamente, también le había venido inspirada por la lectura de Malthus. Darwin puso a Lyell en antecedentes del asunto y le comunicó sus vacilaciones acerca de cómo proceder respecto a la publicación de sus propias teorías, llegando a manifestar su intención de destruir sus propios escritos antes que aparecer como un usurpador de los derechos de Wallace a la prioridad.
El incidente se saldó de manera salomónica merced a la intervención de Lyell y del botánico Joseph Dalton Hooker, futuro director de los Kew Gardens creados por su padre y uno de los principales defensores de las teorías evolucionistas de Darwin, con quien le unió una estrecha amistad desde 1843. Siguiendo el consejo de ambos, Darwin resumió su manuscrito, que fue presentado por Lyell y Hooker ante la Linnean Society el 1 de julio de 1858, junto con el trabajo de Wallace y con un extracto de una carta remitida por Darwin el 5 de septiembre de 1857 al botánico estadounidense Asa Gray, en el que constaba un esbozo de su teoría.
Alfred Wallace no puso nunca en cuestión la corrección del procedimiento; más tarde, en 1887, manifestó su satisfacción por la manera en que todo se había desarrollado, aduciendo que él no poseía «el amor por el trabajo, el experimento y el detalle tan preeminente en Darwin, sin el cual cualquier cosa que yo hubiera podido escribir no habría convencido nunca a nadie».

El origen de las especies

Tras el episodio, Darwin se vio obligado a dejar de lado sus vacilaciones por lo que a la publicidad de sus ideas se refería, y abordó la tarea de reducir la escala de la obra que tenía entre manos para enviarla cuanto antes a la imprenta; en «trece meses y diez días de duro trabajo» quedó por fin redactado el libro Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida, largo título que es casi la enunciación de su tesis y que suele abreviarse como El origen de las especies. Los primeros 1.250 ejemplares se vendieron el mismo día de su aparición, el 24 de noviembre de 1859.
Las implicaciones teológicas de la obra, que atribuía a la selección natural facultades hasta entonces reservadas a la divinidad, fueron causa de que inmediatamente empezara a formarse una enconada oposición, capitaneada por el paleontólogo Richard Owen, quien veinte años antes había acogido con entusiasmo las colecciones de fósiles traídas por Darwin de su viaje.
En una memorable sesión de la British Association for the Advancement of Science que tuvo lugar en Oxford el 30 de junio de 1860, el obispo Samuel Wilberforce, en calidad de portavoz del partido de Owen, ridiculizó con brillante elocuencia las tesis evolucionistas, provocando una contundente réplica por parte del zoólogo Thomas Henry Huxley, que fue el principal defensor ante la oposición religiosa de las tesis de Darwin, ganándose el sobrenombre de su bulldog. A la pregunta de Wilberforce sobre si a Huxley le hubiera sido indiferente saber que su abuelo había sido un mono, la respuesta inmediata fue, según el testimonio de Lyell: «Estaría en la misma situación que su señoría».

Darwin en una imagen tomada hacia 1874
Darwin se mantuvo apartado de la intervención directa en la controversia pública hasta 1871, cuando se publicó su obra El origen del hombre y la selección en relación al sexo, donde expuso sus argumentos en favor de la tesis de que el hombre había aparecido sobre la Tierra por medios exclusivamente naturales. Tres años antes había aparecido su estudio sobre la variación en animales y plantas por los efectos de la selección artificial, en el que trató de formular una teoría sobre el origen de la vida en general («pangénesis»), que resultó ser la más pobre de sus aportaciones a la biología.
En 1872, con La expresión de las emociones en el hombre y en los animales, obra seminal de lo que luego sería el estudio moderno del comportamiento, Darwin puso fin a sus preocupaciones por los problemas teóricos y dedicó los últimos diez años de su vida a diversas investigaciones en el campo de la botánica. A finales de 1881 comenzó a padecer graves problemas cardíacos, y falleció a consecuencia de un ataque al corazón el 19 de abril de 1882.

Cronología de Charles Darwin

1809Nace en Sherewsbury.
1825Ingresa en la Universidad de Edimburgo para estudiar medicina.
1828Empieza la carrera de teología en Cambridge.
1830El botánico John Henslow despierta el interés de Darwin por la historia natural.
1831-1836Viaje con el Beagle como naturalista para un viaje de exploración.
1837Se traslada a Londres.
1839Publica Viaje de un naturalista alrededor del mundo en el H.M.S Beagle.
1842Primer borrador de la teoría de la evolución. Se instala en Down.
1858Presentación conjunta, ante la Linnear Society, de la teoría de la selección de Darwin y de A. R. Wallace.
1859Publica The Origin of Species (El origen de las especies).
1862Publica Sobre la intervención de los insectos en la fecundación de las orquídeas.
1871Publica The Descent of Man and Selection in Realtion to Sex (La descendencia humana y la selección sexual).
1877Primera traducción al castellano de El origen de las especies.
1881Publica Sobre la influencia de las lombrices en la formación de la tierra vegetal.
1882Muere en Down.

Charles Darwin y La Teoría de la Evolución

Hasta el siglo XVII, los naturalistas sostenían que las distintas especies animales y vegetales habían sido creadas independientemente y permanecían desde entonces inmutables, sin sufrir cambio alguno. La teoría de la evolución, según la cual los seres vivos sufren alteraciones con el transcurso del tiempo y proceden de otras formas ancestrales, es relativamente reciente. Aunque el naturalista británico Charles Darwin está considerado el padre de la actual teoría de la evolución, el concepto no era nuevo en su época. A mediados del siglo XVIII, por ejemplo, las hipótesis evolutivas propuestas por el matemático francés Pierre-Louis Maupertius (1698-1759) y el enciclopedista francés Denis Diderot (1713-1784) contenían ideas que, un siglo más tarde, formarían parte de la teoría de Darwin.

Charles Darwin
El zoólogo francés Juan Bautista de Lamarck fue el primero en exponer con claridad, en su obra Filosofía zoológica (1809), la idea de que todas las especies podían cambiar en el transcurso del tiempo y acabar convirtiéndose en nuevas especies. Según Lamarck, todos los seres vivos evolucionan inevitablemente hacia una mayor perfección y complejidad, y la razón de tales cambios es el entorno natural. Los cambios del entorno alteran las necesidades de los organismos vivos; a causa del entorno, se reduce o se intensifica el uso de ciertos órganos o partes del cuerpo, provocando cambios en su tamaño o forma.
Al desarrollar el concepto de que aparecen nuevos órganos como respuesta a las necesidades de la lucha con el medio, el naturalista francés dedujo que su tamaño e importancia se relacionaba con la ley del "uso y falta de uso". Lamarck afirmaba también que las adaptaciones a ese ambiente, una vez fijadas, se propagaban a las generaciones sucesivas, o sea que los caracteres adquiridos se heredaban. Según esta noción, las jirafas habrían adquirido sus largos cuellos al ir estirándolos gradualmente (cada generación un poco más) para alcanzar las hojas de difícil acceso a otros animales.
La teoría lamarquista explicaba la adaptación de muchos vegetales y animales al medio, pero era principalmente especulativa y carecía de apoyos empíricos; la genética moderna la desacreditaría totalmente al demostrar que los caracteres que pueda adquirir un individuo (como el alargamiento del cuello por el constante esfuerzo) no se heredan. Pese a ello, se reconoce el valor pionero de su obra, por postular por primera vez la adaptabilidad de los organismos.
Las carencias del fallido intento de Lamarck ponen de relieve la solidez y coherencia del modelo darwiniano. La contribución de Charles Darwin a los conocimientos científicos fue doble: presentó las pruebas para demostrar que la evolución había ocurrido, a la vez que formuló una teoría, la de la selección natural, para explicar el mecanismo de la evolución. La publicación de Darwin, en 1859, de El origen de las especies es un hito no sólo en la historia de la biología, sino también en la del pensamiento humano, puesto que dicho libro, aportando una demostración positiva de la doctrina evolucionista, ejercería una considerable influencia en el desarrollo de la filosofía y alteró profundamente arraigadas concepciones acerca de la vida y del hombre.
Darwin se embarcó como naturalista en la expedición del Beagle, un navío científico que recorrió el mundo entre 1831 y 1836. En su viaje Darwin reunió gran cantidad de observaciones interesantes, estableció fecundas analogías y meditó sobre grandes cuestiones, tales como la adaptación de los seres vivos, la diversidad de las especies y sus mutuas relaciones y la lucha por la existencia. A su vuelta Darwin se dedicó a redactar su Diario de viaje; dio a conocer también diversos trabajos de geología, en especial sobre la formación de los corales y de las islas volcánicas. Veintitrés años después de su regreso a Inglaterra publicó El origen de las especies. Escribió luego numerosos libros, algunos de los cuales serían una prolongación de esta obra.

Selección natural y evolución

En 1858, Darwin recibió un manuscrito de Alfred Russel Wallace, joven naturalista que entonces estaba estudiando la distribución de las plantas y animales en la India y la Península Malaya. En aquel texto, Wallace formulaba la idea de la selección natural, a la cual había llegado sin conocer la obra darwiniana, pero inspirado, lo mismo que Darwin, por el tratado de Thomas R. Malthus sobre el crecimiento de la población y la necesaria lucha por la existencia. Por acuerdo mutuo, aquel mismo año Darwin y Wallace presentaron en colaboración un informe sobre su teoría a la Sociedad Linneo de Londres.

Primera edición de El origen de las especies (1859)
La explicación propuesta por Darwin y Wallace respecto a la forma en que ocurre la evolución puede resumirse en la forma siguiente:
  • La aparición de nuevos rasgos o variaciones es característica de todas las especies de animales y plantas. Darwin y Wallace suponían que la variación era una de las propiedades innatas de los seres vivos. Hoy sabemos distinguir las variaciones heredadas de las no heredadas. Sólo las primeras, producidas por mutaciones, son importantes en la evolución, pues pasan a los individuos de las generaciones siguientes.
  • De cualquier especie nacen más individuos de los que pueden obtener suficiente alimento para sobrevivir. Sin embargo, como el número de individuos de cada especie sigue más o menos constante bajo condiciones naturales, debe deducirse que un porcentaje de la descendencia perece en cada generación. Si la descendencia de una especie prosperara en su totalidad, y sucesivamente se reprodujera, pronto avasallaría cualquiera otra especie sobre la Tierra.
  • Sentado que nacen más sujetos de los que pueden sobrevivir, tiene que declararse una lucha por la existencia, una competencia en busca de espacio y alimento. Esta lucha es directa (entre seres de la misma o de distinta especie) o indirecta, como la de los animales y vegetales para sobrevivir frente a condiciones adversas (por ejemplo, la falta de agua o las bajas temperaturas) o frente a otras condiciones desfavorables del medio ambiente.
  • Aquellas variaciones o rasgos que capacitan mejor a un organismo para sobrevivir en un medio ambiente determinado favorecerán a sus poseedores sobre otros organismos no tan bien adaptados. Las ideas de "lucha por la supervivencia" y "supervivencia del más apto" son la esencia de la teoría de la selección natural de Darwin y Wallace.
  • Los individuos supervivientes, al reproducirse, originarán la siguiente generación, y de este modo las variaciones o rasgos ventajosos se transmiten a las sucesivas generaciones.
Tales ideas son también el núcleo de la obra fundamental de Charles Darwin, El origen de las especies (1859), cuyo título completo resume por sí mismo su tesis: Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida. El individuo dotado de una variación que le permite una mejor adaptación tiene más probabilidades de salir victorioso en la lucha por la existencia; su supervivencia aumenta la probabilidad de reproducción y la transmisión de ese rasgo favorable a sus descendientes.
La selección natural conduce así a la conservación de las variaciones favorables y a la eliminación de las desviaciones nocivas, por muerte o superación de los individuos dotados de tales características. Como los individuos más aptos tienen más probabilidades de sobrevivir, aparearse y reproducirse que los especímenes que no están tan bien adaptados al entorno, en cada generación aumenta el número de individuos bien adaptados a su entorno, y las características generales del grupo van cambiando como resultado de esta acomodación. Junto con la selección natural actúa, en los animales superiores, la "elección sexual", esto es, la preferencia instintiva por los individuos más fuertes, bellos o sanos en el emparejamiento.
Hay que subrayar que, frente a lo que sostuvo Lamarck, las variaciones en las características de un organismo se producen al azar; no son causadas ni por el ambiente ni por el esfuerzo del individuo. Según la teoría darwinista, y siguiendo el mismo ejemplo, el largo cuello de las jirafas se originó por azar: un animal que presentaba el cuello más largo tenía ventajas alimentarias y, por lo tanto, tenía más posibilidades de dejar descendencia; estas características se transmitieron de generación en generación hasta que las jirafas menos adaptadas (esto es, las de cuello corto) desaparecieron.
El punto problemático de la teoría era que se desconocía el mecanismo por el cual se transmitían las adaptaciones que tenían éxito. La solución a este problema estaba en las investigaciones realizadas por un monje y botánico austríaco, Gregor Mendel (1822-1884), quien descubrió que las características hereditarias se transmiten en unidades sencillas que denominó "factores" y que ahora conocemos como genes. Las leyes de Mendel, los conceptos de genotipo y fenotipo de Wilhelm Ludvig Johannsen y los descubrimientos de las mutaciones de Hugo de Vries llevaron a la elaboración de una teoría sintética inspirada en las líneas generales de los planteamientos de Darwin, que sería llamada Neodarvinismo y es aceptada hoy por la mayoría de los biólogos. Los cambios en la estructura genética de las especies son debidos a mutaciones en los genes que regulan la expresión de los caracteres corporales. Otro factor de cambio son los sobrecruzamientos que se producen entre los cromosomas en la meiosis, combinando caracteres distintos de cromosomas homólogos.
A la luz de tales aportaciones, la selección natural de Darwin puede ser reformulada de la siguiente manera: los individuos mejor adaptados a su entorno tienen más probabilidades de pasar sus genes a la siguiente generación que los demás miembros de una población. Hoy por hoy la teoría de la evolución es la única que responde a todos los hechos tanto genéticos como ecológicos y paleontológicos. La anatomía comparada ilustra muy bien las relaciones existentes entre las diversas especies y familias, comprobadas recientemente por métodos de análisis bioquímico.

El origen del hombre

Venciendo las largas vacilaciones basadas, sobre todo, en el temor a las polémicas a que la obra pudiera dar lugar, Darwin tardó once años en publicar El origen del hombre y la selección en relación al sexo (1871). En tal obra recogió sus apuntes relativos a un problema específico pero importantísimo de la evolución: el origen del hombre. Según Darwin, el estudio de las estructuras homólogas en el hombre y en los animales más bajos en la escala de la evolución zoológica y el análisis del desarrollo embriológico del hombre y de los fenómenos de atavismo conducen a la conclusión de que el hombre desciende de alguna forma menos altamente organizada, concretamente de un simioide, el cual, al igual que todos los vertebrados, tendría a su vez su origen remoto en algún ser acuático parecido a los ascidiáceos.
La dificultad mayor para admitir tal teoría está en el hecho de que el hombre se halla dotado de facultades intelectuales y de un sentido moral que faltan a los animales. De hecho, el mismo Alfred Wallace nunca creyó que la inteligencia humana pudiera ser fruto de la selección natural, sino que pensaba que el intelecto sólo podía haber sido creado por un poder superior (un dios). Pero Darwin rechaza este concepto y observa que el intervalo entre las potencias mentales de los monos más elevados y las de un pez es inmenso; por esto también la inteligencia del hombre, que no difiere sino en grado de la de los monos, es un producto de la evolución.
También los sentimientos morales son desarrollados, debido a la evolución, de instintos que se hallan en todos los animales. Consciente de que las conclusiones de esta obra serían consideradas como extremadamente irreligiosas, Darwin señala que explicar el origen del hombre como una especie que desciende de alguna especie más baja no es más irreligioso que explicar el origen del ser individual mediante las leyes de la reproducción. Las leyes de desarrollo del hombre son, para Darwin, idénticas a las de otros animales.
Las ideas del naturalista británico modificaron diametralmente las nociones acerca del origen y la evolución del hombre. Darwin refutó la arraigada creencia de que el hombre poseía un origen divino y demostró que los seres humanos eran el resultado de un proceso de evolución biológica. Opuso teorías científicas a las explicaciones de carácter teológico, hecho que tuvo un impacto considerable en la mentalidad de la época. El evolucionismo de Darwin provocó una enorme controversia en la sociedad decimonónica y dio lugar a encendidos debates. Consecuencia lógica de estas discusiones fue la puesta en cuestión de la visión antropocentrista de la naturaleza: si el hombre no era una creación divina, tal como afirmaban las creencias vigentes hasta el siglo XIX, no había razón para sostener que ocupaba un lugar central en el orden natural.
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